Horas críticas

«Justin», un acto de memoria histórica

Como muchas otras grandes cuestiones de la humanidad, la historia de la Segunda Guerra Mundial es una materia inagotable a la que necesitamos volver para seguir descubriendo capítulos inéditos. El relato que narran Julien Frey y Nadar en Justin (Astiberri, 2021) está cimentado en una base histórica muy tajante, como deja patente el catedrático de la Universidad de Aix-en-Provence, Raphaël Spina, al final del cómic a modo de epílogo. Además, durante el proceso de creación de la novela, a los autores también los ha acompañado la tesis Les STO del brillante historiador Patrice Arnaud.

La acción está contada desde el punto de vista de un hombre joven que tiene el infortunio de ser engañado por su propio país y forzado a emigrar contra su voluntad. En el París de 1943, Justin está enamorado y desea casarse con Renée, pero el gobierno colaboracionista de Vichy ha creado el STO, Servicio del Trabajo Obligatorio, para surtir de mano de obra al país invasor. Como muchos otros franceses de su edad, Justin es obligado a viajar a Alemania, ignorando el futuro que le espera allí.

La época previa que relata la primera parte del libro da buena cuenta de lo complicado que era salir adelante en aquellos años de ocupación germana en Francia. El gobierno de Vichy se empeñó en convencer a los ciudadanos de las ventajas de que fueran a trabajar a Alemania, para ello desplegó carteles publicitarios por todo el país, donde además de prometer un buen salario, comida y alojamiento, añadía la oferta patriótica de liberar a un prisionero galo por cada tres voluntarios. Esta situación creó una presión añadida a la población en edad de trabajar que no había ido a la guerra como soldado. Un clima de recelo empezaría a brotar entre los propios franceses, motivado por el anhelo de muchas familias de volver a ver a su ser querido capturado en la contienda. De este modo, para una parte de la opinión pública, quien no aceptaba la oferta laboral estaba siendo un traidor al país y un cobarde, puesto que tampoco había ido a combatir al frente. Meses más tarde, Vichy impuso el Servicio de Trabajo Obligatorio para los jóvenes de entre 20 y 23 años, sin opción a rechazar la convocatoria, ya que la ausencia del citado podía acarrear una multa de hasta cien mil francos y cinco años de cárcel.

Cuando Justin llega al campo de Hennigsdorf, comprueba desde el primer instante que ha sido objeto de una estafa con la connivencia del propio gobierno francés. En este punto, las viñetas describen la galería de horrores que el ser humano es capaz de perpetrar contra sus congéneres para extraer de ellos el máximo beneficio material. Un descenso a los infiernos que elude la sensiblería, mostrando al trabajador como mano de obra sin otro valor que el de su capacidad física y carente de cualquier derecho reconocido.

A la tortura física también hay que sumar la mental, como pone en imagen las viñetas donde el comandante del campo, el lagerführer, castiga al barracón de Justin, inventando que tenían encendida la luz en mitad de la noche, con el único propósito de vengarse del protagonista. O esa otra secuencia de dibujos en la que los trabajadores se autolesionan, haciéndose heridas con papel de lija o usando el aceite de maquinaria para provocar una infección en el ojo; todo con tal de obtener unos días de descanso que liberen de la dura carga cotidiana. A estas alturas de la historia, el lector es consciente de que los límites de la dignidad ya han quedado postergados a un segundo plano, al estar en juego la supervivencia.

Mientras, el mensaje que se lanza desde los noticieros propagandísticos en los cines de Francia, lo equivalente al NO-DO de aquí, resalta las buenas condiciones de las que gozan los trabajadores del STO, señalando que cuentan con bibliotecas y todo tipo de comodidades. Estos anuncios calaron en el imaginario colectivo de Francia, ya que, por desconocimiento de la historia real, los obreros del STO fueron equiparados a colaboracionistas del gobierno alemán, porque aceptaron trabajar para ellos a cambio de unas supuestas buenas condiciones de vida. Sin embargo, no tuvieron otra elección y lo que se encontraron en Alemania fue un panorama muy diferente al de la publicidad del gobierno de Vichy.

El historiador militar Antony Beevor comentaba recientemente en una entrevista que es imposible documentar el presente porque, con los archivos electrónicos, los gobiernos pueden mantener información relevante oculta o modificarla a su conveniencia. Justin nos muestra que incluso una batalla tan radiografiada, de la que parecía que lo sabíamos todo a estas alturas, todavía puede esconder capítulos desconocidos. El ejercicio de mantener viva la memoria de estos hechos debe ser una responsabilidad comunitaria y un fin en sí mismo de la cultura, que sin el compromiso social queda relegada a un lugar de simple y pasajero entretenimiento.

Justin comienza y termina a finales de la década de los años setenta, dejando hueco entre sus páginas para lo romántico, la familia, la amistad y hasta el humor. En este punto es donde radica la mayor virtud de la novela, en haber sabido crear una cosmovisión que invita a reflexionar sobre otras muchas cuestiones más allá de aquella principal que se esfuerza en denunciar.

Nadar —Pep Domingo— opta por una distribución de viñetas irregular, en un esquema habitual de cuatro tiras como apoyo estructural durante buena parte de la obra, aunque no se trata de un reparto fijo, ya que cambia el esqueleto narrativo para acentuar la importancia de nuevos personajes o introducirnos en otros escenarios. Así, el ilustrador varía la composición con buen criterio según las necesidades expresivas de la trama. En el apartado gráfico, nos encontramos con un dibujo en blanco y negro que saca matices y profundidad de los personajes, dotando a la historia de un ritmo de lectura perfecto. Los fondos y sus detalles cobran una importancia absoluta para adentrarnos en la época y el espacio del relato. «Utilicé principalmente fotografías y dibujos de la época de los fondos históricos de Francia; también me fue de gran ayuda visitar en persona algunos de los sitios que todavía existen —aunque cambiados— en París, como la cafetería que regentaba la familia de Justin», nos comenta Pep. La influencia de su estilo nos trae a la memoria la historieta franco-belga de artistas como Jacques Tardi, asimismo advertimos en los trazos de Nadar una visión muy heterogénea que incluye también la tradición japonesa y el cómic independiente americano.

Nadar y Frey forman una pareja artística bien avenida, como ya demostraron en la formidable El Cineasta, que indagaba con maestría en la figura de un director maldito, Édouard Luntz, aprovechando (entre otras cuestiones) para poner de manifiesto las obsesiones que mueven a las personas y reflexionar sobre la supervivencia del arte.

Julien Frey es un guionista que viene de la televisión y el cine, su aparición en el mundo del cómic se produce en 2014 con Un jour il viendra frapper à ta porte, a la que le seguiría Michigan, publicada en España por la siempre a tener en cuenta Ponent Mon Editorial. Las novelas gráficas de Frey están llenas de humanidad, recuperan del ostracismo a figuras e historias ocultas por el peso del tiempo, una suerte de justicia poética no exenta de compromiso social, como en Justin. Nadar y Julien trabajan ya en lo que será su tercera colaboración, una historia contada por Buster Keaton que habla de su amistad con el olvidado Fatty Arbuckle, el primer rey de Hollywood.

La editorial Astiberri, responsable de la publicación de Justin, presenta una edición en formato grande, similar a un A4, y una encuadernación en tapa dura. Un trabajo especial, hecho con cariño, donde además destaca el ajustado precio de venta elegido para la ocasión.

Justin es un relato explícitamente antibelicista, imbuido de un espíritu de supervivencia que indaga en el recuerdo como bálsamo para vencer a esos fantasmas que a veces nos acompañan toda la vida. Un lienzo preciso y brutal que también deja espacio a momentos cálidos; una de las publicaciones más destacadas de lo que llevamos de año.

 


Justin
Nadar y Julien Frey
Traducción de María Serna Aguirre
Astiberri
200 páginas
23 €

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