La escritora vasca Luisa Etxenike se hizo con uno de los principales galardones de la pasada edición de la Semana Negra de Gijón gracias a Llevar en la piel (Nocturna, 2024), obra que firma con heterónimo y que cabalga entre variables que seducen al lector desde el arranque de su propuesta gracias a la investigación de un crimen que permite a Etxenike poner en el centro del debate público asuntos siempre resbaladizos para una sociedad firmemente acostumbrada a evitar las embestidas de la complejidad: relaciones sexuales que no atienden a la diferencia de edad, qué significa todo esto de la identidad y la representación de los géneros en el espacio público son algunos de los elementos sobre los que apoya esta ficción que destaca, en lo formal, por la presencia de diálogos eléctricos e imágenes evocadoras que se comprenden desde una mirada cinematográfica.
Comencemos esta conversación sobre Llevar en la piel, Premio Memorial Silverio Cañada 2024 de la Semana Negra, abordando el mapa del género negro generalista, en nuestro país, un género bastante voluminoso, en el que parece tener cabida absolutamente todo. En respuesta a esta inercia obediente, que da espacio a autores y autoras que renuncian al vuelo alto: tu escritura. ¿Qué opinión te merece la narrativa negra patria?
Las etiquetas siempre me parecen prisiones y si hay un género aprisionado por su etiqueta es precisamente el de la novela negra. El género tiene efectivamente unas constantes: crimen, investigación, la figura del detective… Pero es muy importante no convertir esas constantes en clichés que son como plagios repetidos una y otra vez. Y creo que lo que estamos viendo es precisamente una literatura negra contra el cliché, que se expresa en singularidades, que no descarta la ambición y la imaginación formales, que no descuida el lenguaje…El género negro está muy lastrado por los prejuicios y hay que dedicarle cada vez más una mirada y una lectura desprejuiciadas para apreciar todo lo bueno y original que se está haciendo.
En tu anterior trabajo, Cruzar el agua, el lenguaje adquiría un protagonismo esencial, ya no sólo por el cómo decides contar esa historia, sino por el propio músculo que el lenguaje otorga a la ficción y obliga a mirar debajo de cada página. ¿Cómo trabajas el ejercicio del lenguaje y qué te solicita como creadora?
Mercè Rodoreda decía algo que parece una obviedad y que, sin embargo, tiene un sentido diría que más que profundo, radical; decía que «una novela son palabras». Efectivamente una novela son palabras y el arte de escribir es el arte de elegir bien esas palabras, para que sean lo más justas posibles. Justas en el sentido de precisas y también en el de adecuadas. A mí me importa mucho que en mis novelas el lenguaje sea justo, coherente con los personajes, con el tono que he elegido, con el desarrollo de la trama y los temas…Y justo también en el sentido de responsable estética y éticamente.
La literatura debe implicarse de algún modo con la belleza que para mí está en lo insólito, lo fresco, lo que aparece como recién nacido. Y la ética, en la sinceridad a la hora de expresar las cosas. No digo en la verdad, porque yo escribo ficción, sino sinceridad, ausencia de impostura, de adorno vacío, de maquillaje formal. Me importa que el lenguaje permita alcanzar un conocimiento sutil y al mismo tiempo lo más complejo posible de los personajes, de sus tensiones y transformaciones…Y que cree también una armonía, una música que recoja y empuje al sentido. Yo escribo mucho de oído y muchas veces sé que he alcanzado esa justeza, simplemente porque la frase suena bien.
Comencemos a transitar por la historia que nos ofreces en esta novela. Antes de abordar la complejidad de los pilares sobre los que asientas esta ficción —la intimidad, lo corpóreo, la esencia del erotismo, la memoria, la doble vida— hablemos de la foto ampliada. Llevar en la piel es una novela que bebe de la elegancia del mejor género, huye de estereotipos y exige al lector una presencia constante en la historia. Y la presentas con un heterónimo, Antonia Lassa. ¿Qué consideras que están aportando algunas escritoras a la disciplina?
La historia de las mujeres escritoras siempre ha sido una historia de lucha por ocupar un espacio que, de una manera u otra, se les negaba o al que tenían que acceder por caminos llenos de obstáculos. Ha sido también el de la conquista de una perspectiva y de una voz propias. La conquista del decirse. No es lo mismo decir que ser dicha. Y creo que esa lucha ha dotado a la escritura de las mujeres de una particular energía y calidad, de una particular agudeza en la mirada. Muchas autoras han sido y son faros que ponen luz donde había y hay sombra. La sombra de la injusticia, la opresión, el prejuicio, el silenciamiento, el cliché… Y esa luz ha introducido una réplica formidable a todo ello. Y con ellas, o gracias a ellas, la literatura ha multiplicado sus temas, sus intereses, sus texturas y sentidos. Y también con ellas han crecido las posibilidades formales. Las mujeres han introducido e introducen nuevos ángulos, nuevos atrevimientos expresivos. Otras interrogaciones.
Conforme la lectura acontece, vas presentando los elementos de la ficción negra más clásica; la presentación de los distintos personajes a los que acompañamos —Gassiat, Cannonne, Larten… — se realiza desde la insatisfacción con la que cada uno ha aprendido a vivir. ¿Aprenden a convivir con ello o buscan su némesis?
En la construcción de los personajes siempre me importan dos dimensiones. La psicológica, es decir, cómo esos personajes se relacionan consigo mismos, cómo se ven, cómo se hablan interiormente. Pero también la dimensión moral, es decir, la de su actitud frente a los demás; si son empáticos o, todo lo contrario; crueles o generosos; atentos o indiferentes… En ‘Llevar en la piel’ podríamos decir que hay de todo. Pero me importaba presentar a los personajes en una relación dinámica consigo mismos y con los demás, en movimiento; que no salieran de la novela como habían entrado. Su diálogo íntimo les permite ir modificando su relación con los otros; y a la inversa, su roce con los demás les abre posibilidades de conocimiento de sí mismos. Todos los personajes principales están, entre ellos, en una forma de relación especular. Y a veces, el espejo que es el otro les devuelve una imagen reconfortante. Y en otras ocasiones, por ejemplo, en el caso del Comisario Canonne, la imagen que recibe es poco agradable y actúa en él como un resorte que le empuja a la reflexión y a la autocrítica. Para todos los personajes, los otros son algo así como instrumentos de lucidez, más o menos incómodos, más o menos dolorosos… pero que tienen sus compensaciones. La lucidez les hiere, pero les permite cambiar, adentrarse por caminos nuevos, estimulantes.
Habitamos una sociedad en la que el sexo se ha distanciado de las habitaciones de lo íntimo y está permanentemente exhibido, vendiéndose con un precio demasiado bajo. En tu libro, las relaciones sexuales son pilar fundamental y se comprenden desde un deseo libre y poderoso que, además, guarda relación con lo que somos. ¿Qué perdemos el deseo es impostado?
Hablaba, hace un momento, de la sinceridad; y me parece esencial que en una novela nada, ni el lenguaje ni las imágenes, ni las situaciones sean clichés que banalicen lo que están tratando. El deseo y el sexo son una parte fundamental de Llevar en la piel, el motor de su trama. Pero se expresan de un modo discreto, en ausencias. Creo que en un mundo saturado de imágenes sexuales redundantes- y muchas veces degradantes- lo que aumenta la potencia expresiva no es la presencia (más imágenes) sino al contrario, la ausencia, que nos obliga a imaginar, a (re)construir mentalmente las escenas…
Por otro lado, el deseo de la novela es, podríamos decir, contracorriente, escapa de los esquemas más convencionales de la sociedad; es un deseo distinto que tiene que abrirse paso, que luchar contra prejuicios, discriminaciones, juicios sesgados… En ese sentido, el deseo en la novela tiene también dos dimensiones. Una íntima, esa gran fuerza que el placer les aporta a los personajes. Y otra, política, reivindicativa. En ‘Llevar en la piel’ es deseo es sinónimo de libertad y los personajes la defienden públicamente tanto como defienden privadamente su placer.
Esa realización de ser uno mismo a través del deseo propio, que desarrollas en la historia a través de distintas líneas narrativas y personajes, te permite reflexionar sobre los prejuicios heredados y que mantenemos vivos en nuestro presente. Nos haces mirar hacia los márgenes, posiblemente, donde la vida sea más vida.
Antes hablaba de la escritura de las mujeres y del gran ímpetu que el vivir en los márgenes o marginalizadas durante mucho tiempo le ha dado a su literatura. En este sentido, quiero insistir en la dimensión política de Llevar en la piel que es una novela contra el prejuicio; una novela negra que trata de crímenes, de esos que dejan cadáveres y necesitan investigadores y forenses… Pero que también habla de esos otros formidables criminales que son los prejuicios que pueden literalmente matar, arruinar la vida de muchas personas. Ésta es una novela contra esos prejuicios criminales que tratan de impedir que las personas que quieren vivir, florecer fuera de las normas establecidas, puedan hacerlo.
Llevar en la piel es una novela de personajes que se salen de los tiestos marcados en relación con la identidad, el deseo, la actitud frente al paso del tiempo… Mucho del deseo del que habla la novela se da entre mujeres mayores y un hombre joven. Y ese deseo ellos lo viven desprejuciadamente. Por eso, la novela es también y, esencialmente, una rebeldía contra uno de los prejuicios más crueles, por más desatendidos, de nuestra sociedad: el edadismo. Las discriminaciones por edad se expresan a diario, muchas veces brutalmente, y la novela las saca a relucir y las combate. Las personas mayores son un patrimonio a defender, una extraordinaria y fértil riqueza; y no hay que presentarlas como una carga.
El arte, la creación, la evocación de la palabra a través de las conversaciones entre amantes, son cuestiones importantes en la construcción de la complejidad de Llevar en la piel. Si renunciamos a ese modo de estar en el mundo, ¿de qué somos responsables?
Las conversaciones me parecen valiosas porque son espacios de expresión, pero también y, sobre todo, oportunidades para la escucha. Los diálogos en esta novela, y en otras que he escrito, son extremadamente importantes por eso, porque sitúan a los personajes en una forma de disponibilidad para la escucha; y de confianza también en que van a ser escuchados. Las buenas conversaciones-escuchar y ser escuchados- son para mí sinónimos de civilización porque permiten, posibilitan el conocimiento, la empatía, el intercambio de ideas…
Vivimos en un mundo donde básicamente no se escucha ya; y he querido que en la novela los personajes se escucharan mucho, y a través de esa escucha aprendieran a respetarse. Lo que nos lleva a otro tema que también está muy presente en el libro y que es el de la admiración. Algunos de los protagonistas reconocen y aprecian a sus maestros y maestras de vida. Decía Deleuze que estamos enfermos de no saber admirar. ‘Llevar en la piel’ es novela sana en ese sentido, la admiración encuentra en ella mucho espacio.
¿Qué dice la piel de nosotros?
La piel, que ya sabemos que es el órgano más extenso del cuerpo humano, es extraordinariamente elocuente. Habla de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad, porque es muy fina. Y al mismo tiempo, expresa nuestra fortaleza, nuestra capacidad de regeneración. Ver cómo una herida se cierra y no deja rastro es una poderosa metáfora de lo que podemos/podríamos hacer, un formidable estímulo vital. Y naturalmente la piel es un gran receptor y un gran trasmisor. Algo así como un balcón que deja salir y entrar las sensaciones, las emociones, los sentimientos… La piel habla de nuestro amor, de nuestro dolor, de nuestro estado de salud, de nuestras sorpresas y alegrías…Y en la novela, la piel es también la pasarela privilegiada para el contacto con otra piel, para la comunicación íntima con el otro.
Y en esta novela negra la piel es, desde luego, el motor de la intriga; de una intriga que tiene también una dimensión política. Porque la piel es el territorio donde se expresa la violencia; el campo de batallas contra el envejecimiento. El rechazo al envejecimiento es otra de las tiranías de nuestro tiempo; y, como todas las tiranías, tiraniza mucho más a las mujeres. ‘Llevar en la piel’ pone también, trenzándolo con la trama criminal, ese tema sobre la mesa.
También ofreces, al lector, una profunda reflexión sobre el recorrido de las heridas en nuestras biografías…
Claro, porque la piel nos acompaña toda la vida y es, en ese sentido, el manuscrito en el que se va registrando todo lo que nos sucede. Está claro que no es lo mismo la piel de un niño que la piel de un anciano, de una persona «atravesada por la vida» como dice uno de los protagonistas.
La piel de las personas atravesadas por la vida está llena de indicios, de huellas, y he construido gran parte de la intriga en su investigación. Una piel así es compleja, matizada, difícil de comprender… su expresividad no se agota. Algunas de las mujeres protagonistas de la novela son ancianas; su piel es frágil y al mismo tiempo extremadamente fuerte porque recoge la libertad de su deseo y de su placer vivos.
Culminemos esta conversación con la última frase del libro, profundamente bella y evocadora: «esta espléndida persistencia de la vida». A pesar de todo, la vida siempre se abre camino, ¿no?
Sí, y esa frase conecta con otro de los protagonistas de la novela que es el vino. Albert Larten, que es un investigador muy especial, es también un experto en vinos y va a plantear su pesquisa como una cata; aplicándole, como a una degustación, los cinco sentidos.
La persistencia en la boca es un signo de la complejidad de un vino, una expresión de su personalidad. Y en la novela esa largura no sólo tiene que ver con la vida larga de algunas protagonistas, sino que es una metáfora de la formidable y gozosa resistencia y rebeldía del deseo y el placer de esas mujeres.