La Taberna Flotante

Dos proscritos

Taberna Flotante #42

Aún no había amanecido cuando llamaron a la puerta. Tres golpes fuertes y secos como aldabonazos, aunque en la puerta de la Taberna Flotante no había aldaba.

Desconcertado y soñoliento, Lem se levantó de la cama y corrió a abrir.

—Hola, Staszek —lo saludó el corpulento humanoide.

—Hola, Ijon —contestó Lem apartándose para franquearle el paso.

«Esto es un déjà vu«, pensó. «Si alguien escribiera mis aventuras, este episodio empezaría exactamente igual que el de hace un par de días… ¿o son tres?».

—¿Está el gato? —preguntó el humanoide antes de entrar.

—Sí, estará dormitando por algún rincón —contestó Lem frotándose los ojos.

—Entonces esto sobra —dijo el supuesto Ijon arrancándose la máscara orgánica con un gesto brusco—. A él no puedo engañarlo.

—Chalcedon, supongo —dijo Lem al ver el rostro azul verdoso, los ojos de reptil y las orejas puntiagudas.

—Sí, los dos hemos tenido que ocultar nuestra identidad, ¿no es cierto?

—Efectivamente. Aunque por motivos distintos.

—¿Qué sabes de los míos?

—Según Ijon, eres un forajido.

—Yo prefiero la palabra proscrito. O disidente.

—¿Qué te trae por aquí tan temprano? —preguntó Lem tras una pausa.

A modo de respuesta, el alienígena extendió la mano abierta, con la palma hacia arriba, y de debajo de uno de los taburetes de la barra salió volando un insecto reluciente que se posó en la punta de uno de sus recios dedos. Pero no era un insecto, sino un robot espía.

—Ha sido tedioso escucharos, no habéis dicho nada interesante. Salvo una frase que tú susurraste estando medio dormido —dijo Chalcedon clavando en Lem sus ojos amarillentos—. ¿Qué sabes de Sita?

—Según un informador bastante fiable que tengo en la Tierra, parece ser que sigue viva, pero nadie sabe dónde está —contestó Lem con un leve encogimiento de hombros.

—Ni siquiera yo, a pesar de que he movilizado todos mis recursos abductivos para dar con ella —intervino Chess saliendo de las sombras—. Lo que significa que tu amiga y su peluche han puesto especial empeño en ser ilocalizables.

—Si pudiera ir a la Tierra, la encontraría —dijo Chalcedon con un gesto de exasperación.

—¿Y por qué no puedes? —preguntó Lem.

—Porque hay un enjambre de espías como este —contestó el alienígena mostrando el insecto metálico posado en su dedo— que detectarían mi presencia en cuanto aterrizara e informarían a los Veladores.

—Si tú podrías localizar a Sita, también podría Ijon —opinó Lem.

—Sí —admitió Chalcedon—. Es casi tan hábil como yo. Pero él tampoco puede ir a la Tierra.

—¿Por qué? —se extrañó Lem—. Creía que era algo así como un agente de la ley.

—Lo era. Pero ahora…

—Déjame adivinarlo —lo interrumpió el gato solariano con una amplia sonrisa—, o, mejor dicho, abducirlo: ahora es un proscrito, como tú. Bueno, no como tú: mucho menos peligroso y menos buscado, pero proscrito al fin y al cabo.

—¡¿Cómo es posible?! —exclamó Lem.

—Que te lo diga el gato sabelotodo —ironizó Chalcedon.

—Abduzco que le ordenaron a Ijon que le quitara a Sita el muñeco robot o que lo desactivara por completo —dijo Chess—, pero él se limitó a darle instrucciones restrictivas. No muy restrictivas, al parecer, puesto que el inofensivo juguete que le regalaste a Sita acabaría propiciando una revolución.

2 Comentarios

  1. Por lo que parece, los puntos en común entre Chalcedon e Ijon no se limitan al tamaño. Quizá el hecho de suplantar su identidad provoca que disminuyan las diferencias entre ambos.
    A ver si en breve conocemos alguna información sobre los Veladores, pues su mención resulta intrigante.

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