Horas críticas

Libros de la semana #4

Calle de sentido único, de Walter Benjamin (Periférica)

Hace unos meses se cumplieron 80 años desde que el filósofo, crítico literario y escritor Walter Benjamin se suicidara con morfina en un hotel del Ampurdán, para huir definitivamente de las garras nazis. Su pensamiento a contrapelo e indómito, el que le valió el destierro y la persecución, se exhibe en este libro de pasmosa modernidad, publicado por primera vez en el lejano 1928. El autor, que no en vano dedica el libro a su amor de entonces, la directora de teatro bolchevique Asja Lācis, defiende la inevitabilidad del activismo artístico: «La eficacia literaria relevante solo puede surgir en la estricta alternancia entre la acción y la escritura», aunque al mismo tiempo recuerda que de nada sirve imponer el propio punto de vista, dado que «convencer es estéril». Situada entre el diario, el ensayo poético y la colección de aforismos, esta obra reúne sus reflexiones fuera de toda horma sobre arte, política y estética bajo la óptica de su sagacidad y su imaginación. Son pensamientos breves pero amplísimos en su resonancia, como un sueño que nos persigue (y, de hecho, aquí aparecen varios de ellos).

Pero, de forma visionaria, las ideas de Benjamin se ciernen en torno a la vida material como la que disponía ya entonces el capitalismo del que la Escuela de Frankfurt, a la que él pertenecía, se mostraba tan crítica. En estas páginas, trata de descifrar el misterio o desmitificar el secreto de los objetos cotidianos, que «repelen de forma sutil pero insistente al ser humano». Por eso el coqueto volumen editado por Periférica está colmado, más que de grandes enseñanzas, de preguntas pertinentes sobre lo que rige nuestras vidas, incluso a día de hoy; aquel poderoso caballero: «De manera ineludible, el tema de las condiciones de vida, del dinero, se cuela en toda conversación«. El autor alemán se fija de modo particular en las cosas asociadas a la escritura y lo literario, desde el estilo mobiliario en las novelas a la transcripción de libros en la cultura china, el arte de la imprenta o el lenguaje de los sellos postales. Por el camino, nos deja un buen puñado de citas de esas que nunca veremos en una taza, por más que deberían recordarse en cada desayuno: «Ser feliz significa poder tomar conciencia de uno mismo sin llevarse un susto».

 

Hamnet, de Maggie O’Farrell (Libros del Asteroide)

En los años que siguieron a 1580, William Shakespeare y Agnes Hathaway tuvieron tres hijos en su hogar de Stratford-upon-Avon. Hamnet, el único varón, murió a los once años y, cuatro años después, su padre escribiría Hamlet. «Dos formas perfectamente intercambiables de un mismo nombre», como escribió el historiador literario Stephen Greenblatt en un artículo para el New York Review of Books, que es una de las inspiraciones de este libro. Pero tres décadas antes de eso, la escritora irlandesa (del norte) Maggie O’Farrell había sabido de este suceso, que era poco más que una nota a pie de página en las biografías de Shakespeare, al leer aquella obra legendaria en la escuela. Por eso decidió contar la historia de aquel hijo y de lo que supuso su pérdida, aunque en realidad Hamnet fija su atención en la madre, Agnes, y en ese matrimonio llevado hasta los mismos confines de la tristeza, transformada su relación de arriba a abajo. Significativamente, aquí William no es más que «el padre» o «su marido».

Lo que sí hace —de forma impecable— O’Farrell a lo largo de su novela es situar de fondo una serie de temas puramente shakespearianos con sutil trazo, dibujando además la silueta de la obra que haría inmortal al genial bardo. No obstante, a la autora no le interesa tanto la recreación ni la voz gruesa de la verdad histórica, sino más bien los inadvertidos efectos colaterales que la acompañaron. Escribe con un estilo urgente de frases cortas, casi onomatopéyicas en su sonoridad, y una constante afirmación del tiempo presente en el que se inscriben los hechos, como para que no quede duda alguna de que las tragedias solo ocurren de verdad en el momento en que se están viviendo, y no cuando se rememoran o se teme su llegada. Una novela hija de la empatía y la clarividencia emocional, con la que O’Farrell logró hacerse con el Women’s Prize for Fiction del pasado año, en el que compitió con autoras tan importantes como Bernardine Evaristo o Jenny Offill. El libro lo dedica «a Will», pero sin duda quien hizo posible que lo convirtiera en esta obra maestra fue Agnes, la madre que enterró a su hijo de once años y que no pudo cambiar una sola letra de su recuerdo.

 

Panfletos contra la emoción y el audiovisual, de José Luis Cuerda (Pepitas)

José Luis Cuerda, que en la fecha en que se publica esta reseña habría cumplido 74 años si en este mes no se hubiera cumplido también un año desde su muerte, dejó un montón de hijos de sus maravillosos personajes y diálogos, especialmente inspirados en la comedia de culto Amanece que no es poco. Además de eso, o quizá justamente por ello, la editorial Pepitas de Calabaza le ofreció un espacio de papel en el que dejar por escrito sus ocurrencias casi en tiempo real, que hoy día cobran aún mayor valor, cuando el hueco dejado en el humor y la imaginación nacional se hace más patente. Publicado originalmente en la revista Academia y ahora recuperado por el citado sello, en esta colección de panfletos el autor ironiza, desde el título, con el carácter beligerante de unos textos en los que arremete contra el sentimentalismo fácil que poblaba las pantallas en aquel 1997 (y desde luego, aún hoy): los sentimientos crudos —»como mucho, vuelta y vuelta»— guisados y entronizados. Un breve manifiesto sobre el cine y sobre lo que él consideraba, casi siempre con buen tino, que debía ser el cine.

Como complemento, este librito incluye una telefilmografía completa de Cuerda que consta de una veintena de fichas, una por cada obra que hizo, desde sus trabajos para los servicios informativos de Televisión Española a sus cortometrajes o sus producciones de mayor renombre, comentadas a través de un material inédito compuesto de cartas, extractos de textos y entrevistas que habían quedado olvidadas. Una muestra más de su condición de autor prolífico pese a que muchas de sus ideas no llegaran a materializarse, como una colaboración con Miguel Delibes para adaptar su novela El hereje, de la que tenemos noticia por primera vez en estas páginas. Y es que, aunque al genio albaceteño se le recuerde por sus películas, fue un pensador (en el buen sentido) de los que ya no quedan, con una amplia formación clásica que, en realidad, no escondía en sus más alocadas farsas. Un libro indispensable para todos los cuerdistas, que ayuda a entender su visión del mundo y particularmente de esta España en la que cada día que pasa parecemos revivir la imagen del sol saliendo por donde le viene en gana y de un guardia civil pegando tiros de indignación al aire. «La risa parece ser otra cosa. Pero, aun así, yo no aguanto la risa tonta«, dejó escrito.

 

Palabrería de lujo. De la ilustración hasta Houllebecq, de Toni Montesinos (Ediciones del Subsuelo)

Dice Vargas Llosa que la tradición literaria francesa tiene el vicio congénito de la palabrería. Y a ese severo juicio se agarra el crítico literario y escritor Toni Montesinos para armar este ensayo que se adentra, con natural curiosidad y ánimo entusiasta, en las profundidades de la historia de la literatura del país vecino desde el siglo XVIII a nuestros días. Para ello, opta por navegarla a través de una serie de momentos reveladores —aunque narrados desde una visión atenta a unos hechos hasta cierto punto laterales— y concentrados en breves capítulos que sobrevuelan acontecimientos como la Ilustración, la Enciclopedia, la Revolución Francesa, el dream team de escritores del XIX, el decadentismo, la Francia de las guerras mundiales y de la Ocupación, el 68, la Nouvelle Vague y los enfants terribles que llegan hasta hoy con el inefable autor de Las partículas elementales. Montesinos mezcla acertadamente hechos históricos y literarios con biográficos, en un jugoso juego de espejos entre episodios del pasado y acontecimientos bien recientes.

Se apoya el autor en abundantes citas de los propios escritores reseñados y testimonios de otros literatos, críticos o traductores, junto con una amplia bibliografía reciente, si bien su vocación no es nada enciclopédica, sino que se cifra más bien en hallar sencillas maneras de explicar lo que llevó a unos y otros a escribir sus inmortales contribuciones a la literatura moderna. A ese respecto comenta Montesinos que Borges, en una entrevista televisiva, decía que todos los países tienen a su Cervantes, su Shakespeare o su Goethe, menos Francia, que según él tiene muchísimos autores supremos. Así lo atestiguan estas páginas, donde figuran los Voltaire, Diderot, Rousseau, Madame de Staël, Chateaubriand, Balzac, Sade, Hugo, Flaubert, Baudelaire, Dumas, Zola, Maupassant, Rimbaud, Verlaine, Gide, Proust, Colette, Céline, Camus, Malraux, Barthes, Vian, Modiano o Le Clézio, entre otros. No obstante, el autor barcelonés confiesa que se quedaría con Michel de Montaigne, sobre todo por su capacidad y enseñanzas como lector, muy alejada del esnobismo y que, probablemente por esas ansias aperturistas, no le hacían tomar partido por unas firmas o por otras: «El autor que leo me parece siempre el más fundamental, creo que todos tienen razón». En cualquier caso, de Montaigne es importante destacar que siempre prescribía la lectura como forma de vida, defendiendo su fin último de «hacernos no cuerdos o buenos, sino enseñarnos cosas inútiles».

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