La Taberna Flotante

El vórtice de Möbius

Taberna Flotante #2

«Bond of Union» (1956), de Maurits Cornelis Escher. / National Gallery of Art, Washington

Una clara noche de trilunio, irrumpió en la Taberna Flotante un hombre demacrado y sombrío que, tras sentarse en uno de los taburetes de la barra, dijo escuetamente:

Blubirra.

—¿Qué te ocurre, amigo? —le preguntó el tabernero mientras le servía una jarra de espumosa cerveza azul—. No tienes muy buen aspecto.

—Desde que entré en aquel maldito agujero, estoy cada vez más débil —contestó el hombre, asiendo la jarra con mano temblorosa.

—¿Qué clase de maldito agujero?

—Un agujero de gusano. Me llevó a un universo bebé en el que solo había un enorme vórtice que engulló mi nave, la zarandeó violentamente, como si quisiera hacerla añicos, y luego la escupió intacta. Regresé a nuestro universo a toda velocidad, sin haber sufrido ningún daño… aparentemente; pero desde entonces estoy cada vez más débil.

En aquel momento las lunas alcanzaron su punto más alto y la taberna, haciendo honor a su nombre, empezó a levitar. Y apareció la geisha robot. Fue directamente hacia el recién llegado, lo envolvió con su larga cabellera sensitiva y, tras unos segundos de tensa inmovilidad, se subió a la barra e inició una extraña danza mientras cantaba, al revés, una popular balada de los navegantes del espacio. Aunque, más que una danza, la ginoide parecía estar realizando un ejercicio de contorsionismo extremo; tan extremo que en un momento dado se arrancó las piernas y volvió a encajarlas en su cuerpo en orden inverso, para seguir desplazándose grotescamente por la barra con el pie derecho en el lugar del izquierdo y viceversa.

Cuando la geisha terminó de ejecutar su extraño ritual, el tabernero dijo:

—La forma en que la danzarina ha interpretado lo que ha visto en ti no deja lugar a dudas. Me temo, amigo, que estuviste en el microuniverso de Klein y que el vórtice que te engulló era una cinta de Möbius tridimensional. Y, tras efectuar en su seno un giro en la cuarta dimensión, te convertiste en tu imagen especular.

—¡Ya decía yo que notaba algo extraño al mirarme al espejo! —exclamó el hombre demacrado—. ¡Y me he vuelto zurdo!

—Estás cada vez más débil porque los aminoácidos en los que se basa la vida de origen terrestre son levógiros, y al sufrir la inversión especular los de tu organismo se han vuelto dextrógiros, con lo que no puedes seguir sintetizando proteínas a partir de los alimentos ingeridos, a no ser que te vayas a vivir a un mundo de biosfera dextrógira, si es que conoces alguno habitable. Es más fácil volver a recorrer el vórtice de Möbius de lado a lado (valga la expresión, pues en realidad solo tiene un lado) para convertirte en la imagen de tu imagen, es decir, en tu yo original.

—¡No quisiera volver allí por nada del mundo!

—Pues tendrás que hacerlo, amigo, si no quieres seguir consumiéndote hasta desaparecer. De algunos hermosos lugares de la vieja Tierra, como la mítica Roma, se dice que quien va una vez tiene que volver. En este caso, no se trata de una necesidad estética o sentimental, sino biológica.

8 Comentarios

  1. Lo de notarse extraño al verse en el espejo después de haberse convertido en su imagen especular resulta muy curioso, pues se vería reflejado por primera vez como lo han estado viendo siempre las otras personas. Nuestra simetría lateral nos puede jugar una mala pasada.
    La idea de pasar por segunda vez por el vórtice para convertirse en la imagen especular de la imagen especular, es decir, nuevamente en el originario, me ha traído a la mente el cómic «Asterix y el golpe de menhir», en el que Obelix piensa que Panoramix recuperará su memoria al golpearlo por segunda vez con un menhir, pues había perdido su memoria con el primer golpe de menhir. Se ve que no pensó detenidamente en que las «operaciones» que repetidas dos veces nos devuelven al estado original son especiales.

    • No pudo verse volteado al mirar su reflejo, pues, aunque su pellejo se había dado la vuelta, también lo habían hecho el resto de sus órganos; y aunque su piel reflejaba la luz al inverso de antes, su retina debió de revertir el proceso. En otras palabras, la luz que antes partía de su mano derecha y llegaba a la parte izquierda de su retina, ahora la reflejaba su mano izquierda y la recibía la parte derecha de su retina, que en realidad ocupaban las células receptoras de la retina izquierda.

    • Es verdad: la idea de que menos por menos es más no solo es difícil de captar (los que hemos dado clases de mates lo sabemos bien) sino que, además, se presta a curiosas tergiversaciones.

  2. Me queda la duda de cómo el malogrado viajero se percató de su zurdera. Al darse la vuelta tanto su cuerpo como su bajel galáctico, el hombre, de haberse encerrado en un cubículo de la nave, no habría notado ninguna diferencia. Su confusión debió de llegar al observar el mundo exterior, que aparecía del revés, pero ¿realmente su percepción interna era la de estar usando la otra mano?

    • En efecto, su propiocepción seguramente no se altera (digo «seguramente» y no «seguro» porque la relación cerebro-mente sigue sin estar del todo clara), de lo contrario se daría cuenta en el acto de que se ha vuelto zurdo: lo notará más bien al usar unas tijeras o cualquier otra cosa pensada para diestros.

  3. Si su cerebro también se convierte en su imagen especular, no notará que se ha vuelto zurdo.

  4. Gracias pfijo, Castrillón, Genoveva, me habéis hecho ver que debería haber desarrollado un poco más la confusión del viajero «invertido» y la sugerente idea de que al no reconocer su imagen en realidad lo que no reconoce es la imagen del mundo, como si hubiera pasado al otro lado del espejo. Lo tendré en cuenta cuando recopile estos cuentecillos en un libro 🙂

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