Entrevistas

Jenny Offill: «Hemos traspasado el punto en que usar una bolsa de tela para comprar vaya a cambiar las cosas»

Una novela fragmentada sobre un mundo que se hace pedazos. Una crónica de la catástrofe a gran escala desde la psicología de desastres domésticos y la mirada irónica, pero aún compasiva. «Clima», que edita Libros del Asteroide, es 2020 en toda su esencia: un estado de alarma constante (ante el que no sabemos si reír o llorar) para un planeta que igual no nos echaría tanto de menos

La autora Jenny Offill, retratada por Eva O’Leary (foto cedida por la escritora).

Este libro es 2020, antes de que 2020 sucediera. Clima (Libros del Asteroide, 2020) describe un estado de las cosas caótico, inasumible, estupefacto y desesperado; un mundo diagnosticado de depresión severa. A uno le da por pensar que, si alguien lee esto en el futuro… bueno, si alguien lo lee, habrá futuro, lo que ya es decir. Pero si llega a hacerlo, pensará que éramos unos marcianos ridículos. En sus páginas resuena la tragicomedia de estos tiempos confusos: mascotas, salud, taxis privados, adicciones, velocidad, maternidad, meditación, materialismo, autoayuda, moda, inmadurez, diversidad —según gente no diversa—, tiranía infantil, religión, tecno-optimismo, privilegios, running, vegetarianismo, fascismo, psicología de desastres, consumo, robótica, reality shows, psiquiatría.

Jenny Offill (Massachusetts, 1968) es capaz de despachar todos estos temas en menos de 200 páginas, en buena medida debido a la estructura fragmentaria de la novela: como en su anterior y celebrada Departamento de especulaciones (Libros del Asteroide, 2016), la narración se organiza en párrafos aislados, aunque al mismo tiempo conectados. Algo así como nuestro pensamiento, o nuestras propias vidas contadas en una especie de diario del desconcierto, el drama cotidiano de hacer como si nada mientras todo se desmorona. Su estilo es directo, en frases breves que, justo por su escasa grandilocuencia, escuecen, pero que a menudo también son muy divertidas. Su ironía, situada en algún punto entre la compasión y el escepticismo en torno al ser humano, puede recordar a Phoebe Waller-Bridge o incluso a Amy Schumer. Humor que contrarresta la gravedad de su relato sobre la cara B de la sociedad del bienestar, la condena de parecer felices, de no hacer visibles nuestros miedos.

Tiene todo el sentido del mundo que el interés por la catástrofe existencial y emocional de nuestros días la haya guiado hacia la actual emergencia climática. Inspirada e imbuida por el espíritu de su amiga Lydia (Millet, a quien dedica este libro), novelista y experta en extinción y conservacionismo, Offill se convirtió en la que arruinaba cualquier velada festiva con las sombrías noticias medioambientales. Por ejemplo: «Nueva York empezará a sufrir temperaturas devastadoras susceptibles de alterar las condiciones de vida en 2047». La autora, muy consciente de esa obsesión suya —difícil de achicar una vez que se abre la compuerta—, decidió implicarse en movimientos sociales por el clima y, en paralelo, empezó a escribir esta novela. Su publicación, siete años más tarde, no ha podido ser más oportuna, como demuestra el considerable impacto que Clima ha tenido desde su lanzamiento estadounidense, en febrero de este año. Que la hayan entrevistado Seth Meyers en su late night o Natalie Portman en su videoblog es ya un síntoma de su alcance.

El ambiente de terror a que algo se nos lleve por delante está, literalmente, en el aire. Se halla más cerca que nunca el día que jamás pensamos que llegaría, aquel en que debemos prestar atención a las instrucciones de seguridad del avión. Una sensación que en Estados Unidos tiene también que ver con otro clima, el político, motivo quizá por el que su novela concluye a las puertas de las elecciones de 2016 (año cero antes de Trump, aunque nunca se le menciona de forma explícita), en unas últimas páginas sombrías, elegíacas. Al igual que en Departamento de especulaciones, los temas de fondo de Clima son la soledad —y el hecho de ser honestos sobre ella—, la incomunicación —lingüística o afectiva— y la gestión del fracaso, personal y como especie. En uno de sus pasajes, un científico comparte la anécdota contada por Frank Sherwood Rowland, premio Nobel de química. Preguntado por su mujer al volver a casa, le respondió: «El trabajo va muy bien, pero todo indica que vamos directos al fin del mundo».

Pregunta.- Me gustaría empezar hablando de su característico estilo de escritura, tanto en Clima como en Departamento de especulaciones. Lo fragmentario en su obra me recuerda al espíritu multitarea y el déficit de atención tan habitual en nuestros días. ¿Por qué comenzó a experimentar con esta forma de narrar a pedazos?
Jenny Offill.- Mi primera novela [Last Things, de 1999, no se ha editado en España] la escribí en un estilo de escritura lineal, más convencional. Pero cuando estaba con la segunda, me encontré con que no tenía demasiado tiempo; acababa de tener un bebé e intentaba arreglármelas para tomar algunas notas y escribir por los rincones de mi vida diaria, cuando hallaba un hueco breve.

P.- Es curioso porque, en Departamento de especulaciones, la protagonista pasa por algo similar y expresa que la maternidad «cortaba el día en pequeños fragmentos».
JO.- Exacto. Creo que parte de esa escritura era como tratar de acercarme a lo que experimentamos al pensar. Quería imprimirle un estilo que abarcase impresiones e imágenes, pero también la mitad de un chiste que te viene a la cabeza o algo que leíste hace años y que de pronto vuelve a flotar en la superficie. Además, en ese libro quise experimentar con una idea casi filosófica: ¿qué pasaría si situara las cosas aparentemente mundanas, las domésticas, en el mismo nivel que las más obviamente sublimes? Así di con esa forma fragmentaria donde hay mucho espacio y donde todas las ideas se exponen de la misma manera, con una estructura equivalente. De alguna forma, fue como jugar con esa noción que está en las tradiciones místicas: lo trivial es en realidad importante y lo importante es en realidad trivial.

«El mundo de las redes sociales me suena siniestro, porque estamos totalmente diseñados para que necesitemos oír lo que el resto piensa de nosotros»

P.- A veces esos fragmentos tienen una cadencia poética, algo que también he percibido cuando la he visto leer algunos pasajes en público. ¿Alguna vez durante el proceso los recita en voz alta?
JO.- A veces lo hago, sí. Cuando escribo, pienso un montón en eso mismo que has dicho, la cadencia que tienen las frases. Algunas veces cuando doy forma a una sección, hay algo que me suena mal y no puedo averiguar qué es, pero si lo leo en voz alta, puedo identificar la parte que no está bien, y me ayuda a enfocar la revisión. Mi proceso de trabajo no es muy común: normalmente los novelistas escriben largos borradores y después vuelven sobre ellos para arreglarlos, pero yo tiendo a escribir estas pequeñas secciones y no sé si van a estar inmediatamente en el sitio adecuado o si las acabaré desplazando. Lo que sí hago es pasar mucho tiempo en cada una de ellas, así que mi proceso de revisión ocurre más bien sobre la marcha, y también más tarde, cuando estoy estructurando la narración en su conjunto.

De hecho, Offill trabaja de forma bastante obsesiva y durante años —como mencionará más adelante en esta entrevista— para decidir cuáles de esos fragmentos terminarán en el libro, y lo más llamativo es que lo hace también de forma gráfica, sobre un tablero donde los va colocando, pegados. Pudimos ver una muestra en el reportaje que el New York Times dedicó a Clima.

P.- Otras veces esos fragmentos me recuerdan a sketches, o incluso a tiras cómicas, con una frase final que actúa de punchline. Ese humor resulta compasivo y al mismo tiempo cáustico, y le quería preguntar si hay algún autor o algún cómico que le guste especialmente o haya podido influenciarle en este sentido.
JO.- Sí, sobre todo durante la escritura de estas dos últimas novelas empecé a ver un montón de monólogos, y hay una cómica que me gusta particularmente, Maria Bamford. En sus actuaciones habla mucho sobre depresión y crisis nerviosa, incluso acerca de varios momentos de colapso mental en su vida. Lo cuenta de una forma muy divertida, pero también vulnerable; no frivoliza, no busca el chiste fácil. Una de las cosas que he aprendido sobre la comedia stand-up es que a menudo hay una frase, una pequeña broma, que dicen al principio y, solo cuando repiten esa línea, más adelante durante el monólogo, adquiere otros matices de significado. Es una de las cosas que a veces hago en mis novelas: frases que aparecen una primera vez significando algo y luego se repiten en la cabeza de la protagonista con otro sentido.

La autora pone como ejemplo un momento en Departamento de especulaciones donde la hija dice, en referencia a una manta que su madre ha encogido, sin querer, en la lavandería: «¿Por qué has tenido que estropearme lo mejor que tengo?». Varias páginas más tarde ella, en su mente, le dice eso mismo a su marido cuando este tiene una aventura con otra mujer.

Animales sociales y desastres intermitentes

Pregunta.- Uno de los grandes temas en Clima es la incomunicación. No sé por qué no me sorprende que usted no esté en redes sociales, y me pregunto si no es una postura más beneficiosa para el mundo que no expresemos nuestra opinión de forma constante. ¿Cree que las tecnologías nos ayudan a entendernos?
Jenny Offill.- Bueno, la razón por la que no estoy en redes sociales es porque nada más entrar me parecieron increíblemente adictivas. Por ejemplo estando en Twitter, que creo sería mi elección natural, por un lado era genial hablar con toda esa gente tan interesante, amantes de los libros, de todos los rincones del mundo. Pero recuerdo un momento bastante temprano, como al mes o así, en que estaba caminando y pensando en algo que iba a escribir. De pronto, me sorprendí a mí misma queriendo elaborar el mensaje para postearlo, y pensé: «hum…». Me suele llevar muchísimo tiempo escribir un libro, en parte porque los fragmentos han de tener cierto aguante mientras les doy vueltas y vueltas y vueltas durante varios años. Algunos me llegan a aburrir o me resultan demasiado planos o cliché, así que los quito. Creo que por esta razón captó mi interés esa especie de gratificación instantánea de publicar algo y ver lo que la gente dice, pero todo ese mundo de likes, followers e influencers me suena un poco siniestro ya que, como seres humanos, estamos totalmente diseñados para que necesitemos oír lo que el resto piensa de nosotros. De hecho, en Silicon Valley incluso tienen una disciplina, captología [o tecnología persuasiva], que pusieron en pie usando métodos conductistas, para que nos sea muy difícil salir de ellas una vez que estamos dentro.

«Nos han vendido gato por liebre diciéndonos que todo depende de nuestras decisiones individuales, que nuestras elecciones como consumidores importan»

En Clima hay una idea sobre esta cuestión, explica Offill, cuando la protagonista dice sentirse en las redes «como una rata que no puede parar de darle a la palanca del comedero. ¡Ración de afecto! ¡Ración de rabia!».

JO.- Está probado que la única forma de lograr que las ratas no dejen de empujar la palanca es darles algo bueno ocasionalmente; no siempre, porque de esa forma se aburrirán. Y esa es mi idea de las redes sociales [ríe]. Ahora mismo estoy arruinando mi cerebro tratando de ver qué va a pasar en las elecciones y es… terrorífico.

P.- Volveré a eso porque me interesa, pero antes querría comentar con usted una frase que aparece en Clima: «Vivir en una ciudad significa vivir acobardados para siempre». ¿Es ese el motivo de que optara por irse a vivir al Valle del Hudson, apartada del bullicio de la Gran Manzana?
JO.- En ese pasaje que cita, uso la palabra «flinch» en inglés, que significaría también algo así como encogidos o estremecidos. Mi inclinación natural es la de una urbanita. Me encantan las ciudades, he vivido en Nueva York a lo largo de 17 años. Diría que en la actualidad no resido en la ciudad porque soy una persona que principalmente presta atención a los estados de ánimos, los gestos y las acciones de la gente, y eso siempre me ha supuesto una carga psicológica en determinados ambientes urbanos. Por ejemplo, vas en el metro y puedes casi sentir de qué humor está el resto de viajeros solo atendiendo a sus caras. Vivir lejos de la ciudad me da más espacio para tener mis propios pensamientos, en vez de sentirme casi abrumada por las emociones que me rodean.

La autora Jenny Offill (foto: Michael Lionstar).

P.- Pese a ese aparente aislamiento, una de las claves que usted cita para enfrentarse al problema climático residiría en pasar de un estado de conciencia individual (que es muy occidental) a un estado de conciencia colectiva. Es decir que, a estas alturas, acciones como reciclar pueden resultar un consuelo insuficiente, ¿no?
JO.- Totalmente, y esa es la conclusión a la que llegué a lo largo de estos años en los que escribí la novela. Creo que en buena medida nos han vendido gato por liebre diciéndonos que todo depende de nuestras decisiones individuales, que nuestras elecciones como consumidores importan. Y sin duda así es, pero hemos traspasado el punto en que usar una bolsa de tela para comprar vaya a cambiar las cosas. Pienso que la parte difícil ahora es conseguir cierto poder, de forma colectiva, para discutir este problema, y resulta complicado porque tienes que formar alianzas con otra gente, ser parte de un grupo con el que no compartes todas y cada una de tus ideas. Uno de las grandes ambientalistas estadounidenses, Bill McKibben, que fundó el movimiento 350.org, dice que lo que más le pregunta la gente es «¿qué puedo hacer como individuo?», y él siempre contesta «puedes dejar de ser un individuo, unirte a otros». Pienso igual, y es parte de la razón por la que también me impliqué en movimientos sociales por el clima.

P.- Algo que reflejas en tu novela, y que la pandemia ha dejado el descubierto, es que el miedo climático es sobre todo temor a cómo reaccionaremos a la catástrofe como sociedad. ¿Qué haría falta para que confiemos más los unos en los otros?
JO.- Una cosa que he aprendido formando parte de los movimientos climáticos e investigando en torno a este problema es que, en situaciones de desastres ambientales, está demostrado que la gente que disponía de toda la información comprendió mejor la severidad de la situación en que se hallaba. Hasta ahora nos habían llegado diariamente todas esas terribles noticias sobre incendios, huracanes e inundaciones por todo el mundo, pero seguíamos creyendo que lo realmente aterrador sería una sola, gran catástrofe. Sin embargo pienso que, en el punto en que estamos, nuestra mejor opción es permitir que la gente realice sus propios esfuerzos para estar prevenidos, actuar y seguir organizándonos a un nivel más de base, con el objetivo de que nuestra propia ciudad o pueblo sea más resiliente y capaz de lidiar con los desastres intermitentes que van a seguir viniendo a lo largo de los próximos años.

Una de las ideas que Offill cita a menudo en torno a la psicología de catástrofes es la del llamado «conocimiento crepuscular» (twilight knowing), término acuñado por el sociólogo sudafricano Stanley Cohen para hablar del estado semiconsciente de negación que, aun conociendo bien los hechos y habiéndolos racionalizados, adoptan a menudo quienes se enfrentan a un gran desastre o atrocidad. Esa es la impresión que tenía la autora a su alrededor cuando empezó a escribir Clima: todos sabemos lo que hay, pero no lo admitimos.

Guerra, polarización y hacer visible lo invisible

P.- Otra cuestión psicológica interesante aparece en la parte final del libro, esa tensión o crispación sorda y la sensación en el aire de que «la guerra está a punto de empezar». ¿Sigue percibiendo así el ambiente en la América actual?
JO.- Sí, completamente, y de hecho se ha vuelto mucho peor. Cuando escribí aquello, creía estar siendo un poco extrema en mis preocupaciones, pero las cosas hoy en día… Bueno, existe un debate abierto sobre si va a haber o no una guerra civil, y hemos tenido un presidente que afirmaba que no dejaría su cargo aunque perdiera, así que lo que pensamos que eran las normas de la democracia han estado desmoronándose durante los últimos dos años. Es extraño, porque de alguna forma lo predije en las últimas páginas de Clima, cuando la protagonista menciona esa idea de que, a menudo, la gente que se pierde camina como en trance y no es capaz de ver a los equipos de rescate. Pues nuestro equipo de rescate son el resto de ciudadanos, y yo solo espero que no tengamos una situación tipo Bielorrusia aquí, donde haya que lanzarse a las calles. Son tiempos escalofriantes para mucha gente.

«Creía estar siendo un poco extrema en mis preocupaciones, pero a día de hoy en Estados Unidos existe un debate abierto sobre si va a haber o no una guerra civil»

P.- ¿Cuáles han sido sus sensaciones durante la campaña electoral?
JO.- Pues al principio esperaba a un candidato más progresista que Biden, pero ahora me siento cercana a eso que decía hace poco Noam Chomsky sobre el hecho de que debemos estar unidos, porque el riesgo de que Trump saliese reelegido es que se volviese aún más autocrático, algo realmente peligroso. Tiempo habrá de luchar por causas más progresistas. Biden ya ha cambiado su estrategia sobre cambio climático, que no estaba muy bien pensada, en coordinación con el movimiento climático juvenil y el Green New Deal, así que debemos confiar en que es posible un cambio. Soy profesora en la universidad y todos querían a una chica joven, de hecho creo que todo el mundo está cansado de que estos hombres setentones lideren nuestro país. Preferiría algo más parecido a lo de Nueva Zelanda. Pero estoy contando los días hasta que Trump deje el cargo. Han sido cuatro años increíblemente destructivos y las secuelas de las elecciones han incluido llamadas a la violencia por parte de él mismo y algunos de sus partidarios.

Una de las bromas de Clima es que una antigua profesora del personaje principal introduce en todas sus charlas sobre la crisis climática lo que ella llama «mensaje obligatorio de esperanza», con la intención de no espantar del todo a su audiencia. Escuchando a Offill, parecería que ella misma se forzara a no ser (al menos al cien por cien) la pesimista-realista que lleva dentro. Más allá de sus opiniones, a raíz del libro creó una página web con ese mismo título, www.obligatorynoteofhope.com, para compartir algunas ideas de activismo medioambiental y las historias de personas o colectivos que luchan por el cambio.

La actriz Natalie Portman es una de las fans confesas del libro, publicado en febrero en Estados Unidos.

P.- La protagonista de su última novela es bibliotecaria y usted ha dicho que, al menos en un primer momento, hizo frente a este preapocalipsis leyendo. ¿Sigue creyendo en el poder de la literatura como tabla de salvación?
JO.- Bueno… en realidad votaría que no, pero voy a decir que sí; al menos, eso espero. Los libros han existido durante mucho tiempo y parte del motivo es que nos permiten acceder a otro mundo, a otras mentes, y experimentar la vida que no tenemos. Creo que esa es la forma en que construimos empatía, el modo de expander nuestros pensamientos y horizontes. Especialmente en un momento como el actual, donde la gente puede estar tan polarizada respecto a ciertos temas (entre otros el debate climático) que resulta difícil incluso hablar de ellos abiertamente. Si lees una novela, de alguna forma tienes ocasión de mantener una conversación silenciosa en tu cabeza con el autor, no tienes que expresar tu opinión y tu punto de vista inmediatamente. Pienso que puede ser una forma más sencilla de experimentar formas diversas de ver el mundo.

P.- Eso último me recuerda a cómo en tus novelas aparecen la ciencia y sus experimentos como forma de observación, extrañada y escéptica, de la especie humana. ¿Qué le atrae de esa perspectiva científica sobre la realidad?
JO.- Siempre me ha interesado la ciencia. No tengo una mente muy matemática, así que no es un área que pudiera haber estudiado, pero leo muchísimo sobre biología, ciencias evolutivas, sociología y psicología. Sobre todo me atrae la idea de cómo los científicos tratan de montar esos complejos experimentos para medir cosas que son muy difíciles de medir. Hay algo que me fascina, como escritora de ficción, sobre el lenguaje formal que emplean al hablar de cuestiones emocionales. Me parece interesantísimo porque suena realmente extraño. También tengo debilidad por las pseudociencias, como en Departamento de especulaciones con esa idea de capturar las imágenes del alma abandonando el cuerpo. Creo que todos querríamos saber si el alma existe y qué pinta tiene, así que supongo que tengo debilidad por esa gente a contracorriente que intenta hacer de ello un procedimiento científico.

La autora se refiere a un pasaje de su novela dedicado al médico francés Hyppolite Baraduc, que en 1897 le cortó la garganta a una paloma para captar con su cámara el momento en que dejaba de vivir. Tres fragmentos después de este, Offill retoma su figura para concluir el capítulo de esta manera:

Baraduc decía que podía fotografiar las emociones. «Odio, alegría, dolor, miedo, compasión, piedad, etc. No hace falta una nueva sustancia química para conseguir esos resultados. Cualquier cámara normal puede hacerlo». Buscaba a gente emocionalmente agitada y les colocaba un papel resistente a la luz a unos pocos centímetros de la cabeza. Descubrió que una misma emoción producía una misma impresión en la placa fotográfica, pero que diferentes emociones producían diferentes imágenes. La rabia tenía el aspecto de un castillo de fuegos artificiales. El amor era una mancha difícil de ver.

 


Clima
Jenny Offill
Traducción de Eduardo Jordá
Libros del Asteroide
Octubre 2020
208 páginas
18,95 euros

 

Departamento de especulaciones
Jenny Offill
Traducción de Eduardo Jordá
Libros del Asteroide
Mayo 2016 (3ª edición)
172 páginas
17,95 euros

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