Entrevistas

Espido Freire: «Jane Austen se ríe de la estupidez humana, algo que no ha envejecido en absoluto»

La autora Espido Freire (foto: Nika Jiménez).

Todo el mundo conoce a Jane Austen. Muchos han visto las adaptaciones al cine o a la televisión de sus obras, han creído escuchar su voz a través de la de sus heroínas Lizzie Bennet, Marianne Dashwood, Fanny Price o Emma Woodhouse. Algunos, y sobre todo algunas, han leído sus obras. Muchas se han apasionado por su agudeza psicológica y su perspicacia, su capacidad de absorber el jugo del tuétano de su época a través de unas vidas cotidianas condicionadas por la imperiosa necesidad de romance. Y pese a todo, sobre la figura de la autora británica se cierne, aún a día de hoy, un «misterio irresoluble». El entrecomillado es del nuevo libro de Espido Freire (Bilbao, 1974), que tiene como elocuente título Tras los pasos de Jane Austen (Ariel, 2021). La polifacética y prolífica escritora española ya sigue esas huellas desde hace años, incluso de forma literal, ya que organiza una serie de excursiones anuales —cuando el mundo lo permite— que recorren los lugares donde se desenvolvió la vida y la obra de esta creadora única.

Justamente bajo esa premisa, la de hacer un itinerario por las poblaciones y los escenarios que habitó Austen, por la peculiar época que diseccionó con deliciosa ironía, nace este heterodoxo ensayo a medio camino entre la biografía, el diario de viajes y la confesión de amor por la literatura, el alma y el cerebro de quien parió clásicos que van desde Sentido y sensibilidad a Persuasión, publicada ya de forma póstuma. Por el camino, trata de verter su propio buen juicio y el de muchos otros investigadores sobre cómo, en qué contexto se pudo gestar ese milagro de escritura sin pretensiones que muchos han querido reducir a la llamada trama nupcial pero que es mucho más divertida, mordaz, honesta y brillante que cualquier torpe imitación de su estilo. Freire analiza sus tareas cotidianas, su producción epistolar, las contradicciones y la coraza interior de sus protagonistas y de ella misma, su moderna visión de la mujer y de los conflictos de clase, las sutiles atracciones en medio de la común exhibición social de ego, su dedicación a la familia y su búsqueda —literal— de una habitación propia hasta finalmente alcanzar el éxito, aunque tardío.

Y con todo ese abanico de hechos históricos, interpretaciones, hipótesis y visiones personales, logra acercarnos siquiera un poco más a una personalidad literaria de la que nunca sabremos lo suficiente. En realidad, nadie conoce a Jane Austen. Pero si hay ha habido alguien capaz de entenderla y de saber qué la animaba a escribir, esa es Espido Freire.

Pregunta.- En la introducción explicas los motivos por los que escribes este libro, pero tengo interés en saber cómo te nació esa idea de emprender viajes en torno a la figura de Jane Austen.
Espido Freire.- Desde que comencé a viajar de niña, el hecho de conocer otros lugares y visitar museos, monumentos, jardines o lugares de batalla ha sido una parte esencial de mi formación, como persona y más tarde como escritora. Me daba la impresión, quizá por vivir en el País Vasco y tener que dar muchas explicaciones acerca del contexto en el que estaba viviendo, de que si no lográbamos entrar en ese espacio particular de los autores nos estábamos perdiendo una parte importante de su pensamiento y de su obra. Y tras esa intuición primera que fui confirmando a lo largo de los años, llegó la sensación de que, sobre todo en las autoras de las que tenemos menos datos sobre su proceso de creación, el contexto llena determinados huecos. Por eso comencé con los viajes hacia la dirección de las hermanas Brontë y la de Jane Austen. Después lo fui completando con Karen Blixen, la literatura irlandesa y todo el conjunto de rutas que he realizado. En el caso de Austen tenía mucho que ver con la mitificación que el tiempo ha realizado sobre su figura. Es una autora muy conocida y que, al mismo tiempo, continúa siendo un enorme misterio en muchos aspectos. Visitar los lugares donde se desarrolló, contextualizarlos en ese eje de finales del siglo XVIII y principios del XIX, me ha servido para entenderla a ella y para entender también mejor cómo leemos en la actualidad. Porque sin su obra no se puede entender gran parte de la literatura contemporánea.

P.- Tú misma señalas que no es una autora muy autobiográfica, sino que como muchos otros, se dedicaba a fabular muy bien. ¿Por qué crees entonces que su vida nos despierta tanto interés, mucho más que otros autores?
EF.- En mi caso es una relación casi personal, así que no hay mucha explicación [ríe]. No sé si por afinidades, por capricho o lo que sea, pero se ha generado ese vínculo afectivo. En otros lectores creo que tiene mucho que ver con que proyectamos nuestra propia vida amorosa, y lo que las novelas nos hacen sentir, en la autora. Por esa asociación entre biografía y obra, damos por hecho que tuvo que vivir aquello de lo que habla. Y si Jane Austen, a lo largo de seis grandes novelas y mucha otra obra menor, habló del amor y la pasión, se diría que necesariamente tuvo que experimentarlas. Pues sí y no. De hecho, mi ensayo se centra precisamente en desentrañar qué vivió, qué fabuló y qué leyó. El conjunto de todas esas experiencias, algunas autobiográficas y otras imaginarias o teóricas, es lo que da forma a su obra literaria. Muchas veces la pregunta es cómo puede ser que una mujer de esas características viviera todo aquello. Bueno, lo vivió haciendo lo que los pintores del XIX insertaban en sus cuadros cuando les faltaba drama. Combinando una historia con otra, un recuerdo con otro y sus propias lecturas, que para una mujer de su época y su situación, eran relativamente abundantes.

Freire en la Casa-Museo de Austen en Chawton.

P.- Ese fenómeno fan en torno a Austen puede tener aspectos positivos, pero ¿crees que ha podido rebajar su figura, al banalizarla, en comparación con otros grandes clásicos que gozan de un alto estatus?
EF.- Jane Austen consigue algo que muy pocas autoras logran a lo largo de los últimos siglos, que es ingresar muy pronto en la lista de autores de relevancia. Recibe temprano reconocimiento por su gracia y su habilidad narrativa, y ese criterio sobrevive incluso a épocas tan distintas a la suya como son el Romanticismo, el Victorianismo y el siglo XX. Así que en círculos académicos no se puede hablar de un desprecio o de una mirada de superioridad sobre su obra. Otra cosa es lo que llega a un público lector menos ilustrado y, sobre todo, con su propia colección de prejuicios, en ocasiones por género y otras por temática. Y en algunos de esos casos se ha encasillado a Austen dentro de la novela puramente sentimental; como ha pasado con otras autoras, por cierto. Si reducimos su literatura al romance no faltamos a la verdad, porque lo tiene, y el eje de sus historias muchas veces tiene que ver con el encuentro o el desencuentro entre la heroína y el galán. Pero nos perdemos muchos otros matices y aspectos, que en ocasiones se descubren según el lector va madurando, en edad o en sus lecturas. Ahí es donde descubrimos la finura de su ironía, lo divertida que puede ser en sus observaciones como narradora, el análisis cuasi perfecto de la hipocresía y las apariencias sociales…

No podemos hablar de obras épicas ni que aspiren a reflejar el mundo en su totalidad, como nos ha acostumbrado por ejemplo la literatura de finales del XIX. En Austen nos manejamos con otros parámetros, y a veces pueden ser confundidos con frivolidad o sensiblería, pero creo que es malinterpretar el tono que la autora nos revela de forma constante en sus novelas. No hay un hueso de cursilería en su escritura, no hay un ápice de ñonería. Presenta personajes cursis y ñoños, pero eso no significa ni que sienta simpatía por ellos ni que los convierta en sus protagonistas. Son, sobre todo, novelas de aprendizaje donde sus protagonistas han de encontrar su lugar en un mundo que, como el de ahora, está lleno de pose y en el que no resulta sencillo saber quién es uno, y menos quién es una. Desde esa visión más general, es imposible menospreciarla. Lo que realiza en cuanto al estudio de personajes es complicadísimo de hacer, y reto a cualquier escritor a hacerlo con esa perfección.

«Si reducimos su literatura al romance no faltamos a la verdad, pero nos perdemos la finura de su ironía y el análisis cuasi perfecto de la hipocresía social»

P. Justamente uno de los propósitos expresos de este libro es desprejuiciar la mirada sobre Austen, a la que por ejemplo se ha tildado de puritana, pero su obra tiene mucho de políticamente incorrecta incluso hoy.
EF.- Como ocurría en su época, hoy día nos encontramos con realidades complejas y en ocasiones contradictorias. Dependiendo del entorno en que uno se mueva y cuáles sean sus lecturas o preferencias, en este siglo XXI podemos hablar de neopuritanismo o de una época de gran libertad. Si tenemos esa controversia y esas dificultades para ponernos de acuerdo sobre qué momento estamos viviendo, por ejemplo en torno a los derechos de identidad sexual, imagínate a la hora de juzgar el inicio del XIX. Jane Austen publica alrededor de 1815, en una sociedad que muy pronto va a ser barrida por una época de gran esplendor económico y social que será el victorianismo, en el que ese puritanismo se impondrá. Sin embargo, también es el momento en el que se escriben las novelas que hablan de prostitución, degeneración o abuso infantil. En el periodo justamente anterior, el de la Regencia, Austen habla de temas que podrían ser tan escabrosos en la época como el rapto de chicas solteras para, guiadas por su pasión sexual, fugarse con hombres. Todo el mundo lo reprobaba, principalmente porque después de realizado ese impulso, la vida de aquellas mujeres tenía muy pocas posibilidades de volver a los cauces normales de aceptación social. Se vivía como una vergüenza. Cuando Mary Wollstonecraft Shelley haga eso y se escape con Percy B. Shelley, sufrirá las consecuencias.

Austen nos lo ofrece desde una perspectiva relativamente convencional. Describe una sociedad muy limitada, con enormes constricciones físicas y morales para quienes vivían en ellas, y llenas de privilegios. Dentro de su contexto, no deja de obedecer a una tradición satírica también y señala con el dedo aquello que no se debe hacer, pero riéndose y haciéndonos reír. En ese sentido es muy moderna. Si la evaluamos con ojos contemporáneos, estamos hablando de una autora que ofrece unos valores muy distintos a los que estamos acostumbrados en el mundo occidental. Pero no se veía así hace muchos años, ni se ve así tampoco en otros lugares del mundo donde esa estricta moral sexual y de relaciones continúa en activo. Al mismo tiempo que la autora propone un modelo de comportamiento en el que la dignidad personal está por encima de cualquier otro valor, también muestra cuáles son las consecuencias de desobedecer las normas. Es una realidad compleja, llena de gente mediocre, avariciosa, pretenciosa y en medio de eso hay unas pequeñas perlas que se van encontrando entre sí y que deciden que su amor o su valor es infinitamente superior al de quienes les rodean. Austen se definía como «miniaturista» y así es, porque con apenas unas pinceladas muestra una realidad compleja y se ríe de la estupidez humana, algo que no ha envejecido en absoluto.

Jane Austen retratada por su hermana Cassandra (© National Portrait Gallery London).

P. De hecho, en cuanto a su estilo literario, hablas de la influencia que pudieron tener en él las labores manuales de su educación femenina.
EF.- Jane Austen ha sido estudiada desde miradas muy diversas y, en los últimos años, por investigadoras de una agudeza psicológica muy interesante, como Deirdre Le Faye o Lucy Worsley. Tenemos estudios que la analizan desde la perspectiva histórica, desde lo privado e incluso desde la intimidad. Así que es un peligro adentrarse ahí, porque muchas mentes preclaras ya antes han desbrozado ese terreno, pero mi vanidad [ríe] me incita a intentar ofrecer también una visión particular. Como autora, sumida en mi propio proceso creativo, trato de entender mejor qué podía pasarle a una escritora que primero fue aficionada pero luego, en los últimos años de su vida aunque brevemente, fue profesional. Veo por ejemplo cómo lidió con los editores y cómo el no haber sido publicada en su momento le dio ocasión de revisar sus obras más juveniles, haciendo una corrección muy exhaustiva. Yo creo que salieron beneficiadas, aunque claro, para ella fue un desastre, porque hizo que dudara de su propia capacidad como autora y la privó de una independencia económica que solo tuvo en los últimos años. Y durante todo ese tiempo Austen, además de escribir y leer, se encontraba en un entorno familiar en el que gestionaba una casa, llevaba a cabo labores de costura, bordado y encaje, tenía que hacerse cargo de su madre enferma e hipocondriaca, cuidar de las mujeres que daban a luz… ahí estaba ella también.

Cuando entendemos las largas horas invertidas en visitas sociales, algunas divertidas y otras soporíferas, en las que muchas veces las mujeres seguían haciendo labor de aguja, también entendemos la disciplina a la que tuvo que someterse y cómo en una sociedad como aquella un giro en una voz determinada o un gesto indicaban mucho más de lo que ahora puedan significar. La sociedad de la Regencia era muy franca, pero también muy sutil. Se manejaban con la caricatura y la libertad de prensa, pero también con una censura autoimpuesta, exactamente igual que ahora, y con una segregación de género, por ejemplo, enorme. En medio de eso estaba Jane Austen: leyendo en voz alta para que los demás se entretuvieran, escribiendo cartas en las que también trataba de proporcionar diversión y luego dedicada a toda esa otra parte doméstica que muchas veces no asumimos. La minuciosidad con la que nos habla de determinados procesos en sus historias nace precisamente de haber prestado atención a esas nimiedades, lo que contrasta con la realidad de la mayor parte de los varones de su entorno, que en ningún momento tenían que preocuparse por tales cuestiones. Eso condiciona bastante la comparación que hacías antes, al plantearnos por qué hay muchos más autores dentro del canon y tantas autoras discriminadas, en ese sentido.

«En la Regencia se manejaban con libertad de prensa, pero también con una censura autoimpuesta, exactamente igual que ahora»

P. Ahora que las has mencionado, lo más parecido que ella tuvo para expresarse cotidianamente (aunque en privado) fueron las cartas, especialmente con su hermana Cassy. ¿Están esas cartas a la altura de sus novelas, o al menos fueron capaces de despertarte la misma fascinación?
EF.- En la sociedad de la Regencia, la posibilidad de una comunicación privada no estaba tan desarrollada como luego durante el Romanticismo. Por supuesto que había misivas secretas y billetitos que se entregaban a través de las criadas y de todo un sistema de correveidiles. Pero gran parte de la comunicación era pública, a través de periódicos, panfletos, publicidad y propaganda. Cuando alguien escribía una carta a una amiga o a un familiar, se daba por hecho que sería leída en público y en voz alta, porque el entretenimiento de esas noticias era muy agradecido en aquellas largas horas —nocturnas o resguardadas del frío— en el interior de las casas. Formaban parte de una transparencia y de una educación general; que alguien no leyera una carta recién recibida en alto despertaba ciertas sospechas. Por eso a menudo se incluían anotaciones del tipo: «Esto no lo leas». Si ahora entendemos un wasap como algo que en ningún momento debe salir de un espacio íntimo, la idea de las cartas en aquella época rompe con nuestra noción de privacidad e informalidad, porque desde el primer momento era una forma de lucimiento. Era un resumen de ideas, pero también una manera de divertir, de mostrar tu capacidad de observación, de alardear sutilmente de cuál era tu inteligencia y tu capacidad. Esa finura y esa ironía que a veces llegaba a la caricatura eran muy valoradas en la época, y Jane Austen destaca especialmente en ellas.

La autora Espido Freire (foto: Editorial Ariel).

Las cartas que se han conservado, que pasaron una censura muy estricta por parte de su familia y son solo una pequeña fracción de las que seguramente escribió, son deliciosas. Pero durante gran parte de los siglos XIX y XX se considera que no son dignas de ser publicadas, porque no hablan de los grandes temas, no analizan hechos políticos, no vierten la opinión de su autora sobre el sufragismo. Hablan de lo que pasa en el pueblo de al lado, de quién se casa y quién no, de que en casa del señor Whitman tenían un nuevo cerdo y eso llenaba de alegría a toda la familia más que si hubieran tenido otro hijo. Ese testimonio personal que ahora valoramos tanto durante mucho tiempo fue considerado fútil y parte de la intimidad. Curiosamente, cartas pensadas y escritas para ser leídas en público se consideraban demasiado íntimas o banales como para formar parte de la imagen pública de un autor. Ese conflicto entre lo privado y lo público me apasiona: qué se debía contar y qué se insinuaba, qué claves ocultas tenían y, sobre todo, qué es lo que no sabemos. Qué parte de Jane, probablemente la que ahora consideraríamos más interesante, la familia creyó que era mejor que no conociéramos.

P.- Hablemos de eso que a veces no se leería en voz alta. Aunque ella defendía en sus novelas la soltería, o al menos la falta de complejos respecto a ella, parece haber la necesidad de crearle un romance. ¿Crees que hoy día ella misma hubiera sido, como su Emma Woodhouse, una heroína que no le gustaría demasiado a nadie?
EF.- No es tanto que defienda la soltería como que critica el casarse por casarse: por desesperación, por motivos puramente económicos o por miedo. En sus heroínas siempre hay un punto de esa dignidad personal, y hay algunas que renuncian a pedidas de mano muy tentadoras. Sin duda ella estaba rodeada de ejemplos de matrimonios infelices o de parejas que se habían amargado mutuamente la vida. Pero es que, de nuevo, buscar pareja en el siglo XVIII no tiene nada que ver con la afinidad de emociones, el deseo sexual o la necesidad de crear un proyecto en común de hoy. En la Regencia el matrimonio tenía que ver con una opción económica que era prácticamente la única para las mujeres en el escalafón social de Jane. El gran drama llegaba en el caso de mujeres de clase media que no habían sido educadas para nada útil, no tenían rentas propias o las tenían muy limitadas y no encontraban una salida en el mercado matrimonial. Además, había un superávit de mujeres, sobre todo en el siglo XIX debido en parte a las guerras. Así que no es que estuvieran condenadas a la soltería, es que estaban condenadas a la pobreza. Más allá de realizarse a través del matrimonio, se trataba de algo tan sencillo como no morirse de hambre.

«Si ahora entendemos un wasap como algo íntimo, la idea de las cartas en aquella época rompe con nuestra noción de privacidad e informalidad»

En la España en la que vivimos no hay que remontarse tan atrás para ver que quedarse soltera en muchas ocasiones implicaba una dependencia familiar y una pobreza económica obvia. En la época de Austen, escribir y vivir de los derechos de autor era una de las salidas absolutamente dignas que tenía una mujer, y decidió dirigirse hacia ella, porque tenía talento y porque no iba a depender necesariamente de su familia. Ahí rompemos con esa habitual imagen idílica de la autora como una chica que va de baile en baile y de novio en novio, y de otra que también me parece muy irreal, la de la solterona tímida y agobiada que se dedica a escribir en sus ratos libres. Jane Austen no fue nada de eso, y al introducir el factor económico leemos sus novelas de una manera diferente.

Freire en uno de sus viajes a la ciudad de Bath, que describe como “un pequeño milagro”.

P.- Este libro se construye como un itinerario por las poblaciones o los lugares donde habitó Austen. Por lo que dices de Bath («un pequeño milagro del ser humano»), entiendo que es tu sitio favorito, aunque la relación de la autora con esa ciudad fue bastante intensa.
EF.- No sé qué decirte, porque cada uno tiene su encanto. Winchester es el final, la tristeza. Chawton es el momento en el que entiendes por qué volvió a escribir. Bath es tan deslumbradora estéticamente que casi me da igual que ella allí lo pasara mal [ríe], yo lo paso muy bien cada vez que voy. Además, desde el punto de vista de imbuirse del espíritu de la época, es la ciudad perfecta, donde la mayor parte de las películas se ruedan o se reconstruyen. Nos permite entender muy bien un eje social basado en lo geográfico. Del Londres de Jane Austen quedan huellas, pero no demasiadas, en cambio la ciudad de Bath permanece casi intacta, lo que resulta muy útil. Y tiene también el legado romano, que me encanta.

P.- Hablando de las adaptaciones al cine, me gustaron mucho dos recientes que coinciden en una mirada de estilo pop de autor, Emma (Autumn de Wilde, 2020) y Love and Friendship (Whit Stillman, 2016), lo que supongo que me sitúa en la clasificación de seguidores austenianos entre los fans de la «Jane irónica». ¿Cómo es tu relación con la Jane audiovisual?
R.- La última de Emma no la he podido ver aún, la tengo pendiente, pero Love and Friendship me encantó también a mí. Está basada en la obra que aquí es conocida como Lady Susan, que es uno de mis placeres culpables. Lo que ocurre es que todo depende de qué Jane Austen hayas leído y de si lo que unos u otros directores te encaja más o menos. A mí me gustó mucho la adaptación de Sentido y sensibilidad con Emma Thompson y Kate Winslet, me pareció muy canónica, muy delicada. También el Orgullo y prejuicio protagonizado por Keira Knighley, aunque me gustó menos el Darcy escogido en esa ocasión. En cambio, la serie de la BBC sobre Orgullo y prejuicio, que es un clásico y una obra de referencia para mucha gente, a mí no me acabó de convencer. Pero estas cuestiones tienen que ver con una subjetividad tan enorme que por eso decidí incluir esas divisiones entre seguidores de Austen, e insisto en que la relación que se crea con esta autora tiene mucho de personal.

«Jane Austen no era ni una chica que iba de baile en baile ni una solterona tímida que escribía en sus ratos libres»

P.- En tu libro destacas esos diálogos tan cinematográficos que cuesta tanto emular. A mí me parece precursora de la screwball comedy y de los diálogos de Amy Sherman-Palladino (La maravillosa Mrs. Maisel), por ejemplo.
R.- La tradición teatral inglesa, que cuando Shakespeare llega ya era larguísima, se basa en la agudeza del diálogo. Lo que hace Austen es heredar en la novela esa rapidez dialéctica enorme, y mejorarla. Eliminando los grandes soliloquios y parlamentos de la dramaturgia isabelina, nos lleva hacia algo mucho más ágil. Son diálogos que apenas necesitan adaptación para un guion de cine, lo reconocía la propia Emma Thompson cuando recibió el Oscar; estaba ya hecho todo de antemano. Creo que si rascamos hacia atrás encontramos una tradición inglesa desde el medievo que enlaza directamente con las comedias, las sitcoms e incluso los programas de variedades, y por supuesto las series de televisión actuales. En nuestra tradición, el uso del argot, la retranca o la mala follá me parece más complicado de traducir en una obra que perdure en el tiempo. Tendemos hacia lo costumbrista y en eso somos particularmente buenos, pero envejece muy rápido. El teatro de Benavente, por ejemplo, ha envejecido tanto como muchas de las comedias con las que nuestros padres se tronchaban en los 70 u 80. Con los ingleses yo no sé qué ocurre, pero leemos el XVIII y es como si fuera el teatro de hoy.

 


Tras los pasos de Jane Austen
Espido Freire
Editorial Ariel
(Barcelona, 2021)
368 páginas
18,90 €

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