Entrevistas

Nadal Suau: «No escribo buscando acomodar la frase al contenido, sino peleando el ritmo y la sonoridad palabra por palabra»

Nadal Suau, Premio Anagrama de Ensayo 2023. / Foto: Johanna Marghella

Hay algo que puede resultar incluso cacofónico en el tatuaje. Una anécdota al respecto que siempre me viene a la mente es la de mi tía queriendo decirle a mi primo «No te tatúes» y diciéndole, con la lengua trabada, «No te tuajes». Aunque seguramente lo que me echa para atrás de esa marca corporal es la asociación con lo macarra, el mal gusto, lo que en Sevilla llamaríamos cani y en otros lados llaman choni. Pero nada de esto importa a la hora de acercarse a Curar la piel (Anagrama, 2023), ya que como indica su subtítulo se trata de un ensayo «en torno» al tatuaje, es decir, que explora sus alrededores y no su centro.

Su autor, el crítico literario, doctor en literatura contemporánea y editor, además de escritor, Nadal Suau (Palma, 1980), define este libro, reciente ganador del Premio Anagrama de Ensayo, como un ejercicio de «(auto)crítica cultural». Y en efecto su biografía está muy presente en lo que también podría considerarse un autorretrato, donde el peso de lo plástico es vital. Pero también es una obra de pensamiento generosa con las personas de su entorno —de nuevo los alrededores, en este caso de sí mismo—, que acaban siendo tan protagonistas, o más, que él. Empezando por su padre y terminando, literalmente, por su desenlace.

Curar la piel habla del paso del tiempo y de nuestra «relación mortal» con él. De las cicatrices que nos deja en épocas convulsas e importantes de nuestras vidas, de la carne como «fundadora de memoria» y de la «reescritura del cuerpo» como modo de «recobrar el control narrativo». De la misma escritura —ya se aplique la tinta al papel o a la dermis— como «búsqueda estética y discursiva» que, más allá de su género escurridizo y cambiante, halla en sus formas el camino para emocionar, conmover o exaltar el ánimo del lector, que muestran a un autor en pleno control de su escritura y que, a la vez, seguramente no sabe del todo lo que está queriendo escribir. Pero sí cómo.

«Me preocupan, padre, el ritmo de la piel y el de la prosa», escribe Josep. Frase que bien podría haber enunciado el hijo de dios al tomar conciencia de su mortalidad y de la continuidad del relato al que estaba dando forma. Y que resume dos de los asuntos que cosen las páginas de este libro memorioso y memorable: un elogio de la lentitud (creativa, sentimental, política) y una declaración de amor —aunque se manifestara como «pillapilla afectivo»— del hijo al padre, y queremos creer que del padre al hijo; queremos creer en general, tener esperanza en este mundo descreído. Al fin y al cabo, una de las cosas que unen al tatuaje y la literatura es la «fe en perdurar».

Sabemos que Curar la piel es resultado de lo mismo que reivindica y que es su tema central: tiempo, destilación. Pero ¿en qué momento empezó a considerar seriamente que este sería el tema idóneo para un proyecto literario?

Poco después de empezar a tatuarme (algo que hice tardíamente, a eso de los treinta y tres años). No con la primera pieza, desde luego, pero sí a la altura de la sexta o séptima. Se trató de un impulso lógico en alguien como yo, que necesita observar las cosas a través de la literatura cuando desea comprenderlas (para otros enfoques, por desgracia, gasto una miopía legendaria) e incluso disfrutarlas. Además, dado que antes siempre los había mirado con suspicacia, la irrupción de la tinta en mi piel constituyó un giro biográfico muy intrigante incluso para mí mismo: ¿Qué demonios había ocurrido para cambiar de opinión de un modo tan radical? Y, más allá: ¿Por qué Occidente ha desactivado tantos prejuicios en torno a ellos en tan poco tiempo? Las preguntas se sucedían en mi cabeza continuamente, y mi amigo el tatuador Iván Álvarez las avivaba con la lucidez de sus comentarios en cada conversación que manteníamos acerca de esta cultura.

Aunque no es la primera vez que se piensa a sí mismo en un libro, admite que su vida «coloniza» su escritura cada vez más, ¿Curar la piel ya era en origen un ensayo autobiográfico?

Hasta cierto punto, pero mucho menos de lo que terminó siendo. Desde el principio quise que lo personal sirviera de detonante para lo colectivo, de ahí que cada capítulo parta de la alusión a alguno de mis tatus o que mi padre aparezca ya en las primeras páginas, manteniendo conmigo unas réplicas de escepticismo simpático, como de película italiana… Pero cuando el libro empezaba a estar adelantado, se sucedieron dos hechos dolorosos: su muerte, por un lado, y una separación inesperada, por el otro. Las consecuencias de ambos acontecimientos pugnaban por penetrar en mi escritura, algo supongo que inevitable, y yo decidí no resistirme porque, de algún modo, me pareció connatural al libro que hiciesen acto de presencia. A fin de cuentas, Curar la piel habla sobre el paso del tiempo, la transformación de los vínculos, la conciencia de muerte… La única regla que me impuse, insisto, fue la de mantener siempre la referencia de lo colectivo: que lo personal se supeditase a lo compartido. Dicho esto, mi objetivo en el futuro es reconducir el Yo a un territorio lo menos explícito posible.

Mi impresión ha sido que su libro podría haber hablado de cualquier cosa y me hubiera seguido interesando, porque en él importa tanto o más la forma, el trazo o el gesto que el fondo; que es un poco lo que usted defiende del tatuaje. ¿El gran reto era traducir lo sensorial que le es propio (lo visual, lo táctil, incluso lo sonoro de las agujas) en palabras?

Antes de Curar la piel, que es un ensayo «en torno» al tatuaje (fíjese: no «sobre» él) yo venía de escribir Temporada alta, en torno a las relaciones entre turismo y ciudad, y El matrimonio anarquista, junto a Begoña Méndez, que enfoca el amor monógamo. Sin embargo, mi impresión es que los tres guardan muchísimos elementos en común, porque, en última instancia, hablan de lo mismo: los vínculos afectivos, el efecto del paso del tiempo sobre los seres humanos y la posibilidad de una vida noble en esta época que nos toca atravesar. Con esto quiero decir que, efectivamente, los tatuajes son los protagonistas del libro pero no su único tema, y que la forma cuenta al menos tanto como el fondo (es más, esa distinción binaria no me convence demasiado): como usted dice, una y el otro persiguen dar forma a una literatura que se corresponda con el ritual de tatuarse, tan físico, tan sensorial.

Su libro tiene un ritmo sincopado o con altibajos (a veces incluso se alude a ello en el texto) que responden, creo, a meandros del pensamiento y la memoria que le aportan gran fuerza. ¿Cómo ha conjugado la apuesta formal con la vertiente documental de su investigación?

La escritura está en el centro del libro y de mi pensamiento. Por supuesto, manejo información recopilada con el mayor rigor de que soy capaz, y parto de una estructura y de unas ideas básicas. A partir de ahí, esas ideas se desarrollan y encuentran su pleno sentido a medida que el estilo me conduce en una u otra dirección. Curar la piel no está escrito buscando acomodar la frase al contenido, sino peleando el ritmo y la sonoridad palabra por palabra. Son ese ritmo y eso sonido los que conducen el proceso, no al revés.

En cualquier caso, me ha parecido una experiencia lectora intensa en lo emocional y lo intelectual. No sé si usted aplicaría ese calificativo al proceso creativo, pero ¿ha habido también algo catártico en él?

Me encantaría responder que no a la segunda pregunta, porque la idea de literatura como terapia o catarsis me molesta como al que más; sin embargo, si soy sincero, quizá deba contestar que sí hubo algo de eso. No sé si «catarsis» propiamente, pero es indudable que la escritura me ayudó a atravesar un año nefasto de mi vida. El problema es que semejante confesión confunda al lector potencial: lo curativo del proceso (si es que lo hubo en alguna medida) consistió en pensar incansablemente cuánto de compartible había en mis circunstancias, para lo cual tuve que buscar un equilibrio entre la distancia racional y una ternura que fuese más allá de mis movidas particulares. Sea como sea, casi me dejo la salud en este libro.

Llama la atención el hecho de que utilice testimonios personales para apoyar su relato, ¿por qué quiso incluir esas opiniones ajenas a lo académico o de curadores nivel usuario?

En parte, son huellas tectónicas de un planteamiento inicial más sociológico que, con el paso de los meses, fue dando paso a otras versiones del libro. Ahora bien, si dejé esos testimonios fue por una decisión consciente. Primero, porque resultaban extremadamente útiles para ampliar cuanto el libro tiene de investigación. Segundo, porque introducen una atmósfera conversacional con la que me siento cómodo: ojalá Curar la piel sea una invitación a seguir sumando testimonios, opiniones, puntos de vista… Y tercero, porque la generosidad de mis interlocutores al cederme su tiempo y sus voces exigía ofrecerles sus propios espacios en unas páginas que, por mi parte, intenté escribir con igual generosidad.

Aparte de las referencias a obras que abordan propiamente el tatuaje, por estas páginas aparecen menciones vinculadas al cine (Alabama Monroe, American History X), la literatura (el Quijote, DFW), las series (Euphoria, Carnivàle) y la música (Battiato, Camarón) de lo más dispares. ¿Le ha pasado eso que cuentan algunos escritores de que veía tatuajes por todos lados, o más bien es que el tatuaje está omnipresente?

Primero, querría alertar contra un posible sesgo: cuando algo no era visible y de pronto cobra relevancia, es normal que nos parezca verlo en todas partes, aunque luego la estadística desmienta tal impresión. Los tatuajes se han extendido y normalizado muchísimo, pero todavía no son mayoritarios entre la población. Segundo, y ya respondiendo a su pregunta, no fue tanto que los viera sino que los buscaba. Mis ojos y mis oídos se han pasado años a la caza de referencias a tatuajes, y muchas personas que sabían de esta búsqueda me han ido trasladando también sus propios hallazgos. La verdad es que el tatuaje es un actor secundario de la literatura, la música o el arte occidentales, pero, como los mejores secundarios, también es un gran robaescenas.

En lo ideológico, el tatuaje no deja de presentar contradicciones, según expone su libro: por un lado está su espíritu socialmente rebelde y su esencia ajena al consumo; por otro es sinónimo de estatus social y de apropiación clasista e ignorante… ¿es lo que tiene cualquier arte que se compre y se venda?

Exacto. A menudo se escuchan críticas a los tatuajes y a las personas tatuadas que comparto por completo, salvo en su carácter generalizador. ¿Hay tatuados narcisistas, exhibicionistas, frívolos, irreflexivos, carentes de buen gusto…? ¡Claro que sí! Ahora bien, lo mismo puede decirse de escritores, músicos, osteópatas, profesores… El tatuaje no es una isla flotando al margen de la realidad, sino un aspecto más de esa realidad. Por eso, recoge todos los debates o dilemas de nuestro tiempo. Curar la piel no pretende hacer proselitismo: me parece normalísimo que a mucha gente le dejen indiferente los tatuajes. Lo que sí desea, en cambio, es aprovechar la excelente perspectiva que los tatuajes brindan para analizar cómo vivimos en 2023, y cómo podríamos vivir mejor.

«No hay solución al dilema entre desear que algo sea eterno y saber que es finito, y tampoco la ofrece el tatuaje». El tiempo, su escasez y su velocidad, siempre ha sido el gran tema, pero sin duda es el tema de nuestro tiempo. ¿La lucha fundamental de hoy debería ser la conquista del derecho a la lentitud?

Sí. Una de ellas, al menos. «Lentitud» significa varias cosas: arraigo, coherencia entre nuestro pasado y el futuro que construimos (hablo tanto de individuos como de colectivos), escucha mutua, cercanía frente a globalidad… En el libro cito al filósofo Mark Fisher, que es un señor al que citamos todos porque no hay quien se salte su lucidez, y lo hago para notar cómo la velocidad inhumana a la que navegan los datos y los contradatos está llevándonos al filo de la esquizofrenia. Los tatuajes representan una lógica disruptiva en este marco, por dos razones: primero, su apuesta por lo perdurable frente a lo obsolescente; segundo, el ritmo artesano y antiguo de las sesiones de tatuaje, más parecidas a un rito ancestral que a una tarde de compras o los devaneos por TikTok. Creer en lo perdurable implica creer también en el valor de cada gesto, complicidad o lealtad, lo cual tiene derivas plenamente políticas, como la apuesta por los tejidos comunitarios, por lo local o por una identidad personal (género, familia, ideología, etc.) que combine fluidez y autodeterminación con una memoria sólida que las vertebre.

El escritor, crítico, docente y editor Nadal Suau, autor de «Curar la piel». / Foto: Johanna Marghella

Señala que al menos el tatuaje registra ese dilema del tiempo, y en ese sentido se parece a la escritura, un paralelismo que va salpicando todo el libro. Si, como defiende, «tatuarse es un camino de abstracción», ¿diría que lo es también la escritura más pura?

¡La pura y la impura, sea cada una lo que sea! Yo comparo tatuaje y escritura, primero, por capricho propio: amo ambas manifestaciones. Pero, además, creo que el paralelismo funciona: con uno y con la otra intentamos apresar un mínimo de significado para nuestras vidas mediante la forja de signos; las dos prácticas exigen la entrega plena del cuerpo; y las dos obtienen su verdadera plenitud cuando logran engarzar lo individual con lo universal (piense en los tatuajes más tradicionales, repetidos millones de veces durante siglos: una golondrina, una rosa…).

Hablando de abstracción formal, hay pasajes de evidente carga lírica (tengo anotado como ejemplo el inicio del capítulo V), lo que me lleva a preguntarme/le: ¿No ha tenido inquietud por la poesía como autor? ¿O al menos es una puerta que no se cierra?

Me hace feliz que me vea usted capaz de ello, pero me temo que sí está cerrada, ¡por parte de la poesía! Eso sí, su apunte tiene sentido, porque mi concepción del género «ensayo» (de todos los géneros, en realidad) pasa por potenciar en él una versatilidad que lo convierta en inclasificable. Curar la piel aspira a alternar tonos, estructuras y recursos de distintos géneros, de tal modo que a ratos sea especulativo, otras narrativo, a veces crónica y otras, lírica… El gran desafío reside en tensar el libro en todas esas direcciones pero evitando que se quiebre, que su coherencia se rompa. Así son los libros que me gusta leer y los que desearía escribir.

Llega a comparar el tatuaje con la danza por su carácter transeúnte y porque los cuerpos encarnan un concepto tan abstracto como el del paso del tiempo, ¿cree que por eso siguen siendo objetivo de fobias e intolerancias?

La fobia moderna al tatuaje tiene un linaje intelectual que el libro sintetiza en dos figuras, Adolf Loos y Cesare Lombroso. Juntos, cargaron al tatuaje de múltiples connotaciones clasistas que sobrevivieron hasta ayer mismo, o hasta hoy. A eso añada otros elementos, como la incomodidad que la libertad ajena despierta en algunas personas o el puritanismo alérgico a cualquier rasgo heterogéneo. Si la persona tatuada es mujer, multiplique los prejuicios. Añada superioridad moral. Y ahí lo tiene. De todos modos, su pregunta añade dos cuestiones muy relevantes: la alergia contemporánea a todo cuanto lleve la etiqueta de perdurable; y la fiscalización del cuerpo que porta los tatuajes, y no solo de los tatuajes en sí mismos. Por eso no es lo mismo un tatuado que una tatuada, o un tatuado adinerado que otro proletario, o un cuerpo arrugado que uno joven (¿Ha observado la obsesión que tiene mucha gente con la supuesta amenaza de envejecer con tatuajes? ¡Si una piel anciana surcada por la tinta es preciosa!). En los casos más felices, tatuarse tiene algo de reconquista del propio cuerpo, algo que puede molestar a los partidarios de una mayor homogeneidad en los usos y costumbres. Recuerde que la Iglesia católica los condenó durante siglos por entender que mancillaban la obra de Dios, aunque ahora no parece que haya una doctrina clara y, de hecho, los tatuajes religiosos y devotos son muy abundantes (y muy bellos).

Le confesaré que nunca me han hecho gracia los tatuajes, pero diría que este libro también está destinado a gente como yo. ¿Se lo planteó, en cierto modo, como un alegato a favor del tatuaje frente a sus muchos jueces?

Sobre todo, como una defensa de su interés en tanto que manifestación cultural. El libro no pretende convencer a nadie de que los tatuajes deberían gustarle, pero sí de que debería respetarlos y, más importante todavía, de que al renunciar a leerlos, a interrogarlos, está renunciando a indagar en un territorio de la sociedad contemporánea lleno de vitalidad, emergente y rico en iluminaciones.

¿Tiene algún ensayo favorito sobre algún tema que no le interesara mucho o no le interesara nada?

La pregunta es tan maravillosa como decepcionante mi respuesta: no. Aunque, bueno, hay trampa: en realidad, no hay tema que no pueda interesarnos si lo explora el autor adecuado (y ya que estamos, le confieso que iba a decir uno, así por hacerme el excéntrico: el manual de derecho romano de don Álvaro d’Ors, ¡pero sería la respuesta menos comercial de la historia de las entrevistas en Mercurio!).

No pretendo preguntarle por su padre, pero este libro puede ser leído como un intento del hijo por haber llamado su atención o por haberse hecho entender. «Qué lástima el pudor, los silencios en familia», escribe. ¿Puede la literatura llenar esos silencios?

No hay problema en hablar sobre mi padre, que acabó convirtiéndose en coprotagonista de Curar la piel. ¿Sabe?, aunque sea puro pensamiento mágico, siento de verdad que este libro ha reconciliado a mi padre (sí, a mi padre que está muerto) consigo mismo. Conmigo no hacía falta: siempre lo admiré. Pero bueno, lo anterior no es hablar de literatura, sino de privacidad. Lo que la literatura hace con esos silencios es capturarlos en su plenitud y amplificar el eco de su significado. Lo que hace es compartirlos, fundirlos con otros millones de silencios. Lo que hace, en fin, es sostenerlos mientras quede alguien dispuesto a leerla.

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