Crónicas desorbitadas

Demasiado caos

Pi, fe en el caos

Toda obra de arte trata de establecer una comunicación entre el creador y el espectador; para ello es necesario disponer de una serie de claves comunes sin las cuales es difícil llegar a captar cuánto nos quiere transmitir el autor. Incluso Los bingueros necesita cierto bagaje por parte del que la visiona.  En el caso del cine, el director ha de decidir cuántas de dichas claves le transmite al espectador en la propia obra y cuáles son las que ya tiene que traer el público aprendidas de casa. Normalmente, al tratarse una película de un producto comercial en el que hay gente que ha invertido una buena cantidad de dinero, se suele exigir que el nivel necesario para comprender la trama y los entresijos no sea excesivamente alto; aunque supongo que los productores de Bergman sabían que no estaban creando un producto de masas. Bueno…, en realidad no estaban creando algo para las masas de un país, sino para ciertas élites o personas con ínfulas de élite, la suma de todos estos tontos, perdón: intelectuales, en muchos países sí podía llegar a representar un cierto éxito comercial. También es verdad que cierta cinematografía, que no puede alcanzar los indudables valores de Bergman llega a optar por la máxima de «ya que no podemos ser profundos, seamos al menos oscuros».

Digo todo lo anterior para intentar justificar mi opinión de Pi, fe en el caos. Todo el argumento de la película, la fuerza motriz del protagonista, gira en torno al concepto matemático de caos y de la irracionalidad del número Pi y dichas ideas no son explicadas, aunque sea someramente, a lo largo de la historia que se nos presenta. No costaba ningún trabajo que alguno de los personajes explicaran que hay cuestiones, como la climatología, que están regidas por ecuaciones cuya solución es tan susceptible a los cambios de las condiciones iniciales que les introducimos, que hace que muy pequeñas variaciones (inferiores a la precisión de los aparatos con los que medimos dichas condiciones iniciales) pueden llevar a resultados totalmente opuestos. La climatología no es el único ejemplo de comportamiento caótico, también la bolsa, que sigue multitud de leyes -alguna en los mejores consejos en Tradingagora.com-, algunas conocidas y muchas otras que ni siquiera lo son, es caótica. Por otra parte, un número como Pi es irracional cuando en su representación decimal no existe ningún patrón que se repita indefinidamente (Pi = 3,1415926535897932384…). El autor de Pi, fe en el caos une estos dos factores y nos presenta a Max, un matemático típico y tópico: despistado, obsesivo, asocial. Incluso el nombre tiene reminiscencias matemáticas, posiblemente esté ligeramente inspirado en John Nash, el famoso matemático cuya vida es reflejada en Una mente maravillosa. Max, como todo matemático que se precie, tiene una obsesión; la suya es tratar de encontrar patrones en Pi que le lleven a descubrir el comportamiento de la bolsa (Nash en el verano anterior a su ataque de esquizofrenia se obsesionó también con el mercado de valores, intentando predecir sus movimientos). Seguro que lo hace, aunque no se dice en la película, con el ánimo de saber y no de hacerse millonario, ya que ningún matemático arquetípico tiene interés por el dinero. Por lo tanto, a aquellos espectadores que no dispongan de ciertos conocimientos matemáticos se les están sustrayendo algunas de las claves de la película. Pero disponer de muchos conocimientos en dicha ciencia tampoco ayuda en otras escenas, ya que los fallos en ese sentido son numerosos; voy a comentar un par de los más sangrantes.

De alguna forma el afán de Max llega al oído de dos grupos muy distintos, o puede que no tanto: un conjunto financiero, creo que está claro qué tratan de conseguir, y una secta religiosa cabalística, que quieren saber el número de doscientas dieciséis cifras que representa el auténtico nombre de dios. Ambos tratan de presionar al protagonista para que comparta con ellos sus avances. En un momento, y rodeado por el grupo religioso, Max les dice que están cometiendo un error, ya que seguro que ellos ya han mencionado todos los posibles números de doscientas dieciséis cifras, pero que no lo han dicho con la agrupación adecuada. Un momento… ¿Todos los posibles números de doscientas dieciséis cifras? Esos son muchos, muchos números: pongamos que tardemos un minuto en decir cada uno de ellos (lo cual es bastante rápido pues son muy largos) y que disponemos de un millón de fanáticos religiosos diciendo todos esos números. Pues bien, todos los posibles números de doscientas dieciséis cifras son tantos que ese millón de fanáticos no habrían mencionado ni millonésima parte (muy alejado de hecho) si hubieran empezado en el preciso instante en el que se dio el Big Bang, momento en el que creo que no había muchos judíos presentes.

El otro fallo es que Max ve la luz, el momento eureka, contemplando una caracola en la que está presente la conocida proporción áurea que aparece en muchas obras de arte y también en la naturaleza. Con dicha idea vuelve el protagonista a su apartamento y se pone a trabajar; el problema es que escribe mal la ecuación que rige la proporción áurea y nada razonable debería deducir a partir de ello.

A pesar de todo lo anterior, es indudable que la película contiene algunos elementos positivos y todo contribuye a la atmósfera obsesiva: la música, permanente, martilleante, la fotografía en un blanco y negro casi sin matices de grises intermedios, los movimientos de la cámara, las interpretaciones. Pero si quieren disfrutarla totalmente, ya saben: es necesario adquirir ciertos conocimientos matemáticos, pero no muchos.

Este texto forma parte del libro Jot Down 100: Ciencia Ficción que se puede adquirir en librerías y en la tienda en línea de Jot Down.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*