Horas críticas

Libros de la semana #171

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Estrellas vivas, de Berta García Faet y Juanpe Sánchez López [eds.] (Letraversal)

La premisa de este compendio poético es que sus autoras tienen en común una cierta cursilería; un concepto confuso y que se tiende a malentender, motivo por el que las editoras del volumen, Berta García Faet (Valencia, 1988) y Juanpe Sánchez López (Alicante, 1994), poetas a su vez e investigadoras académicas, proceden a aproximarse a una delimitación en su atípica —como su proyecto— introducción: una conversación a dos voces o una correspondencia que, como reflexión sobre la propia ars poetica, ya hacen de este libro una pieza singular y del todo recomendable. Lo cursi aquí no tiene, como ahí afuera, una connotación peyorativa, sino que alude a ciertos elementos estéticos que se perciben en registros muy diversos. La sentimentalidad «sin decoro» y la feminidad «insistente, hiperbólica» son elementos por los que destacan, así como «un afán de no reprimirse»; pero también hay autoconciencia y una vuelta de tuerca a la tradición, no tanto una mirada irónica como un juego desvergonzado y desacomplejado con los códigos tradicionales, ya sea desde la infantilidad, la fantasía, el humor o la erudición. Sin pretender erigirse en una muestra exhaustiva sino una puerta de entrada a este cosmos, Estrellas vivas. Antología de poesía cursi incluye a una docena de poetas entre las que se halla una nutrida representación de escritoras latinoamericanas y algunas jóvenes autoras españolas. Desde la argentina Fernanda Laguna («Quiero ser tan linda como ella / y antes de que te rías lo vomito: // Me voy a poner tus tetas. / Me voy a poner tu culo») al mexicano Luis Eduardo García («El kraken se disfrazó de algo parecido al amor // me ofreció su variedad de mucosas / y una soda helada»), pasando por la peruana María Belén Milla Altabás («Te ves bien chérie / pareces un balcón donde una mujer está a punto de suicidarse») o las españolas Alba Flores Robla («Sinceramente pienso ojalá algún día coincidamos borrachos / para poder contarte algo que vayas a olvidar») y Paula Melchor («Los novios como nosotros / necesitan las ciudades. / Nos gusta hacer muchos planes / y querer a mucha gente»), ambas sumando poemas inéditos a esta colección de versos fuera de toda norma y, por definición, extraordinaria. «Qué divertido», escribe Melchor, «hacer poemas que no importan nada». Y en esa despreocupación, ese espíritu lúdico e intencionadamente trivial, reside la potencia de una sorprendente recopilación de versos con la que sus editoras (autoras de libros recientes tan importantes como Corazonada y Superemocional, respectivamente) responden a quienes veían neocursilería en sus obras; a mucha honra, por lo que parece. Y es que, como dice García Faet, «nadie estamos a salvo de ser cursis»; y desde aquí deseamos que ninguna de nosotras se salve, y que las que saben hacerlo, lo (re)escriban orgullosas y brillantes.


El planeta de los hongos, de Naief Yehya (Anagrama)

Este ensayo se presenta como una historia cultural de la relación que la especie humana ha desarrollado a lo largo de la historia con los hongos, y en concreto con aquellos que tienen la característica de generar «condiciones mentales asombrosas» en quienes los ingieren. Un tema que podría parecer superado hace décadas (atrás quedan las revelaciones de los Huxley o Burroughs, el descubrimiento de Robert Gordon Wasson y Valentina Pavlovna) y que no obstante, según se expone en la presentación de esta obra, inspiró buena parte de las visiones y los hallazgos de la cibercultura no hace tanto. Ingeniero, narrador y ensayista, Naief Yehya (México D. F., 1963) era consciente al iniciar su proyecto de que este asunto a menudo está «infestado de charlatanería, pseudociencia, pretensiones new age y banalidades religiosas». Lejos de esa mitificación, El planeta de los hongos se propone a lo largo de sus páginas reflexionar sobre cómo sus sustancias psicotrópicas «pueden modificar nuestra perspectiva y transformar al individuo, a la sociedad y a la cultura»; cómo, desde la Edad de Piedra hasta Silicon Valley, sus efectos dieron lugar a una auténtica revolución intelectual. A partir de sus propias experiencias desde finales de los años 70, el autor mexicano recorre el acercamiento y los usos de estos «seres extraños» y «mágicos» que existen en todos los suelos del planeta donde hay vida; su inteligencia como organismos impredecibles que responden con ingenio al entorno, y su capacidad de cooperación; el efecto de su psilocibina, no solo en cambios químicos y conexiones neuronales, sino en la activación de pensamientos que, al combinarse con estímulos sensoriales, producen «estados inestables»; su vinculación al desarrollo cultural en el continente americano, desde los olmecas (de 1200 a 400 a. C.), y su posterior hallazgo por parte de los conquistadores españoles; la literatura que comenzó a narrar la experiencia alucinatoria de la ingesta, junto con la llegada del LSD a Occidente como vía de ruptura con la racionalidad materialista; el arte y las terapias en relación con la psicodelia, junto con la reciente apropiación por parte de la derecha libertaria como expresión de subversión; hasta, en fin, el «valle del ácido» y la corporativización de los psicotrópicos en Palo Alto, así como la llamada «ciberdelia» en sus aplicaciones de realidad virtual o aumentada. Todos estos temas caben en un estudio apasionante, erudito, con «una mirada escéptica y abierta» que le confiere gran lucidez y honestidad a la hora de abordar un tema tan enigmático. Al fin y al cabo, concluye Yehya, este recurso para derribar la barrera del ego y abrirse a experiencias trascendentales, a medio camino entre el lenguaje de la bioquímica y el de las emociones, seguirá existiendo cuando la humanidad se extinga. Quizá por eso «es difícil cuestionar la certeza de que este es el planeta de los hongos y nosotros tan solo somos visitantes». O sea: los extraños somos nosotros.


Espectros, de Vernon Lee (Duomo)

«La palabra fantasmas tuvo un efecto casi mágico; todos los campesinos italianos negaban con aspavientos conocer esa clase de cosas cuando se les preguntaba, aunque en ocasiones se referían a ellas sin querer». La colección «Dark Tales» de la editorial de raíces italianas Duomo recupera la serie homónima publicada por la British Library, todo un fenómeno internacional que rescata algunos de los relatos más aterradores de la historia del género gótico. En esta ocasión y tras haber publicado a finales del pasado año Presencias, vuelve a aparecerse en su catálogo Vernon Lee (1856-1935), versátil autora que, entre otros temas, dominó las historias de fantasmas. Como escribe en su introducción el bibliógrafo y editor Mike Ashley, los relatos de la escritora británica en torno a lo insólito no se parecen a los de ningún otro autor en este género por lo singular de su visión, y tienen que ver no tanto con lo sobrenatural como con las obsesiones (la disección psicológica que también hallamos en su amigo y admirador Henry James) acerca de cuestiones como «el pasado, nuestros recuerdos, nuestros deseos, nuestras esperanzas y nuestros miedos». Las enigmáticas fantasías que hallamos en estos cuatro relatos, escritos entre 1881 y 1905, responden a ese cierto «efecto de la imaginación sobre ciertas impresiones externas» que describía la propia autora en su ensayo Los bosques encantados, «esas impresiones manifestadas y personificadas pero de una manera vaga, fluctuante y en constante cambio». Más difíciles, pues, de fijar por los sentidos y, al mismo tiempo, más sugerentes e inquietantes en su confusión y falta de explicación racional. En todas ellas se percibe, además, la erudición y la sensibilidad hacia el arte de Lee: La aventura de Winthrop narra la historia de un joven pintor que queda paralizado por una pieza musical maldita; en La leyenda de madame Krasinska, su adinerada protagonista cae en una severa depresión que parece la venganza de la vieja pobre de un cuadro que fue objeto de su burla; Marsias en Flandes cuenta el maleficio derivado de un cristo crucificado; mientras que La hermana Benvenuta y el Niño Jesús, en fin, tiene como personaje principal a una monja que le escribe cartas al jesusito encerrado dentro de la sacristía. Un muestrario de cuentos insólitos y de rarezas sin parangón que demuestran la fama adquirida en su época por Vernon Lee como maestra del fantástico, gracias a su prosa singular y cautivadora, su imaginación desatada, su agudeza para el retrato de las oscuridades ocultas de la psique. Espectros reúne un póquer de historias de almas solitarias atrapadas en las tragedias del pasado, espacios sacros tomados por fuerzas destructivas paganas y jóvenes atormentados por el arte de sus ancestros. Lo que da miedo, verdaderamente, es el paso del tiempo, el misterio —fantasmal— en que nos sume hasta el punto en que nos preguntamos quiénes son los vivos y quiénes los otros.


Indignas hijas de su Patria, de Marta García Carbonell y María Palau Galdón (Institució Alfons el Magnànim)

Este libro editado el pasado año por la Institució Alfons el Magnànim de la Diputació de València, que ha alcanzado ya su segunda reimpresión, ha supuesto una verdadera recuperación del casi hoy extinto periodismo de investigación. Como relatan en una nota previa sus jóvenes autoras, Marta García Carbonell (Gandia, 1999) y María Palau Galdón (Bicorp, 1999), iniciaron este proyecto —sin saberlo entonces— en el último curso de la facultad de periodismo, mientras entrevistaban a las historiadoras Vicenta Verdugo y Mélanie Ibáñez. Ellas les descubrieron la existencia de una de las instituciones franquistas más longevas y desconocidas popularmente, el Patronato de Protección a la Mujer. Creado en 1941, supuestamente para tomar control sobre la prostitución, esta entidad y sus centros terminarían conformando una abyecta y subterránea red de espacios para la tortura, la represión y el castigo de las mujeres a las que se pretendía reformar moralmente según los preceptos del régimen. Centrado en las provincias de Valencia, Castellón y Alicante, Indignas hijas de su Patria, que se suma a algunos ensayos académicos previos en otras provincias, los libros de denuncia de Consuelo García del Cid, la tesis doctoral de la profesora Carmen Guillén y un artículo de la también periodista Andrea Momoitio (autora de otra brillante investigación en su libro Lunática), entre otras piezas citadas al inicio, tiene como gran virtud la de ofrecer un contexto general aplicable a todo el Estado y una visión integral de este terrorífico organismo: desde el modelo de ángeles del hogar implantado por la dictadura y su legislación sobre el ámbito doméstico; hasta los muchos motivos que justificaban el encierro de aquellas mujeres y la vigilancia de escándalos morales en entornos como salas de fiestas o playas; pasando por el entramado económico —público y privado— en que prosperó el Patronato frente a las condiciones infames de las internas; la «base pseudocientífica» propiciada por el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera como auténtica estrategia biopolítica; los talleres de reeducación de las mujeres caídas junto a la profesionalización de las guardianas de la decencia femenina o, finalmente, la descomposición de la institución. Ahí está uno de los hechos más sorprendentes de este episodio histórico: el Patronato sobrevivió al dictador hasta nada menos que 1985; no en vano, no es hasta ese cierre de su relato cuando sus coautoras anuncian con ironía: «Españolas, Franco ha muerto en democracia». La exhaustiva labor de documentación de García Carbonell y Palau Galdón se complementa con entrevistas a historiadoras que investigaron el Patronato y conocieron, como víctimas, sus modos de proceder. «Todo un cuerpo doctrinal misógino», como señala en su prólogo Esther López Barceló, «concebido desde la reacción contra los avances que había experimentado el feminismo en España durante los años de efervescencia republicana». Nos hallamos ante una obra imprescindible de memoria histórica y democrática de nuestro país que, en última instancia, busca «dignificar a aquellar jóvenes que fueron torturadas, reprimidas y encerradas con el fin de alcanzar un bien moral superior».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*