Cuando en septiembre de 1991 y tras licenciarse en Historia y Teoría del Arte, Nuria Enguita (Madrid, 1967) entró a hacer prácticas en el Institut Valencià d’Art Modern, que había sido inaugurado un par de años antes, poco podía imaginar que casi treinta después se convertiría en su directora. Desde aquella experiencia, que derivó en su contratación como conservadora del museo hasta 1998, ha mantenido siempre una intensa conexión con la ciudad del Turia, aunque su amplia trayectoria la atrajo hacia otros muchos destinos. Ha sido integrante del equipo organizador de prestigiosos eventos internacionales —São Paulo, Medellín, Frankfurt— y comisaria en reputadas instituciones de arte contemporáneo —Reina Sofía, Museo Serralves, MACBA, La Casa Encendida—, aunque no es la erudición, sino su visión, el elemento que prima en su discurso.
Enguita ha contado que, siendo directora artística de la Fundación Antoni Tàpies de Barcelona, entre 1998 y 2008, observaba desde la distancia cómo en Valencia «la gente, con nada, hacía mucho». Y eso mismo, o algo parecido, es lo que logró desde 2017 como directora de Bombas Gens Centre d’Art, una vieja fábrica ubicada en el barrio de Marxalenes de la capital valenciana, convertida por ella y el reducido equipo que la puso en marcha en un espacio artístico de referencia, multireconocido y declarado proyecto de interés social. Hasta el pasado mes de septiembre, cuando tras ganar el concurso público para la dirección del IVAM (en el de 2014 solo fue superada por José Miguel García Cortés, su antecesor en el cargo), de alguna forma, volvía a casa. Y aunque esta podría considerarse una historia circular, o redonda, ella no quiere hablar del pasado, sino del presente y sobre todo del futuro.
Atendiendo a algunas de sus entrevistas anteriores, uno espera conocer a una profesional honesta, enemiga de la impostura, poco dada a dorar la píldora a nadie. Tal vez por ello, en los días previos a este encuentro ha tenido que asumir las críticas del sector del cómic a unas declaraciones suyas para una revista valenciana, en las que parecía poner en duda el carácter artístico de esta disciplina. Quizá la trampa estaba en la pregunta: nadie cuestiona si la literatura o el cine van a estar en los museos de forma explícita o preferente; se da por hecho que su presencia y conexiones con otras artes están garantizadas. Como fuere, Enguita ya ha dado respuesta pública a la seguramente innecesaria polémica, y ahora pretende centrarse en el trabajo que tiene por delante junto a su equipo y en el proyecto que ha planteado hasta 2025.
Pregunta.- En primer lugar, le quería dar la enhorabuena por su nombramiento de parte de la revista Mercurio, aunque esto debe de ser como cuando alguien al que uno no ve mucho le felicita el cumpleaños dos meses después…
Nuria Enguita.- (ríe) No, pero se agradece, siempre se agradece.
P.- Respecto a su experiencia previa en el IVAM, usted ha dicho que forjó su forma de entender el arte, y se me ocurría que un museo debería ser eso para todo el mundo. ¿Qué hay de aquella Nuria en la de hoy, en cuanto a sensibilidad e inquietudes artísticas?
NE.- La verdad es que el IVAM para mí fue el final de una formación y también una apertura al mundo, el del arte y el de los museos. Desde luego, los años que pasé aquí marcaron muchas de mis formas actuales de entender la práctica artística y la curatorial, y el trabajo en una institución. Aprendí sobre todo el compromiso, el cuidado, el alcance, la ambición que debe tener un museo para relacionarse con la sociedad y el mundo. Y finalmente conocí a muchas personas con las que después de crecer juntos en aquella etapa he seguido, y sigo a día de hoy, trabajando.
P.- En alguna ocasión ha hablado del reto que supuso poner en marcha Bombas Gens. Entiendo que en esto no hay comparación posible, pero ¿cómo han sido estos primeros meses en el IVAM? ¿Hay algo que le haya sorprendido especialmente en esta toma de contacto inicial?
NE.- Bueno, esta es una institución compleja, con un equipo más amplio, con una historia que se refleja en el propio museo. Desde que he llegado estoy trabajando, por un lado, en consolidar las propuestas que ya estaban programadas para 2021, es decir, en el corto plazo. Pero también en el medio plazo y en pensar de forma estructural algunas cuestiones que para mí son importantes, que vamos a poner en marcha o a intensificar. Tienen que ver más con la estructura física del museo, la digitalización, el fortalecimiento de relaciones y la creación de vínculos… esos aspectos que planteaba en mi programa.
P.- Luego querré entrar en ese tema del espacio museístico, pero de momento me gustaría seguir hablando de lo que ha supuesto este cambio en su trayectoria. Si Bombas Gens fue un proyecto Por Amor al Arte (espero que me perdone el guiño fácil a la fundación que lo impulsa), ¿el del IVAM es por amor al público y a lo público?
NE.- Yo empecé mi carrera en el IVAM; es decir, que empecé en lo público. Pero incluso cuando he estado trabajando para fundaciones privadas —de distinto cariz— como la de Tàpies o Bombas Gens, siempre las he entendido como un servicio público. En el sentido más estricto, el de ser proyectos para cuanto más público mejor y que tengan la suficiente publicidad para llegar a todo el mundo. Que sean algo concebido para las personas. La gestión es muy diferente, pero para mí siempre ha existido ese interés por lo público. Así que esta nueva etapa la veo como una vuelta a donde empecé.
P.- Su antecesor, José Miguel García Cortés, dejó la dirección acusando a la Conselleria de Cultura de querer ejercer un «control político». Desde que usted se planteó optar al cargo, ¿ha dudado alguna vez en torno a esa cuestión, el hecho de que pudiera perder independencia en su gestión respecto a la que, por ejemplo, tenía en Bombas Gens?
NE.- Nunca, nunca. De hecho, lo público da otra independencia. No tengo ningún miedo en ese sentido, y no creo que vaya a ocurrir en absoluto.
«En mi anterior etapa en el IVAM aprendí el compromiso, el cuidado, el alcance, la ambición que debe tener un museo»
P.- Me interesa también aquello que usted planteó en esa primera declaración de intenciones sobre recuperar una cierta radicalidad y «el potencial utópico de los orígenes» del IVAM. ¿En qué sentido lo decía?
NE.- Me refería a que, en un mundo tan acelerado y complejo como este en el que vivimos, donde la utopía está muy mal vista o puede considerarse ingenua, creo que es necesaria para construir un presente que pueda transformarse y transformarnos. No es una cuestión que tenga que ver con los inicios del museo, sino con ese momento histórico en el que se inauguró y lo que supuso, junto a otras instituciones de la época y en el marco de aquella sociedad. Además, creo que en este contexto actual de repensar, a partir de la pandemia, lo que nos va a cambiar la vida, a cada uno en su generación, el museo debe estar ahí siendo propositivo y con un principio de esperanza. Ese es el impulso utópico que me interesa y no pasa por comparar con el pasado, como se ha hecho a menudo, para identificar lo que el IVAM arrastra desde entonces.
P.- Otra de sus líneas de acción va a consistir en apostar por la colección del museo, que tiene entre sus mayores bazas las obras pertenecientes a las vanguardias históricas. ¿Qué otros periodos le gustaría que complementaran, idealmente y con el tiempo, estos fondos? ¿O quizá su propuesta irá más hacia sacar partido de los fondos ya existentes y darles otra forma?
NE.- La colección es la base de la programación de cualquier museo, y esa idea creo que ha estado presente en estos últimos seis años. Lo que a mí me interesa y he planteado es trabajar no solo con la colección, sino también desde la colección. Porque ahora mismo tenemos un siglo de arte en el IVAM; que no es lo que teníamos en 1989, un momento de comienzos de la globalización, completamente diferente al actual. Como historiadora del arte, creo que la historia se está haciendo continuamente. Y esa idea de historicidad que tengo en mi proyecto, ese movimiento de lo real, me interesa: cómo mirar la colección y trabajarla desde enfoques que surgen de una investigación que es presente, está viva, y recoge todo lo anterior para plantear nuevas formas de abordarla. También he planteado una programación que es más discursiva que disciplinar, que trata de reunir prácticas artísticas diversas, pero atendiendo siempre a esa idea de contexto histórico y a unas miradas que vienen de lo popular y de los feminismos.
«Incluso cuando he estado trabajando para fundaciones privadas, siempre las he entendido como un servicio público»
P.- En su gestión de Bombas Gens fue importante el espacio museístico-cultural en sí mismo y su vínculo a una cierta idea de ciudad, y por lo que se deduce de sus primeras decisiones también lo serán aquí. Entiendo que el proyecto de la nueva sede en el Parc Central ya estaba sobre la mesa cuando llegó, pero en cualquier caso ¿por qué ha querido empezar su gestión por ahí?
NE.- Bueno, como sabe, este museo nació con dos sedes: el Centre del Carme, que ahora tiene una programación magnífica y una identidad muy definida; y el Centre Julio González, en el que estamos. En efecto, en el concurso para la dirección del IVAM ya estaba planteado el programa para una nueva sede. Es una iniciativa de la Conselleria de Cultura, en la que se pedía una aproximación de lo que podría suponer una segunda sede en la ciudad de Valencia. Mi propuesta se dirige, aparte de intensificar en ese otro espacio la labor que ya hacemos, hacia trabajar con manifestaciones artísticas distintas. El IVAM tiene unas características de cubo blanco propias del museo moderno, mientras que aquí planteamos un espacio más abierto, más libre, para un arte como el contemporáneo, que por definición es posmedia y posconceptual, bebe de muchísimas prácticas. También buscamos trabajar con artistas de la ciudad en contextos intergeneracionales y poner en contacto a artistas locales con artistas globales. A mí no me gusta llamarla subsede, sino otra sede donde habrá una complementariedad de contenidos con el IVAM, pero también una idea que me interesa mucho: ese movimiento que, frente a la ciudad-marca o la ciudad que se vende, apuesta por trabajar desde los barrios, y cómo su efecto se va expandiendo hacia todo el conjunto urbano y hacia el mundo. Ahí es donde pienso que tenemos que trabajar, con intensidades similares, desde ambas sedes.
P.- En una entrevista de 2017, decía que detectaba «un proteccionismo creciente» en el mundo del arte y que era un momento «enrarecido» para colaborar en red con instituciones de otros países. Uno de sus objetivos es que el IVAM vuelva a tener un papel prominente en la escena internacional, ¿considera que aquel escenario ha cambiado, a mejor o a peor?
NE.- No recuerdo en qué contexto lo dije, pero es cierto que la primera crisis económica tuvo un impacto global y empezaron a cambiar las cosas. Ahora mismo estamos en un momento muy delicado, en primer lugar por cuestiones evidentes de movilidad, tanto de personas como de obras de arte. Creo que los museos han de pensar en volver al territorio, y en mi opinión, la territorialización y la internacionalización es un solo movimiento; como sístole y diástole, no se pueden entender la una sin la otra. Cuando tienes una propuesta experimental fuerte en la sociedad que te acoge, eso ayuda también a que se internacionalice. Pero si debemos repensarnos como instituciones no es solo por la Covid-19, sino también por cuestiones como el cambio climático. Hay que darle vueltas a qué relaciones podemos establecer entre los museos, porque debemos centrarnos en que esta desglobalización física que plantea el contexto actual no sea conceptual. Hemos de seguir colaborando, trabajando en red, dentro y fuera, pero quizá dándole una vuelta a cómo hacerlo.
P.- Hablando del cambio de modelo de los museos en este mundo pandémico, hace unos meses nos decía Pepe Serra, director del Museu Nacional d’Art de Catalunya, que percibía una desigualdad «inmensa» en el acceso a la cultura, y abogaba por incorporar voces representativas de la sociedad civil en los órganos de gobierno de las instituciones museísticas. No sé si es algo que se haya planteado respecto al IVAM, o que vea con interés.
NE.- Aquí hay unos órganos de gobierno que están definidos, de los que ya forma parte la sociedad civil en su consejo rector y consejo asesor. Lo que yo creo es que el museo se tiene que relacionar mucho más con la sociedad a todos los niveles, con la ciudadanía en general. Debemos escuchar y atender. Cuando yo a veces hablo de la centralidad del museo, es esa: un museo son sus públicos, pero es también lo que significa para una sociedad, y hay que incorporar a las personas en la idea de lo que ha de representar un espacio como el IVAM. O sea, que sí, totalmente de acuerdo con Pepe.
P.- Ya hemos hablado un poco de cómo puede cambiar la misión de los museos en estas circunstancias, pero me pregunto si las mismas formas o las narrativas del arte podrían verse afectadas por esta crisis social.
NE.- Creo que el arte ha de ser necesariamente un reflejo de su tiempo, hable de lo que hable. En ese sentido, es muy posible que se transformen, como se transformarán otros modos de hacer. También constituyen un espacio de pensamiento privilegiado, todas las artes, para plantear nuevas formas de entender o de mirar el mundo y de enfrentarnos a la realidad.
«Me interesa mucho ese movimiento que, frente a la ciudad-marca o la ciudad que se vende, apuesta por trabajar desde los barrios»
P.- La editorial Consonni acaba de publicar el libro Desde lo curatorial. Conversaciones, experiencias y afectos, al que usted ha contribuido. Sé que le interesa especialmente la investigación histórica del arte y su contexto. ¿Echa de menos el comisariado o a su manera nunca lo ha dejado de ejercer, aunque sea desde una vertiente más teórica?
NE.- Mi trayectoria ha sido más institucional que por cuenta propia, digamos. Me interesa el comisariado, pero me interesa mucho también la programación; construir un relato más largo, desde un cierto lugar. Por ejemplo, en la Fundación Tàpies estuve diez años y creo que mi aportación fue esencialmente esa programación, independientemente de mis funciones como comisaria. En las instituciones por las que he pasado, siempre he mantenido un diálogo muy rico y abierto con otros comisarios, o aquellos con los que trabajo. Ahora mi labor de comisariado directo tendrá que esperar, pero creo que al final también es tarea de un museo incorporar otras voces y ponerlas a dialogar. En ese sentido, me gusta el trabajo de programadora, o de editora, que también lo he sido antes [en las revistas Afterall y Concreta] y es una idea de actividad que me gusta mucho.
P.- Finalmente, una curiosidad más que una pregunta. En alguna ocasión ha dicho que, entre otros motivos, la llevaron al mundo del arte las galerías de Madrid y Sevilla en los ochenta. Perdone el ombliguismo (tan sevillano, por otra parte), pero siendo Mercurio una de las escasas publicaciones culturales editadas en esta ciudad, no sé si podría contarme algo más sobre eso.
NE.- Pues mire, más que las galerías fueron mis amigos de Sevilla. Y mi gran amigo allí, y una de las personas por las que sí que seguramente me acabé dedicando a esto, fue Rafael Agredano [pintor cordobés y fundador de la revista Figura, así como integrante del llamado Grupo de Sevilla, que dio origen a la galería de arte La Máquina Española a mediados de la década de 1980]. Él y otras muchas personas, como Salomé del Campo. Después ya vino todo lo demás, pero en aquellos años tuve mucha relación con aquella ciudad.
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