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Del jardín del tiempo de Proust al jardín de Nacho Duato

«El jardín del artista en Giverny» (1900), de Claude Monet. / © Museo de Orsay, París

Más Proust

A veces los aniversarios de egregios pintores, músicos y escritores acaban agotando por la pesada digestión mediática que conlleva su recordación. Sucedió con el famoso Año Lorca de hace un tiempo, el año más largo que se recuerda. A Marcel Proust podría pasarle lo mismo. En 2019 se celebró un siglo de la concesión del Premio Goncourt a la obra A la sombra de las muchachas en flor (el título escogido ya lo merecía), segundo tomo de la imperial En busca del tiempo perdido. En el año que hemos dejado atrás boqueando, cual pez sin aire en el Mar Menor, se celebraba el 150 aniversario del nacimiento de Proust. Y ahora, recién doblada la siguiente esquina, Francia y el orbe literario mundial se preparan para concelebrar, esta vez, el centenario de su muerte. Su más cualificado estudioso, el casi nonagenario Jean-Yves Tadié, ha leído y releído innúmeras veces esta obra de miles de páginas que, en cierto modo, se esponja toda ella, como la citadísima magdalena, en una tacita de té. Dice Tadié que Proust se ha convertido también en un icono popular, como Cervantes o como Shakespeare. Es conocido y respetado y citado, aunque no haya sido leído. Ocurre con Dante y lo dantesco. Ocurre con Kafka y lo kafkiano. Ocurre con el Quijote y lo quijotesco. Casi ocurre ya de hecho con Proust y lo proustiano. Si por algo entran ganas de más festejos proustianos es por celebrar, al alimón, el estilo, tan curvilíneo y placentero, de la frase larga o muy larga. La Twitterliteratura (esa aberración literaria) y la brevedad de WhatsApp (esa castración sintáctica) lo han contaminado casi todo, hasta la novela francesa actual, tan horriblemente proclive al fraseo corto, como se queja Tadié. Nunca mejor dicho ahora, laaaaarga vida al más brillante y obsesivo de los asmáticos que hayan existido: Marcel Proust.

El jardín de Nacho Duato

Si es por seguir con Francia, sigamos. Hay jardines famosos como los de Versalles, con sus estatuarias, sus parques, sus fontanas y sus canteros de flores. Y hay jardines filosofales como los de Voltaire («Hay que cultivar nuestro jardín»). Pero también están los jardines en los que uno se mete sin querer y por los que el pueblo pide… guillotina, tan francesa ella. Le ha ocurrido al bailarín Nacho Duato. Ha dicho, a golpe de titular, que «la Cultura es de izquierdas, pero los cultos son de derechas». Esta ofensa al patrimonio moral de la izquierda ha provocado ardentías, curiosamente, en la izquierda. Decimos lo de curiosamente porque el bailarín, a quien el terror podemita y asociados le pide guillotina, no ha dicho eso exactamente. Como se ha preocupado de revisar Rebeca Argudo en La Razón, a la pregunta «¿El político de derechas es más culto?», el susodicho ha contestado lo que sigue: «Sí; porque casi todos vienen de familias bien. En tiempos de Franco, ¿quién viajaba e iba a los conciertos y al teatro? Eso de que los políticos de izquierdas son intelectuales es mentira. En el siglo XXI, esto ha cambiado un poco. Yo soy de izquierdas y, si me convencen, voy a votar a Podemos». Esto es, en fin, lo que Duato ha dicho sobre la izquierda y no lo que la izquierda on fire cree que ha dicho. Pero en la era de brocha gorda de Mr. Twitter no podía esperarse otra cosa. Eso sí, qué hermosa antigualla eso de «familias bien».

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