Horas críticas

«Delta» o escribir para aprender a extinguirnos mejor

Reseña de «Delta» (Seix Barral, 2023), de Gabi Martínez

Gabi Martínez, autor de «Delta». / Foto: Carles Mercader — Seix Barral

«¿Quién o qué puede limitar el verano?».

«¿A qué suena el mar? Depende…».

«¿A quién debo traicionar?».

Son preguntas lanzadas al Mediterráneo en plena desembocadura del Ebro, a la que hace tiempo que no llegan sedimentos suficientes. Un delta que se debate entre el agua dulce y el agua salada, entre la libertad salvaje de ser o perecer por el excesivo intervencionismo humano y el avance del mar.

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) decidió viajar corazón adentro después de muchos libros y crónicas periodísticas de viajes que le habían llevado a recorrer los cuatro puntos cardinales en busca de las huellas de naturalistas, aventureros, mitos y animales invisibles en casi todos los confines del mundo.

Viajando corazón adentro quiso entender mejor las raíces de su madre en la Siberia extremeña y manchega, donde había crecido entre ovejas. Allí, setenta años después, su hijo se mimetizó tanto con las ovejas negras merinas y su entorno natural y humano, que fundó Liternatura, un festival que crece y se expande ahora al continente americano, siguiendo los pasos de las ediciones en Cataluña y Extremadura.

Al volver a casa se encontró con el Delta del Ebro, que fue un hito sentimental para su padre. Su padre, quien amaba tanto el mar donde sabía dejarse flotar como nadie: «La luz que conquistó su ojo de pintor de paredes capaz de lograr los colores que sus clientes imaginaban y que aumentó la diversidad de su paleta».

Gabi Martínez ya estaba buscando ese territorio al límite de la extinción tras la tormenta Gloria. El Delta lo eligió a él, o quizá fue un flechazo entre ambos. Primero encontró al propietario que en el libro ha bautizado como Mateo Gallart, emprendedor y arrocero que no ha dejado de luchar y de dar la voz de alarma. Él es el protagonista alrededor de quien gira todo el ensayo. Fue él quien le prestó por unos meses La Pantena, su casa en la Isla de Buda, y cuando Martínez ganó una beca recién creada, Gallart le propuso ampliar su estancia a un año para poder experimentar todas las estaciones y tener tiempo para narrar de manera coral un final anunciado desde que alguien dijo: «Los ebrencs serán los primeros refugiados climáticos de España».

Allí, en la Isla de Buda, el primer trozo de continente europeo que pronto será engullido por el mar, Martínez escribe, escucha y observa sin juzgar. Toma nota de todo en un cuaderno y aprende a convivir con moritos, flamencos, mosquitos, lagartos, libélulas, todo tipo de ánades, tamarisco, eucaliptos y una naturaleza salvaje casi siempre indomable.

Allí convive con los escasos habitantes que tratan de mantener viva la pesca, la caza, los bous (toros salvajes), la jota y el controvertido cultivo del arroz. El ensayista se convierte en testigo y escribano de sus vidas, sus alegrías, sus obsesiones, sus sueños y sus miserias. Ellos son los personajes que resumen cómo viven los habitantes del Delta del Ebro, cómo luchan por sobrevivir en un equilibrio cada vez más difícil entre la explotación de los recursos que siempre les dio para subsistir y la conservación, la sostenibilidad y un nivel cada vez más alto de protección ambiental que muchas veces les ahoga y les limita.

Pero el escritor también descansa en la duna que convierte en su oficina. Descansa y se conecta con su propia transformación. Allí se impregna de todas las sensaciones e impresiones que dejan el viento, la lluvia, las mareas, las puestas de sol o el estiaje. Es en esa duna donde se deja envolver por la belleza y la convierte en poesía que sorprende al lector a lo largo de todo el libro como un espejo, como un remanso que nos vincula a nuestra verdadera esencia humana. Y sigue con su oficio de narrar dando voz a todos y cada uno de los pobladores del Delta, sintetizados en un coro de personajes ficticios que resumen el argumentario de las personas reales que han elegido vivir allí a pesar de la amenaza real que pende sobre ellos con cada tormenta.

Mientras da rienda suelta a una acción sorprendente para tratarse de un ensayo, lee a otros escritores, naturalistas, activistas y conservacionistas (Rachel Carson, Thoreau, Elizabeth Rush, Enric Sala, Henry Beston) que le ayudan a documentar cada página que escribe, a contrastar lo que le ocurrió a otros testigos como él o lo que ocurre en otros deltas, porque todos peligran con el cambio climático, el deshielo polar, la subida constante del nivel del mar y los fenómenos climáticos cada vez más extremos que se suceden en todo el mundo.

Mirar para hacer suyo un territorio, para sentirlo, para poder amarlo y desde ahí alertar. Escuchar para comprender a los otros, a todos, para cuestionar tus propias creencias y prejuicios y buscar posturas y alternativas conciliadoras. Encontrar lo que nos une en la lucha por sobrevivir en este lugar extremo y bello que se extingue a gran velocidad.

Plancton y sedimentos, agua dulce, agua salada.

Hay sucesos personales inesperados que se cuelan en la narración como verdadero timón de la historia y como metáfora.

El escritor se muestra como hilo conductor de ideas a priori lejanas, y así nos lleva desbocadamente a veces y otras en calma hacia la conclusión final: «Solo hay que aprender a retirarse juntos» y «llegar tranquilos».

«Quizá sea posible vivir así, en deliciosos paraísos inestables como nosotros. Quizá, y vivir bien».

Frente al pesimismo de muchos ecologistas y ecólogos, la ecoangustia y la ecoansiedad que afectan cada vez a más personas, sirve esta lectura como bálsamo y llamada de la belleza, de lo salvaje que está ahí, muy cerca, esperando a que nos detengamos un instante, para reconectarnos con la esencia, «pero yo he crecido lo bastante para saber que escribo espuma y que es hermosa».

Gabi Martínez ha escrito su mejor ensayo, no hay duda, pero tiene tanta acción como una novela. Monólogos y voces tan vivas como en el teatro, y toda la belleza de la lírica para atravesar a quien se sumerja en las páginas de su Delta.

El sol despunta tiñendo el delta de azafrán… todo es ocre, crema y nada… la canoa hiende sorda la suave sábana gris… el alba unta el cielo de gualda.

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