Historias naturales

Menudo percance

Coloqué la pierna derecha entre el respaldo del asiento del copiloto y la puerta trasera de ese lado. Yo era uno de los cuatro ocupantes del C3 de la comunidad de usuarios de la compañía de servicios de vehículos compartidos XXX, en ruta de Tudela a Tarragona. Un navarro, con mucha pluma, conducía de modo espasmódico y, a su lado, una joven madre, también navarra, hacía gala de cierto atractivo de carácter rural. Detrás, a mi izquierda, reparé, al cabo de unos cuantos quilómetros, en otra pasajera; una tardanza en el descubrimiento justificada al tratarse de una persona que no articulaba palabra y no despedía olor.

La pierna introducida de esa manera permitía que la estrechez del habitáculo no resultara tan incómoda, pero la velocidad y los bandazos a los que nos sometía el invertido me hizo retirar la extremidad del resquicio al pensar que en caso de accidente los bomberos tendrían que amputármela para poder excarcelarme.

El accidente ocurrió llegando a Lérida y, por culpa del cinturón de seguridad, resulté ahorcado al tratarse de un choque por alcance contra un camión y salir proyectado violentamente hacia delante, como el resto de viajeros que, según me había contado el conductor contestando a mi pregunta sobre el seguro, íbamos perfectamente cubiertos por una póliza a todo riesgo.

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