
Para hablar y reflexionar sobre la crítica, qué mejor manera que hacerlo de forma dialogada, colectiva, contrastada. Porque la crítica, aunque se haga de forma individual, siempre es colectiva en su origen y en su aspiración.
No puedo dejar de preguntarme qué diría nuestra colaboradora habitual en consonni, amiga y confidente harriet c. brown. Suele contar que uno de sus primeros aterrizajes a esto que llaman vida o realidad fue cuando la actriz Greta Garbo quiso huir del mundo del celuloide y adoptó un nombre similar al suyo, pero distinto. Parece ser que en los años cuarenta, la Garbo se mudó a Nueva York y se hizo llamar Harriet Brown. Y de alguna manera nuestra querida harriet nacía así. Como seudónimo, un nombre falso, una contraseña en ascensores secretos y puertas traseras que la gran estrella de cine utilizó para huir y procurar vivir de una manera discreta. Como en aquellos versos de la poeta Mercedes Acosta: «Nunca lograrán someterme / Ni comprender el verdadero secreto de mi ser». Vuelve nuestra amiga como harriet c. brown, una variación de aquel personaje, aquella ilusión, aquella coartada con una consonante que la hace particular. Y en minúscula porque no es importante quién es, sino lo que cuenta.
Si yo le preguntara por la crítica, me diría que no podemos esperar de la crítica que nos acerque a la verdad, que no es ese su objetivo. Que a la verdad nos puede aproximar con más eficacia la ficción, como diría su admirada Virginia Woolf. Si para Woolf la ficción es como una dama inquieta que no se deja atrapar con facilidad, para harriet la crítica sería una potra salvaje que en el oleaje no pierde el sentido. Y entonces yo dudaría si me está tomando el pelo. Me explicaría harriet, con paciencia, que para Woolf la naturaleza escurridiza de la ficción la lleva siempre a explorar territorios nuevos, a desafiarse a sí misma, a expandir sus límites con curiosidad infinita. Agarrándome las manos, sonriente, harriet me diría que de la crítica debemos esperar que haga temblar el suelo que nos sostiene. Más hoy en día, cuando lo que queda es solo puro relato, me diría. El relato que aspira a ser verdad muchas veces es el que se destaca y, si son mensajes de odio, se mercantiliza y se expande, le contestaría yo. La crítica debe tener una capacidad desactivadora de estos discursos, convenimos en nuestra conversación. Debería conseguir chocar contra esos relatos y hacerlos estallar por los aires hasta convertirlos en fragmentos microscópicos que terminan evaporándose. Convertidos en aire, los seguimos respirando, y así la crítica se convierte en imprescindible alimento para sostener la vida y construir imaginarios de un mundo con más sentido.
Siguiendo con su explicación y comparación con un animal desbocado, que ha sido además la canción del verano, harriet me recordaría aquello que Peio Agirre sostiene en su libro La línea de producción de la crítica, que analizaba la situación actual donde la crítica se encuentra en una encrucijada. La crítica hoy en día tiene más cauces de difusión que nunca; cual canción del verano, tiene la oportunidad de escucharse y bailarse hasta en la verbena de un pueblo de la España más vaciada. Dice Peio, y me leería harriet, en un fragmento de su libro: «No es exagerado afirmar que nunca antes la cantidad de crítica (en todas sus variantes, que incluyen la crítica de arte, literaria y cinematográfica, por mencionar solo algunas) ha sido tan abundante e insólita —en medios escritos que van desde revistas especializadas a académicas, catálogos de exposiciones, libros teóricos, suplementos culturales y periódicos de todo tipo, y sobre todo en Internet— y que no por ello, aunque nadando en la cantidad, la crítica pasa por su mejor momento. Extraña contradicción, cuanto mayor parece su expansión más pobre se nos presenta. Este es uno de los rasgos de la posmodernidad misma, allí donde la sobreabundancia de narrativas no testifica sino el ocaso de las grandes narrativas o meta-relatos».
La complicidad de la crítica con la industria cultural es ya un hecho, y la gran duda que se plantea Aguirre y que me trasladaría harriet siguiendo con su metáfora un tanto irónica, es si en ese marco de alianza con la industria cultural puede la crítica alcanzar sus aspiraciones transformadoras. Me recordaría harriet además, por ir añadiendo ingredientes a la cuestión, que Ianko López sostiene que la crítica objetiva es un oxímoron, y desde ahí harriet me hablaría de la necesidad de empaparse, de calarse hasta los huesos. En esta apuesta por la subjetividad, los feminismos son una fuente de reflexión y aportan la capacidad de autocrítica. El sujeto de feminismo es, de hecho, el proyecto de transformación radical de la sociedad en su conjunto, tal y como afirma Paul B. Preciado. Así que la crítica a través de los feminismos quizás puede sostener sus objetivos de transformación.
Esa criatura mutante y policéfala que es la editorial consonni, que nos cruza y envuelve a harriet y a mí, se mueve entre la crítica cultural y la cultura crítica. El término «crítica cultural» lo empezamos a adoptar tras publicar a Lucy Lippard, ya que ella defiende ese concepto más amplio que el específico «crítica de arte», y sobre todo lo desarrollamos a través de una colección de libros, «Paper», que pretende reflexionar sobre la misma producción cultural. Por otro lado, la idea de «cultura crítica» tiene mucha influencia por parte de Donna Haraway. Seguir con el problema de Haraway es el primero de otra colección de libros, «El origen del mundo», y marca una línea de trabajo y una hoja de ruta en la editorial. Por ejemplo, decidimos que en la misma colección convivieran la ficción y el ensayo, porque nos parece importante desbaratar los géneros, también los literarios, y por defender la capacidad crítica de la ficción. Esa dama inquieta en constante curiosidad que puede cabalgar cual potra salvaje para hacer temblar el suelo que nos sostiene. La ficción tiene una capacidad transformadora muy potente, ya que puede entretener y al mismo tiempo transmitir una perspectiva crítica, reflexiva. Por ejemplo, la novela Identiti de Mithu Sanyal, con mucho sentido del humor, es un poderoso manual de antirracismo; y La última casa de Arantxa Urretabizkaia, una muy fina reflexión sobre la vejez, intentando alterar el estereotipado relato existente. Así como los relatos de La Santita de Mafe Moscoso son una reflexión sobre los efectos culturales del colonialismo, y la novela Pómulo y lejanía de Stefanía Caro es un análisis poético sobre la danza.
Nuestra amiga harriet es, obviamente, una gran defensora de la ficción como transmisora de crítica, por lo que daría un salto al frente y me hablaría muy vehemente de la necesidad de recuperar los medios de transmisión para no perder el pie. Como dice Marta G. Franco, la decadencia de las plataformas sociales comerciales ha avanzado de manera proporcional a la percepción de que son un problema para la democracia. La periodista nos recuerda que tiene que haber vida más allá de esas plataformas comerciales: se está por fin hablando de que necesitamos dotarnos de infraestructuras digitales como servicios públicos. En su libro Las redes son nuestras, G. Franco va más allá y afirma que «tenemos, incluso, que reconceptualizar la propia idea de tecnología: darle una vuelta a la vieja noción de qué es, o no, el desarrollo, revisar quiénes están detrás de la propia invención de las redes, pensar maneras en las que el diseño de lo que venga esté más participado y más ligado a las necesidades reales de las comunidades afectadas. Toca salirnos de los raíles que han sido instalados para las locomotoras de los señores multimillonarios que vamos a ver descarrilar. Construir otros caminos donde vayamos más cómodes. En las hibridaciones de les hackers con los movimientos feministas, decoloniales y de justicia climática hay mucha iniciativa y mucha fuerza para imaginar bienes comunes digitales».
Y ahí, en esa hibridación donde se cuestiona desde el medio hasta el contenido y la forma del mensaje, es donde la crítica seguiría vivita y coleando. Un caldo de cultivo imprescindible. Así podemos imaginar un mundo menos incierto, mostrando que no solo son rentables los discursos de odio, sino también las historias luminosas y transgresoras. Con estas últimas disquisiciones, nuestra amiga harriet se alejaría tarareando el estribillo de la cancioncita del verano, bailando y saltando con un vestido blanco que se movería a su ritmo y al del viento.
María Mur Dean (Pamplona, 1977) es directora de la editorial y espacio cultural independiente consonni, proyecto dedicado desde 1996 a la cultura crítica, y que hoy día la amplifica en libros y otros formatos creativos, con los feminismos y la escucha como base. Licenciada en Sociología y Ciencias Políticas, investiga y utiliza la palabra escrita, hablada o incluso silenciada en diversos soportes y medios, contribuyendo en debates sobre las posibilidades de la cultura de crear esfera pública.