La Taberna Flotante

El gato de Chess Shire

Taberna Flotante #25

Gato de Cheshire en «The Nursery Alice» (1890), ilustración de John Tenniel

Una apacible noche de bilunio, el astronauta que se hacía llamar Ijon Tichy entró en la Taberna Flotante acompañado por un enorme gato atigrado de pelaje rojizo y relucientes ojos amarillos.

—Es Chess —le explicó al tabernero—, el compañero de mi infancia. El mar de Solaris me lo ha devuelto.

—Con creces, por lo que veo. No creo que el original fuera de ese tamaño. Parece un tigre enano, más que un gato grande —comentó el tabernero.

—Tuve a Chess cuando yo tenía siete años, y supongo que entonces, en comparación con mi propio tamaño, me parecía así de grande. Y puesto que el mar inteligente lo ha revivido a partir de mis recuerdos…

—¿Crees realmente que la palabra es «revivido»? Y, por cierto, deduzco que el verdadero Tichy te encontró y fuiste con él a Solaris. Despareciste sin dejar rastro.

—Sí, claro, volví a Solaris con él. Bueno, no exactamente con él, cada uno en su nave… Discúlpame, amigo, con la emoción y las prisas me marché sin despedirme.

—Aceptaré tus disculpas si van acompañadas de un relato que valga la pena oír —contestó el tabernero mientras llenaba una jarra de espumosa cerveza azul, que el astronauta apuró de un trago.

—Hay poco que contar. Aterrizamos en una pequeña isla de la zona ecuatorial del planeta, y mientras el otro Tichy iba de un lado para otro, a mí me invadió un sopor irresistible y me tumbé en la orilla. Y al cabo de un rato Chess salió del mar y se tumbó a mi lado, como solía hacer cuando yo era pequeño. Lo de tumbarse a mi lado, quiero decir, no lo de salir del mar.

—¿Y qué más?

—Nada más. El otro Tichy me dijo que volviera enseguida a Münchhausen y os pidiera encarecidamente, a los que sabéis algo de todo esto, que guardarais el secreto. Yo me resistí, claro, acabábamos de llegar tras un viaje largo y accidentado. Pero él dijo que estaba en juego el futuro de la galaxia, así que regresé a toda prisa y aquí estoy. Él vendrá en cuanto pueda y nos lo explicará todo.

—¿Y el gato? —preguntó el tabernero tras una pausa.

—Según la leyenda que el otro Tichy le contó a Lem hace doscientos años y en la que este basó su novela, el mar de Solaris puede reconstruir a tus seres queridos a partir de tus recuerdos inconscientes. Como te he comentado alguna vez, yo fui un niño prodigio del ajedrez, y a Chess lo llamé así por el gato de Cheshire, el de Alicia, ya sabes. Yo creía que Cheshire era Chess Shire, el Condado del Ajedrez, y que el gato del País de las Maravillas era un gran ajedrecista. Al parecer, el mar solariano ha partido de esas fantasías infantiles enterradas en mi memoria para engendrarlo a él —concluyó el astronauta señalando al enorme gato, que se había subido de un salto a uno de los taburetes de la barra.

—¿Y juega bien al ajedrez? —bromeó el tabernero; pero, para su sorpresa, la respuesta fue completamente en serio.

—Muy bien. Hemos jugado varias partidas durante el viaje de vuelta y las ha ganado todas.

14 Comentarios

  1. Como siempre, una delicia leerte. Me estoy haciendo adicta a la Taberna Flotante.

  2. Las visitas a la Taberna siempre son un placer. Y la sensación que queda es la de esperar que el tiempo pase rápido para poder leer la próxima entrega.
    Por cierto, es sorprendente la facilidad con la que aparecen nuevos personajes.

  3. Coincido con «pfijo» en ese placer por ir viendo cómo aparecen personajes un día admirados. Cualquier día vemos a Frank Bowman explicándonos el sentido y el origen del monolito de 2001.

  4. No me extraña que el gato te gane. Ejem…
    Genial, cada vez me gusta más.

  5. Allá por el siglo pasado me leía casi toda la cifi que encontraba, y mis favoritos eran, y siguen siendo, aquellas selecciones de Bruguera cuyos números, del 1 al 40, aun conservo. Y ahora, de casualidad encuentro al autor de esos prólogos tan buenos como los propios relatos.
    Muchas muchas muchas gracias 🙂

    • Gracias a ti, Julián. Decía Jean Paul, el escritor romántico alemán, que los libros son cartas que escribimos a amigos desconocidos. Es un placer y un estímulo conocerlos, aunque solo sea un poquito, de vez en cuando.

  6. De pibe soñaba con tener un tigre “como el de Tarzán”, pero manso como un gato, un gato enorme que los vecinos no podían saber que era un tigre; solo yo tenía ese privilegio que, además, me permitía llevarlo de paseo como si fuera un perro. A menudo me pregunto si no era al revés. Los demás tigres-gatos del vecindario eran como los gatos reales, desconfiados, ariscos, arrogantes y, por supuesto pequeños; el mio, cuando encontrábamos un perro o una persona que quería saber algo sobre él, especialmente sobre su pelaje, se trepaba al primer árbol que encontraba, y desde ahí esperaba a que pasara el peligro, luego descendía y continuaba a caminar pacíficamente a mi lado, con ese balanceo peculiar de los tigres. Le gustaban los mimos en la garganta, pero su ronroneo era insoportable. Micho se llamaba. Vaya a saber dónde andarán sus huesos de sueño. Gracias, Carlo por traerme a la memoria viejas fantasías. Muy lindas tus invenciones.

  7. Entiendo que la unión entre los recuerdos y fantasías del astronauta con el mar inteligente conlleva propiedades emergentes que explican que el gato siempre le gane al ajedrez.
    Sin embargo, no he podido evitar irme un poco de tema y preguntarme si un producto creado por nuestra mente puede tener habilidades que aparentemente no tenemos o no creíamos tener. Me lleva a pensar en las disociaciones y diferentes identidades conviviendo en una misma persona. También en las teorías del modo de procesamiento focalizado y difuso del cerebro, como el ejemplo que me explicaste de Kekulé soñando con una serpiente mordiendo su propia cola.

    • Fascinante cuestión. O cuestiones, pues son varias. En cualquier caso, no pocos científicos, escritores y artistas han tenido sueños iluminadores. Hemingway llegó a decir que trabajaba durmiendo.

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