Horas críticas

Libros de la semana #147

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

El sentido de consentir, de Clara Serra (Anagrama)

«Parece una palabra simple, una noción transparente, una bella abstracción de la voluntad humana. Sin embargo, es oscura y espesa como la sombra y la carne de todo individuo singular», escribía Geneviève Fraisse en 2007 acerca Del consentimiento. Rescata esta pertinente reflexión en las primeras páginas de su libro la filósofa, investigadora y activista Clara Serra (Madrid, 1982), quien se ha convertido, ya hace tiempo, en una de esas voces críticas —e incómodas, para muchos— que cualquier movimiento social por el avance de los derechos debería estar dispuesto a escuchar. En el ámbito del feminismo son notorias sus posturas y sus argumentos acerca del consentimiento, sobre todo a raíz de la puesta en vigor en 2022 de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, más conocida como ley del solo sí es sí, y también debido a su encomiable apertura al debate público, la puesta en común y discusión de lo teorizado. Pero se antojaba necesario un compendio de sus ideas en esta cuestión como el que representa El sentido de consentir, ensayo relativamente breve pero de lo más enjundioso que parte del cuestionamiento del carácter supuestamente unívoco, universal y válido en todos los casos de esa cláusula aplicada al sexo. La autora defiende justo lo contrario y se pregunta: «¿Por qué, cuando no somos libres para decir que no, podríamos decir un sí desde la libertad?». Dos tendencias, sostiene, hacen del consentimiento un concepto complejo en sus implicaciones sociales, políticas y jurídicas, que Serra analiza también desde la perspectiva histórica en los siguientes capítulos. Por un lado, la teoría de la dominación que se origina en Catharine MacKinnon y por la cual las mujeres siempre son contempladas en terreno hostil, un movimiento que tenía como objetivo de fondo la prohibición del porno. Por otro, el hipercontractualismo neoliberal aplicado a las relaciones sexuales, por el cual parece que todas las mujeres deberían poder medir, evaluar u expresar fácilmente sus deseos de manera explícita. La criminalización y la moralización, concluye la pensadora madrileña, suponen hoy los recursos primordiales en la lucha por los cambios sociales, así como las grandes bazas para las ideologías más retrógradas: «Puede que, frente a los delirios de grandeza de una razón masculina que siempre pretende saberlo todo, lo más feminista sea recordar que, en efecto, desconocemos muchas cosas y sabemos poco de nuestros deseos». Apoyándose en los enfoques de la citada Fraisse y de Judith Butler, Agustín Malón, Aya Gruber o Katherine Angel, entre otros, este libro aporta lucidez a una controversia que a veces ni siquiera se llega a plantear, poniendo sobre la mesa preguntas cruciales para un tema con tantas aristas que, sin duda, merece un análisis pausado, comprometido y rico en matices como el que nos brinda Clara Serra.


Aspectos de la novela, de E. M. Forster (Navona)

«Al erudito, igual que al filósofo, le cabe contemplar el curso del tiempo. No lo observa como una totalidad, sino que ve los hechos y las personas flotando ante sus ojos y sabe descubrir las relaciones que existen entre ellos. […] La verdadera erudición es incomunicable; los verdaderos eruditos, raros». En un momento donde parece imponerse y sobrevalorarse aquello que se ha dado en llamar no ficción, quizá convenga preguntarse más que nunca en qué consiste el arte de novelar y cuáles son, en verdad, las claves de un género que no dejará nunca de atraer a lectores y escritores, de sumergirnos en las esencias narrativas para iluminar, hasta donde se puede, aquello que somos. Probablemente solo uno de los grandes novelistas de la Historia podía acometer esa empresa con garantías: E. M. Forster (1879-1970) retornó en 1927 a la Universidad de Cambridge, en la que se había formado, para impartir una serie de conferencias de tono a priori informal, que acabarían recogidas en este libro titulado Aspectos de la novela. Casi un siglo más tarde, sigue constituyendo un hito fundamental en la teoría literaria y en la construcción de un canon alrededor de este género que el autor designa como una de las zonas «más húmedas de la literatura; regada por un centenar de regatos, degenera en ocasiones en terreno pantanoso». Se centra su análisis en la tradición de obras de ficción escritas en prosa inglesa —con algunas ilustrísimas excepciones rusas y francesas— de más de 50.000 palabras, y se fundamenta no en un intrincado aparato crítico, sino en el cariño que le inspiran: «El carácter intenso y sofocantemente humano de la novela no se debe eludir; […] si tratamos de conjurar o purificar la novela de ello, esta se marchitará, quedará un puñado de palabras y poco más», escribe en la introducción. En los siete capítulos posteriores analiza otros tantos aspectos del género novelístico: la historia, con el ejemplo de Sir Walter Scott; la gente, con los de Daniel Defoe o Jane Austen; el argumento, en George Meredith; la fantasía, en Laurence Sterne o James Joyce; la profecía, en Herman Melville o Emily Brontë; la forma, en Henry James, y el ritmo, en Marcel Proust. Esta indagación en los engranajes, no siempre evidentes, que mueven un tipo de narración y nos conmueven como lectores, se nutre del propio estilo exquisito del autor de Una habitación con vistas: su imbatible conocimiento bien temperado, frente a esos «pseudoeruditos» a quienes achaca vagos recursos a la hora de clasificar el «genio» a través de categorías, conexiones y tendencias de lo más arbitrarias; y su agudísimo humor, que eleva aún más la validez de sus comentarios críticos. Una obra tan fundamental como vigente para la que la Historia progresa, pero el arte permanece: «El novelista del futuro tendrá que pasar todos esos nuevos hechos a través del viejo —aunque variable— mecanismo del espíritu creativo», asegura Forster. Y aquí seguimos, a tientas, enfangados en su caza y captura.


Trashumante en arenas movedizas, de Susana Ye (El Rey de Harlem)

Este poemario se abre con una cita de la escritora asiáticoamericana Cathy Park Hong: «[Los asiáticos] Ni siquiera tenemos suficiente presencia para ser considerados verdaderas minorías. […] Somos tan posrraciales que somos silicio». Trashumante en arenas movedizas explora la condición de su autora, Susana Ye (San Juan de Alicante, 1991), tanto de hija de migrantes económicos chinos como hija de obreros de barrio, mujer joven asiática arrojada a una existencia nómada. «De estos poemas se destila la esencia del misterio del desplazamiento», señala en su prólogo la también poeta de origen chino Paloma Chen. Un misterio expresado en distancias minúsculas y, a la vez, inconmensurables: «Un milímetro apenas, / uno / al día, / son metros / pasadas las estaciones, / pasado el miedo». Incluso la disposición de los versos crea espacios y vacíos a través de su (des)ubicación en la hoja; del mismo modo que la autora se posiciona frente al mundo, a un margen o en pleno centro de la batalla, del incendio. Familia, clase e identidad son temas esenciales de una travesía por el desierto (de los derechos), por la ciudad (alienante) y por el océano (purificador), puntuada por un grito a las exigencias sociales, a lo que se espera de la autora por lo que supuestamente es o debería ser: «Aún me repito que no / me someto / y sangro en mis partes privadas». Sus poemas transitan por el desacato del mandato matriarcal («luchadoras de batallas heredadas») y productivo, con el telón de fondo de los restaurantes, bazares, almacenes a los que sus deudos consagran las horas; el contraste con sus propias aspiraciones fugaces, móviles e inconsistentes, emplazadas en lugares apartados del ruido lucrativo («Yo solo deseo una tienda / temporal / bajo las estrellas»); la infancia revelada y rebelada a su sino, a la historia que se pretende ya escrita, con una declaración de futuro contradicho; lo cotidiano y lo prosaico de la periferia, la imposible huida de esa condena de la estandarización; la soledad precarizada de lo urbano como escenario de compraventa («Más casas de apuestas que viviendas»); el desamor y la soledad como gritos sordos de incomunicación («Soy joven aún pero / mi corazón es ahora / hueso viejo hueco»); la muerte, la memoria y la herencia de celebrar a alguien, junto a la experiencia de sentirse envejecer con orgullo. La poesía de Susana Ye percute a través de imágenes significativas que recorren su cuerpo y su pensamiento para deambular en torno a las emociones, poniéndolas frente al espejo del lenguaje. En estos 35 poemas en castellano y otros cinco en inglés («¿pero no es toda la poesía, acaso, ya un idioma extranjero?», se pregunta Chen) hay una panoplia de referencias diversas, globales, de la literatura, el cine, la música, la televisión: de las clásicas Leonora Carrington, Sylvia Plath o Gioconda Belli a las contemporáneas Alana S. Portero, Samanta Schweblin o Gloria Fortún; de cineastas como Elena López Riera, Rocío Mesa, Elena Martín o Andrea Jaurrieta a autores singulares como Nella Larsen, Ocean Vuong o Helios F. Garcés y, en varios puntos de este viaje, la compañía de Audre Lorde como inspiración para el compromiso activista y la fuerza lírica. Ecos que apuntan a una voluntad creativa/estética que reclama para sí una redefinición de lo multicultural, entendido como colectivo de seres humanos deseantes y sedientos y transfronterizos. Un libro que interpela a la diáspora asiática en España, pero que nos habla en códigos universales y migrantes: «Niña/sombra hecha mujer discreta, / me articulo en lenguas de acogida».


Las razones del arte, de Michel Onfray (Paidós)

Asegura el autor de este ensayo que no se ha de tener más conocimiento teórico del arte contemporáneo para entenderlo, en el sentido de captar todos sus matices y su profundidad, que para interpretar el arte clásico; al fin y al cabo, este último también requiere contexto para que el espectador dilucide sus implicaciones, amplifique o enriquezca una experiencia estética para la que, en todo caso, debería haber una predisposición, una atracción inmediata. Fundador de la Universidad del Gusto en su ciudad natal, el mediático pensador y prolífico autor Michel Onfray (Argentan, 1959) responde en estas páginas a los «pájaros de mal agüero» que certifican la muerte del arte, aquellos para los que la creación contemporánea ha dejado de serlo por haber abandonado la pretensión de belleza, lo que a su juicio «no deja de ser una tontería», recorriendo las expresiones que abarcan desde la misma prehistoria y el sentido dado a las pinturas en las cuevas; pasando por la estatuaria griega, que solidifica la gracia del cuerpo juvenil; el verismo en las efigies romanas; la visión rectilínea y dogmática del arte cristiano; los plenos poderes de la alegoría renacentista, que plantea enigmas cuyo desciframiento requiere iniciación; la trascendencia y el carácter sublime de las naturalezas muertas en Chardin; la luz en Turner y en el impresionismo de Monet como elemento disruptivo respecto a la fotografía; el arte africano en las vanguardias como medio de dinamitar el orden apolíneo clásico; el arte degenerado a ojos de los regímenes totalitarios, ya fuese en los cuadros de George Grosz o en las más tardías performances de Otto Muehl; la abstracción de Kandinsky y Dora Maar, que pasará de ensalzar el color a elevar el gesto; el arte conceptual y el «golpe de Estado estético triunfante» que es el ready-made de Duchamp, del que emergerán tanto Man Ray como Gina Pane; y la iconofilia derivada de Picasso o Di Chirico, hasta el arte contemporáneo («un bosque escondido a menudo por el puñado de árboles iluminados por el mercado») convertido en espectáculo por los Cattelan, Kapoor o Koons; si bien «lastrar todo el arte contemporáneo ateniéndose únicamente a sus artistas más kitsch del momento es una profunda injusticia». Como contrapunto, Onfray dedica su epílogo a elogiar la obra del artista español Joan Fontcuberta por «la pertinencia de su mensaje, su valor estético y su fuerza intelectual»; sus artefactos, escribe el ensayista francés, «impresionan el alma y la inteligencia». Esan deberían ser, a fin de cuentas, Las razones del arte condensadas en esta magnífica edición de Paidós, preciosa y completísima en su concepto gráfico. El arte que nos desarma, cuyo misterio disecciona de forma brillante este valioso libro escrito de forma tan amena como honesta, tan desafiante como esclarecedora.

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