Horas críticas

«MANIAC», de Benjamín Labatut: el Chad Gaya de la ciencia moderna

Podríamos llamarlo «el fenómeno Labatut». Se pregunte a quien se pregunte sobre el autor de moda de los últimos meses, no hay término medio: las respuestas siempre oscilan entre la admiración por sus últimas obras o, por el contrario, cierto rechazo por lo que se considera un escritor sobrevalorado que no hace más que una especie de divulgación científica elegante, pero nada más. Empieza a ser difícil que alguien confiese no saber nada del escritor chileno. Porque gustará más o menos, pero Benjamín Labatut no deja indiferente a casi nadie.

Como consecuencia, acercarse a este tipo de autores, o de obras, justo en ese momento en que están en boca de todos, genera recelo. Las expectativas, dirigidas hacia un lado o hacia el otro, aumentan con cada nuevo comentario o recomendación. Ay, pero vencida esa primera resistencia hacia lo que empieza a ser demasiado popular, la curiosidad se hace demasiado poderosa para ignorarla, y más cuando se vive en la intersección entre lo científico y lo humanístico, como es mi caso. Sí, confieso que esquivé por una razón u otra la oportunidad de leer su obra anterior, Un verdor terrible, pero este otoño Anagrama publicó su último libro y cierta obligación moral me obligó finalmente a decidirme. Había que leer MANIAC.

Heredera de acercamientos como los de algunos libros de Stefan Zweig o Éric Vuillard (desconozco si por ser referentes de Labatut o simplemente por pura resonancia estilística), MANIAC se mueve en ese incómodo espacio compartido por la novela histórica, la divulgación y esa abstracción desmedida de quienes pelean las novelas como todo lo que se lee como una novela. Se elija la fórmula que se elija (algo que, a fin de cuentas, poco importa), esta obra es, en el fondo, una suerte de novela fragmentada en tres relatos unidos por hilos muy finos que, sin embargo, dan una enorme consistencia al conjunto.

Porque sí, podría decirse que MANIAC es la historia de los últimos años de vida y cruel desenlace de Paul Ehrenfest (con el que empieza la obra); después, un relato construido a través de la multiplicidad de voces de amigos, conocidos y familiares de la vida de John von Neumann desde una infancia de niño prodigio a su consolidación como una de las grandes mentes del siglo XX, su huida de los nazis y posterior participación en el Proyecto Manhattan, y su descubrimiento de las computadoras y el desarrollo de su obsesión por el desarrollo de vida artificial; y, por último, la (muy) emocionante narración de una partida de go entre Lee Sedol, considerado mejor jugador de toda la historia de la disciplina, y AlphaGo, una inteligencia artificial. Sin embargo, y aunque no sería falso, reducirlo a esa descripción sería quedarse en la superficie de lo que Labatut pretende alcanzar.

Vayamos, por tanto, a lo que se esconde en el fondo. Esos hilos que unen los destinos de los personajes que pueblan las historias de Labatut van dotando de una unidad muy consistente a una obra aparentemente fragmentada. Hablamos, por ejemplo, de la exploración de los límites de lo humano y, en concreto, del conocimiento. A través de sus biografías o narraciones de acontecimientos históricos llevadas a cabo en sus distintas obras, Labatut no ha dejado de rastrear la forma en que la humanidad cruzó fronteras que la física o las matemáticas apenas contemplaban, ya fuera mediante la construcción de algunas de las armas más destructivas que el hombre moderno habría sido capaz de imaginar (rivalizando incluso con las dimensiones de nuestro propio Sol, y catapultándonos por tanto a dimensiones siderales), o de la máquina capaz de destronarnos (con una facilidad pasmosa, todo sea dicho) de la posición de ser superior que hemos ostentado durante tantos siglos. Porque sí, superar los límites del conocimiento humano es, para Labatut, una forma de llegar hasta los fundamentos de nuestra propia realidad.

Debido a esa recurrencia temática, habrá quien diga que MANIAC no es más que una segunda parte de Un verdor terrible, dando en esta ocasión con ciertos temas que logran imbricarse de manera más natural. Partiendo de la base de que, de ser así, tampoco sería una mala noticia (Un verdor terrible es una lectura que atrapa con cada una de las historias que la componen), me atrevería a estar en desacuerdo con esas opiniones. MANIAC perfecciona la ejecución de la obra precedente, dejando la divulgación en un segundo plano para poner su mayor esfuerzo en la construcción de las psicologías de sus protagonistas, en su mayoría genios, que tanto nos atraen por su carácter extraordinario, o en algunos casos, marginal.

Lo interesante de ese refinamiento en el enfoque del relato es que viene acompañado por una maduración en el resto de elementos de la narración. Labatut se permite jugar con las perspectivas o los puntos de vista, atreviéndose a ficcionalizar los discursos de personajes que, por su relevancia en la historia, llevan al autor a correr el riesgo de enfrentarse con una realidad demasiado distante de su imaginación. Salvado este escollo en la mayoría de casos (sin caer en estereotipos y a pesar de la vasta documentación con la que ha trabajado, es cierto que durante algunos pasajes se nota cierta licencia poética que amenaza con entorpecer ese fingido —para bien— rigor discursivo), la fuerza de la propuesta de Labatut se sostiene sobre todo por construirse sobre una serie interminable de acontecimientos que, como el Chad Gaya que menciona en sus páginas, es capaz de relacionar el asesinato de un insignificante chivito con el mismísimo Hashem, Señor Todopoderoso, mostrándonos que todo en nuestro universo puede estar relacionado en este juego de causas y efectos que es la realidad.

Es ese encadenamiento inspirado en las canciones que los rabinos enseñan en las escuelas lo que a mi entender consigue absorber al lector en una lectura que amenaza con no dejarse interrumpir por nuestra realidad circundante, por apremiante que sea. Labatut lo consigue, además, con una aparente economía narrativa que recuerda a esos directores de cine que, lejos de alardes estilísticos, plantan la cámara en el encuadre adecuado y la dejan grabando hasta que la escena termine, porque el protagonismo no está en la dinámica del observador, sino en el objeto observado.

Decía el propio Labatut a Ignacio Echeverría en la presentación de Un verdor terrible que Samir Nazal, su mentor, le animó a que escribiera prosa como si fuera poesía. Confieso no haber visto demasiado de eso, pero tampoco he sentido en ningún momento la necesidad de que se cumpliera el consejo del poeta chileno. MANIAC es un libro de una enorme calidad narrativa que se revuelve ante cualquier intento de cerrar sus páginas. Hacía tiempo que no me encontraba con un libro que tuviera tan buena aceptación entre tantos (y tan variados) lectores experimentados que, además, pudiera complacer al visitante ocasional a quien no solemos saber qué lecturas recomendarle. Y si eso no es una gran noticia para la literatura, tendríamos que hacérnoslo mirar.

 


 MANIAC
Benjamín Labatut
ANAGRAMA
(Barcelona, 2023)
400 páginas
21,90 €

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