Entrevistas

Javier Polo: «Son los excéntricos quienes acaban descubriendo nuevas formas de arte y de vida»

Entrevistamos al director de una de las películas del año, «El misterio del Pink Flamingo», capaz de devolverle el color (rosa) a este gris 2020. Un viaje docuficcional protagonizado por el musicólogo Meneo y por artistas del kitsch, entre los que brilla el enorme John Waters, que se han dejado llevar por el espíritu de esta extravagante ave para triunfar siendo ellos mismos

«Nadie puede aburrirse viendo un flamenco. Así que… sé un flamenco»
(Allee Willis en El misterio del Pink Flamingo)

 

Fotograma de «El misterio del Pink Flamingo» (© Japonica Films).

Resulta difícil decirle que no a una película cuyo principal argumento y reclamo es ese animal popular y al mismo tiempo exótico conocido como flamenco. El misterio del Pink Flamingo (2020, Japonica Films) traza una suerte de ensayo personalísimo sobre la figura de esta extravagante ave fénix renacida al color, y su triunfo como icono cultural e inspiración de las creaciones más desprejuiciadas y majaras. Tocada por tal espíritu, esta sorprendente y vitalista docuficción sigue logrando pasear su contagiosa excentricidad por salas de cine, plataformas digitales y festivales internacionales, tras su frustrada presentación mundial en el mítico South By Southwest de Texas, cancelada el pasado mes de marzo, en pleno subidón de coronavirus. Pero ni siquiera eso nos ha impedido disfrutar de una de las películas que, a buen seguro, más se recordarán de nuestra producción nacional en este año gris.

Con ese tono —simbólico y literal— comienza el relato de Rigo Pex, ingeniero de sonido que un día se ve asediado por la visión ubicua del pink flamingo y emprende un viaje de (auto)descubrimiento al fuego de lo colorido, lo auténtico y hasta lo sagrado de ser uno mismo sin miedo al qué dirán. Por el camino conversa con personalidades influidas por el efecto del flamenco rosa, algunas de la grandeza del cineasta John Waters o la gurú musical Allee Willis, y otras no tan conocidas pero igualmente amigas de lo diferente, como la banda de tecnopop Kero Kero Bonito o el novelista Brian Antoni. El protagonista de esta historia, encarnado por el musicólogo, performer y agitador guatemalteco Meneo, aprenderá a partir de esos encuentros a considerar el valor filosófico, irónico y poético del kitsch, extrayendo jugo existencial y humanista de la saturación cuqui que revindican los adalides del mal gusto.

El cineasta Javier Polo, durante el rodaje de la película en Estados Unidos.

Javier Polo (Godella, 1987) coescribe, coproduce —junto a su hermano Guillermo, director de fotografía— y dirige este film visualmente arrebatador, su segundo largometraje después del muy interesante documental Europe in 8 bits (2013, Turanga Films) sobre el fenómeno de la llamada chip music. Otro título que refleja una potente estética y un movimiento contracultural en cuya base hay un discurso de defensa de lo genuino, por encima de lo socialmente aceptado. Como el propio cineasta describe, en El misterio del Pink Flamingo se trataba de llevar esa idea «a otro nivel», cuestión que a tenor de las críticas cosechadas hasta la fecha, ha logrado. Jordi Costa llamó nuestra atención al afirmar que es una de las dos únicas películas españolas del año que no le ha hecho pensar «en algoritmos de Netflix, laboratorios de desarrollo de guion o criterios de seleccionador en Locarno», mientras que Alfonso Rivera la define como «una road movie, una comedia petarda, un documental de La 2, un thriller loco, un libro de autoayuda y un personal shopper» a la vez.

Inspiradas reseñas que sin duda se seguirán añadiendo al libro de firmas de este inclasificable proyecto cuyo mayor secreto espera uno encontrar en su joven responsable, un Javier Polo que me recibe en videollamada con amplia sonrisa y un fondo virtual de pink flamingos. No es de extrañar. Le dan ganas a uno de quedarse a vivir en esta película.

Pregunta.- Para preparar la película, tuvo que emprender una larga investigación sobre el flamenco, tanto en la naturaleza como en la historia y la cultura, donde existe toda una mitología en torno a su figura. ¿Por qué decidió plantear esta película en forma de docuficción, con un relato y un héroe, por así decirlo?
Javier Polo.- La verdad es que el propio tema lo pedía. A todos los que les decía que quería hacer un documental sobre los flamingos, no tanto como animal sino como icono de la cultura pop y kitsch, se lo tomaban un poco a broma; la gente no lo acababa de entender. Por eso mismo, como ya era un argumento peculiar en sí, permitía abordarlo de una forma peculiar. Desde el principio decidí que quería que tuviera mucho humor, algo que no es habitual en los documentales, y experimentar mucho con el género. El pink flamingo representa una estética muy cuidada, muy específica, y me atraía mucho ese mundo visual, surrealista y onírico. Creo que para todo el equipo de la película ha sido un viaje, como el que vive Rigo Pex en la película: nos hemos lanzado hacia algo que teníamos dentro y queríamos expresar.

P.- En un proyecto como este donde la película, en gran medida, son sus entrevistas, ¿cuándo supo que había material para un largometraje? Supongo que tuvo que elegir entre varios posibles candidatos a aparecer como testimonios.
JP.- Es en el momento en que empiezo a investigar sobre el tema cuando me doy cuenta de que aquí hay un largometraje. En aquel periodo puse el foco en los flamingos, se convirtieron en una obsesión y me perseguían por todas partes [ríe]; no había manera de que dejaran de aparecer en mi vida, de diversas formas. Quise buscar de dónde venía todo esto y la solución fue hacer la película. Al ponerme con ella, fui dando con estos personajes. Tirando del hilo, el primero que aparece obviamente es John Waters, pero luego otros casi igual de importantes en la cultura popular como Allee Willis y el resto, a quienes creo que merecía la pena visitar. Y había más, por ejemplo el cantante del grupo Electric Six [autores de los éxitos Gay Bar, Danger! High Voltage y, claro, Pink Flamingos], con quien finalmente no pudimos cuadrar agendas porque estaban de gira en la otra punta de Estados Unidos; o una señora que vivía cerca de Alaska y tenía un coche con 80 flamingos de plástico integrados en él, pero nos quedaba muy lejos. Seguro que hay infinidad de posibles personajes, pero a veces lo difícil es dar con ellos.

P.- De hecho leí que había algún testimonio ficticio infiltrado, aparte de los obvios, y le juro que me costó (varias búsquedas en Google) identificarlo, porque es ese tipo de personajes que uno se cree que existan en ese contexto, y sobre todo en Estados Unidos.
JP.- Sin tratarse tampoco de un falso documental, porque hay un gran porcentaje de realidad en la película, creo que al final no importa tanto lo que es verdad y lo que no. La principal ficción es el protagonista al inicio, porque el personaje real es el que acaba la película, Meneo. Pero aquel nos sirve para dar sentido a este viaje revelador, su búsqueda y su evolución a todos los niveles, que es brutal. Ese personaje anodino y gris no es él, pero representa a mucha gente. E igual pasa en el caso del hater o del ornitólogo, que no son reales, pero que existen; de hecho, hay ornitólogos obsesionados que, vamos, se masturban con los flamencos y con otras aves, las tienen idolatradas. Creo que entre los biólogos, los ornitólogos son los más friquis [ríe]. Pero ese personaje logra el efecto que queríamos de romper las expectativas y dar a la película un comienzo extraño, algo absurdo.

«Desde el principio decidí que quería que tuviera mucho humor, algo que no es habitual en los documentales, y experimentar mucho con el género»

P.- En cualquier caso, entiendo que es la temática la que le lleva a esos personajes y no al revés, ¿no? Estoy pensando en John Waters y Eduardo Casanova, a los que intuyo les tiene bastante admiración.
JP.- Sí, desde luego la prioridad absoluta, una vez que emprendimos el proyecto, era conseguir a John Waters, que ciertamente ha resultado bastante complicado. Pero al final Gabriela Martí, directora del Rizoma Festival, nos ayudó a contactar con él y convencerle, y a partir de ahí todo fue mucho más fácil. Eduardo Casanova es un fan total de Waters, es un ídolo para él, y yo valoro mucho el trabajo de Casanova, lo que quiere contar y su mensaje. Me parece que su obra tiene como trasfondo un discurso muy potente, desde una posición irreverente y transgresora en contra del sistema; en su caso, el sistema de lo bonito. Es muy interesante cómo presenta la belleza no aceptada por la sociedad en un mundo de color de rosa.

El cineasta John Waters (Baltimore, 1946), padre del ‘trash’ y el mal gusto (© Japonica Films).

P.- También le planteaba esa cuestión porque viendo un corto suyo anterior titulado Catharsis, donde hay algunos elementos que he querido conectar a su película (aun siendo temas y proyectos muy distintos), me preguntaba cómo había llegado a la artista francocanadiense Marie-Lou Desmeules.
JP.- Pues se dio la casualidad de que ella estaba en Valencia, y yo conocía su trabajo sobre personajes de la cultura pop a los que llena de texturas y de colores en un proceso muy interesante. Nos propuso hacer un vídeo, el típico vídeo de artista. Viendo su obra, mi hermano [Guillermo, cofundador junto a Javier de la productora Los Hermanos Polo] y yo pensamos que había que hacer algo distinto, a su nivel. Por eso al final creo que es una obra de explosión de la artista y nuestra, en conjunción. También está Jonathan Cremades, que hace las animaciones y collages visuales, y que ha vuelto a trabajar con nosotros en El misterio del Pink Flamingo, así que este vídeo fue una prueba de lo que podíamos hacer juntos en la peli.

P.- El otro personaje (en todos los sentidos) de la película es Rigo Pex / Meneo, al que usted conoció durante la grabación de su anterior documental, Europe in 8 Bits, en el que ya se revela, hacia el final, como el animal escénico y el chamán estético que es. ¿Cuándo pensó en él como protagonista de este nuevo film y en qué momento decidió incorporar parte de su historia personal?
JP.- Desde que lo grabamos en aquel documental vi que era una persona muy salvaje y espontánea, un alma libre. Pudimos viajar y presentar la peli juntos, y me gustó mucho convivir con él. Nos hicimos amigos y vi que era alguien con la capacidad de expresar un mensaje muy claro: que le da igual lo que piensen los demás sobre él. Es una persona muy alegre e inquieta, como un demonio de Tasmania que va revoloteando por el mundo y todo lo revoluciona. En el proceso de pensar en el protagonista de esta nueva historia, tuve claro que debía ser él. Además tenía el punto latino, que conectaba con el tema, hablaba muy bien inglés… era el candidato perfecto. Sabía que lo iba a bordar de mitad de la peli hacia el final, pero el riesgo era que la primera parte no funcionara igual. Fue un trabajo duro, que él sufrió más que nosotros, pero el resultado habla por sí solo.

«En Meneo vi a alguien con la capacidad de expresar un mensaje muy claro: que le da igual lo que piensen los demás sobre él»

P.- ¿Hasta qué punto las preguntas para las entrevistas estaban guionizadas y hasta qué punto Rigo Pex tomaba las riendas e improvisaba en esas conversaciones?
JP.- El día de antes solíamos tener una reunión en la que hablábamos sobre el personaje al que iba a entrevistar, por qué era importante y en qué temas queríamos ahondar con él. Durante las entrevistas, yo intentaba intervenir lo menos posible porque a veces la conversación iba hacia algún otro lado y había que aprovechar esa magia que se producía entre ambos personajes. Esos momentos de Rigo me encantan, como cuando se emociona y se pone a llorar, o cuando comienza a coger las cosas de la Pink Lady of Hollywood. También en la escena del desierto, donde empieza a gritar y a hacer los cantos de «cutúa« que luego acabarían en esa canción suya en la que recopila distintos sonidos de la película. Todo eso es Meneo en estado puro y le da mucha verdad a lo que estamos contando.

Rigo Pex / Meneo, en pleno proceso de autodescubrimiento (© Japonica Films).

P.- Creo una diferencia esencial con su anterior película es que, aunque en aquella había determinados momentos en que la forma se adaptaba al fondo del tema tratado, aquí la puesta en escena de las entrevistas tiene un papel primordial. ¿Por qué vio importante plasmar de forma más marcada esa voluntad de estilo, aun teniendo mucho de documental también este proyecto?
JP.- Me encanta hacer cosas nuevas y en los documentales a menudo las entrevistas son muy uniformes, se hacen pesadas. Aquí queríamos algo fresco, dinámico e interactivo, que se convirtieran más en conversaciones que en entrevistas. Estuvimos haciendo muchas pruebas, buscando soluciones y al final plantamos tres cámaras; las dos del medio se borraron en posproducción. Esto planteaba alguna dificultad para la conversación, y la primera vez tardamos cuatro horas y pico en montarlo todo, pero dimos con la fórmula y luego todo fue más fácil. El trabajo de mi hermano [Guillermo Polo] ha sido fantástico en todo lo que ha conllevado la puesta en escena, la paleta de colores, la dirección de arte y las localizaciones. Creo que hay una apuesta formal muy fuerte de todo el equipo, que teníamos clara, porque el pink flamingo requería ese aspecto visual tan potente y no podíamos descuidarlo.

P.- Algo que sí tienen en común sus dos largometrajes es el hecho de centrarse en gente que se defiende de la normalidad mostrándose orgullosos de ser diferentes, aunque la sociedad pueda verlos como bichos raros. ¿Qué es lo que le atrae de estas vidas al margen que, llegadas a un punto, quieren mostrarse tal y como son?
JP.- Para mí es gente muy valiente, que rema a contracorriente y se atreve a enfrentarse a lo establecido. Desde mi punto de vista, son quienes acaban descubriendo nuevas formas de arte y de vida. Me parecen pioneros y le doy mucho valor a lo que hacen. Ahí podemos ver a gente feliz, aunque estén en su universo. Suelo distinguir en nuestra sociedad entre los que yo denomino alienígenas y robots. Todos los que actúan como robots ven a los alienígenas como seres extraños, pero ellos seguramente son más felices y van alcanzando propósitos que los robots, pobrecitos ellos, no pueden lograr. A mí me llaman la atención esas personas como de otro mundo; ojalá que haya más y que se les pueda dar eco, porque lo merecen.

«Hay algo muy especial y muy potente en dejarse llevar»

P.- El kitsch busca una respuesta emocional (algo que vemos muy bien con el ejemplo de Meneo), y en esta película hay una reivindicación de lo colorido y lo festivo. ¿Tiene también algo de alegato contra lo intelectual?
JP.- Bueno, lo que sí hay es esa idea de valorar lo natural, lo que surge sin darle demasiadas vueltas a la cabeza. Creo que hay algo muy auténtico, muy especial y muy potente en dejarse llevar. Y ese debate de lo espontáneo contra lo calculado o lo excesivamente cerebral está en la película. A veces todo el mundo necesita un Meneo.

El musicólogo y ‘performer’ Meneo, en su salsa (© Japonica Films).

P.- La necesidad de afirmar la propia identidad no es un asunto nuevo, como demuestra la misma obra de John Waters, pero parece que hoy en día se habla mucho de ello. ¿Hasta qué punto cree que la obsesión por este tema puede tener algo también de egomanía? Pienso en momentos como el de la influencer Pink Lady of Hollywood, que da hasta miedito, por lo grotesco.
JP.- Sí, creo que el contrapunto que aporta esa entrevista está bien, porque ella es una parodia de sí misma. Me recuerda a eso que dice Allee Willis de que aunque el kitsch se haga con el corazón, puede ser fallido. Pink Lady me parece una persona mucho más superficial y orientada al negocio que el resto de las que aparecen en la película, no tiene un discurso ni un mundo interior creativo remotamente comparable. Pero ese momento sirve en el relato para ilustrar la sensación del protagonista en esa fase de crisis y de sentirse perdido, en la que cree que por vestir de colores va a expresarse como artista. Ahí se da cuenta de que solo puede funcionar si lo hace genuinamente, desde dentro.

P.- De hecho, lo curioso es que sus dos largometrajes tratan sobre personas apegadas a una serie de objetos e iconos, fetichistas en cierto modo, que a la vez parecen buscar una especie de verdad trascendental, casi mística, abrazando la religión de lo kitsch o de la tecnología, respectivamente.
JP.- Creo que hay una evolución de una película a otra, pero a la vez existen muchas conexiones. En Europe in 8 Bits también había momentos de humor, como el encuentro con Fela Borbone [músico que fabrica sus propios instrumentos, como el mierdofón, usando materiales electrónicos desechados] o la figura de aquel psiquiatra. Pero aquí queríamos llevar todo a otro nivel, incluido el mundo de los sueños y las partes más surrealistas de esta historia. De nuevo, el flamingo nos lo permitía: un ave misteriosa, tropical, casi afrodisiaca (ríe)… había muchos elementos atractivos para establecer esas conexiones.

«Hay gente que dice que esta película es la mejor fiesta en la que han estado en todo el año»

P.- En cualquier caso, en esas actitudes se puede percibir una forma de reaccionar al materialismo y el consumismo de la sociedad, o al menos así lo veo. Por otro lado, hay algo en El misterio del Pink Flamingo que recuerda al lenguaje publicitario, quizá de forma irónica, y usted mismo tiene una amplia carrera dirigiendo anuncios. ¿Observa ahí algún tipo de conflicto con la autenticidad que se defiende en la película?
JP.- Bueno, por un lado he aprendido un montón en la publicidad, desde el punto de vista estético y de fundamentos de realización, y de hecho creo que se nota bastante esa evolución formal entre un largometraje y otro. A fin de cuentas, se trata de rodar todo lo que puedas para convertirte en mejor profesional. Por supuesto que prefiero dedicarme al cine independiente y de autor, es lo que más feliz me hace, pero resulta difícil vivir de esto. Obviamente, los conflictos interiores son inevitables cuando tienes a sesenta personas trabajando para vender una cosa en la que ninguna de ellas cree, pero tampoco estamos vendiendo conceptos artísticos falsos. Si tuviera que hacer un videoclip a un músico que no me gustase nada, creo que sí entraría en un conflicto mayor, pero bueno, supongo que es un dilema que siempre tendremos.

El cineasta y actor Eduardo Casanova, en «El misterio del Pink Flamingo» (© Japonica Films).

P.- En la publicidad también se han curtido grandes cineastas, y en su caso se puede ver que ha sido y sigue siendo un espacio para la experimentación.
JP.- Sí, hay gente como Guy Ritchie que se han dedicado también a ello. Yo lo veo como un lugar de entrenamiento donde probarse a uno mismo, en el que también disfruto. Algo bueno de la publicidad es que se suele trabajar con bastantes medios y no tienes que esperar varios años a que un proyecto se concrete. Salen encargos casi cada mes, porque hay presupuestos para ello, y tienes ocasión de hacer cosas bastante chulas con las que te vas formando, te diviertes y experimentas.

P.- ¿Tras esta película ha encontrado una cierta estética que podría seguir a partir de ahora, como Rigo Pex, o se considera más bien como el flamenco, que va adoptando el color de lo que come?
JP.- Buena pregunta [ríe]… creo que en este proyecto lo importante era ir un paso más allá, arriesgarse, y en ese sentido estoy satisfecho. Los meses previos al estreno han sido un periodo muy tristón, y pienso que sienta muy bien ver una película así, tan colorida, alegre y loca. En lo musical hay gente que dice que es la mejor fiesta en la que han estado en todo el año. Pero creo que cada proyecto, cada tema, tiene unos códigos estéticos: aquí eran el flamingo, el kitsch y el rosa, y en Europe in 8 Bits era ese mundo retro del píxel, los colores saturados y las formas poligonales, simples pero muy interesantes, desde el punto de vista gráfico. Veremos qué será lo siguiente, pero siempre lo cuidaré al máximo y trataré de llevarlo a otro nivel. Ya desde los créditos de inicio, me gusta que mis películas empiecen muy arriba, e igual con los créditos finales. Creo que todos esos elementos embellecen y son clave.

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