Crónicas en órbita

Del Gijón al María Pandora: la memoria heredada de los cafés de tertulia (I)

Imagen del interior del Café Gijón en la actualidad. / Foto: Laura M. Santamarina

Los cafés de tertulia del siglo XIX marcaron durante décadas el camino de la vanguardia cultural. Hoy muchos están cerrados, otros se han reconvertido para adaptarse a la era de la modernidad. En paralelo, nuevas propuestas sobresalen para coger el relevo de estos clásicos y reinventar el espacio cultural.

Madrid fue la primera ciudad española que comercializó el café en el siglo XVIII. Esta bebida estimulante fue todo un éxito en los locales de moda, donde los vecinos de la capital se refugiaban, bebían ungüentos y pasaban el tiempo de las tardes. Los nuevos negocios del siglo XIX tomaron el modelo de los salones burgueses y aristocráticos franceses, donde se aglutinaron las novedades culturales y el debate político. A la luz de candelabros, comenzaron a darse cita personas de todo tipo e hicieron del espacio una sala de reunión, una tribuna, un escenario, un teatro y, sobre todo, un escaparate de la esfera pública durante un par de siglos. Madrid albergó en sus calles una pluralidad de estos singulares establecimientos que fueron la meca de las personalidades más renombradas del siglo XIX y XX, y cuyo legado ha sido heredado por nuevas generaciones para adaptarse a la modernidad.

La ubicación céntrica no es casualidad. En la conocida como almendra madrileña convive gente muy plural que transita de un lado para otro con diferentes inquietudes y proyectos, buscando un lugar en el que exponer sus ideas. Así lo hizo la bohemia madrileña, que encontró en mesas de mármol y divanes de terciopelo rojo el lugar al que acudirían cada tarde, a la misma hora. Café Gijón, Café de Pombo, Café Iberia, Café Comercial y Café Suizo son tan solo algunos nombres de estas emblemáticas casas de tertulias que descansan en el imaginario colectivo de la capital y por las que pasaron políticos, poetas, pintores, escritores, toreros, artistas y gente corriente. Calificados como históricos, rinden homenaje a este título. Las ideas que allí nacieron se materializaron en hechos, y vieron la luz proyectos tan importantes para la cultura española como la Revista de Occidente, cultivada en La Granja del Henar por Ortega y Gasset y sus amigos.

«El café es una cosa, tan grata y divertida, que en él se pasa uno las horas sin sentirlas […]. Leyendo algún periódico, hablando de política, repasando la crónica variada y entretenida del contenido del escándalo y de la chismografía […]»

(fragmento de «A Caféfila», de Antonio de Trueba)

José Bárcena ha sido empleado durante 50 años en el catálogo de tertulias por excelencia, el Gijón, fundado en 1888 por un asturiano nostálgico de su tierra. Cuando Bárcena comenzó a trabajar como camarero el 1 de mayo de 1974, el Café ya era histórico y continuaba cobijando momentos y personalidades fascinantes a quienes conoce bien y, a otras que pasaron antes por allí, admira. Cuando el poeta Paco Umbral llegaba al Café, decía que en el ambiente estaba el artículo. «En este lugar mágico están las palabras para que yo las escoja», recuerda José Bárcena las declaraciones del escritor. Sus palabras traen a colación a Ramón Gómez de la Serna, quien tiempo atrás decía que «Pombo es el archivo, además del Café». La estancia prolongada en estos lugares dio como resultado largas conversaciones dedicadas a lo terrenal y a lo divino. En el argot castizo de la época, los miembros de estas reuniones fueron bautizados como pierdetiempistas, convirtiéndose poco después en los precursores de las alabadas tertulias. «Veías a quien menos te esperabas», afirma José. La tertulia de los cómicos se celebraba por la mañana, por la noche era el turno de los escritores. Por la tarde, Gerardo Diego y los mejores poetas. Todo el centro del local estaba ocupado por figuras gallegas. El resto eran pintores y del mundo del espectáculo. Los cineastas arriba, los del teatro abajo.

Ambiente del Café Gijón en el siglo XX. / Imagen cedida por José Bárcena

El periodista Matías Antolín siempre decía que «es más prestigioso para un autor tener una silla en el Café Gijón que en la Real Academia de la Lengua», rememora Bárcena mientras descansa sobre una de esas sillas emblemáticas. Los tertulianos, fieles a sus locales, peregrinaban normalmente a su lugar de origen. Otros, los menos, eran nómadas que andaban de café en café participando en conversaciones de temáticas variadas, hablando de aquello que uno evitaba por pudor sobre el papel, pero que en la tertulia era el tema principal. Bárcena recuerda la picaresca de quienes participaban, y afirma que en estas conversaciones se iba a mentir, pero también a no dejarse engañar. «Una de las máximas de la tertulia es que no se impone, se expone», dice José. La autoridad que uno adquiere en ella tiene un carácter provisional, depende del tiempo acumulado en posesión de la palabra, empleada como arma para generar nuevos lenguajes.

Situado en la Glorieta de Bilbao y famoso por tener en su lista al buen comensal, Miguel Fleta y su tortilla de patatas, solo puede ser el Café Comercial. Tras su puerta giratoria y una vez esquivada su célebre barra de bar, el aclamado director y guionista Luis García Berlanga encabezó una de las más afamadas tertulias junto con el dibujante Antonio Mingote y el periodista Jaime Campmany. El Comercial heredó esta actividad tras el cierre provisional del Café Gijón por una obligada reforma, y fue uno de los primeros locales en contratar a mujeres como camareras, un hecho excepcional ya que estaba mal visto. Quizás fuese por su prematura modernidad, quizás fuese por azar, será uno de los pocos afortunados que asista al nacimiento del siglo XXI. Las conversaciones culturales se extendían por todos los divanes rojos de la ciudad aunque, con el tiempo, se han convertido tan solo en un valioso recuerdo. Melquiades Álvarez, gerente del Café Varela desde el año 79, cuenta que las tertulias se fueron marchitando hasta que finalmente, desaparecieron, pero deposita toda su confianza en un futuro prometedor para estos locales. «Tertuliar es innato en el ser humano», afirma Álvarez, y añade: «La gente necesita lugares donde tener calor humano y eso en las redes sociales no se consigue».

Algunas obras y escritos que se conservan en el Café Comercial. / Foto: Laura M. Santamarina

El valor de los cafés

Hoy, 177 años después de la apertura del Café Suizo, puntero en la ciudad, los artistas continúan acudiendo a nuevos espacios en los que acompañar con un café la actividad de interés. La pérdida de estos locales no es solo una cuestión económica, es una pérdida patrimonial, social y de desarrollo del conocimiento. Entre Miguel de Unamuno, Rafael Alberti, Ricardo Calvo, Benavente y otros, también se sentaban estudiantes de la Universidad Central de la calle San Bernardo. Todos ellos acudían a las tertulias y a las veladas poéticas, donde los autores daban a conocer sus obras en los llamados «Versos a medianoche». Álvarez recupera la historia de esta famosa esquina de la calle Preciados y rescata del recuerdo lo que se perdió con el tiempo. La propiedad y dirección del Varela pasó de mano en mano hasta que perdió no solo su esencia, sino también su estructura. «Cuando el Café llegó a nuestras manos, existía el letrero», cuenta Álvarez. La noticia de su cierre en 1944 corrió por todas las calles de Madrid. Se trató de recuperar bajo el nombre de Nuevo Varela, pero nunca llegó a ser el mismo.

«Café Varela, tu muerte
nos sorprende anonadados
quizá porque, descuidados,
no atisbamos tu suerte.

Café Varela, ¿moriste
o fue que asesinamos?»

(extracto del cupletista El Cipri)

Álvarez afirma que estos lugares se convirtieron en un talismán para los autores y artistas del mundo de las letras y de la farándula, como si se hubiera creado una especie de ley de atracción entre la forma y el fondo. «Piensa que la gente que recitaba bien tenía derecho a una mesa y a un vaso de agua», cuenta el gerente. Los más devotos de la tertulia no aspiraban a que sus palabras habitaran eternamente en el café, sino que en ella residía la esperanza de marcar la historia cultural del país, además de crear importantes conexiones con las novedades culturales que se desarrollaban fuera de las fronteras españolas.

Fachada del Café Varela en la calle de Preciados. / Foto: Laura M. Santamarina

La transnacionalidad que consiguieron estos espacios de tradición, gloria y fama sigue siendo una realidad que hace posible crear puentes entre culturas de todo el mundo. Así sucedió, un día sin más, en el María Pandora — Cava y Poesía, cuando se sentaron una pareja de rusos en el café. En ese momento ninguno de los camareros que trabajaban hablaba inglés, y Eva Contreras, responsable de la revista cultural Babab y al mando del café desde 1995, se acercó a preguntar. Resultó que eran actores miembros de una compañía teatral y venían a España a promocionar sus obras para los rusos y las rusas que viven en Madrid. Cada año celebran este acercamiento cultural en España y, por casualidad, esta vez terminaron en el Pandora. Movidos por la atmósfera que se crea en el lugar, entraron por curiosidad y acabaron haciendo una representación teatral de las suyas. «Son cosas muy bonitas que pasan sin ser esperadas», dice Contreras. Un recuerdo que merece la pena rescatar.

Puertas abiertas a la expresión cultural en todas sus versiones

Las luces se apagan, las personas que toman algo en el María Pandora, ya de madrugada, quedan iluminadas tan solo por las farolas de la plaza Gabriel Miró. Nadie sabe lo que está sucediendo, se miran, hablan, preguntan. De repente, se encienden las luces y, como por arte de magia, hay un hombre desnudo tumbado en el suelo. Ninguno puede llegar a imaginar que va a presenciar un precioso monólogo de la novela titulada Pedro Páramo, primera del escritor mexicano Juan Rulfo. El espectáculo corre a cargo de Alberto García, artista y fundador de la compañía teatral DT Espacio Escénico y amigo íntimo de Eva Contreras. Es ella la que recupera ese recuerdo con especial cariño y con los pelos de punta. Esto tan solo es un ejemplo de una noche en el Pandora, un lugar donde, en palabras de su propietaria, «todo puede pasar y queremos que pase». Cualquiera que cruce la puerta tiene la oportunidad de hacer suyo el espacio y presentar su trabajo sin cobrar a nadie por ello. «Creo que el café sirve para dar un empujoncito a estos artistas y ponerselo un poco más fácil», cuenta Contreras. El proyecto nació de la mano de Luis Miguel Madrid, hace más de dos décadas. Teniendo un poeta al mando, este género literario siempre es bien recibido para ser el protagonista del singular micromundo de Las Vistillas. Pequeñas editoriales como Los libros del Mississippi, El sastre de Apollinaire y Ultramarina, entre otras muchas, eligen las tardes del Pandora para presentar sus obras.

La librería Tipos Infames — Libros y Vinos. / Foto: Laura M. Santamarina

Como parece, no hay nada imposible, y la actividad «Librera por un día» concede el privilegio a los autores de recomendar sus lecturas favoritas. Rodrigo Fresán, escritor y traductor, se convierte en librero por tiempo limitado gracias a la iniciativa cultural celebrada por un espacio clave de ocio en Madrid. Infame es el gentilicio para los nómadas de la calle San Joaquín, 3. Gonzalo Queipo, Alfonso Tordesillas, Francisco Llorca y muchos amigos más que se han ido sumando son hoy las piezas que construyen Tipos Infames — Libros y Vinos. «Para bien y para mal, es una librería muy característica de nuestros gustos e inquietudes. Dejamos fuera las fobias e introducimos algunas filias», cuenta Gonzalo Queipo. Apuestan por la parte literaria de la que tanto disfrutaban cuando eran estudiantes y la aúnan con una pequeña cafetería dentro del mismo espacio. Un proyecto que arranca en 2010, en el barrio de Malasaña, buscando a aquellos que quisieran embarcarse en el viaje de creación de un proyecto diferente. «Nosotros quedábamos en librerías, aunque no tuvieran cafetería. Encontrarse aquí es fácil», afirma el Infame. Este espacio de base cultural lo habitan por un día Popy Blasco presentando Cine Crush, Natalia García Freire hablando de Trajiste contigo el viento o el autor novel Manuel Pacheco con Las mejores condiciones, acompañado por el director de cine Jonás Trueba y la escritora Mercedes Cebrián. La programación del espacio se vertebra en presentaciones literarias sobre temas que no son necesariamente novedad. Indagan y ofrecen una actividad profunda y completa, cuidando a su modo todo el proceso.

«En Madrid tienes que aprender a convivir entre lo que querrías hacer y lo que puedes hacer», declara el poeta Escandar Algeet, de madre española y padre sirio, fundador de Aleatorio Bar, situado en la calle Ruiz, una de las arterias de Malasaña que desemboca en la plaza Dos de Mayo. En la fachada, un espejo opaco que apela a todo aquel que lo lea: «Buenas noches familia, ¡la vida es buena!», y es que en Aleatorio se mira la vida con otros ojos. Un pequeño escenario preside el local donde descansa un micrófono, un taburete y un atril esperando a que alguien les dé vida. «La única condición que ponemos para los eventos es que la entrada sea libre. La filosofía se puede resumir en que la puerta está abierta a todo aquel que no la cierre», comenta Algeet, quien persigue el objetivo de crear un espacio de expresión, debate, confrontación, diálogo y, por qué no, de fiesta. Estos nuevos espacios promueven la cultura de la ciudad donde se da la oportunidad a nuevas voces de hacerse oír y a las de siempre, de seguir avanzando.

[ Continuará… ]

2 Comentarios

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