Anoche cerramos la Sala X después de un concierto de mi hermana con su banda. Antes de abandonar sin ganas ese sagrado lugar donde se atrinchera nuestra nostalgia musical alternativa, el encargado me ofreció elegir una última canción como despedida y cierre, literalmente ya solo quedábamos Mai la Bilbaína y yo, la sala para nosotras… ¿Una? ¿Cuál?… nervios. No lo pensé mucho, “¡Lola!, de Cicatriz”. Con más años que un núo, Lola nos sonaba fresca como la primera vez que pogueamos y nos desgañitamos cantándola: “Ella bebe pa olvidar a esta puta sociedad, Lola, ¿por qué estas sola? / La gente le critica porque bebe y porque grita, pero a ella le da igual. / Lola, ¿por qué estás sola?”. Gracias, vida, por anoche, fue genial. Se suponía que me quedaría después despierta escribiendo este artículo —era el plan—, yo quería hablar sobre el público femenino, la importancia de la espectadora en las artes escénicas, ese espacio de libertad y socialización a través de la cultura que la mujer crea de manera natural y exitosa —aunque poco se hable—. A veces parece que importa más destacar los fracasos que los méritos, y teorizar. Teorizar sobre la mujer se ha convertido en algo tan rutinario y cansino que lo importante, la práctica, queda al margen; rentabilizar permanentemente una idea negativa, una realidad homogénea, tiene el defecto de conseguir perpetuarla. Y yo salgo a practicar, no a teorizar, con todas las consecuencias. Lola no era la única, no estaba sola, pero, si quería estarlo, pues estupendo, ya está bien de consensos. Que teoricen, cada cual desde su colchón ideológico, dentro de su perímetro racional, que yo vengo de bailar y ahora quiero escribir tranquila. Obviamente, me quedé dormida, pero aquí estoy, sigo.
El teatro era y es terreno de las mujeres, somos el gran público, como anoche en la Sala X o como las fieles señoras del Teatro de la Maestranza, que racionan excepcionalmente el aplauso frente al público accidental, facilón. Realmente es así, el análisis de la cultura y el arte asociados al ocio ha quedado marginado de muchos estudios por considerarse un fenómeno secundario, sin embargo, se crea para el disfrute. Siempre habrá un espacio esencial para la lectura y la crítica, pero el arte se debe al espectador, sin audiencia no hay escénicas. Tal vez es mucho afirmar, pero sin la constancia de la mujer espectadora, la industria de este arte —desde los corrales de comedias hasta la actualidad— habría quedado poco más que en papel, sin ese rito social y la mujer como catalizadora de las tendencias. El colectivo femenino era y es protagonista desde todas las posibles perspectivas, como espejo de la vida cotidiana, como imagen de los cambios sociales, como reflejo de las injusticias…, como personaje y como público. Las estadísticas dicen que hoy el consumo de actividades culturales es mayoritariamente femenino. No more drama. Pero rebobinemos, que quiero sentirme como una Lola de hace cuatro siglos. Durante el periodo isabelino, The Globe se llenaba de público de todas las clases sociales existentes —evidentemente con distinta localidad según bolsillo—, pero se llenaba y siempre con una cuota importante de mujeres. Un público activo para una fórmula de teatro interactiva, creación-recepción simultánea con todos sus riesgos, el patio sería lo más parecido a unas gradas de fútbol hoy, una centrifugadora de emociones y expresiones, para lo bueno y para lo malo, y sin sanción por arrojar objetos al campo/escenario.
Durante el Siglo de Oro se populariza y consuma el teatro en Europa como actividad sociocultural. El público femenino constituye una realidad, el más claro indicador del éxito sería la división de accesos/zonas para hombres y mujeres, aunque una cosa eran las regulaciones, y otra, la picaresca. Sobra decir que dentro de la industria escaseaba la autoridad femenina (directoras de escena, dramaturgas, etc.), pero en gran medida el patio de butacas, la balconada y la cazuela; en resumen: el consumo artístico era nuestro; por lo tanto, somos clave en la consolidación del teatro como fenómeno social. De nada. Según autoras como Linda Woodbridge y Alison Findaly, en la segunda década del siglo XVII en Londres, la sección femenina podía llegar a ser mayoritaria en el teatro, las mujeres tomaron las calles e hicieron uso de su poder para exigir cambios de representatividad femenina en los escenarios. Entre el siglo XVI y XVIII en Europa, y por supuesto en España, las mujeres iban al teatro, solas o en pandilla, tanto a los teatros chungos al aire libre como a los cerrados y elegantes, ya te tacharían de puta o marquesa, según opción. Y si a la Lola del circuito punk en 1991 “la gente le critica porque bebe y porque grita / pero a ella le da igual”, sinceramente, a aquellas espectadoras se la soplaría un poco también. Al final el arte son convenciones que van evolucionando y, cuando su capacidad representativa supere a la simbólica, la percepción social buscará valores nuevos, símbolos nuevos, y, ahí, nosotras para cuestionarlos, aplaudirlos o imitarlos. Cuando las espectadoras comenzaron a no identificarse con la imagen proyectada, se armaron de palos y a la calle. No todas las revoluciones suceden de la misma manera, la barrera entre la vida privada y la pública ya estaba rota gracias al ocio; la emancipación de la mujer no solo se refleja en la cuestión política y el sufragio universal, esto también era un acto de libertad. Otra autora, Mary Nash, defiende que, más allá de las sufragistas inglesas, las mujeres ejercían cambios históricos que cuestionan las relaciones de género a varios niveles. Su presencia activa en los espacios de ocio —los teatros, los cafés, los paseos, etc.— es clave para el desarrollo y la libertad de las mujeres, ocupando un terreno público que no lograron monopolizar los hombres. Esto hay que hablarlo más, pero sobre todo hay que practicarlo y celebrarlo, como hice yo anoche en la X.
Siempre he querido escribir sobre una experiencia vivida, dónde me tocó hacer de » secuestrado por un Estado, bajo los parámetros de la Justicia Penal Militar» con el visto bueno del Ministerio Público, que enterado del caso: «condenado al doble del máximo, por un delito Militar no cometido»; y dónde las Cortes Suprema de Justicia y Constitucional, se negaron a Revisar DOS SENTENCIAS, por HECHOS del mismo caso, con violación del DEBIDO PROCESO ADMINISTRATIVO y JUDICIAL. Colombia es un Estado de Derecho, dónde los Derechos Humanos y Fundamentales no tienen valor, si se trata de negros o de pobres…
La Procuraduría General de la Nación, proteje los abusos y en mí caso; la doble sentencia, por hechos del mismo caso; dónde el debido proceso no tuvo ninguna importancia. Denunciar antes de la ejecución de la segunda sentencia; no tuvo importancia para la Procuraduría y permitió que se ejecutará lo que hoy llamo un «secuestró de Estado», en el Panóptico de Ibagué, entre los años 1.974 y 1.983. después de recobrar mí libertad, debí seguir huyendo, después de sufrir tres atentados, para que no reclamará en los términos que la ley establecía…