Dice el jefe de exposiciones del CCCB, Jordi Costa, que le interesan las connotaciones que está adquiriendo la mascarilla en el mundo pospandemia porque “aunque en principio nos protege de una especie de enemigo invisible y nos iguala a todos, al mismo tiempo han surgido formas de personalizarlas y usarlas para lanzar mensajes muy distintos”. La sociedad, entonces, comienza a parapetarse tras este atuendo cuyo uso nunca había sido tan popular como ahora. Vienen esas declaraciones a cuento de la inauguración en otro centro cultural, el Museo Carmen Thyssen Málaga, de una muestra en torno a la idea de máscara y el relato identitario que suscita.
Como en el caso de la muestra anunciada por el espacio barcelonés para 2021 (también sobre ese objeto, pero desde un punto de vista muy distinto, más interesado en la sociología e ideologías del mismo), no hay ningún oportunismo en la inauguración, justo en este contexto, de Máscaras. Metamorfosis de la identidad moderna. La exposición, que antes de que el estado de alarma nos confinase iba a abrirse al público en marzo, es fruto de un largo trabajo de dos años que ha desembocado en este centenar de obras cedidas por coleccionistas privados y museos nacionales e internacionales, en una demostración de fuerza colaborativa.
Se trata de una selección de pinturas, esculturas, dibujos, grabados y piezas etnográficas firmadas por más de cuarenta artistas entre los que destacan Goya, Picasso, Derain, Modigliani, Oteiza, De Chirico, Ernst, Lekuona, Blanchard… “Sin duda hay grandes nombres, pero sobre todo hay grandes rarezas”, asegura el comisario de la muestra Luis Puelles, profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Málaga, que ha concebido este proyecto junto a la directora artística del museo malagueño, Lourdes Moreno. Las obras, tan diversas como los estilos del arte moderno en que se inscriben, comparten la máscara como elemento central a la hora de representar la figura humana.
La muestra se articula en tres secciones que dan cuenta de una inexorable evolución en su tratamiento, desde fines del siglo XVIII, que da lugar en última instancia a lo que podría considerarse una mutación. En un primer estadio se presenta la máscara asociada al Carnaval, que vemos ya desde la Commedia dell’Arte y en personajes populares como el Arlequín. La actuación sirve aquí para, por un lado, disfrazar quiénes están detrás de la máscara y, por otro, disimular lo más oscuro del ser humano (como en los aguafuertes de Goya). Lo que la sátira deja entrever es la deformidad y degradación que la sociedad no puede esconder.
En la última sección de la muestra, la máscara ya no es objeto sino el rostro mismo. El ser humano se ha quedado sin nada que decir y es pura fachada de no se sabe qué
La segunda de las partes –aunque la exposición no siga un recorrido cronológico– se consagra a las vanguardias europeas y la influencia en estas de las máscaras etnográficas procedentes de otras culturas. Lo ritual y lo chamánico confiere a los rostros una nueva condición misteriosa que los aleja del retrato realista, tan poco apreciado por el arte de esta época. En estas piezas lo que se cubre no es lo horrendo, sino la perfección de lo clásico y lo académico, colocando en su lugar (como un flamante tótem al que adorar en corro) las virtudes estéticas de lo ancestral, que era también lo más cercano a la espiritualidad en aquellos días.
Finalmente, una tercera sección recoge las máscaras ya en su forma poshumana, prácticamente desprendidas del rostro, o bien tan fundidas con él que es imposible distinguirlos. Obras que no solo no remiten a una figura humana reconocible sino que tampoco atribuyen ninguna expresión ni identidad de cualquier tipo. La metamorfosis se ha completado y la máscara ya no es objeto sino el rostro mismo. Ha tomado el control. De alguna forma, el ser humano se ha quedado sin nada que sentir y decir –o al menos nada que comunicar a otros–; somos pura fachada, representación vacua de no se sabe qué.
Las obras que conforman esta exposición son hijas de un contexto histórico complicado y punzante, salpicado por cambios traumáticos y crisis. Por eso resulta difícil no atisbar en el momento presente ese juego de ocultaciones y desvelamientos, secretos y franquezas, al que ha conducido el uso en nuestra cultura de la máscara. Y ahora de la mascarilla, esa “nueva declinación del concepto de la máscara” a la que alude Jordi Costa. Esperemos, si es así, que detrás de tanto colorín, diseño y banderita quede alguien dispuesto a decir quiénes somos.
Máscaras. Metamorfosis de la identidad moderna Comisariada por Luis Puelles y Lourdes Moreno Museo Carmen Thyssen Málaga Con el patrocinio de Fundación Unicaja Hasta el 10 de enero de 2021 |
VISITA APTA PARA: Estetas de mirada antropológica y aficionados al Quién es quién.
VISITA NO APTA PARA: Descreídos del asunto identitario y negacionistas de la mascarilla.