Diario de duelo, de Mary Shelley (Hermida Editores)
Cuenta Espido Freire en su reciente libro sobre Jane Austen que Mary Wollstonecraft, autora contemporánea de ella en la Inglaterra de la Regencia, trató de ahogarse en el río por desamor, aunque fue salvada por un viandante y acabaría casada con otro hombre hasta dar a luz a su hija Mary, momento en el que murió. La recién nacida era la autora de este dietario, quien sería conocida como Mary Shelley e inmortal por su obra Frankenstein o el moderno prometeo; y, sin embargo, nació ya vestida de luto. No obstante, la selección de sus diarios que Hermida Editores publica por vez primera en castellano hacen referencia a otro duelo, otra muerte, la de su amado Percy Bysshe, ahogado —él sí— en una súbita tormenta mientras navegaba en el velero Don Juan. Como señala en su prólogo Gonzalo Torné, editor de esta obra, la tragedia ejerció de detonante para algunos de los textos más tocados por el genio de Mary Shelley, muchos de los cuales contiene este diario aunque no fuera concebido como tal. De hecho, arranca cuando emprende la escapada romántica junto al que sería su esposo, escrito a cuatro manos por la entonces feliz pareja. Sigue con el retorno a su país y las trabas que les plantea la vida sujeta a las convenciones y a los males comunes (pero igual de tristes) de la época, como la muerte de su primer hijo. Más tarde expresa las emociones despertadas por la estancia en Villa Diodati y el encuentro con Byron más allá del manido relato. Hasta llegar al funesto desenlace, donde estas confesiones dan un giro en la escritura de Mary y la escritora se hace consciente de que ya habría de continuar viviendo rodeada de muerte y sin nadie que la impulsara a seguir haciéndolo. «Estoy sola, sola, ningún ojo responde a mis miradas, mi voz no se modula ante la presencia de nadie, el mundo natural sigue a lo suyo y yo tengo el mismo peso que una sombra». Unas páginas, en suma, que sirven para situar en su justo lugar en la historia de la literatura a Mary Shelley, en cuyo escritorio se encontró al morir el corazón deshidratado del que fuera su amante, envuelto en seda. Siempre había estado allí, cerca del suyo.
La facultad de sueños, de Sara Stridberg (Nórdica)
La activista norteamericana Valerie Solanas es recordada como autora del manifiesto SCUM (siglas inglesas de Sociedad para el Exterminio de los Hombres), una sátira feminista esencial para las corrientes más radicales del movimiento por la liberación de la mujer. Pero si aquel panfleto ganó fama fue porque en 1968, apenas un año después de su publicación, su autora descerrajó tres tiros sobre Andy Warhol en su estudio; no lo mató, pero puso fin a la llamada edad de plata de la mítica Factory. La segunda novela de Sara Stridberg, escritora sueca que ya basó su primera obra en una figura femenina fascinante —en aquel caso la primera mujer de los países escandinavos que logró cruzar el Canal de la Mancha a nado—, gira en torno a la compleja existencia y las adversidades de Solanas, si bien advierte desde el inicio que todo en este libro es «fantasía literaria». Olvidando la fidelidad documental, la autora emprende la ardua tarea de componer un retrato multidimensional del personaje, una mujer atormentada que sufrió abusos sexuales de su padre desde cría, pasó por el vagabundaje, la drogadicción y la prostitución, y fue diagnosticada de esquizofrenia e internada en el psiquiátrico de Bellevue tras el célebre intento de asesinato, por el que sería juzgada y condenada aunque no quiso testificar en su contra. El año de aquel frustrado atentado fue el mismo en que murieron tiroteados Martin Luther King y Robert Kennedy. Pero La facultad de sueños comienza dos décadas más tarde y con otra muerte, la de la propia Solanas en una habitación de hotel de mala muerte; sola, marginada en todos los frentes y quebrada por los acontecimientos a pesar de su inteligencia. El currículum de esta novela aparecida en el año 2006 impresiona, y no es para menos: su alarde estilístico combina formatos narrativos diversos y un lenguaje tan provocador como dramático, que la acercan a un lugar entre el experimento de aliento beat y el realismo sucio. Stridberg tutea a su protagonista para abrinos paso hacia su mente y sentirla cercana en su alejamiento de todo aquello que no fuesen sus propias ideas.
El gran espejo, de Mohamed Mrabet (Cabaret Voltaire)
Mohamed Mrabet, autor y artista rifeño al que conocemos por su vinculación a autores norteamericanos como Paul Bowles, William Burroughs y Tennessee Williams, ofrece en esta novela breve un poderoso relato acerca de la imposibilidad del amor, tan inasible como la imagen que ofrece un espejo, como un sueño o como el espejismo de un oasis. Al igual que otros títulos editados por Cabaret Voltaire, este libro —que vio la luz en 1977— parte de la transcripción que hizo Bowles de las cintas grabadas por Mrabet en las que narraba historias oídas y ambientadas en su Tánger natal. En esta ocasión cuenta la espiral de locura en la que se va hundiendo Rachida, una hermosa joven que tras desposarse se ve encerrada en la casa y asediada por el gran espejo del título. «Ese espejo me da miedo. Haz que se lo lleven», señala pronto la protagonista, anticipando el tono pesadillesco de esta fábula que funciona casi como un cuento de terror. Con reflexiones que inquietan aún más en el mundo de hoy, donde reinan el espectáculo del ego y el culto a la imagen personal («No necesito comer. Mirarme en el espejo es más que suficiente»), contiene algunas de las imágenes más malsanas y demenciales que se puedan concebir, especialmente en torno a la amenaza que la madre empieza a suponer hacia su hijo: «¿Conjuntará su sangre de bebé con este vestido rojo?». El espejo establece aquí un juego psicológico, una suerte de posesión diabólica o fantasmal donde se acaba por perder la referencia de lo real y todo es pura proyección: de los deseos, de los miedos, de la morbosidad, «del rojo sobre blanco». Una inquietante deriva que desemboca en insaciable sed de muerte y tristeza de aire vampírico, como una maldición sobre la pareja de amantes que se consumen al verse incapaces de la felicidad. El amor es el demonio en esta novela de considerable componente gore que culmina en un baño (literal) de sangre.
Esta vez el fuego. Una nueva generación habla de la raza, de VV. AA. (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo)
Cuenta la editora de esta colección de ensayos, la prestigiosa autora norteamericana Jesmyn Ward (Misisipi, 1977), que el detonante del libro fue el asesinato de Trayvon Martin, adolescente al que dispararon en una oscura calle de Florida el 26 de febrero de 2012. Aquel suceso que conmocionó al país la llevó a refugiarse y más tarde decepcionarse en Twitter, por lo poco que todo dura en las redes sociales, incluidos los gritos que claman justicia. Pero entonces Ward decidió acudir a las palabras del influyente escritor y activista por los derechos civiles de la población afroamericana James Baldwin, cuyo título de resonancias bíblicas La próxima vez el fuego (1963) adapta para esta nueva publicación que ha traído a nuestro país Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Pensando en la reveladora figura de Baldwin, se convoca aquí a algunas brillantes voces estadounidenses actuales para entender lo incomprensible de este incendio —provocado— a través de sus palabras. «Un foro de disidencia en el que poder exigir responsabilidades, dar testimonio, contar», dividido en tres partes con las que se pretende combatir los fantasmas de la raza y del pasado de esta nación: legado, ajuste de cuentas y júbilo. Un tríptico de reflexión y acción que acude a la Historia para entender por qué las vidas negras importan, pero que también plantea un horizonte de futuro donde el poder de la palabra, de estas palabras, parece fundamental e insoslayable: «Ardo, y tengo esperanza», concluye Ward su introducción, antes de dar paso a firmas como las de Isabel Wilkerson, Garnette Cadogan o Edwige Danticat, entre un total de 17 autoras y autores coetáneos. Clamor conjunto de igualdad en un volumen que, mucho nos tememos, no va a perder vigencia ni va a ser olvidado en el marco de una mera tendencia de debate social. Al menos no mientras la lista de agravios continúe avivando las llamas: John Crawford, Eric Garner, Mike Brown, Tamir Rice, Eric Harris, Walter Scott, Jonathan Ferrell, Sandra Bland, Samuel DuBose, Freddie Gray, George Floyd…
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