El arte de la biografía, de Virginia Woolf (West Indies)
Lectora compulsiva de libros que cifraban vidas, Virginia Woolf siempre detectó una fascinación irresistible en las biografías. Una obsesión que, como otras suyas, traduciría en reflexión y finalmente en un ensayo como el que nos ocupa: una de las cimas de su producción en este género del pensamiento escrito. Cuando ella misma emprendió la labor de biógrafa, tan a menudo, se encontró con un método no menos duro que el de la novela al traducir las emociones de sus personajes, con el fin de captar la esencia de figuras históricas que eran también individuos corrientes. En El arte de la biografía, publicado en 1939 y vertida ahora al español, por primera vez en su totalidad y de forma independiente (con traducción de Teresa Galarza Ballester), la escritora de Kensington reflexiona sobre el género y los elementos que lograrían elevar ciertos ejemplares a la categoría de obra maestra, de resonancia similar a la de cualquier clásico de la ficción. Era, por enconces, un arte relativamente joven y en expansión, pero lo bastante transitado para que la autora ya denostara el esquematismo de ciertas obras, llevándola a pensar «de tantas vidas escritas, ¡qué pocas sobreviven!». En estas páginas recomienda abandonar la visión superficial de la existencia, pues los hechos (documentos, cartas, testimonios) que constriñen la escritura de biografías y la convierten en «la más restringida de todas las artes» no deberían convertirla en un museo de figuras de cera. Para Woolf, por contra, las más interesantes sugieren «cicatrices y surcos en el rostro del finado», su verdadera personalidad subyacente, que su autor desentrañará solo si está dispuesto al hallazgo, a la sorpresa, no dando esa vida por terminada, aunque en efecto lo esté. Como muestra, la escritora británica comienza analizando las obras de su coetáneo —y colega de Bloomsbury— Lytton Strachey, quien de alguna forma sentó las bases modernas del género, superando la deformación de efigies a la que hasta entonces se lo había reducido. Aun con tendencia a la caricatura, el que fuera pareja de Dora Carrington pese a su homosexualidad logró que caracteres como el de la enfermera Florence Nightingale «vivieran como no lo habían hecho desde la época en que realmente estuvieron vivos». En los siguientes capítulos, Woolf reseña el libro Shelley; su vida y obra (1927), de Walter Edwin Peck, y hace semblanzas de otro autor romántico, Samuel Taylor Coleridge, así como de su hija, la poco afamada escritora y traductora Sara Coleridge. En este brillante ensayo, se pregunta qué es la grandeza y qué la pequeñez, y cómo dar forma a nuestros nuevos héroes y heroínas, con pasajes que parecen adivinar el futuro y contar el mundo de ahora: «[D]ado que vivimos en una época en la que miles de cámaras apuntan, mediante periódicos, cartas y diarios, a cada personaje desde todos los ángulos, se debe estar preparado para admitir versiones contradictorias de la misma persona. La biografía ampliará su alcance colgando espejos en rincones extraños». Espejos en rincones extraños, ya lo querríamos algunos como título de la nuestra.
Editar y traducir, de Roger Chartier (Gedisa)
Este libro se propone el objetivo, tan sencillo como ambicioso, de «entender la relación entre las obras y sus textos», es decir, cómo estos han ido evolucionando en el tiempo, en base al modo en que eran leídos y comprendidos. La obra literaria, digamos como premisa, no puede ser considerada como esculpida en mármol. Roger Chartier (Lyon, 1945), uno de los más reputados historiadores de la cultura del libro y la lectura, transcribe aquí lo que en origen fueron conferencias que impartió en el Collège de France —donde es profesor emérito— y las universidades de Pennsylvania y Brasilia/São Paulo. Señala en su prefacio que la oscilación entre oralidad y escritura que sugieren estos textos supone un ejemplo de su movilidad y su materialidad, objeto central de este ensayo y cuestiones que, según su tesis, se hallan en el centro mismo de la geografía literaria moderna. El académico francés desbroza tales conceptos a partir del estudio de las autorías (reales, anónimas o camufladas en pseudónimos) y los géneros, las traducciones y las adaptaciones, las variantes entre ediciones diversas, las correcciones o las intervenciones posteriores a su publicación. Para ello, recorre en estas páginas las nociones de retórica, ficción e historia, la «verdad de la ficción» en contraposición a la «poesía de lo real»; el efecto que traducir una obra ejerce sobre su sentido, y el ejemplo en obras de Baltasar Gracián y Baldassar Castiglione; la aludida «movilidad textual», reflejada en el Don Juan de Molière y sus mutaciones como cuento o mito en sucesivas reescrituras y censuras; la transmisión de la obra de Shakespeare, de los pamphlets a la encuadernación, pasando por las citas en recopilaciones de «lugares comunes» y sus «bellezas» de autor venerado; el encuentro «no recíproco» entre el bardo de Avon y Cervantes, imaginado por Anthony Burgess y que evocaba la imposibilidad de diálogo; Voltaire, quien al verter el famoso monólogo de Hamlet y sus «monstruos brillantes» al francés, reivindicaba las libertades que se tomó y servía de precedente a otros muchos traductores; la consideración de Dios como editor-corrector, «la criatura humana descrita como un libro y la vida y la muerte entendidas como ediciones sucesivas» de una misma obra, por el autor brasileño Joaquim Machado de Assis. Un volumen tan erudito como apasionante, en el que Chartier demuestra que la producción editorial implica distintos elementos que contribuyen a los diversos significados de las mismas obras, y que la traducción y lo intraducible son temas esenciales en la historia de la cultura. Editar y traducir, viene a decirnos, son actos que se enmarcan en momentos concretos, del mismo modo que escribir o leer. Y acaba con una reflexión de actualidad sobre las implicaciones de esa condición voluble y mutante de la obra literaria, y es que la hacen digna de ser corrompida o tergiversada en cada contexto: «La historización de estas prácticas hoy, en una época en la que, en todas partes del mundo, es tan poderoso el deseo de reescribir el pasado para justificar las crueldades del presente, no puede olvidar esta realidad».
La guerra de las plataformas, de Carlos A. Scolari (Anagrama)
Detrás de cada nuevo anuncio de Netflix de un cambio en sus condiciones de contratación o en sus modalidades de suscripción, como en las de cualquier otra plataforma de contenidos actual, no hay solo una intención de lograr más adeptos y aumentar la rentabilidad del negocio, sostiene el autor de este ensayo. Catedrático de comunicación en la Universitat Pompeu Fabra y autor de otros lúcidos estudios, como Ecología de los medios o Cultura snack, Carlos A. Scolari (Rosario, 1963), aplica a este tema tan debatido una amplitud de miras necesaria en estos tiempos de juicio rápido, en los que todo parece disruptivo, inminente y definitivo, pero falta capacidad de interpretación —para una posible reacción—. La clave reside en encuadrar los peligros del ecosistema mediático actual en una perspectiva histórica que nos haga ver el presente como un episodio más en una serie longevísima sobre el control de la transmisión de conocimiento y de una determinada narrativa: detentar el relato, moldearlo favoreciendo a ciertos intereses, garantiza la hegemonía política y económica. La más evidente hoy, la hegemonía audiovisual de los gigantes (HBO, Amazon, Disney, Apple…), no es en absoluto nueva, más bien ha cambiado la carcasa. Desde la rivalidad entre soportes de escritura a la de los modos de producción, pasando por los estándares tecnológicos o los sistemas operativos informáticos, estas luchas siempre han estado ahí, más o menos latentes. El autor argentino abre estas páginas aludiendo a lo que denomina «fósiles mediáticos», del fonógrafo de Edison al primer Mac concebido por Jobs y Wozniak, del Sony Walkman al Commodore 64, cacharros que devuelven el eco de antiguas batallas y nos llevan a creer que «todo medio pasado fue mejor». Su análisis parte del conflicto entre Egipto y Pérgamo, la guerra de las bibliotecas y el tránsito del rollo al códex; continúa con Gutenberg y las biblias impresas, los tipógrafos y los inquisidores, hasta llegar a los «alquimistas de la imagen» y la regulación de los derechos de autor en el cine; para desembocar en el duelo de navegadores web, las llamadas streaming wars, los «delirios faraónicos» de los grandes magnates de la comunicación como Zuckerberg o la amenaza de las redes sociales chinas. Lo que ha cambiado son las dimensiones de los conflictos a que han dado lugar, que han pasado de la rivalidad a las estrategias geopolíticas donde empresas y estados se juegan el dominio del tablero en cada decisión que afecta a estas plataformas: Estados Unidos se gobierna en Twitter, la invasión de Ucrania se libra en TikTok. Según Scolari, el capitalismo de plataformas (que trasciende la comunicación social o el consumo audiovisual/musical para implantarse en el transporte, la salud, la distribución, etc.) presenta un panorama múltiple y complejo, si bien a todas les une «el amor por los datos personales y el espanto que generan por su avidez monopolista». Pero hace bien el autor al señalar que el apocalipticismo digital no es menos absurdo que certificar la muerte del texto impreso, y que también hay que reconocer en las plataformas «aceitadas máquinas de comunicar» que han demostrado mantener vínculos sociales en tiempos duros como los pandémicos. Ni paraíso ni infierno, como nos enseña la historia de todas las revoluciones mediáticas, incluida la próxima que se anuncie.
Envoltura, historia y síncope, de Isabel de Naverán (Caniche)
Este libro trasciende el retrato biográfico del icono que representa hoy Antonia Mercé La Argentina (1890-1936) para erigirse en reflexión sobre la transmisión encarnada en la danza, a través del movimiento y del cuerpo «como lugar de emergencia de la historia»; el propio y el de otros, porque quien baila lo hace poseído por quienes le precedieron. La virtuosa bailarina de danza popular y flamenco fue la primera artista condecorada por la Segunda República y la primera en morir tras su brusco telón, pues su corazón sobrevivió apenas unas horas al inicio de la guerra fratricida. Isabel de Naverán, investigadora y comisaria de proyectos vinculados a la coreografía y la performance, interpreta las imágenes de esa doble suspensión de la vida —la de La Argentina y la del país— en un ensayo teselado que camina arriba y abajo por el tiempo. Muestra cómo su figura y su obra dialogan con piezas de Duchamp, Lorca o Stein, cómo se espejan en bailarines que replicaron sus gestos, como la malagueña Rocío Molina o el japonés Kazuo Ohno, quien tras verla actuar en 1929 abandonó su carrera de gimnasta para dedicarse a la danza y alumbrar más tarde el género butoh. Inspirada por los teóricos Pedro G. Romero, André Lepecki y Victoria Pérez Royo, entre otros, la autora detecta la esencia de la memoria en ese «tejido conectivo» que nos hace revivir otras voces y compartir el destino de quienes ya no están pero dejaron su estela. Un libro desaconsejado para todos aquellos que se asustan ante la abstracción y solo se dejan guiar por la inmutabilidad del canon, pero altamente recomendable para cualquier fan o aficionado al arte, la danza y la expresión corporal como espacios libres para la reflexión y la crítica.
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