8 de agosto — Alonso Sánchez Coello
He leído una parte del decreto que nos obliga a controlar el gasto de energía y veo que en los museos hay que poner el aire acondicionado a 27º, que es una temperatura aceptable por contraste con el exterior. Por ejemplo, en el Museo Romano de Mérida, uno puede pensar, una vez dentro, que ha viajado desde el Caribe al Polo Norte, así es que mirar cabezas y cabezas hasta acabar harto de ver cabezas es una buena propuesta para los que quieran pasar el día al fresco antes de ir al teatro por la noche. Es un placer, en serio. Otro: ir al Museo del Prado si se está en Madrid ahora que no hay madrileños en la capital del reino, dado que han escampado y se hallan todos en provincias.
De vez en cuando hay que rendir pleitesía a algunas bellezas inmortales, verbi gratia, a Isabel Clara Eugenia pintada por Sánchez Coello en 1579, con esa mirada dulce e inteligente que atrapa y persigue al espectador por la estancia en la que se encuentra alojada.
Alonso Sánchez Coello era un valenciano, nacido en 1531 y fallecido el 8 de agosto de 1588, que tuvo la suerte de aprender muy bien el oficio de la pintura; con 10 años viajó a Lisboa y con 17 se marchó a Flandes (ambos, territorios españoles en aquella época) para aprender con el maestro Antonio Moro. Se convirtió en el retratista oficial de la corte de Felipe II, especialmente durante el tiempo del matrimonio de este con su tercera esposa, Isabel de Valois, y de sus preciosas hijas. Se especializó en estos retratos a los que ayudaba su hija Isabel que, criada con las infantas, fue amiga de ellas y compañera de juegos.
El método que se utilizaba entonces era el de pintar un traje colocado en el estudio sobre una especie de maniquí y, una vez terminado o casi, se le añadía la cara del personaje, generalmente, sobre fondo neutro o cortinaje, de forma que lo que se destacara fueran los rasgos que se querían inmortalizar. Las fotos de este cuadro no permiten apreciar bien este pequeño desajuste entre carne de cara y tela de traje, pero al natural sí es perceptible. Aun así, nada resta magnetismo al retrato de esta mujer que fue reina de los Países Bajos y que mantuvo una correspondencia de lo más tierna con su padre, el rey, al que hablaba de política y economía y le hacía recomendaciones de comida y salud antes de firmar la misiva.
Salvando las distancias, me acordaba de ella el día que la infanta Cristina, ante las preguntas del juez Castro sobre el supuesto préstamo que el rey le había hecho para comprarse un palacete, abandonó su postura protocolaria para contestar en un respingo «es el rey, pero es mi padre». Pues eso.
10 de agosto — San Lorenzo
La ciudad de San Quintín, que está situada en el norte de Francia en la ruta que une París y Bruselas, era un lugar estratégico en el siglo XVI. Felipe II, enemigo ancestral de los franceses, mandó a una parte de su ejército, los llamados tercios napolitanos, a luchar contra ellos; el enfrentamiento se produjo en esa ciudad en 1557 y la victoria fue para los españoles.
Tan contento estaba el rey que mandó construir su gran obra arquitectónica en conmemoración del santo que se celebra el 10 de agosto, el día de la victoria, San Lorenzo. Hoy se recuerda el nacimiento en Huesca de este mártir que vivió en el siglo III de nuestra era, bajo el imperio de Decio —perseguidor de cristianos— y el papado de Sixto II —oculto por las persecuciones—.
Tan bueno era Lorenzo que el papa se lo llevó a Roma y le ordenó repartir los bienes de la Iglesia entre los pobres. Decio se empeñó en castigarlo y Lorenzo fue apresado y torturado en una catasta, que era el tablado donde se exponía a los esclavos para ser vendidos. El martirio no lo doblegó y el emperador le exigió que le entregara todas las riquezas de la Iglesia, a lo que Lorenzo contestó llevando ante la corte a todos los pobres e indigentes que encontró en las calles. Decio, enfadado, mandó construir una parrilla a la que se ató al futuro santo para que se asara, pero su resistencia al calor fue tremenda y le hizo pronunciar la famosa frase (que no será cierta pero que es muy adecuada para la fecha): «Esta parte ya está asada, dadme la vuelta».
El plano del primitivo monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue trazado por Juan Bautista de Toledo, aunque el peso real de las obras lo llevó su sucesor Juan de Herrera. Siempre se ha visto en dicho plano la forma de una parrilla de asar que recordaba la muerte del santo, pero una estructura tan cartesiana, con un trazado sencillo y muy elaborado en el que cabe lo civil, lo militar, lo religioso y lo real responde a la propia concepción de imperium que tenían los reyes de la época.
La arquitectura, las construcciones, traducen en sus formas las ideas de la sociedad en las que se crean, valga como ejemplo un edificio de pisos actual —funcionalista— o una urbanización de casas individuales pero adosadas, con zonas de ocio y recreo para sus moradores, que están juntos, pero no revueltos, en un espacio de bienestar, por hablar de manera sencilla de las urbas.
Al monasterio de El Escorial le pasa eso: es un compendio de teorías sobre la concepción del poder en el siglo XVI, un homenaje a San Lorenzo, un conjunto cerrado que contiene todo lo necesario en la vida de un monarca renacentista y la demostración de que los arquitectos de la época proyectaban teniendo en cuenta muchos otros parámetros: agosto, parrilla, asarse de calor, etc.
¿Habría tenido forma de iglú si la batalla se hubiera ganado en pleno mes de enero? Siempre me ha quedado la duda y estos calores veraniegos no contribuyen sino a pensar en modo tontuna.
11 de agosto — Félix María de Samaniego
Félix María de Samaniego fue un escritor español muy conocido por sus fábulas moralizantes escritas para los alumnos del seminario de Vergara. Las hemos oído en muchas ocasiones sin saber quién era el autor, que fue durante un tiempo muy amigo de Iriarte, el otro fabulista, aunque acabaron peleados.
Samaniego escribió un libro erótico-festivo, llamado El jardín de Venus, que nos hará pasar buenos ratos si decidimos leer sus cuentecillos con moralina: recomiendo especialmente el relato de las novicias que se tienen que levantar los hábitos para la inspección ocular de la abadesa, mosqueada porque están todas muy felices.
Samaniego murió el 11 de agosto de 1801 pero su obra sigue ahí, esperando para ser disfrutada. Y, ya que estamos, recuerdo la fábula de las uvas que es tan popular:
LA ZORRA Y LAS UVAS
Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la Zorra iba cazando;
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Causábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer. No están maduras».
No por eso te muestres impaciente,
si se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica bien el cuento,
y di: «No están maduras, frescamente».
Otra opción poética es el siempre ingenioso Lope de Vega ahora que la Biblioteca Nacional expone y da publicidad al Códice Daza —por fin adquirido por esta institución—, que era uno de los tres cuadernos de notas que Lope llevaba para escribir sus ocurrencias continuas. Sea cual sea el autor, es buen momento también para leer poesía.