Horas críticas

La ficción como campo de pruebas

Reseña de «Peregrino transparente», de Juan Cárdenas

«Historieta fantasiosa», «aventura» o «western» son algunos de los términos con los que el narrador de Peregrino transparente describe esta novela que va tomando forma ante nosotros a medida que nos adentramos en ella. La historia transcurre en Nueva Granada, la actual Colombia, y sigue los pasos de Henry Price, un pintor inglés que fue contratado por la Comisión Corográfica a mediados del siglo XIX para retratar el paisaje y la geografía humana del lugar. De todo ello dio cuenta Peregrinación de Alpha, de Manuel Ancízar, libro (real) que sirve de base al narrador de esta novela para hacer volar su imaginación.

En su «irresponsable» fantasía, como él la llama, el narrador imagina que Price descubre las obras de un humilde pintor de iglesias local, el misterioso José Rufino Pandiguando, y queda fascinado por ellas. Price reconoce en las pinturas de Pandiguando la mano de un verdadero pintor, no un «mero copista de la realidad, un notario de las costumbres y de los lugares» como se le pide que sea él. Parte de su trabajo en la Comisión consiste en inventariar y catalogar a los habitantes de algunas provincias de Nueva Granada, algunos difíciles de encuadrar en ninguna raza conocida: «Nunca había visto razas semejantes, con tantas mezclas inverosímiles que a ratos ni siquiera parecen seres de este mundo». En una ocasión, de cara a hacer más atractiva esa zona del mundo a ojos de inversores y extranjeros, el director de la Comisión, Agustín Codazzi, le pide que haga bocetos con gente «blanca y de buena raza». Estamos en la época de la república, poco después de la abolición de la esclavitud, y la ideología de corte liberal y capitalista ha «logrado una cierta hegemonía». Las consideraciones raciales y políticas atraviesan la novela, una novela que no tarda en irse despegando de la realidad para llevar al lector por derroteros más cercanos al género fantástico.

Tras una primera parte apasionante y muy bien escrita, el libro cambia de súbito en la segunda, «El jardín de los presentes», donde el autor lleva la narración hasta los límites del sentido. En ella se suceden una serie de frases sin significado aparente, con cameos de Kanye West y Enrique Ponce incluidos, y, en medio de todo ello, una de las descripciones más bellas de la labor de un novelista que he leído: «Un ciego traduciendo visiones para una audiencia de ciegos que ya no pueden ver con la piel». La razón de ser de esta parte se encuentra en páginas anteriores. En una de sus reflexiones, apoyándose en un poema de Mario Montalbetti, el narrador afirma que el problema no es que los lectores seamos cada vez más literales, sino que la literalidad de la literatura, «la desobediencia radical del lenguaje literario a cualquier programa o algoritmo», nos resulta insoportable. En literatura todo tiene que significar algo, ser una alegoría o una metáfora de otra cosa. Eso cuando no se piensa que la lectura tiene que servir para aprender, que debe ser un tiempo aprovechado. En estas páginas, el autor nos confronta literalmente con el vacío de significación y sacude nuestra forma de leer habitual. Una vez traspasada esta parte, la novela recupera su «capacidad de simbolización» y vuelve a transcurrir por unos cauces más habituales. Nos enteramos de que ha habido un periodo de oscuridad y violencia: una revolución promovida por el gremio de los artesanos, seguida de una guerra civil tras la cual liberales y conservadores han recuperado el poder. Los fusilamientos tras juicios sumarios y los encarcelamientos de presos políticos están a la orden del día. El propio Pandiguando es uno de ellos.

Para Juan Cárdenas, la ficción es un campo de pruebas, un espacio donde ensayar ideas y tantear utopías —aunque nos resulte más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, no debemos dejar de intentarlo—. En este caso, vuelve a un periodo histórico que guarda algunas similitudes con el nuestro y, partiendo de ahí, imagina otros futuros posibles, otros presentes. Por boca de su narrador insiste en que no quiere «exponer o demostrar ninguna tesis», solo quiere dejar volar su fantasía «como quien deja leudar la masa viva de un pan que nadie amasó» para ver dónde lo lleva. Por supuesto, aunque el narrador diga que la fantasía se va desplegando en su cabeza sin que él la dirija, es evidente que se trata de un libro muy pensado, a ratos quizá demasiado autoconsciente.

Acabo la lectura de esta novela con más dudas que certezas. Aun así, sé que las preguntas que ha suscitado en mí son pertinentes: ¿Quién es en realidad ese yo que encabeza las frases que enunciamos en primera persona? ¿De verdad somos dueños de nuestros pensamientos y deseos? ¿Puede alguien hoy día ser su propio amo? Hace poco el poeta Rafael Cadenas recibía el Premio Cervantes. En una de las noticias que cubrieron el acto recordaban uno de sus poemas: «Los poetas no convencen. / Tampoco vencen. / Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste». Peregrino transparente cumple con creces esa función.

 


 PEREGRINO TRANSPARENTE 
Juan Cárdenas
PERIFÉRICA
(Cáceres, 2023)
256 páginas
18,50 €

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