Horas críticas

Hechiceras y adoradoras oscuras de ayer y de hoy

«Recordé que el pastor Binder decía que las mujeres mayores solo se creen brujas, solo se creen capaces de hacer daño, cuando no tienen en verdad el más mínimo poder»

Vieja bruja. Esto es lo primero que viene a las cabezas de las gentes de Leonberg, un pueblo alemán, allá por el año 1615, cuando ven a Katharina Kepler. Una hechicera impúdica y monstruosa, una vengativa adoradora de Satán, una víbora montadora de cabras. En definitiva, la culpable de los infortunios de todo un pueblo, incluidas aquellas piernas que se le malograron al maestro de escuela siete años atrás, mucho antes de que se escucharan las primeras acusaciones.

En realidad, Katharina Kepler es una anciana viuda y analfabeta.

Un peligro para la sociedad, por otro lado, si tenemos en cuenta que se pasea libre por el pueblo y vive de manera independiente.

Cuando me aproximé a Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja (Tránsito, 2024), me sorprendió que Rivka Galchen —en medio de esta marea de novedades, listas de favoritos, premios literarios, etcétera— acudiese a un tema tantas veces abordado: la caza de brujas. Pero en cuanto empecé a leer, no solo me fasciné por el lenguaje, que descoloca y seduce a las lectoras al ser tan contemporáneo y natural, irónico e inteligente, bello y divertido (dejo unos ejemplos: «Era la temporada del ruibarbo, la madreselva y los sentimientos exaltados», «Un colibrí se me posó cerca del hombro. Pésimo augurio. Si uno no es una flor», o «Durante un momento no sucedió nada en ningún lugar del mundo, o esa fue mi impresión»), sino también por cómo desmenuza cada una de las aristas de esta historia por un lado individual y, por otro, colectiva.

En muchas ocasiones, los relatos que giran en torno a la caza de brujas se quedan en lo espectacular: el fuego, los leños, las torturas y otros detalles morbosos. Sin embargo, Rivcha Galchen le proporciona la complejidad que merece a través de una narración fragmentaria y poliédrica. Al leerla, escuchamos a la multitud de voces del pueblo de Leonberg: la autora alterna el relato personal de Frau Kepler —escrito por su amigo y vecino, Simon Satler, ya que ella no sabe leer ni escribir—, junto a la visión del propio Simon, las cartas de su hijo —el famoso matemático imperial, Johannes Kepler— y de sus difamadores, y los testimonios que dieron durante el juicio los supuestos afectados por la brujería de Katharina.

Pero no es solo a través de lo formal que Rivka Galchen consigue que vivamos como si fuese propia los engranajes de una sociedad alejada en el tiempo y el espacio por cuatro siglos. Silvia Federici, en Calibán y la bruja (Traficantes de sueños, 2010), cuenta cómo las persecuciones a quienes practicasen la magia negra —es decir, las mujeres en los márgenes— fueron esenciales para el asentamiento del capitalismo y los sistemas patriarcales. Mediante esta historia individual, la autora nos acerca a nosotras, las lectoras del siglo XXI, a una realidad que no nos es tan ajena como puede parecer al inicio. El acoso y hostigamiento que ocurrió en pleno siglo XVII nos habla sobre la permanencia y la herencia de ciertos sistemas de opresión en nuestras sociedades contemporáneas. Salvando las distancias en años y avances tecnológicos y judiciales, nuestras sociedades son hijas directas de aquellas.

Katharina Kepler es una anciana viuda y analfabeta.
Katharina Kepler conoce remedios naturales y antiguas canciones de cuna.
Katharina Kepler camina por el pueblo y no parece dolerse lo suficiente de la partida de su marido.
Katharina Kepler es un poco metomentodo, es decir, no es una mujer recatada y decorosa.
Katharina Kepler tiene propiedades y un hijo exitoso.
A Katharina Kepler le deben monedas y grano muchos de sus vecinos.
Katharina Kepler es, por tanto, todo lo contrario a lo que una anciana viuda y analfabeta debe ser.
Es una amenaza al orden y a la vez una víctima ideal. Es una bruja. Todo el mundo lo sabe.

Entre 1615 y 1618, cuando se desarrolla la historia, estos son motivos suficientes para comenzar con el expolio de los bienes de una mujer y de su familia, la expropiación de sus saberes, de su libertad y de sus pocas riquezas. Sin embargo, se niega a amedrentarse por las habladurías. Es una mujer inteligente y autónoma. Pero ser inteligente y tener autonomía es otro rasgo propio de las seguidoras del demonio. O eso dicen.

Rivka Galchen. / Foto: Sandy Tait

Mientras una lee a Galchen comprende que históricamente el concepto de bruja ha servido para designar a las mujeres que no pertenecen al canon o rechazan las normas: ya sea por tener un cuerpo envejecido y por tanto no apto para ser consumido ni explotado en una sociedad capitalista («Si me permite el consejo, a la gente no le gustan las historias de ancianas, ¿sabe? Yo no lo usaría de gancho»), o por ejercer trabajos considerados inmorales, o por no ser las esposas ideales que se espera en un mundo heteropatriarcal («[…] la vida de una solterona a menudo es mejor que la de una mujer casada. Nada de muertes en el parto. Nada de bestias en casa»), o tan solo por querer ser dueñas de sus propias decisiones y de sus cuerpos, aunque sea mínimamente. Y, sobre todo, es un concepto que sirve para acabar deshaciéndose de ellas: quemadas, encarceladas, torturadas, desposeídas, coaccionadas, silenciadas.

En definitiva, esta novela nos invita a conocer el juicio por el que se vio obligada a pasar una de tantas —¿cientos?, ¿miles?, ¿decenas de miles? La Historia no se pone de acuerdo— mujeres allá en la Edad Moderna. Y a su vez, como toda buena literatura, desde las sombras nos lanza una pregunta inquietante y muy pertinente: ¿Podemos decir con total seguridad, siendo conscientes de que «cualquier falso testimonio que proporcione a sabiendas desatará la gran ira de Dios en [nuestra] vida terrena y que librará [nuestra] alma a Satán cuando [nos] llegue la muerte», que las persecuciones y cazas de las llamadas brujas han terminado?

 


TODO EL MUNDO SABE QUE TU MADRE ES UNA BRUJA
Rivka Galchen
Traducción de Inga Pellisa
TRÁNSITO
(Madrid, 2024)
376 páginas
21 €

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