Horas críticas

Libros de la semana #102

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Mark Fisher: Los espectros del tardocapitalismo, de Germán Cano (Gedisa)

Desde la teoría y la práctica, la figura que es objeto de estudio de este ensayo se erigió a comienzos de este siglo en avanzadilla del activismo (contra)cultural y del análisis de las diferencias de clase, oponiendo a lo que bautizó como realismo capitalista una serie de principios estéticos y políticos derivados de un nuevo radicalismo surgido desde lo popular como subversión de la estabilidad thatcherista en el Reino Unido. Pensador —de los afectos—, profesor —de instituto— y crítico —quizá por encima de todo—, Mark Fisher (1968-2017) se hizo célebre como referente en la cultura digital bajo su pseudónimo k-punk, a través de sus artículos en torno a la crisis de la racionalidad neoliberal y la lógica cultural posmoderna. También docente (de Pensamiento Contemporáneo en la UCM) y autor de numerosos ensayos sobre movimientos contestatarios que van del Mayo de 1968 al de 2011, además de colaborador en diversos medios en los que escribe sobre filosofía política, Germán Cano localiza el interés de la obra de Fisher «en su singular modo de responder a la pregunta de por qué hoy nos cuesta aún muchísimo más imaginar toda promesa colectiva de futuro que seguir sumidos en una frenética pero cansina repetición de un presente viscoso». Contextualiza en Los espectros del tardocapitalismo conceptos como el de poshegemonía, una suerte de ambiente invisible pero efectivo propuesto por el sistema para neutralizar el pensamiento y la acción; o el de modernismo popular, con el que trataba de disipar la falsa oposición entre la intelectualidad vanguardista y la cultura de masas, supuestamente vacua y burda. Laura Llevadot, directora de la colección de Gedisa titulada Pensamiento político posfundacional y quien desde 2017 ha ampliado esta noción del filósofo Oliver Marchart con el propósito de «pensar lo que resiste», se pregunta en el prólogo a este ensayo si se ha perdido definitivamente la batalla cultural en la distancia que separaría a dos músicos tan disruptivos como el anónimo Burial (tan admirado por Fisher) y la sobrexpuesta Rosalía (admirada hoy por tantos). La respuesta, señala, está en Fisher y su certero diagnóstico de ese realismo capitalista que se traduce en ausencia de alternativas: «La cancelación de la idea de futuro, el mood posapocalíptico que caracteriza nuestras sociedades, dan cuenta no solo del agotamiento de lo posible sino, lo que es más grave, de un debilitamiento de lo actual». Como señala Simon Reynolds, más que un pensador Fisher fue un educador popular (que no populista) para una era desquiciada en la que hacen falta miradas tan lúcidas como la suya, quizá por eso se le echa tanto de menos. Este libro demuestra que sus enseñanzas no han hecho sino cobrar vigencia tras su trágica muerte a los 48 años, poco antes de la publicación de Lo Raro y lo Espeluznante y víctima de una depresión que ya en 2009 lo llevaba a hablar de la «pandemia de angustia mental» de nuestros días. También a eso contribuye el sistema que tan pocas opciones nos está dejando.


Genius Loci. Notas sobre sitios, de Vernon Lee (Athenaica)

Casi completamente olvidada después de su muerte, no fue hasta seis décadas más tarde, en los años 90 y gracias al rescate de la investigación feminista, Vernon Lee (1856-1935) ha pasado —ahora sí— a la historia como extraordinaria poeta, ensayista y narradora muy prolífica y sobre temas de lo más diversos. También cultivó ampliamente la literatura de viajes, estableciendo una suerte de filosofía en torno a su extraoficial Grand Tour por Europa: francesa de origen aunque de nacionalidad británica, desde niña recorrió el continente con su familia, dada a la vida nómada, hasta que recalaron en Italia en 1873, emulando a tantos expatriados que acudían desde tierras anglosajonas para formarse en la mirada y la cultura del Viejo Mundo. Originalmente publicada en 1899, esta obra inédita hasta ahora en nuestra lengua reúne sus apuntes de viajes por Francia, Alemania, Suiza y sobre todo Italia: la bávara Augsburgo, la Toscana, el Loira, el Piamonte alpino o los lagos de Mantua. Se trata de unos textos transidos a partes iguales por la emoción de la experiencia íntima y la riqueza de su bagaje intelectual, en los que —presa del síndrome de Stendhal— se dejó conmover por el arte en sus manifestaciones más excelsas, sirviéndose del cúmulo de lecturas y estudios de la obra de creadores tan caros a ella como Tiziano o Piero della Francesca, entre muchos otros. En Genius loci. Notas sobre sitios, vivifica los lugares visitados recobrando sus tonos, sus aromas, sus sabores, sus ficciones y, en definitiva, su memoria, con un estilo grácil, bucólico y gozoso en la tradición del travel writing de Chatwin o Durrell. Muy alejada del mundo victoriano que la vio nacer, y acercándose progresivamente a esa otra realidad que se le revelaba a los sentidos y a su sensibilidad, experimenta un verdadero enamoramiento de los sitios que pisa, como si nunca los abandonara o siempre se sintiera ligada a ellos por el recuerdo. «¡Contadme, piedras!», comienza su obra citando las Elegías romanas de Goethe. Vernon Lee considera innegable que algunos lugares «se convierten en objeto de los más íntimos e intensos sentimientos […], hasta el punto de que es posible trabar con ellos la amistad más profunda y satisfactoria». Una realidad espiritual cuya lengua es «la forma del terreno, el desnivel de las calles, el sonido de las campanas y las acequias». Amours de voyage, los llamaba ella, que como destaca en su prólogo otra especialista en la prosa deambulante, María Belmonte, fue la primera autora en describir «los efectos que el paisaje puede causar en algunos viajeros y que ella atribuía al genius loci o espíritu del lugar». La búsqueda de un ideal y la promesa de su fidelidad eran los sentimientos que la guiaban a explorar y cifrar los detalles que componían el precioso panorama: un acto tan simple como beber agua de una fuente despertaba su capacidad de asombro, que traducía en palabras como muy pocos han sabido hacerlo. De ella diría Henry James: «El vigor y la envergadura de su intelecto son de lo más infrecuente y su conversación, absolutamente superior». Menuda compañera de viaje habría sido Vernon Lee.


He nacido en América, de Italo Calvino (Siruela)

En sus historias fundió todo el saber narrativo clásico con la sensibilidad y las inquietudes —del cerebro y del alma— de la humanidad contemporánea. Por eso es motivo de celebración la estupenda actualización que ha emprendido Siruela de su colección dedicada a Italo Calvino (1923-1985) con motivo del centenario de su nacimiento: 36 títulos (novelas, memorias, relatos, ensayos, recopilaciones de narraciones populares) del autor italiano, que se inauguran con este libro delicioso e imprescindible para sus admiradores y para cualquiera que desee profundizar en la cultura del pasado siglo. He nacido en América ahonda en su figura y en su magnífica obra a través de una colección de entrevistas que recorren cuatro décadas hasta su muerte, como una suerte de lúcido testimonio autobiográfico en el que se dibuja, a través de su propia experiencia, la evolución de sus ideas, su poética y su estética, sus juicios históricos y políticos, su mirada hacia el mundo grandioso de la literatura, quienes la escriben y quienes la leen. Desde las respuestas a una Encuesta sobre el neorrealismo en 1951 a las que dio por escrito a la crítica y erudita Maria Corti en su casa de Roccamare, pocas semanas antes de sucumbir a un derrame cerebral, estas páginas trazan una semblanza de este genio de las letras del XX que se sitúa a la altura de otros ignorados por el Nobel como Borges o Joyce. 49 bloques de preguntas y respuestas que abordan temas que van de la indagación moral en torno a la relación con la realidad (guerra, hambre, vigilancia) en la mitad de siglo y la búsqueda del «rigor incuestionable de la verdad» a la literatura fantástica o alegórica que «se obstina en explicar la vida, y debe batirse en una guerra por una razón real», como en la obra de Swift, Gógol o Kafka; pasando por un autorretrato donde admite sus frecuentes cambios de registro y su consideración de Pavese como el más importante escritor italiano de su tiempo, la resistencia de la narrativa de posguerra («el primer acto de todo nuevo escritor es convertirse en testigo»), sus impresiones de 1960 sobre Estados Unidos («la prisa nerviosa de las grandes ciudades conlleva insatisfacción continua y úlceras gástricas»), el lenguaje en crisis y la abstracción de Las cosmicómicas («sentí que se me había abierto un nuevo camino, pero que apenas comenzaba a abordar las cosas que quería decir»), su fe en la hermenéutica de los cuentos de hadas y los relatos tradicionales («sirven para catalizar emociones y ordenar el mundo […], dar modelos fantástico-lógicos»), el rol de Ludmilla la Lectora en Si una noche de invierno un viajero («tal vez en la civilización del futuro las mujeres construirán el mundo de los valores»), su condición cinéfila, junto a su experiencia como jurado en festivales y sus guiones para Monicelli o Antonioni, el porqué de su vocación escritora («la escritura es el modo en que logro hacer pasar cosas a través mío […], volverme instrumento de algo que con toda seguridad es más grande que yo»), sus dudas, su desconfianza en la profundidad y, paradójicamente para este volumen, su poca predisposición para las entrevistas («me sucede frecuentemente que solo muchas horas después empiezo a encontrar las respuestas que me hubiera gustado dar»). Para sus lectores-admiradores, las que contiene este libro resultan inmejorables.


¡El miedo acecha al territorio!, de Thom Yorke y Stanley Donwood (Sexto Piso)

Vocalista, compositor principal y líder de Radiohead (aunque la influencia de Jonny Greenwood en el sonido de la banda parece indiscutible), Thom Yorke se ha aliado desde el sencillo My Iron Lung (1994) con el enigmático artista Stanley Donwood en el diseño y el concepto visual del grupo; una simbiosis creativa que ha llegado al punto de que se dude de la existencia de este último —sugiriendo que se trataría de un trasunto de Yorke—, por su carácter reservado y alejado de los focos. El caso es que la obra de Donwood se hizo icónica gracias a su trabajo junto a Yorke en el fundamental OK Computer (1997), que evocaba un diario anticapitalista del perfecto ciudadano moderno: aséptico, funcional, conformista, feliz a lo Aldous Huxley (en el libreto interior, dos monigotes se estrechan la mano: «A alguien le están vendiendo algo que en realidad no quiere, y alguien está siendo amable porque trata de vender algo», resumiría Yorke). Este libro corresponde al momento justamente posterior, recogiendo el trabajo conjunto que daría lugar a la imaginería de Kid A (2000) y Amnesiac (2001), donde apostaban por la música en su vertiente más experimental, electrónica, contemporánea y jazz. Una similar «miscelánea» es la que hallamos en estas páginas, compuestas de anotaciones, bocetos, letras, ilustraciones y hasta comunicaciones personales entre ambos creadores. Esta maravillosa edición bilingüe de Sexto Piso, en la que resulta fundamental la contribución de la traductora Esther Villardón, supone una radiografía del angst que arrancaba en el cambio de milenio y que aún no nos hemos sacudido de encima, pues el carácter visionario de Radiohead no solo atañe a lo musical sino también a lo ideológico: en la era del progreso tecnológico y estatal desmedido, del control, las fronteras y el repliegue, hace falta mirar hacia atrás para hallar respuestas; acaso por eso dedican su libro «a nuestros yoes pasados». En ¡El miedo acecha al territorio!, su poesía —textual y gráfica— para tiempos grises hace crónica de los superpoderes del ciudadano medio, y naturalmente mediocre, que teme siempre decepcionar a sus conciudadanos: «Esa tarde, a solas, / intento volar una vez mas. / Resulta ser un ejercicio inútil, pero adictivo». A veces es a través del surrealismo de la aliteración y la concatenación de imágenes que describen el caos político y existencial como un collage de titulares desquiciados. Otros temas plasmados aquí son el cambio climático y los fantasmas de rascacielos, bancos, oficinas de seguros y grandes corporaciones («Algunas ocultan alambre de púas tras de un follaje elegantemente recortado»); el lenguaje amigablemente fascista de las instituciones y el marketing («por favor, permítanos la suspensión de sus incredulidades»); la violencia del ritmo de vida ensordecedor («Olvida por qué fuiste ahí cuando llegues ahí») y la exposición a las múltiples cámaras que nos convierte en meros espectadores de nuestras vidas; los horarios y los himnos y los formularios y las instrucciones y los cuestionarios y las listas («Un adulto pierde interés por todo, así que hace listas»); o, en fin, el nihilismo y el antipensamiento positivo de los textos de temas míticos como Packt like sardines in a crushed tin box, Everything in its right place, How to disappear completely, Idioteque, y que podrían, unos colocados detrás de otros, describir con precisión lo que hoy somos, «una sombra humana en la zona cero».

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