Horas críticas

El señor Camba, trotamundos

Las dos marchas principales del quehacer del humorista consisten bien en rebajar, cotidianizar, trivializar, o bien en enrarecer, extrañar y absurdizar. Ambas técnicas pueden ser compatibles en un mismo ejercicio cómico. Así, cuando el ojo del humorista pasa por la realidad y la transforma, nos deja más próximo lo que antes era lejano, o, al contrario, más delirante lo que era familiar. En el volumen Libros de viaje, del pontevedrés Julio Camba (1884-1962), tenemos un mixto de ambas cosas: la vida de los neoyorkinos, suizos o alemanes resulta un poco de nuestro barrio y, también, un poco de otro planeta. Camba emplea tanto los vínculos de lo cotidiano, como la lanzadera del absurdo.

Esta edición de la Biblioteca Castro incluye los libros del periodista en el extranjero, que contaba con esa loable capacidad del hombre de mundo para hablar un poco de todo con una cierta enjundia (como ocurría con el también gastrónomo corresponsal Josep Pla). Este volumen de más de 1.000 páginas está integrado exclusivamente por artículos de prensa, ya que sus libros de entreguerras no eran otra cosa que antologías de breves piezas de dos folios ya publicadas: Playas, ciudades y montañas (1916), Londres: impresiones de un español (1916), Alemania: impresiones de un español (1916), Un año en el otro mundo (1917), Aventuras de una peseta (1923) y La ciudad automática (1932). Antecede a esas páginas una biografía, desde luego muy bien informada, del especialista cambiano (y también, por cierto, barojiano) Francisco Fuster.

No es fácil ofrecer una visión sintética del conjunto de estos textos, de tema vario, y he de decir que tampoco he apreciado entre los títulos mentados algún desnivel, o, en el conjunto, un sentido de progreso, evolución o progresiva perfección, no. Entre Playas… y La ciudad automática la calidad es, me parece, siempre la misma. Sin duda, el aficionado a Camba disfrutará en todo momento con este grueso volumen, de cabo a rabo. Su estilo es jocoso, ágil, frivolón, pero culto; pródigo en machadas y provocaciones, sentencias humorísticas y observaciones pragmáticas, incluso peseteras (el dinero, aquí ubicuo), y en diálogos de viñeta con personajes heterogéneos del ancho mundo. Libros de viaje representa la fidelidad a una suerte de método de escritura y de humorismo, en 30 años y poco. Cada página es 100% cambiana, lo cual no es necesariamente bueno.

En el prólogo a las Aventuras de una peseta, escribe nuestro autor: «Nada es como es, sino como nos lo representamos, y el escritor, colocado ante una cosa cualquiera, o no la ve, o la ve en forma de artículo. La naturaleza, para él, es, efectivamente, un libro: un libro que va a escribir […]. El diabético convierte en azúcar todo lo que ingiere; el hepático lo transforma en bilis, y el escritor lo reduce a literatura, ya biliosa o ya azucarada. ¡Y aún hay quien aspira a conocer el mundo a través de los libros de viajes!» (701). Creo que esto describe bien el volumen todo. En efecto, estas páginas sobre impresiones del escritor casi siempre nos devuelven la imagen proyectada del autor, productor industrioso de artículos jocosos y sentencias paradójicas, como de un Chesterton que ha sustituido la cosmovisión teológica por la económica, la apologética por el cinismo de corresponsalía.

Veamos algunos hallazgos sueltos del señor Camba (naturalmente, uno lee el volumen entero y ya le da la sensación de ser un amiguete del señor Camba). Entre otras cosas, hay aquí un abundante compendio de caricaturas de tipos de la época. Como el citado autor inglés, Camba es magistral en la caricatura que, como el humorismo todo, si tenemos razón, extraña y mundaniza al mismo tiempo; absurdiza y desacraliza; aleja para acercar.

Comienza uno de los artículos: «El turista alemán es un hombre que se para ante las montañas y los lagos, las esculturas y las ruinas, y que dice: Kolossal!» (154). Otro comienzo: «Nueva York es una ciudad sin clima […]. Toda la temperatura de Nueva York es importada» (878). Son chascarrillos de humorista profesional hecho y derecho, como se ve; por eso, el volumen puede apasionar al fan, pero, el efecto puede ser tremendo en alguien que (como, por ejemplo, Julio Caro Baroja) no le pille el gusto a las jocosidades cambianas.

Un millonario americano que quiere comprar una catedral, piedra a piedra, o la Noche Buena como fiesta nacional del egoísmo inglés, o el mar, o la montaña, o los caprichos de la moda, o la esquiva identidad suiza, o los políticos… todo pasa por el tamiz del sentencioso humorista. La sentencia genera la gravedad, la concentración: cuando vemos dónde acaba esa seriedad sintáctica (invariablemente, en el disparate) se produce el contraste que nos desafloja. Yo creo que algo de esta seriedad descoyuntada se encuentra en Jardiel, Mihura, en Tip y en las cosas de La Codorniz.

Como formando parte de los informes del cosmopolita, está la propia España de la época a la que están dirigidos. Camba escribe desde y para un nosotros. Leemos: «Porque en España, ni hay amor físico, como en Francia, ni hay comida y bebida, como en Alemania, ni hay sport, como en Inglaterra. No hay nada; así es que la juventud española se ve obligada a darse de puñaladas y tirarse tiros constantemente» (473). ¡Bueno, bueno, señor Camba, ya será para menos!

 


LIBROS DE VIAJE
Julio Camba
Edición de Francisco Fuster
BIBLIOTECA CASTRO
(Madrid, 2023)
1.034 páginas
52 €

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