Crónicas en órbita

Sevilla en la tercera y quinta visita

Si hay una frase contradictoria es la de que ya conoces Sevilla. No es una alabanza, y tampoco una apreciación: a diferencia de otras ciudades milenarias, aquí el patrimonio está vivo. Sus habitantes lo usan a diario como elemento imprescindible de sus vidas. Todo está vivo, las iglesias, los barrios, las casas, sin importar si tienen su origen en Al-Ándalus, la Exposición de 1929 o la del 92, o en otro momento histórico. Porque todo se usa, además de visitarse. La consecuencia es que, sin importar donde vayas, todo es real, bello, e interesante, todo enseña; todo cumple, en fin, la aspiración del viaje. Disfrutar y aprender. Para celebrar esa cualidad, hoy proponemos un día inventado, una visita imaginada que podría durar una jornada, o muchas más. Un recorrido por esos rincones que, aunque bien conocidos, están menos frecuentados. Cada uno de ellos remite a otros mundos, otros parajes. Todos son ideales para las siguientes visitas porque a Sevilla, ya se sabe, hay que ir tanto como al dentista, al menos una vez al año.

Para nuestra jornada seguimos un reguero de hitos, tomando como referencia los más visitados en la ciudad, que son un palacio, un museo, una plaza y un templo. Trazando un recorrido con cuatro destinos para ese visitante que vuelve por tercera, cuarta o quinta vez a un palacio, un museo, una plaza y un templo de entre los más desconocidos de Sevilla. Aunque no por ello menos fascinantes.

Un palacio de comerciantes genoveses y samuráis

En el Archivo de Indias hay un mensaje de amistad para Felipe II escrito en auténtico papel de arroz japonés. Lo trajeron los mismos samuráis cuyos descendientes mantienen aún en Coria su herencia genética y el apellido Japón. Pero no necesitaremos ir ni al archivo ni al país del sol naciente para disfrutar de una exquisita colección de arte oriental de los siglos XVIII y XIX. Visitarlo no es solo conocer los dragones de bronce, el dibujo de Hokusai, autor de la famosa gran ola, o el uniforme completo de un samurái. También es disfrutar de un palacio sevillano profundamente influido por la cultura hispanoárabe. Fachada modesta en piedra, y un bellísimo interior, especialmente en el Patio de Honor, mezcla de estilos italiano y mudéjar, con yeserías que incluyen temas mitológicos, naranjos, una fuente. Y en las estancias, exposiciones de cuadros, muebles originales y una biblioteca que, junto a la arquitectura, permiten imaginar cómo fue vivir en un palacio clásico sevillano. La Casa de los Pinelo, menos conocida que la cercana Casa Pilatos, décimo hito más visitado.

«La gran ola de Kanagawa» (1831), de Katsushika Hokusai

Si has visto alguna vez esta ola, famosísimo dibujo del arte japonés, recuerda que otro dibujo del álbum de su autor, Hokusai, se expone en este palacio sevillano.

El excepcional y sonoro museo africano

El Museo de Bellas Artes de Sevilla es el noveno hito más visitado de la ciudad. En su extremo opuesto encontramos una de las mejores colecciones de instrumentos africanos que existe en el mundo. Tanto es así que el Metropolitan de Nueva York intentó hacerse con su colección. Este Museo de Música Africana alberga quinientos instrumentos representativos de diferentes etnias y culturas musicales de este continente. Pero no se limita a exponerlos como objetos, sino que los acompaña de abundante información sobre sus características técnicas, país de procedencia, etnias, usos y leyendas asociadas. El tambor parlante tamaño árbol, la diferencia entre cuerda, viento o percusión, más conocida, y los idiófonos, donde el sonido lo produce el material de que están hechos. Más que un viaje por una colección de instrumentos, un viaje por África, ya que además se han incluido esculturas, máscaras y otros objetos de interés para el viajero. El que viene a Sevilla y mira esa característica tan de esta ciudad, viajera a todos los rincones del mundo, multipolar, cosmopolita y bellísima en cada rincón.

Para complementar, tenemos la estatua de un indio sioux en la cercana Avenida de Kansas City, que está allí por el empeño de construir una réplica de La Giralda en Estados Unidos. Un regalo de la alcaldía de Kansas a la de Sevilla con motivo de su hermanamiento. Esos sevillanismos tan únicos.

Los tres mil frutales

Hay algún rincón equiparable a la Plaza de España, lo más visitado de Sevilla, escenario de películas inolvidables y una de las cumbres de la cerámica decorativa, tan presente en cada rincón de la ciudad. Sí lo hay. Especialmente si olvidamos por un momento la parte más popular de La Cartuja, su Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, centrándonos en otros puntos. La Huerta Grande suma tres mil naranjos, limoneros y otros frutales plantados desde el siglo XV por los monjes cartujos. Amantes de los árboles, frente a la fachada de la que fue su casa crece un ombú, que es a la vez el primer árbol traído de América al continente europeo, legendario ejemplar supuestamente plantado por el hijo de Cristóbal Colón, y árbol destacado en el catálogo de ejemplares singulares de la ciudad.

Pero lo menos conocido aquí es el Pabellón de Pickman, que recrea un edificio orientalista, al modo de los jardines victorianos del siglo XIX. Un buen punto de contemplación de la Huerta, y un ejemplo de arquitecturas singulares que aquí complementan otros tres edificios. El Pabellón de Hungría de la Expo 92, hoy echado en el olvido, fue de los más valorados y visitados en aquella exposición. Es además ejemplo de la arquitectura orgánica en madera. También de madera, el Pabellón de Finlandia lo forma un cubo, excelente ejemplo de cómo se usa este material en la construcción típica del norte de Europa. No mucho más lejos, el Pabellón de México: dos equis en referencia al nombre del país, de 18 metros de altura. El colorido mosaico a su frente, junto con la cabeza Olmeca bajo él, y el cercano cactus gigante sahuaro nos hacen pensar que hemos cruzado hasta la América precolombina.

Grana y albero espiritual

Su Semana Santa cuenta, de forma muy elocuente, cómo la religiosidad se vive todavía de forma plena y apasionada en Sevilla. Fuera de esa fecha, y entre el abanico de templos que albergan hermandades y cofradías, el de la Basílica de María Auxiliadora no figura entre los más mencionados. Precisamente por eso este templo, no abierto a visitas turísticas sino a horas de culto, es el lugar idóneo para apreciar esa forma de vivir la relación sevillana con lo divino. Monumental, además, por el arco de acceso en piedra al patio, en uno de cuyos lados está la entrada a las sagradas cárceles. Lugar de encierro de las santas Justa y Rufina, alfareras y mártires que sufrieron aquí la persecución romana y donde murieron en el 287. La puerta de acceso al templo, decorada en grana sobre fachada albero, da acceso a un interior de paredes y techos blancos decorados con relieves y pinturas que nos hacen sentir en el interior de un elaborado joyero. En la capilla de la Hermandad de la Trinidad, Nuestra Señora de la Esperanza de Juan de Astorga, talla del siglo XIX, es una de esas imágenes que procesionan bajo palio en Semana Santa. No es la Catedral, desde luego, segundo monumento más visitado de Sevilla, pero sin renunciar ni al arte ni a la esencia, este es un ejemplo de los verdaderamente vivos.

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