Horas críticas

La palabra ha muerto (larga vida a la palabra)

En un mundo empachado de supuesta comunicación y donde unos cuantos se adueñan del lenguaje, la autora inglesa Joanna Walsh reclama el poder encriptado del pensamiento y la abstracción en su último libro de relatos, «Mundos del fin de la palabra», editado por Periférica

«Las palabras, habíamos pensado, eran lo contrario de las acciones, pero, al ahondar un poco más, nos percatamos de que también eran contrarias a sí mismas»

 

La escritora inglesa Joanna Walsh (foto: Liam Bundy).

En el relato que da título al libro Mundos del fin de la palabra (Periférica, 2020), Joanna Walsh presenta una distopía —¿o quizá se trate de una utopía?— donde la comunicación aparece como pasada de moda, algo que ya no se lleva: «Hemos borrado todos los tiempos verbales excepto el presente, aunque durante un tiempo nos aferramos al imperfecto, que sugería que las cosas seguían igual que siempre y que, por lo tanto, así continuarían». Como todo el conjunto de breves historias aquí reunidas, el tema esencial es el poder del lenguaje («puesto que ya no podíamos nombrarlo, el género apenas importaba») y también el lenguaje del poder, representado en este cuento por la imposición de un nuevo silencio que puede leerse como censura o autocensura. Concluye, contra el uso y abuso que han hecho los hombres de las palabras, como un rotundo manifiesto feminista que insta a dejar de recurrir a ellas: «Probablemente pienses que aquí nos hemos callado todas, que nunca más volverás a saber de nosotras. Sí, aquí está todo en silencio, pero todavía pensamos, de un modo que ya no puedes describir». Como si el pensamiento, por una vez, pudiera disociarse de la palabra.

Es una obra llena de dualidades, desde el primer relato, justamente titulado Dos, a otros igual de explícitos como Postales desde dos hoteles, Dos secretarias o La gorda y yo: Joanna Walsh. Pero la figura de los desdoblamientos o los doppelgängers se halla también en historias como las de Seres lectores, donde el «yo lector» adquiere vida propia; y Azul, en el que la protagonista emplea a su amiga como espejo en una casa que carece de ellos. A menudo es una fantasía absurda la que revela un otro yo, como si a veces las palabras (y los libros) se escondieran tras los pliegues de la realidad y nos hablaran desde ahí. Sobre todo está lleno, este libro, de dobles sentidos.

«Joanna Walsh parece apuntar en este libro al exceso de narrativas y, justamente, de relatos (esa palabra tan manoseada hoy día) en el mundo contemporáneo»

De hecho, la historia de este volumen en español podría ser un Lost in translation de libro —permítaseme el chiste fácil—, pero la extraordinaria labor de traducción de Vanesa García Cazorla hace el milagro. Desde su título original, Worlds from the word’s end (en vez del más lógico Words from the world’s end), la autora británica explota las posibilidades de los juegos de palabras, las polisemias y las figuras retóricas infrecuentes, como el calambur; sus textos casi parecen criptogramas, en algún pasaje. Su dominio de este tipo de recursos lingüísticos no es vana demostración de habilidades, sino su forma, tal vez la única, de contar escenas donde los objetos adquieren vida propia, la gente sueña despierta o la realidad aparece desconectada, descontextualizada. Como cuando escribe: «Habías cortado, pero no habías pegado«. O bien: «Tus palabras flotan en un espacio vacío».

Esa exploración de lo raro en lo cotidiano y de lo humano latiendo en algún rincón del sinsentido que es, en muchos casos, la experiencia de vivir, traspasa muchos de estos relatos, resueltos la mayoría en menos de diez páginas. Lo que cuentan puede limitarse a la locura o la cordura —según el que lo lea, que habrá de ser todo menos tonto— de listar los elementos que componen una existencia. De alguna forma, la escritora parece apuntar al exceso de narrativas y, justamente, de relatos (esa palabra tan manoseada hoy día en los medios de comunicación) en el mundo contemporáneo. Como cuando Peter Griffin, el protagonista de la serie animada Padre de familia, empieza a ejercer de narrador, en directo, de su propia vida, una lamentable autovoz en off.

A fin de cuentas, lo que propone Walsh es una expedición hacia la abstracción y la subversión a través del lenguaje. En ocasiones, con un sentido fantapoético, como el citado relato en el que una chica gorda (que bien podría ser la propia autora mirándose en el espejo deformante de la adolescencia) genera espacio-tiempo en derredor. En otras metalingüístico, como el titulado Hábitos de lectura, donde estos sirven para interpretar a las personas que se ocultan tras ellos. De algún modo, este libro habla acerca de las palabras que nos decimos a nosotros mismos, las que nos sirven de consuelo, o tal vez no. Las que nos aferran a la realidad y, simultáneamente, a lo que queremos pensar. Esas palabras que no parecen tenerlo, pero siempre encuentran un fin. A veces son el fin.

 


Mundos del fin de la palabra
Joanna Walsh
Traducción de Vanesa García Cazorla
Editorial Periférica
136 páginas
15,50 euros

APTO PARA: Formalistas de la literatura que, al mismo tiempo, crean en la posibilidad de otros mundos escritos.
NO APTO PARA: Quienes conciben la lectura como pasatiempo y no se quieren complicar la existencia, porque bastante tienen con la suya propia. Que será verdad, vamos.

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