Cultura ambulante

«Herencia»: arte consciente para salvar lo bello (o la Historia antes del Consumismo)

Visita a la exposición de la Fundación Madariaga de Sevilla

«Beneath the Surface» (2024), de Pim Palsgraaf. / © Fundación Madariaga

Lo primero que dijo Reyes Abad, comisaria de la exposición que acoge estos días la Fundación Valentín de Madariaga y Oya en Sevilla, cuando pusieron en sus manos (y en las de Álvaro Alcázar) el proyecto de Herencia fue que la palabra «sostenibilidad» no entraba en su lenguaje: «Lo considero un concepto muy prostituido, muy industrializado, muy asociado al consumo, que es justo lo que no debería ser. Si piensas en un coche que no contamine, hay que fabricarlo», comenta al inicio de una visita guiada por esta muestra.

Esta doctora en Educación de Artes Visuales quería buscar un concepto más amplio para entender ese carácter sostenible en unos términos distintos: algo que llevase al origen y a esa conciencia de la relación con lo Natural. Algo que, también, apuntara hacia la Belleza de lo que comprende ese vínculo. Así dieron con la noción de herencia, «una palabra preciosa que usamos muy poco» y que etimológicamente nace del latín haerēre para designar aquello que está adherido; es decir, unido a algo. Con el paso de los siglos, su significado derivaría hacia el actual de legar bienes a nuestros descendientes.

Un proyecto que desde hace ya dos años empezaron a diseñar Felipe Lozano y sobre todo Isabel Valdecasas, que es alguien «extremadamente consciente» de cuestiones como el reciclaje, la reutilización y todas esas erres fundamentales en un enfoque cuidadoso con el planeta. Esta era la idea que se ha querido trasladar a una exposición con un concepto de «360 grados»: no solo que las obras se conectaran por esa idea reformulada de sostenibilidad, sino que la propia gestión del proyecto lo fuera también (incluyendo procesos tan prosaicos como el transporte).

En la parte creativa, se trataba de buscar a artistas cuya obra gravitara en torno a esa idea central desde diferentes perspectivas: bien porque trabajan con materiales naturales o reciclados, o porque el concepto de sus piezas tiene un componente pedagógico, o porque se conectan de algún modo —aunque sea indirecto— a nuestra relación con la Tierra. Así se generó esta muestra poliédrica, cuya selección de obras se abre con un artista no muy conocido pero fundamental en este ámbito como es Pim Palsgraaf, del que aquí se expone una instalación site-specific de grandes dimensiones titulada Beneath the Surface (2024).

El artista holandés suele trabajar con materiales encontrados y se nutre de los que se amontonan en los espacios industriales de la Alemania del Este, pero también los que recolecta en sus viajes. Construye perspectivas imposibles en tres dimensiones que resultan inmersivas hasta casi el vértigo. Ligado a algunos de los presupuestos del arte povera, tan consciente de los materiales, de su recontextualización y su relación con el entorno; y a las teorías de Joseph Beuys sobre la progresión y la regresión constantes, que entroncan tanto con Europa, porque «nosotros sí tenemos una Historia antes de la historia del consumismo y somos capaces de poner pausa y ver belleza en todo esto que es antiguo y que ha perdido su uso original», recuerda Reyes Abad.

Otra de las obras destacadas es de Macarena Gross, quien centra el foco en la herencia de lo rural. Pertenece a su serie fotográfica Límites (2020), que alumbró en el campo y durante la pandemia, cuando caminaba cerca de diez kilómetros al día como «un ejercicio de observar y entender que somos parte de la Naturaleza». Utiliza la fotografía como «una herramienta de contemplación» que maneja sola y en silencio, por eso sus paisajes suelen estar desprovistos de figuras humanas. La propia autora define su pieza como «un acercamiento al concepto de la mal llamada sostenibilidad desde un plano más espiritual, porque da igual cuántas cumbres se celebren; si no hay un cambio de conciencia individual, no va a haber un cambio de conciencia colectiva».

Gross cita al filósofo y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin cuando decía que «todos somos corresponsables de la evolución», y en esa línea colectiva, esta obra es compartida con Bruno Gavira, un artista que trabaja con cartón y que realizó en este material el marco para la foto impresa. La referencia a los límites tienen que ver con cómo estos, de alguna forma, sirven para protegernos, explica la artista. La palabra sanctus (que viene de sancire: «delimitar») designaba lo sagrado en la antigua Roma: «Para mí es muy importante entender que, en este cuidado hacia la Tierra, caminamos por un lugar sagrado».

«Infinite» (2021), de Cachito Vallés. / © Fundación Madariaga

También se pretendía traer a Herencia la materia esencial, que es la luz, y Cachito Vallés era el artista que mejor podía interpretar ese concepto. Su instalación Infinite (2020) evoca una mirada antropológica de la humanidad en relación con el cosmos, a partir de una idea «muy poética de querer capturar el color del cielo», según explica. Para ello tomó una serie de fotografías, a lo largo de varios meses y en diferentes horarios, con el fin de estimar el color promedio en RGB de cada hora del día. Materialmente tradujo esas referencias a una iluminación LED programada informáticamente y conectada a internet para ir cambiando su luz en función de la hora, como algo que refleja el paso del tiempo y «que sucede hasta el infinito».

En esta y en otras de sus piezas, Vallés reflexiona en torno al arte creado con new media que, partiendo de lo tecnológico y lo electrónico, permite que perviva la esencia de lo Natural, estableciendo un potente discurso «contra lo pulido» y lo perfectamente acabado, la perfección digital y plana, que conecta con las nociones sobre estética de Byung-Chul Han en La salvación de lo bello: «La actual calocracia, o imperio de la belleza, que absolutiza lo sano y lo pulido, justamente elimina lo bello. Y la mera vida sana, que hoy asume la forma de una supervivencia histérica, se trueca en lo muerto, en aquello que por carecer de vida tampoco puede morir», escribe en este influyente ensayo el pensador surcoreano.

El canario Juan Gopar, el artista más veterano de la muestra, lleva trabajando con materiales sostenibles, encontrados o de reaprovechamiento desde hace casi medio siglo. Como estas casas fabricadas con restos de cayucos que suele almacenar y —en gran parte— quemar la Guardia Civil, dado su gran tamaño. De ahí surgen estos hogares a escala reducida que representan «lo que, al fin y al cabo, buscan esas personas que viajan en cayuco, su sueño. Si uno piensa en toda la historia que traen estas maderas… es sobrecogedor», comenta Reyes Abad. Algunos en sus colores originales («como un gesto de esperanza, antes de emprender un viaje tan dramático»), cuando no han sido aún destruidos; otros en ese gris calcinado tras su incineración.

Dagoberto Rodríguez, un artista muy conocido por haber fundado el prestigioso colectivo Los Carpinteros en una Cuba donde no había materiales más allá de los restos de madera o las suelas de los zapatos, es otro de los protagonistas de Herencia en la Fundación Madariaga. Aquí se presentan sus Ánforas (2020), hechas de barro y con forma de bombas, donde con su habitual ironía reflexiona sobre la destrucción de lo Natural a través de la tecnología armamentística. El escultor cubano evoca el anhelo de que esas bombas fuesen en verdad de cerámica y que al caer volviesen a formar parte del suelo terrestre.

«Ánforas» (2020), de Dagoberto Rodríguez. / © Fundación Madariaga

Hay en la exposición algunos artistas que han trabajado con materiales locales, como Bárbara Pérez, quien ha elaborado una fuente natural con mortero romano a partir de las teorías de Vitrubio, siguiendo fórmulas y mecanismos artesanales que tienen más de dos mil años. También hay obras, como las de César Barrio y Antonio Murado, concebidas a partir de materiales naturales que se van modificando con el transcurrir del tiempo, por lo que esa incidencia de la intemperie es la que crea la pieza, como en un acto performático que les da literalmente vida propia, las hace crecer y desarrollar su propio ecosistema. Obras que seguirán cambiando y evolucionando una vez que acabe la muestra.

Otra de las piezas más impactantes y que sirve para cerrar el itinerario (que, a modo de epílogo y tras una cortina negra, nos presenta una última instalación de María Carrión) es la del artista multidisciplinar Carlos Aires y su vajilla de platos de cerámica de La Cartuja, que sitúan al visitante ante varios contrastes; por ejemplo, el de la fragilidad del material frente a la dureza de las imágenes sobreimpresas. Un diseño y un montaje espectacular hacen de Telediario (2019) una obra cautivadora, donde la cotidianidad acaba invadida por problemas ajenos que chocan con la realidad más cercana. Actúa como colofón al reflexionar sobre esa herencia de toda una tradición, un rito, como es el de comer frente al telediario, tomando el horror, la tragedia y la violencia de la actualidad como sopa.

En definitiva, Herencia cumple con creces su objetivo de convertirse en una experiencia transformadora para el visitante, quien a través de estos diversos enfoques es capaz de hacerse consciente del impacto de nuestro paso por el mundo, del rastro que dejamos tras de nosotros. Esta muy recomendable exposición nos anima a que hagamos de ese valioso legado algo tan bello como la tierra que pisamos, aquello de lo que vivimos y de lo que estamos hechos.

 


 HERENCIA 
Carlos Aires, César Barrio, María Carrión, Juan Canogar, Macarena Gross, Dia Muñoz, Antonio Murado, Pim Palsgraaf, Bárbara Pérez, Manuel Quintana Martelo, Andrei Roiter, Dagoberto Rodríguez, Isabel Valdecasas, Cachito Vallés
Comisariada por Reyes Abad y Álvaro Alcázar
Fundación Valentín de Madariaga y Oya, Sevilla
Hasta el 31 de mayo de 2024

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