Analógica

El centro de arte como lugar para la inspiración

Ilustración: Sofía Fernández Carrera

Muchos nos hemos movido por las salas de un espacio expositivo bajo la esperanza de un hallazgo iluminador. Pese a que la noción del museo como templo de inspiración parecería obsoleta, aún siguen estimulando la creatividad de sus visitantes. Más allá del espacio físico de cada centro de arte, su extensión actual en el universo digital permite no solo hacer de escaparate para artistas, sino motivar a sus públicos a realizar sus propias intervenciones. Y es que hoy los museos han de ser, por encima de la dicotomía presencial/virtual, espacios para la interacción social.

Visitamos un espacio cultural movidos por su programación o por la curiosidad de qué nos vamos a encontrar. Deseando vivir una experiencia única, porque gracias a las redes sociales y a este mundo hiperconectado creemos que cada paso dado debe marcar un hito.

Sin embargo, hacer historia viene a estar más relacionado con cómo tratamos a las personas que nos rodean que con cuántas instantáneas tomadas en célebres monumentos somos capaces de compartir. Como si la responsabilidad afectiva se colase por los recovecos del museo en la medida en la que este se convierte en un lugar cotidiano.

Sí es posible que la visita a un museo despierte la inspiración y estimule la creatividad de sus visitantes. De hecho, a menudo hay artistas que transitan salas repletas de obras de otros artistas a fin de encontrar respuesta a sus preguntas, de adivinar el camino, de recibir la carga de energía suficiente para continuar en la brecha. Asimismo, el común de los mortales, dedíquese a lo que se dedique, se ha sentado a contemplar una pieza mientras se interroga sobre sus circunstancias o los grandes misterios de la vida. El estado meditabundo ha arrastrado a muchos de nosotros por los pasillos de un museo, bajo la esperanza de alcanzar un descubrimiento, hallazgo o consecución que se busca con afán.

Pero para ello es necesaria una programación y una disposición favorables. Sería ingenuo pensar que el acceso al centro y la distribución de sus estancias, así como los diálogos entre sus exposiciones y eventos varios, son casuales. También sería injusto ya que existe un equipo detrás, profesionales de la cultura que han madurado un plan o unos planes para optimizar la experiencia del visitante. Cualquier centro al que acudamos, por descuidado que esté, es capaz de despertar a las musas si nos encontramos en el momento adecuado. No obstante, la alineación de astros que promueve tal revelación suele estar propiciada por el equipo humano al que hacíamos mención. A saber, los trabajadores del museo. Incluso el estudio de arquitectura e interiorismo que se haya encargado de decidir cómo nos moveremos por dentro. Hasta la ubicación del menor detalle. En su conjunto, contribuyen a incitar el estado emocional subjetivo, repentino y efímero, en el que de manera concentrada experimentamos sentido y tras el que, generalmente, nos vemos motivados a actuar.

Más allá del espacio físico de cada centro de arte y cómo esté diseñado, su extensión actual en redes sociales y otros recursos online sirven para impulsar la creatividad del público, no únicamente para mostrar la de artistas cuya producción se expone. Mientras qué contar sigue siendo el ingrediente fundamental, ahora se tiende a agudizar el ingenio y desde el museo se plantean una variedad de formas de aproximación acordes con las limitaciones físicas a las que nos vemos sometidos. Lo virtual y el formato online venían para quedarse, no para sustituir a la experiencia presencial pero sí para pasar a hibridar contenidos.

En este sentido, sin el espacio físico museístico podría pensarse erróneamente que no hay lugar para la contemplación estática de las obras. Tal vez ahora se ubique al otro lado de la pantalla. Con posicionamientos transversales en las lecturas habituales del montaje expositivo, vemos que actividades complementarias como talleres didácticos y visitas virtuales ofrecidos por centros de arte han tenido éxito tanto en confinamiento como posteriormente. Esto se debe a que conjugar experiencia física y virtual suma, enriquece la vivencia del espectador, tenga o no limitada la capacidad de desplazarse. Al fin y al cabo, el desafío último de la pandemia hacia la cultura se traduce en una cuestión de accesibilidad. En cuanto a integración por diversidad funcional, como democratización del acceso a la cultura a todos los niveles, desde donde sea y a la edad que sea.

El Museo del Prado en Madrid propone un nuevo acercamiento a sus colecciones a través de la plataforma que ofrece TikTok, adaptando su discurso al lenguaje de los más jóvenes. Desde su perfil se asumen retos y coreografías virales para mostrar parte del trabajo que allí sucede. No se limita a enseñar las obras sino que permite, por ejemplo, conocer a los conservadores y otras figuras que explican su labor en ese contexto. Por ahora es la institución pública que emplea dicho medio con mayor éxito.

Por su parte, el Centre del Carme Cultura Contemporània de València desarrolla una programación en la que responder a las preocupaciones y los anhelos del público es importante. Si la crisis sanitaria mundial fuerza a convertir las salas de exposiciones en lugares más versátiles que antes, en València han sabido adaptarse con rapidez. Canales como los de YouTube o Instagram TV, a la par que una cuenta de TikTok bien activa, fomentan la interacción que incentiva eficazmente el centro.

Los museos deberían entenderse como espacios de interacción social, antes que nada. Pues en ellos se habla de lo expuesto desde la perspectiva de cada persona que lo visita, se junta público de diferentes generaciones y procedencias, se escuchan varios idiomas, se cuentan historias y se generan ideas nuevas. Conjugados dichos aspectos, tenemos como resultado la inspiración. Al lograr provocarla en el espectador, se alcanza el éxito.

¿Dónde reside el éxito del que estamos hablando? En la interacción. Porque lo que se transmite en apenas unos segundos de vídeo de TikTok inspira a la audiencia para acudir al museo y reproducir un gesto, un baile, una historia, trascendiendo la simple curiosidad. El mecanismo que activa una propuesta museística interactiva, con un cuidado trabajo de mediación y didáctica detrás, tiene el poder de sostener el proyecto cultural en el tiempo. Esto es, mediante actividades online relacionadas y publicaciones digitales o impresas, una exposición sigue viva, en marcha, permeable, aunque deje de ser visitable en sala.

El modelo prepandémico de la mayoría de los museos apostaba por el turismo como principal sustento, aunque desde algunos centros ya se había reivindicado la puesta en valor del contexto local, además del vuelco hacia una digitalización incipiente que no ha hecho más que acelerarse. En el presente inmediato el turismo no es ya una prioridad. Las restricciones de movilidad que conlleva la crisis sanitaria, unida a una crisis económica que apenas acaba de comenzar a extender sus tentáculos capitalistas, evidencian la necesidad urgente de implementar nuevos modelos… O de impulsar los que iban en una línea que quizás no se comprendía, por innovadora, cuando los viejos modelos estáticos favorecían a unos pocos en sus nichos de poder. Para la mayoría ha supuesto responder a una pregunta peliaguda, aquella de si la normalidad a la que tanto deseamos regresar estaba siendo favorable para la humanidad y sostenible para el planeta.

La problemática de los flujos migratorios, el cambio climático, el hambre y las guerras están presentes en los centros de arte que conciben la cultura como herramienta para la transformación social. El artista vasco José Ramón Amondarain cuestiona en su obra algunas nociones vinculadas a la inspiración a partir de lo que vemos en los museos. Como lo que es una copia, la originalidad, la reproductibilidad, el fetiche, incluso técnicas o disciplinas impuestas por el sistema del arte. Su exposición La risa del espacio (Guernica), comisariada por Daniel Castillejo en el San Telmo Museoa de San Sebastián en 2018, se articuló totalmente en torno a la obra de Pablo Picasso y la guerra. Cuatro lienzos estructuraban cerca de un millar de elementos entre dibujos, fotografías y objetos. Obras realizadas desde desplazamientos, transformaciones y lógicas constructivas diferentes, señalando aspectos de una pieza trascendental para la historia universal, el Guernica de Picasso. Tal conmovedora obra ha inspirado desde su exhibición a muchos artistas y creadores que han partido de ella para generar obra propia. Apuntando al museo como templo de inspiración, espacio para la meditación, escenario de creatividad para toda disciplina imaginable y susceptible de escapar a la censura o la prohibición.

Cabe traer a colación la que probablemente sea la escena más recordada rodada dentro de un museo. De tan solo cuarenta segundos de duración, retrata a tres personajes que corren por los pasillos del Louvre en Bande à part, filme de Jean-Luc Godard. ¿Quién no ha tenido ganas de correr o saltar en circunstancias similares? Precisamente porque el museo contiene cantidad de estímulos, no está permitido moverse por él así. Estar dentro lleva a fabular, fantasear e imaginar que somos los personajes de un cuadro que vemos o que lo reinterpretamos.

La inspiración para desarrollar un trabajo creativo siempre puede buscarse entre las paredes de un museo y los pasillos de un centro de arte. Un paseo en actitud contemplativa tiene el potencial necesario para sacarnos de un bloqueo vital, no solo productivo. Porque no todo en esta vida va de producir.


Marisol Salanova es crítica de arte, comisaria de exposiciones y consultora de comunicación para artistas, museos y coleccionistas, así como conferenciante en universidades de Inglaterra, Grecia, Canadá y Estados Unidos.

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