Horas críticas Analógica

Realidad virtual alucinógena: ¿dónde queda el yo?

Reseña de «La mirada de las plantas», de Edmundo Paz Soldán

Si te encarnaras virtualmente en la experiencia de otro, es decir, si a través de la inteligencia artificial pudieras sentirte en su piel, si palparas sus impulsos, su dolor, ¿dejarías de ser tú? ¿Te convertirías en ese otro? O, si no, ¿quién serías? ¿Hasta qué punto llega tu yoidad?

La realidad virtual «nos engaña el cerebro pero nos permite seguir siendo nosotros mismos. Un nosotros complicado», dice Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) en La mirada de las plantas, editada en España por Almadía. En efecto, esta tecnología produce tal inmersión sensorial que el cerebro traduce las imágenes y los estímulos como si estuvieran sucediendo en verdad. Pero ¿qué pasaría entonces si a la complejidad de ese nosotros le añadiéramos la encarnación virtual y una gran dosis de psicotrópicos? ¿Hasta qué punto se puede malear el cerebro, la percepción?

Pocas cosas son tan atractivas literariamente como un buen juego de contrastes. Lo nuevo y lo ancestral, lo virtual y lo real, la belleza y el horror, el tú y el yo. Podría costarnos pensar qué pueden tener en común la realidad virtual, las plantas alucinógenas, los deepfakes, los reinados de belleza y la devastación de la selva. Pues en la obra del escritor boliviano la respuesta es: todo.

Esta novela distópica mezcla el realismo mágico, la ciencia ficción, el thriller y la fantasía. En ella, un cuestionado psiquiatra, Rai, llega para supervisar los ensayos que un laboratorio, escondido en la selva y liderado por el enigmático Dr. Dunn, realiza sobre algunos voluntarios de la zona. El objetivo de la investigación es desarrollar un videojuego que sea capaz de recrear la sensación lisérgica que produce una planta amazónica a través de la realidad virtual.

Los efectos de la llamada «alita del cielo», un alucinógeno natural que podría parecerse a la ayahuasca, pero mucho más fuerte y sin duda más caprichoso, se entretejen con el diseño algorítmico y el viaje astral. Paz Soldán demuestra que es posible mezclar tecnología punta y atavismo, que «el cascabel del chamán es un acelerador de partículas».

El aparente duelo de opuestos se supera en tanto que la infraestructura tecnológica y la «alita» parecen mágicas a los ojos de Rai. El protagonista —como la mayoría de nosotros— no entiende el lenguaje de programación ni cómo funciona la técnica ancestral del compuesto. El narrador lo dice sin titubear: «Como casi todos, es analfabeto en los modos del mundo».

En este ciberpunk selvático, las tecnologías son tan elevadas que se convierten en misterios, tal como sucede a veces con los propios algoritmos que conocemos hoy. Sabemos poquísimo sobre cuánta información extraen las plataformas de nosotros, y renunciamos tranquilamente a nuestra privacidad en aras de lo cómodo. Ya la cuestión no se centra en si algo es verdadero o falso, sino en si es probable o improbable.

Hasta la identidad misma es algo a cuestionar. «No hay un yo en el yo. Somos ideaciones creadas por nuestros cerebros», escribe el autor. El cerebro, ese órgano desconocido, descodifica la realidad para que podamos funcionar en el mundo. Sin embargo, expone Paz Soldán, con la encarnación virtual nos «regamos» en los demás, podemos ser otros, volvemos a ser el yo que fuimos en el pasado, «podemos ser el que abusamos, podemos ser el que desapareció». Entonces, la pregunta se desplaza: pasamos de qué sería lo real a dónde queda el yo. ¿Qué se hace en caso de jet lag espiritual?

Además, la novela muestra las sombras de los reinados de belleza, de las relaciones familiares tóxicas, y pone de relieve los límites éticos de las redes sociales, de la investigación científica. Paz Soldán plantea preguntas sobre lo humano, lo técnico y lo moral, y deja al lector la responsabilidad de encontrar por sí mismo las respuestas.

En diálogo con la llamada «novela de la selva» latinoamericana, este libro cuestiona el extractivismo y la deforestación en la Amazonía. Precisamente, la historia se desarrolla en un pueblo en la frontera de Bolivia con Brasil, una zona marcada por la explotación cauchera. Los personajes viven inmersos en un paisaje apabullado por la violencia, tanto del hombre sobre sus coterráneos como del hombre sobre la naturaleza. El autor pone sobre la mesa la urgencia de la crisis climática y hasta nos deja la escalofriante imagen de «un bosque futurista, sin animales ni pájaros. O quizás no tan futurista».

En La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, obra que inspiró a Paz Soldán, la selva trastorna al ser humano, lo precipita en la alucinación febril y acaba devorándolo. En cierto modo, La mirada de las plantas es también un descenso a los infiernos, un viaje al corazón de las tinieblas del subconsciente, del mundo virtual y de la destrucción del medioambiente.

Como anticipación para los próximos cinco minutos, esta obra enfrenta paralelos que interpelan, cuestionan y rebotan en el acelerador de partículas actual. En un despliegue de fractales distópicos y a la vez profundamente coyunturales, La mirada de las plantas propone diversas formas de ver y preguntarse en cuántos niveles «la realidad es abrumadora».

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*