Horas críticas

Libros de la semana #22

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Leica Format, de Daša Drndić (Automática)

Originalmente publicada en 2003, la que nos ocupa es una obra fascinante y compleja acerca —fundamentalmente— de la memoria, que recuerda (palabras mayores) al desasosiego de Fernando Pessoa, las ciudades invisibles de Italo Calvino y los sinsentidos morales de Thomas Bernhard. La escritora, editora, traductora y docente croata Daša Drndić (1946-2018), fallecida hace tres años en Rijeka, la antigua Fiume, ciudad donde vivió sus últimas décadas y se desarrolla buena parte del argumento de esta obra con ecos de los traumas histórico-políticos que la asediaron, mezcló en Leica Format las historias inventadas con la crónica de no ficción. Armada con un riguroso y lírico estilo de voluntad experimental e intertextual, historiográfica, metaliteraria y documental, bajo la que laten los conflictos y las heridas más abiertas de su país, narra unas vidas cruzadas o tangenciales que tienen que ver con una geografía y una temporalidad emocionales, con la penumbra histórica, con los recuerdos y los presagios, con las obsesiones y con una urbe a la que cuesta reconocer y en la que a sus personajes les cuesta reconocerse. Como indica el politólogo, traductor y experto en los países balcánicos Miguel Roán en su prólogo a esta edición, la literatura de Drndić, más que autobiográfica, es «autorreflexiva. Su aparato intelectual se disocia de ella misma. Se la pueden imaginar, si quieren, como el académico que analiza un objeto de estudio con mirada severa y logra metodológicamente abstraerse de sus propias preconcepciones». De la autora, tan admirada como repudiada en su país por su condición de voz incómoda y terrible de las letras posyugoslavas, destaca su compromiso con la memoria individual y colectiva («la ficción está condicionada por el pasado», diría). En comparación con aquel gran fresco del siglo XX que fue Trieste —también editada por Automática en 2007—, para Roán esta otra representa «un poliedro más completo y multidimensional», con su planteamiento polifónico y cíclico. La perfecta aproximación a la empatía de la autora hacia otros mundos, su veracidad como requisito inexcusable para acercarse a ellos, para no olvidarlos: «Esto, todo esto, las vidas que tenemos hoy, son como un cuento de hadas. Son un absurdo. Son un trastorno, un estado similar al de la separación de dos amantes, una separación impuesta por las circunstancias en vez de por los deseos. Un estado de fatiga, un estado de estasis. Este inadoptable modo de vida no se adapta, sino que roza y chirría como el calzado socialista. Esta vida se retuerce y se disloca como una sombra. Esto son manchas».

La utilidad de leer. Ensayos escogidos, de Gilbert K. Chesterton (Trama Editorial)

«El primer uso de la buena literatura es evitar que el hombre se limite a ser moderno». Es una de las muchas perlas que contiene esta recopilación de textos del católico padre del Padre Brown, sagaz detective católico. El escritor y periodista británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), también conocido como príncipe de la paradoja, es una figura totémica en el paraíso de las letras inglesas, un faro para autores que a su vez son referente de tantos otros como Graham Greene, Julio Cortázar, Anthony Burgess, Franz Kafka o Jorge Luis Borges, quien decía de él que no había página suya que no contuviese un deslumbramiento. Esta colección de 18 ensayos contiene algunas verdaderas piezas magistrales en torno a algunos de los temas más frescos y recurrentes que abordó, y con especial atención a los pensamientos derivados de la lectura en todos los ámbitos y con todos los propósitos: entre otros, la bibliomanía como locura bibliotecaria, la posible utilidad de los novelistas, la historia contra los historiadores, las pseudociencias, los animales y el hecho de tomárselos demasiado en serio, la prensa amarilla, una teoría de la risa o la defensa del absurdo («Ninguna cosa puede resultarnos completamente maravillosa si la vemos tocada por la cordura»). Como señala en su irónico prólogo el escritor Íñigo García Ureta —también traductor de esta edición—, los artículos de Chesterton difícilmente pueden pasar de moda, porque ya están pasados de moda; bueno, más bien porque nunca se sujetaron a moda alguna y su prosa es, como el prologuista indica, perenne. «Todas las nuevas ideas se encuentran en los viejos libros», escribió Chesterton, con más razón que un santo. Con ligereza y brillantez, sin demasiada densidad pero sabiendo profundizar cuando el asunto lo requiere («No me gusta la gravedad. Creo que tiene algo de irreligioso»), este versátil autor de ensayo, narrativa, biografías y literatura de viajes no ahorra en estas páginas puyas y mandoblazos para todos los implicados, desde políticos a periodistas o, claro está, otros literatos, y así nos deja frases que muchos querríamos enmarcadas o al menos sujetas con un post-it en el escritorio de más de uno, como: «De todos los cultos posibles, el culto al éxito es el único que condena siempre a sus seguidores a convertirse en esclavos y cobardes», o la no menos lúcida «Siempre nos estamos preguntando qué hacer con los pobres. Si fuéramos demócratas nos preguntaríamos qué deben hacer los pobres con nosotros». Touché, chapeau y todos los galicismos que se precien hacia los dardos escritos del genio londinense.

Agathe, de Anne Cathrine Bomann (Anagrama)

La autora de esta obra se sigue definiendo en sus biografías como psicóloga, al menos a tiempo parcial, aunque también menciona —y no es para menos— que ha sido doce veces campeona danesa de tenis de mesa. De hecho, jugó varias temporadas en el extranjero y en una de ellas residió en Fontenay-sous-Bois, a las afueras de París, justo en la misma dirección donde habita la protagonista de su primera novela, que hasta la fecha ha sido traducida a 25 lenguas y se ha convertido en un fenómeno literario de calado. El relato se sitúa a finales de los años 40: un psiquiatra de existencia más bien retraída y que toca con la yema de los dedos su jubilación comienza a tratar a una joven y fascinante mujer alemana llamada Agathe, encuentro que conducirá a ambos a una doble terapia transformadora. Retrato de una personalidad de aparente fragilidad pero oculta entereza, su complejidad reside en enfocar las zonas grises del alma, aquellas en las que se hallan quienes aún tratan de buscar su lugar en el mundo y de lidiar de la forma más natural posible con el resto de mortales. «Hay algo solitario en el hecho de no vivir. Como si vieras que otros juegan mientras tú tienes la pierna rota», expresa la protagonista de esta pequeña joya literaria sobre la soledad y la intimidad, de esas obras que son capaces, como las mejores, de cambiarnos la vida o al menos de hacernos pensar que podría cambiar. Una nouvelle cuyos elementos se cifran con precisión y a la vez resultan explosivos en contacto con las oscuridades que emergen de sus personajes (con Albert Camus y Jean-Paul Sartre al fondo), construidos con toda riqueza de matices y que crecen a través de un argumento y una escritura de pasmosa potencia. Anne Cathrine Bomann, que desde este debut novelístico en 2017 ha escrito un ensayo sobre la esquizofrenia y una novela juvenil publicada por la editorial más importante de su país —además de otros proyectos literarios en progreso— se sirve de su experiencia en las aguas de la mente humana y parece en todo momento consciente de que existe algo asombrosamente vulnerable en el hecho de abrirse a otras personas: «Creo que la vida es demasiado corta y demasiado larga al mismo tiempo», dice Agathe en una de sus sesiones. «Demasiado corta para que uno pueda llegar a aprender cómo hay que vivir. Demasiado larga porque el deterioro no hace sino volverse más y más perceptible a cada día que pasa».

La tierra que vio nacer el blues, de Alan Lomax (Libros del Kultrum)

«Tengo una vena impulsiva y romántica que me cuesta controlar cuando salgo en busca de canciones», reconocía en las primeras páginas de este influyente y monumental estudio de los orígenes del blues su autor, el etnomusicólogo y productor Alan Lomax (1915-2002). Se trata de una crónica musical, pero también de vocación antropológica y sociológica, sobre la tradición cultural de este género, el dolor que cambió para siempre la historia de la música de raíces y luego la popular, así como su nacimiento en un duro entorno para la población afroamericana —the bad old times, como aquí se nombra aquel periodo—: «Estas abominables condiciones […] conforman el telón de fondo de un pasado inmediato que se proyecto ominosamente aún en nuestro presente»; por desgracia, estas palabras suenan hoy como una profecía. Lomax emprendió esta particular aventura suya por el Delta del Misisipi, un ingente trabajo de campo, cuando aquellas músicas se encontraban en plena progresión, en su edad dorada, los años 30 y 40 del siglo pasado. Siempre atento a las escasas oportunidades de captar el momento, consciente de que eran cantos vivos, su prosa logró recoger con buen pulso una serie de conversaciones —on y off the record—, reportajes y semblanzas de músicos, trabajadores de la tierra, granjeros, outlaws… a los que unía su condición de hijos de la esclavitud, y que compondrían la base de esa otra cultura norteamericana que a menudo ha sido negada o despreciada, como sus propios artífices. «Cuando por la noche estás acostado y no paras de dar vueltas de un lado a otro, y nada te apacigua, hagas lo que hagas, eso significa que el viejo blues te ha echado el guante», le confesaría Leadbelly, uno de los gigantes del blues temprano que se dan cita aquí junto a otros como Woody Guthrie, Muddy Waters o Pete Seeger. Era la primera vez que alguien los grababa, y gracias a Lomax el mundo les prestó oídos: los Beatles, Dylan, los Stones, la Velvet… todos reconocieron la trascendencia de su legado. La magnífica edición de Libros del Kultrum, traducción de la revisada y publicada en 2002, coincidiendo con la muerte de su autor, hace justicia a estas notas de lectura obligatoria (Premio Nacional de la Crítica estadounidense) para cualquiera que quiera acercarse a estas aguas pantanosas, que ya no lo fueron tanto desde que Lomax se dejó todo en su proceso de rescate y preservación; de celebración, a fin de cuentas.

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