Horas críticas Analógica

Ícaros modernos

Reseña de «La glándula de Ícaro», de Anna Starobinets

Existe algo más universal que los lugares comunes: el placer de cuestionarlos. Cuestionar, por ejemplo, que errar sea sinónimo de sabiduría, que lo conveniente tenga algún parentesco con lo que sucede, o que toda generalización sea falsa. Si decimos que, a nivel global, somos una sociedad que se define por estar saturados, estaremos generalizando, pero no mintiendo. La inconmensurable información vertida en internet, la velocidad a la que se desarrollan los avances tecnológicos, el incansable goteo de noticias que nos pintan un futuro aciago o la necesidad, insaciable, de encontrar una definición a nuestra época —la cual ha excedido todos lo post- posibles de la modernidad— han influido en esta saturación cada vez más cercana a la abulia, es decir, a la «extinción o debilitación grave de la voluntad», según Ángel Ganivet. De ahí que usemos las redes sociales y los motores de búsqueda sin intención de contrastar distintas fuentes o puntos de vista, sino buscando la respuesta que ratifique nuestra postura previa, asumiendo, de forma muy perezosa, que es una perspectiva genuina y que, si más de dos personas opinan lo mismo, ha de ser la verdad. Y de ahí, también, una acusada carencia de imaginación a la hora de representarnos el futuro.

En dirección inversa a la tendencia del siglo pasado, las distopías contemporáneas suelen devolvernos relatos hartamente explícitos de una crítica social regurgitada, demostrando que nos tienen por lectores o espectadores poco avispados, con nula capacidad de atención y de comprensión en lo que respecta a un desarrollo complejo. Se crea así un círculo vicioso del que parece complicado salir… hasta que nos topamos con una vía alternativa. Una de esas vías lleva por nombre La glándula de Ícaro (Impedimenta, 2023, traducido por Fernando Otero Macías), la última obra de la escritora rusa Anna Starobinets, ganadora en 2018 del premio a mejor autora de ciencia ficción por la European Science Fiction Society.

El libro está configurado por siete capítulos que, en realidad, son siete cuentos, o siete fábulas, o «siete demonios, o siete sótanos», como cita Laura Fernández en su prólogo, en los cuales se despedazan algunos de los lugares comunes relativos a la idea de progreso, de control, incluso de humanidad, para quedarse con el núcleo de los miedos y ofrecérnoslos así, todavía palpitando, ante nuestros ojos. La idea misma que enhebra las distintas narraciones es, de por sí, un cuestionamiento y una reformulación: el centro de lo que somos no está en el corazón, sino en el plexo solar, una zona del cuerpo humano —y del resto de mamíferos— ubicada en el abdomen, justo por encima del ombligo, donde el hinduismo sitúa al chakra encargado de gestionar la envidia, el odio y el rencor, y el lugar elegido por Starobinets para albergar su glándula de Ícaro. Dicho órgano ficticio con nombre mitológico, que da título al libro y al primer capítulo de este, encierra los misterios de aquello que en otro tiempo se llamó alma y que, posteriormente, migró sus cualidades a la conciencia, con una ventaja: la glándula es tangible y localizable en un espacio concreto del cuerpo. Una ventaja para el materialismo, claro, pero que pronto se trueca en riesgo, en tanto que cognoscible, legislable, extirpable. Y con ello nos conduce al mismo interrogante planteado por Mary Shelley en Frankenstein: ¿todo lo científicamente posible es humanamente deseable? Una pregunta que se extiende hacia las tecnologías de la información en los seis capítulos restantes, donde habitan monstruos humanos, personas insectizadas y un telón casi invisible, pero presente, de un totalitarismo que la autora conoce bien.

Anna Starobinets, autora de «La glándula de Ícaro». / © Impedimenta

El horror aquí consiste en comprobar cómo ese presente imaginado, lleno de decisiones tomadas en un pasado que no fue, nos resulta no solo verosímil sino, sobre todo, concebible dentro de nuestro horizonte de futuro. Starobinets se desenvuelve con precisión, haciendo gala de un estilo incisivo y fluido, incluso en las situaciones más peliagudas —como ya demostró en Tienes que mirar (Impedimenta, 2021, traducido por Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado)—, y a medias entre la búsqueda de complicidad con el lector, para incitar a la inmersión hasta lo más profundo de su propuesta, y el deseo de incomodarlo, para alejarse y alejarnos de esa insensibilización que nos mira desde los personajes de su último libro.

La elección del relato corto cumple perfectamente con todas las funciones referidas. Por un lado, porque el tener un espacio acotado obliga a la autora a ir directa al grano, lanzándonos in medias res, aunque no partimos de cero, dado que los condicionantes que configuran cada una de las distopías nos son extremadamente familiares, y eso ayuda. Por otro lado, la brevedad de algunos capítulos puede dejarnos el regusto amargo de algo que acaba de manera anticipada, provocando un bloqueo en el chakra del plexo solar, es decir, despertando nuestra rabia por sentir que ahí había una historia que no ha llegado a nacer. O puede que sea otra manera de actualizar la advertencia de Dédalo a Ícaro, sugiriéndonos cautela porque, quizás, la verdadera historia está en ese lugar nada común al que se dirige nuestra imaginación tras descender a cada uno de los siete sótanos alumbrados por Starobinets.

 


 LA GLÁNDULA DE ÍCARO. EL LIBRO DE LAS METAMORFOSIS
Anna Starobinets
Traducción de Fernando Otero Macías
Prólogo de Laura Fernández
IMPEDIMENTA
(Madrid, 2023)
256 páginas
22,76 €

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*