Horas críticas

Narcisistas contemporáneos

Groupies, playboys y nocturnidades

Antes de salir al escenario, Narciso se esnifa la última. La bandeja de plata le devuelve su imagen cóncava, deformada. Luego se tira al suelo y hace veinte flexiones. Afuera, cerca de 1.000 personas corean su nombre, arrebatadas. Algunas de esas groupies cuentan con más de 100.000 seguidores en Instagram. Un instante antes de salir, Narciso no cabe en sí. Cuando sale, sin embargo, las cerca de 1.000 personas le dan la espalda: todas se giran para hacerse un selfie. Ellas también se deben a su público.

Esta escena nos vendría a mostrar la compleja y desproporcionada individualización de nuestras sociedades. Como muestra Luis de León en su libro Narcisistas contemporáneos, a finales del siglo XX las mayores figuras del star system ya extremaron, antes de las redes sociales, las patologías del yo. Necesitamos ser vistos, reconocidos y deseados para ser alguien desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, curiosamente, la modernidad fue inaugurada en gran medida por un hombre que se retiró de la vida activa huyendo de los delirios de grandeza. Efectivamente, a sus treinta y ocho años, Montaigne se apartó lejos de los focos de la Corte, horrorizado por un mundo cada vez más cambiante y engañoso. Al ocuparse a solas de sí mismo, el pensador francés comprobó que el autoestudio tampoco era sencillo. Con la pregunta ¿Qué sé yo?, formulada en sus Ensayos a finales del siglo XVI, quedaba inaugurada, sin rastro de narcisismo, la subjetividad moderna.

¿En qué momento comenzó el sujeto moderno a desquiciarse? ¿Cuándo nos cegó el anhelo de grandeza?

Siglos más tarde, algunos pensadores ilustrados criticaron duramente la indolencia de Montaigne. Voltaire, por ejemplo, dirá de él que fue un imbécil por dedicarse a la autocontemplación, además de un inútil para la sociedad. ¿Qué es eso de retirarse a una torre a las afueras de Burdeos? Voltaire era un hombre de acción. Su razón estaba destinada a dar forma a la civilización. Hay que decir que, en la Francia ilustrada, Voltaire, Montesquieu o Rousseau eran verdaderas celebrities. Estaban ciertamente endiosados por sus compatriotas. En los círculos más elevados, sus obras eran leídas y comentadas con entusiasmo.

Sin ir más lejos, una joven parisina llamada Henriette escribió una extensa carta a su admirado Rousseau en la primavera de 1764. En ella, le exponía su situación: por ser mujer, fue educada para tener un marido y unos hijos, así como para administrar un hogar; sin embargo, convivía con el dolor de no haberlo conseguido. Henriette quería encontrar su lugar en el mundo de otro modo, siendo sujeto activo, y contribuyendo al progreso de la sociedad. Por ese motivo acudió a Rousseau, uno de los intelectuales del momento. La joven parisina había leído el Emilio y necesitaba rebatir las palabras que el ilustrado vierte en su novela contra las mujeres eruditas.

Para Henriette, era de vital importancia recibir una respuesta por parte del filósofo: había comenzado sus estudios de ciencias y necesitaba ser reconocida en sociedad. Quería vérselas con Rousseau razonando, oponiéndose, argumentando. Se sabía alejada de poder representar el ideal femenino de la época, y decidió mimetizarse con los hombres ilustrados: «Resolví pues moldear mi cabeza, en la medida de mis posibilidades, de acuerdo con eso que yo imaginaba que debía tener un honnête homme, imitar sus gustos, sus actividades, su manera de pensar y de comportarse en sociedad, y liberarme de todas las miserias femeninas».

Henriette, en tanto que groupie, quiso romper con la pasividad femenina e irrumpir en los escenarios ilustrados, pero nunca trascendió su figura. Se vio abocada al aislamiento y al ostracismo social, ofreciendo una versión amarga del cogito cartesiano: «existo, no sé por qué, pero finalmente soy». Como vemos, el dolor y la frustración de Henriette ya eran plenamente contemporáneos. Sin embargo, la debacle de la joven parisina aun no podía ser tan exitosa como lo fueron, por ejemplo, la de Edie Sedgwick o Marianne Faithfull. A la civilización occidental aún le faltaban siglos de Progreso para que uno pudiera autodestruirse como es debido, y a la vista de todos.

Narcisistas contemporáneos
Luis de León Barga
Fórcola
236 páginas
22,50 €

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