Crónicas desorbitadas

Un primer 15M: el poema perdido de Percy Shelley

«Percy Bysshe Shelley» (1829), retrato de Alfred Clint.

Había pasado un siglo desde su muerte cuando el propio Karl Marx aseguraba que, de no haber muerto a los treinta, Percy Shelley se habría convertido en «uno de los guardianes más avanzados del socialismo». El poeta romántico, incluido por Harold Bloom en El canon occidental, es cada vez menos leído pero gana en influencia. La contradicción se explica por su biografía: por encima de ser referencia del Romanticismo, Shelley fue sobre todo un activista. Tan rompedor para su tiempo que su obra más política, Una visión filosófica de la reforma, no fue publicada hasta 1920 por considerarse demasiado radical. Defendía el amor libre, el ateísmo, la democracia parlamentaria tal como la entendemos hoy. Y unas cuantas cosas más, como la libertad de prensa, la abolición del servicio militar obligatorio o el no enriquecimiento a costa de terceros países. Esto no lo confirmamos hasta hace unos años, cuando se descubrió el texto de su poema Sobre el actual estado de las cosas, del que durante siglos solo supimos el título. Lo que contiene son las ideas de un indignado de dieciocho años, y no son tan diferentes a las que se gritaban en las plazas del Movimiento 15M.

Vosotros, fríos asesores de reyes aún más fríos,
cuyo pecho impasible no enciende ninguna bondad,
que hacéis planes sin tener en cuenta el dolor del pobre,
que fríamente afiláis el colmillo más afilado de la miseria,
vosotros vivís seguros y bien alimentados. […]
¿Y deben los hambrientos seguir atormentados, tolerar su miseria?

Versos que hablan del eterno problema económico, el que por encima de las políticas suele originar todas las protestas, revoluciones y revueltas de la Historia. Cuando los ciudadanos comparan la situación de sus gobernantes con la suya y perciben una injusticia suele ser porque son pobres. Es la misma carestía que denunciaban muchos de los lemas del Movimiento 15M.

Violencia es cobrar 600 €.
Tu banco y cada día el de más gente (frase escrita sobre los bancos de madera de las calles, parafraseando el eslogan del banco ING, y alusiva a los desahucios).
Me sobra mes a final de sueldo.
Manos arriba, esto es un contrato.
No nos representan.

El «No nos representan» fue uno de los lemas más repetidos en las asambleas de las plazas en 2011, y en las manifestaciones de años posteriores. También es la distancia que separa a políticos y ciudadanos el tema principal de Shelley en Sobre el actual estado de las cosas. Llama a reformar la sociedad exigiendo mejor comportamiento a sus gobernantes. Y reclamando educación y bienestar para sus semejantes, que no han podido tener por su pobreza y por el acoso a que se les somete.

¿Acaso no se encoge de asco cualquier mente sensible
cuando contempla a miles de sus semejantes a quienes
la indigencia y la persecución ha privado de ejercer sus capacidades mentales,
capacidades mentales que son las únicas que pueden distinguirlos de las bestias?
(…)
¿No es un insulto que un hombre, abusando de esa capacidad que le fue dada
para conseguir la felicidad de sus semejantes, les prive del poder
para usar el don más noble que se nos ha proporcionado?

De las muchas propuestas que salieron de las asambleas constituyentes del 15M, como ellas mismas se denominaron, las principales reclamaban mejoras económicas. Cambios en la ley hipotecaria, reforma laboral y fiscal. También se aludía a cambiar la Ley del Plan Bolonia y el Espacio Europeo de Educación Superior, considerado injusto por elevar notoriamente el coste de acceder a la educación universitaria. Al más puro estilo romántico, y como hizo el propio Shelley hablando de su propio tiempo, asignaron a la gestión de los gobernantes la capacidad de conseguir la felicidad de sus súbditos.

O la más amarga de las miserias. A raíz del poema sabemos también que el poeta fue un escritor absolutamente único entre los ingleses. El único que criticó las condiciones a que sometía el Imperio Británico a las colonias que conquistaba, especialmente la India.

El indio desmayado, en sus llanuras nativas,
se queja de los innumerables dolores que le inflige un poder superior;
el asiático, en el rostro sonrojado del día,
ve cómo le arrancan salvajemente a su esposa e hijo,
pero no se atreve a vengarse porque el temible rugido de la guerra
flota, en largo eco, en las orillas manchadas de sangre.

Y aunque no fue la protesta predominante, también hubo muchas ideas del movimiento Antiglobalización que se trasladaron al 15M. Incluso, en sus versiones más radicales, estuvieron vinculadas al subcomandante Marcos y al Neozapaterismo.

Protestas del Movimiento 15M en la Puerta del Sol (Madrid), mayo de 2011. / Foto: Carlos Delgado

Shelley explica en la introducción de su poema que los beneficios de su venta irán destinados al mantenimiento en la cárcel del periodista Peter Finnerty, aprisionado por criticar en un artículo una catastrófica expedición militar británica. Escribe además una carta al editor del periódico The Examiner, explicando que «debido a las limitaciones a las que me somete mi residencia en esta Universidad [Oxford], no me atrevo, por supuesto, a confesar públicamente todo lo que pienso, pero llegará el momento en que espero que todos mis esfuerzos, por insuficientes que sean, se dirijan al avance de la libertad». Esto explica parcialmente por qué esta pieza estuvo perdida durante siglos. No solo le hubiera valido la expulsión de Oxford, sino un proceso penal por sedición, ya que en los versos alude directamente a la gestión del fallecido primer ministro William Pitt, e indirectamente llamaba déspota a quien lo designó, el rey Jorge III.

Lo cual no quiere decir que el poema fuera anónimo, pese a que lo firmara como «un caballero de Oxford». En una carta fechada el 15 de marzo, el ilustrador y feroz caricaturista de políticos y autoridades en periódicos Charles Kirkpatrick Sharpe habla de «la última exhibición de Shelley», un poema «sobre el estado de los asuntos públicos». La rabieta de un jovencito rebelde, parece concluir, a la que la sociedad de su tiempo no concedió más importancia. Fue una de las pistas históricas para encontrarlo.

Esta irrelevancia de sus palabras hizo enfurecer al poeta, quien deseaba ser, por encima de todo, un activista reconocido. Su siguiente panfleto, La necesidad del ateísmo, sí lo firmó con su nombre, defendiendo la no intervención de la Iglesia en la sociedad, el total laicismo, la libertad de cultos y el ateísmo como felicidad suprema individual. Fue inmediatamente expulsado de Oxford y su padre le retiró toda asignación, dejándole con una mano delante y otra detrás. Ahora sí, era un auténtico indignado precario, que hubiera podido firmar algunos de estos lemas del 15M:

Juventud sin futuro.
No somos mercancías en manos de políticos y de banqueros.
Rebeldes sin casa.
Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo.

Ningún miedo. Luchar por la sociedad laica, el voto universal y la abolición de la esclavitud pidiendo reformas políticas le pareció una opción aburrida. Necesitaba acción, y para conseguirlo se trasladó a Irlanda, donde iba a apoyar y difundir las ideas del independentismo. Fugándose, de paso, con su amante y futura primera esposa, Harriet Westbrook, de dieciséis años.

Con Harriet comienza también su defensa del amor libre, fuera de las convenciones del matrimonio, la monogamia y la fidelidad. Aunque ni ella ni su nueva amante escocesa Elizabeth Hitchener lo aceptaron, él les propuso vivir juntos. En una casa comunal donde compartirían todas las posesiones, gastos y camas por turnos. El poeta consideraba el matrimonio una institución especialmente hostil para la felicidad humana, y la fidelidad una superstición monjil y bíblica. La conexión sexual —como la llamaba— debía mantenerse, mientras dos personas se amaran, libre de celos, obediencia o miedo. Fiel a sus ideas, alternó el amor de ambas mujeres durante su estancia en Escocia, y años después animaría a su siguiente esposa Mary Shelley, autora de Frankestein, a acostarse con su amigo T. J. Hogg, si así lo deseaba.

A Shelley le temían en Inglaterra, pero no tanto individualmente sino como a un peligroso representante más de aquellos que podían traer lo que los ingleses temían. Un contagio de la Revolución Francesa de 1789, y sobre todo de la época del Terror que la siguió. Un miedo similar, en derecha e izquierda, se expandió por la sociedad española cuando las asambleas reivindicaron romper el consenso del 78.

Del absolutismo al bipartidismo.
Error 404. Democracia not found.
Me gustas, democracia, porque estás como ausente.
Políticos, somos vuestros jefes y os estamos haciendo un ERE.
Nuestros sueños no caben en vuestras urnas.

(Además de los lemas, una de las peticiones del 15M cuando abandonaron las plazas fue la redacción de una nueva Constitución mediante una Asamblea Ciudadana Constituyente.)

Portada del ensayo poético de Percy Shelley. / Imagen: New York Public Library

Pero el matiz que se le escapó a Marx, y a quienes todavía se dejan arrastrar por el romanticismo idealista de Shelley, es que hay un poeta de la juventud y otro de la madurez. Diez años después de haber escrito Sobre el estado actual de las cosas renegaba de sus posiciones, excesivamente pasionales. Había intentado volver a la sociedad inglesa, que despreció su intento. No aceptaban su ateísmo ni sus costumbres sexuales, y menos aún que hubiera huido de Londres con su amante Mary Shelley cuando aún estaba casado y tenía una hija con Harriet. Exilado en Italia, compartiendo tiempo con Lord Byron, su juventud iba quedando atrás.

El 8 de julio de 1822, embarcado para una travesía en su velero Don Juan, Percy se ahogó junto a otros tres compañeros de viaje. Su cuerpo fue temporalmente enterrado en la playa, y luego quemado. El corazón, calcificado por una antigua tuberculosis, resistió el fuego. Recogido por uno de sus amigos, fue introducido en un frasco con vino para conservarlo, y entregado después a Mary Shelley, quien lo mantendría durante años en la repisa de su chimenea. Un final romántico para uno de los grandes románticos.

El 12 de junio de 2011 los indignados, como se los llamaría en todo el mundo imitando el título de un libro de Stéphane Hassel, abandonaron las plazas. Su movimiento había llenado las portadas de la prensa internacional y encontrado eco en la sociedad, tanto para bien como para mal. Su última consigna fue «No nos vamos, nos expandimos». Hoy, a diez años vista, sus asambleas se parecen cada vez más a los versos de un joven Shelley: poesía e idealismo para cambiar el mundo. Un barco que ha naufragado en la tormenta, porque tenemos algunos cambios pero no una mejora vital generalizada, más bien un empeoramiento para las generaciones más jóvenes.

En los últimos versos del poema Sobre el actual estado de las cosas, Shelley llamaba a la esperanza.

La ley opresiva no retendrá más el poder,
la paz, el amor y la concordia volverán a reinar,
y curarán la angustia de un mundo que sufre;
será entonces, entonces, cuando las cosas que ahora se presentan confusas,
caóticas, volverán a ponerse bajo el dominio del orden
y la noche de los errores alumbrará el día de la virtud.

Porque la poesía es siempre emoción. Por eso el más lúcido cierre del 15M fue la declaración de Zygmunt Bauman, el sociólogo de la realidad líquida. «Si la emoción es apta para destruir, resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían cien respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean».

Shelley deseaba ser el más grande poeta de todos los tiempos, una luz en la noche, una bandera de esperanza en un mundo poblado de oscuridad. Los indignados del 15M querían ser el futuro, y de haber cumplido serían hoy el presente. Quién sabe. A lo mejor hemos vuelto a ser románticos. O quizá las grandes aspiraciones de la humanidad acaban siendo naves que naufragan.


Traducción propia de versos sobre el texto original de Shelley en inglés, disponible online en la biblioteca Bodleiana.
La entrevista a Zygmunt Bauman apareció publicada en el diario El País en 2011.
La cita de Karl Marx sobre Shelley se la atribuyó su hija y biógrafa Eleanor Marx.

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