Crónicas en órbita

Del Gijón al María Pandora: la memoria heredada de los cafés de tertulia (y II)

[ viene de esta primera parte de la crónica ]

 

Un mobiliario convertido en patrimonio cultural

Ambiente y molduras originales del Café Barbieri. / Foto: Laura M. Santamarina

En su obra La producción del espacio, Henri Lefebvre reflexiona sobre lo que él califica como «espacio vivido», esto es, una suma de conceptos simbólicos de la historia compartida y de las expectativas que se instalan en el individuo referidas a un lugar concreto. Lo cierto es que el sitio donde uno va a peregrinar ha de poseer ciertas cualidades para que se regrese una y otra vez. Los históricos cafés son, como bien decimos, históricos, pero por el paso del tiempo, muchos han llegado a manos de directivos que no supieron cuidar este patrimonio y durante un largo periodo hicieron desaparecer su memoria; el espacio había cambiado y, con ello, todo lo que un día fue. De esto sabe bien Paul Torriglia, actual propietario del emblemático Café Barbieri, un joven que se hizo con el corazón del barrio más castizo de Madrid en octubre del 2021. Para su sorpresa, el Barbieri, como tantos otros, había sido víctima de modelos de negocio que no cuidaron el alma del lugar. Un local de 1902, situado en la calle Ave María, cercano al antiguo Teatro Madrid que un día se quemó y al que acudía Alfonso XII, quien, finalizada la función, se dirigía al Café, refugio para él y sus amantes. Tal era su afluencia que mandó construir pasadizos subterráneos que conectaran directamente la salida del teatro con este deseado espacio.

Una de las particularidades del café, que toma nombre del compositor y musicólogo Asenjo Barbieri, es la restauración del mobiliario original. Paul ha tratado de recuperar la esencia de los mejores años del lugar y de potenciar sus características arquitectónicas y mobiliarias. Por ejemplo, bajo el mármol blanco de las mesas hay un tablón de madera que simula una especie de pupitre. En esta parte inferior era donde los artistas dejaban sus materiales de trabajo cuando reposaban en el café, y así podían seguir disfrutando de la bebida. Por su edad temprana, Torriglia no tendría por qué conocer, a priori, lo vivido en estos lugares, pero la intención que tiene es rescatar el pasado y hoy cree que ese objetivo está cumplido. En términos arquitectónicos y decorativos no se ha cambiado nada: cuando estaban haciendo la reforma, mucha gente llegaba y pedía que, por favor, se mantuviera la apariencia del local tal y como ellos lo conocían. Es muy importante sentirse como antes y poder hacer un viaje en el tiempo dentro de estas paredes. Incluso se puede vislumbrar la influencia de los primeros locales aburguesados franceses en los techos y molduras del Barbieri. En 1900, la arquitectura parisina se extiende por la República Checa y por Suiza, alcanzando una relevancia de tal envergadura que hoy podemos observar esta pieza en Madrid.

Pero si hablamos de mesas, no las hay más emblemáticas que las del Café Comercial. Sobre este mármol negro con vetas blancas, que hoy son patrimonio de la ciudad de Madrid, se sentaron personalidades como Pérez Galdós, Tierno Galván o Ignacio Aldecoa. Se hizo una reforma del interior en 1953, pero se supo mantener y cuidar el espacio que perdura hasta nuestros días. Los espejos son un elemento común en los cafés de tertulia y bañan la mayoría de sus paredes. Paul Torriglia cuenta cómo estos elementos son un precioso reflejo del paso del tiempo. En el cuerpo de los mismos se puede apreciar el grafeno, de aspecto fragmentario y color negro, una sustancia que antiguamente se utilizaba para la construcción de estos objetos y que ya se ha perdido. En el espejo del café de Lavapiés, completamente originario del lugar, está grabada la diosa de la poesía y la lírica, Erató, quien ha visto y escuchado todo lo que ha pasado por allí, desde el citado Alfonso XII hasta cualquier escritor que uno se imagine. «Ha escuchado conversaciones románticas, políticas, de todo tipo de índole, e incluso la tuya y la mía ahora mismo», descubre Torriglia.

Evento en el María Pandora. / Imagen cedida por Eva Contreras

Pero para que un espacio posea un valor incalculable no hace falta que sea declarado patrimonio nacional. La propietaria del María Pandora afirma que, cuando se crea un local, se empieza a construir un ambiente que atrae a un tipo de público concreto. «No sé exactamente cómo sucede, pero sucede», dice Eva Contreras. El Pandora es un espacio que, cuanto menos, llama la atención. Uno puede entretenerse largo rato en observar con detalle cada objeto que reposa sobre las estanterías, los carteles de las películas que, o bien guardan relación con el lugar, o son del gusto de quien lo regenta, y una mención especial a su particular altar de fotos de comunión. Por muy variopinto que resulte, este café es una extensión de los gustos de su creador, Luis Miguel Madrid, la segunda casa de Eva y muchos cachitos de las personas que van pasando por allí y dejan un pequeño recuerdo. Como resultado de la acumulación de cosas de aquí y de allá nace este espacio en el que llegan a tocar miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional. «El Pandora es vida, todo tiene un significado aunque no lo parezca, tiene ese puntillo distinto, qué sé yo», dice su propietaria.

Programación cultural y nuevas iniciativas

Una de las claves de la lectura es que, cuando se abre un libro, uno nunca sabe lo que encontrará en el mar de sus páginas. Y así es Tipos Infames. «Puedes venir intencionadamente porque sepas que hay una actividad en particular o simplemente porque llegas y está, es una parte muy interesante de todo esto», reconoce Gonzalo Queipo. Hay un gran espacio para los eventos culturales que tienen programados, pero siempre queda hueco para nuevas propuestas que, en un principio, no están contempladas pero pueden llegar a sorprender, y esta vez, es cometido de la persona ajena al café, el que se interesa por reservar una mesa, pero no solo para tomarse un tentempié. El vínculo que se ha ido forjando entre los cafés y el público es bilateral, la gente acude con nuevas propuestas y muchas ganas de darse a conocer. «Intentar que la gente se sienta como en casa es lo más importante», reconoce Eva Contreras, y añade: «No somos de poner reglas superestrictas en lo que a propuestas artísticas se refiere; también por eso la gente se siente a gusto, esta es su casa y aquí somos todos iguales».

Aleatorio Bar tampoco entiende de líneas rectas. Abre las puertas de su local a todas las propuestas de carácter cultural que se les planteen, siempre que entren dentro de la legalidad. Las raíces de su programación son literarias, con la jam session de los miércoles además de toda una serie de presentaciones, recitales y lecturas, junto con un stand-up de comedia, microteatro, proyecciones, tertulias, conciertos sin enchufar y hasta exposiciones de arte. Escandar Algeet no solo regenta un espacio cultural sino que su primer flechazo profesional fue la dirección cinematográfica, que aunaba con una pasión desbocada por la escritura basada en la libertad. Se dirigió a Madrid con una hoja de ruta, pero la capital no entiende de planes, cuenta Algeet en su libro Hogaritos. De cine saben mucho en la calle Martín de los Heros, conocida como «el paseo de la fama» y rodeada de las exhibidoras más emblemáticas de la ciudad, como los cines Renoir y los Golem. Allí está Ocho y Medio Libros de Cine, un negocio que promueve el séptimo arte de forma especial. Esta librería-cafetería celebra el arte de hacer cine cada día. María Sylvero, propietaria de este tesoro literario que nació hace 27 años, concede la oportunidad de tomarse un café en un espacio que bien podría ser un museo cinematográfico.

Interior de Ocho y Medio Libros de Cine. / Foto: Laura M. Santamarina

No importa donde fijes la mirada en Ocho y Medio porque siempre hay algo que ver, como los carteles originales de las películas más taquilleras con la correspondiente firma del famoso elenco, atrezo original de los rodajes, fotografías, material de iluminación, material de sonido y un largo etcétera que convierten a esta librería en un almacén de objetos valiosos para la memoria cinematográfica de nuestro país; en vez de guardarlos en un trastero, hoy tienen una segunda vida como piezas de exhibición. La librería fundada por Jesús Robles se especializa en el género que bautiza el local y acoge, entre tanto arte, una pequeña cafetería. «Realmente el café es completamente independiente, casi de ambiente», cuenta Sylvero. Convocan presentaciones de obras y charlas con escritores que giran en torno a la industria del cine en cualquiera de sus versiones, convirtiendo a Ocho y Medio en un punto de encuentro. Sylvero no puede quedarse con un evento en concreto y asegura que «todos los encuentros son de cine, valga la expresión». En su mayoría, trabajan con obras académicas, pero también memorias o de cualquier otro género. Estos momentos dan pie al desarrollo de un foro plural e interesante en el que el público participa y donde se genera todo un universo de conocimiento.

Aunque los cafés centenarios hayan perdido a sus ilustres clientes, otros nuevos oxigenan el espacio y sostienen esa corriente bohemia y cultureta que los mantiene vivos. Paul Torriglia es consciente de que el barrio de Lavapiés está gentrificado y es de interés social, por lo que busca que perduren las tradiciones de la zona a pesar del cambio urbanístico y de las personas que vienen y van. Su equipo no tiene entre manos una agenda cultural concreta como puede ser la del Café Comercial, pero trabajan poco a poco en puntos de interés que encajen con las previsiones de ocio de los madrileños. «Me gustaría que viniera al Barbieri la gente más intelectual, bohemia, sensible y curiosa», reconoce. Como trae Torriglia a colación, la agenda del Comercial es muy conocida por su singularidad. Los lunes son literarios y los miércoles son de «cine + cena», el late night show «Y de beber, albóndigas» presentado por Santi Alverú, donde las risas nunca faltan, y los conciertos como plato estrella. Una extensa lista de artistas tocan sus canciones en el segundo piso del Comercial día sí, día también, ofreciendo un non-stop de iniciativas artísticas de corte moderno. El Café Gijón trata de revivir el clima propicio para hacer despegar, de nuevo, esa forma de vida gracias a la celebración de monólogos, recitales y veladas poéticas, aunque con bastante menos asiduidad que en su origen. Con especial cariño, José Bárcena habla de Abanico, una actividad que presenta y organiza donde se rinde homenaje a una persona conocida y esta misma expone lo que guste. En el Café Varela también se suman al ciclo de homenajes, este año dedicado al director de cine David Trueba.

Renovarse o morir: el presente de un pasado histórico

El tiempo ha ido rayendo estos cafés, reflejo de una vida pasada, legado para sus herederos y recuerdo para sus adeptos. Algunos de ellos cerraron hace ya mucho tiempo, como la cripta del Pombo, conocido como «el café de los cagones», que la modernidad se llevó por delante en 1942, dejando a los pomborianos huérfanos de cobijo. Madrid también perdió el Levante, el Universal o el Lorenzini. Tal fue el amor por ellos, que emblemáticos escritores y clientes de los mismos dedicaron unas palabras a los que fueron, durante tanto tiempo, su segunda casa. Olga María Ramos, escritora y cantante, se despide así de estos establecimientos que hacían latir el corazón de Madrid:» Aquel café / de la Puerta del Sol / refugio fue / de mi primer amor. Aquel café / de mi viejo Madrid / aquel café / donde fui tan feliz». Lo que hoy se respira sobre las mismas mesas de mármol en las que Benito Pérez Galdós se sentaba con sus bigotes —y con sus amantes— es el desajuste sentimental entre lo que somos y lo que fuimos en un mismo espacio. «Hay muchas personas que no vienen al café porque el recuerdo es doloroso. Los amigos íntimos que estaban todas, todas, todas las tardes y que ya no», dice Bárcena.

Interior del antiguo Café Varela. / Imagen cedida por Melquiades Álvarez

Estos espacios madrileños continúan viviendo en la memoria de sus queridos cafeteros, quienes pueden hablar con certeza y contar maravillosas anécdotas que no todo el mundo puede llegar a imaginar. A Paul Torriglia le resultan interesantes las confesiones que le hacen los clientes. Un señor le comentó que él era camarero en el Barbieri cuando estaba estudiando. Otro le dijo que la gran mesa que hay en la planta superior del local era la mesa de la cigarrera, una mujer que vendía tabaco cada tarde; el hombre no recordaba exactamente de cuándo databa dicha historia, pero lo que sí dijo fue que la cigarrera llegó antes de los años 60. Con este intercambio de confesiones se siente el apego a los espacios de los que las personas conservan un recuerdo muy fuerte. «Quiero que guarde ese lado bohemio y cultural: Pedro Almodóvar ahí, y en el otro sillón una figura similar», declara el dueño del Barbieri.

Bien es cierto que la modernidad y la irrupción de las redes sociales ahogaron definitivamente estos puntos de encuentro, despojándolos de esa faceta —casi fundamental— que los hacía funcionar, pero el poso que dejaron en la memoria resiste en quienes los amaron, y también en los herederos de esa pasión. Así, Melquiades Álvarez comenta que el hijo del pintor Pedro Gross lo llamó hace un par de días para comentarle que tenía idea de hacer una exposición de arte y que, entre las obras, iban a estar los cuadros que Gross dedicó al Varela. Como su pintura más afamada: Los 79 poetas del Café Varela, de 1957. Una copia de esta obra puede verse en el interior del café, que le rinde homenaje y mantiene viva la estampa. La visibilidad del establecimiento crece día a día y su esquina es una de las más fotografiadas por la gente de dentro y de fuera. Con una decoración y un mobiliario completamente nuevos, a día de hoy esta casa de tertulias pertenece al Hotel Preciados, que se encuentra en el mismo edificio, aunque con un funcionamiento independiente. El Varela también murió, pero gracias a un lavado de cara y a las manos adecuadas, hoy puede decirse que los artistas siguen compartiendo mesa en la Calle Preciados número 37 y que ese cuadro podría volver a pintarse, aunque reflejaría nuevos rostros.

Letrero con la cita de Rafael Soler en el Café Comercial. / Foto: Laura M. Santamarina

El Café Comercial cerró en 2015. El vecindario, conmovido, dedicó durante semanas recuerdos, palabras y mensajes escritos en pósits pegados en sus grandes ventanales, pero esta vez tenían las persianas bajadas. Durante dos años en los que no se supo mucho más que el Comercial había echado el cierre definitivamente, un día su puerta volvió a girar. Manuel García Tena es el responsable de márketing y comunicación del establecimiento desde su reapertura bajo la directiva del grupo de restauración El Escondite. Ahora no solo es cafetería, sino también restaurante, un nuevo modelo de negocio que convive con la programación cultural. Desde el comienzo de esta nueva etapa, la vida ha regresado al Comercial para rendir homenaje a la frase del poeta Rafael Soler que se puede leer en el interior del Café: «Bibir es beber con los que viven». Y es que, como decía Gil de Biedma: «Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos / aunque a veces nos guste una canción». Todos los cafés coinciden en una cosa: Hay que renovarse, pero la esencia nunca se pierde.

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