Entrevistas

Christina Linares: «Me parece ridículo que se gaste tanto en fletar restos de escritores y se dedique tan poco a difundir su legado»

Christina Linares (Villajoyosa, Alicante, 1989) es filóloga y traductora vocacional, pasiones literarias que vuelca en su labor como directora comercial y responsable de comunicación de la editorial Renacimiento. Un proyecto fundado en 1981 y que despegó del todo en 1996, cuando su padre, el poeta y editor Abelardo Linares, compró la biblioteca que un exiliado gallego tenía en Nueva York y se trajo en barco a Sevilla más de un millón de libros. De él y de su madre, la también editora y traductora Marie Christine del Castillo-Valero, ha heredado Christina esa bibliofilia que ahora ella transmite. Cara visible de una editorial que destaca por su investigación y recuperación de obras de la literatura del exilio, especialmente de sus autoras, y que defiende los matices de la memoria y sus muchos relatos, en un mundo de prejuicios fulminantes.

Te quería empezar preguntando por tu primera vocación, que es la de filóloga, no sé si también heredada de tu madre.

Desde pequeña he sentido siempre una gran pasión por la cultura en muchas de sus acepciones: mi abuelo, que era compositor y filósofo, nos ponía la ópera L’enfant et les sortilèges de Ravel en vez de dibujos animados, y yo soñaba con interpretar a Carmen de Bizet. Adoraba también el teatro y la pintura y recuerdo escribir (o al menos intentarlo) poemas en inglés, así como pasarme los interminables veranos leyendo sin parar bajo la sombrilla. Quería ser la Matilda de Roald Dahl pero no podía parecerme menos a ella, siempre viví rodeada de libros y mis padres me inculcaron las ganas de crear, trabajar y aprender. En lugar del carnet de conducir, con 18 años me apunté a un intensivo de alemán, y a día de hoy ni hablo alemán ni conduzco. Aunque cursé el primer año de la doble licenciatura de Derecho y Administración y Dirección de Empresas, en cuanto pude me cambié a Filología Francesa e Inglesa, con italiano de segundo idioma, porque la literatura y los idiomas son mi verdadera vocación.

¿El de la traducción sigue siendo un ámbito literario que te motiva y que ejerces?

Siempre me ha fascinado la traducción, ya de niña traducía por diversión las canciones que mi madre me ponía de Jacques Brel y Marie Laforet; ella siempre está buscando autoras desconocidas para traducir del francés, del portugués y del alemán. Cuando veo películas o series me encanta poner los subtítulos en versión original para revisar la traducción y comentar con mi pareja, que es inglés (y profesor y traductor), si hubiera sido mejor esta u otra opción. También traducimos juntos y surgen dilemas muy interesantes, comentamos matices o si una palabra tiene las mismas connotaciones que otra, porque al final traducir consiste en saber elegir bien en medio de un mar de posibilidades. Hay que tomar una decisión, y cuando sabes que has encontrado la palabra, la expresión justa, exactamente esa y no otra, es una satisfacción inmensa, como acabar al fin un gran rompecabezas. Cuando leo suelo cotejar diferentes traducciones, hace poco leí la versión de Carmen Martín Gaite de Cumbres borrascosas y me partía de risa cada vez que le dicen a Heathcliff que tiene «la sangre de horchata»; me hacía viajar de la campiña inglesa del siglo XIX al Benidorm de los 90. En cuanto a mis traducciones, la primera que hice fue con 17 años: Memorias de un recluta en 1808, de Louis François Gille, y me pareció una experiencia preciosa, dura y enriquecedora a partes iguales, tanto que hago menos de las que me gustaría, por falta de tiempo.

Nuria Barrios decía hace poco que las editoriales son las grandes responsables de ocultar la labor de las traductoras…

En Renacimiento intentamos que el nombre del traductor o traductora aparezca en la cubierta siempre que el diseño de esta lo permita, y creo que cada vez se reconoce más la importante labor de quien traduce. En la traducción como en la enseñanza, como en la medicina, como en muchísimos ámbitos, todavía a día de hoy somos mayoría de mujeres pero los hombres siguen ocupando los puestos de poder, ellos siguen llevándose los premios de traducción y dirigiendo institutos, hospitales y universidades. Precisamente sobre estas últimas y las intrigas internas para acceder al poder trata la novela que acabamos de publicar de Elena López Torres, El yacimiento.

Traducir es una forma de viajar, editar también, y fue así como surgió Renacimiento, de la búsqueda y el rescate de libros in situ. ¿Recuerdas algo de los años en que tus padres hicieron aquellas expediciones por el continente americano y el gran desembarco de 1996?

¿Cómo olvidarlo? Casi treinta años después Abelardo Linares sigue siendo el hombre del millón de libros. Yo tenía 6 años y mi padre estuvo viviendo allí un año entero para gestionar la compra del fondo de la librería de Eliseo Torres en el Bronx. Por aquella época salí en un programa de televisión infantil y, al contar que mi padre tenía la mayor librería de libros en español de Nueva York, el presentador, Jordi González, me miró divertido creyendo que era una pequeña embustera. Veníamos de Sevilla y pasamos las navidades en Nueva York. Recuerdo Central Park bajo la nieve y cómo esa nieve se fue volviendo dura y negra con el paso de los días. Recuerdo la tienda de juguetes de la película Big y el Hotel Plaza de Solo en casa 2. Hace poco vi algunas fotos de aquella época: sale mi hermano subido en la cinta transportadora, como las de los supermercados pero para libros, y mis padres con miles de cajas, también con amigos; fueron a verles Paco Brines y Felipe Benítez Reyes, entre muchos otros. Una época maravillosa. Aparte del viaje a Estados Unidos, mis padres fueron pioneros en recorrer América buscando la obra de autores exiliados, peinaron México, Chile, Argentina, Uruguay… y consiguieron primeras ediciones cuya existencia era desconocida en España. Tuvo que ser muy emocionante.

Supongo que pronto tuviste conciencia del espacio físico que ocupan los libros, pero eso no os ha hecho publicar menos: tenéis 38 colecciones y tres sellos para alimentar el enorme fondo de vuestro catálogo. En pleno debate sobre la sobreproducción editorial, no obstante, seguís apostando por el reciclaje de lo ya escrito antes que por la avalancha de novedades.

En efecto, esos tres sellos y esas 38 colecciones hay que mantenerlos vivos y, menos autoayuda, publicamos prácticamente de todo mientras sea bueno. Afortunadamente no dejamos de recibir propuestas de gran calidad de nuestros autores e investigadores y tenemos material de sobra para los próximos dos años como mínimo. Más que un reciclaje yo lo llamaría el renacimiento de los buenos libros [ríe]. Libros inencontrables, o directamente inéditos, de autores y autoras de la Edad de Plata. Es curioso porque no dejo de asombrarme de la ingente cantidad y calidad de textos olvidados de aquella época que hemos recuperado hasta la fecha, y los que nos quedan por sacar: Hace poco pude revisar los cuentos de María Luz Morales, que vamos a publicar próximamente, y son sobrecogedoramente emocionantes. No estoy diciendo en absoluto que la literatura contemporánea sea peor, pero cada vez que leo algo de las Sinsombrero me caigo para atrás de lo buenas que son y… ¡cuidado, porque queda todavía mucho por salir! Pero también es genial lo que ya ha salido: hace poco hemos publicado Víspera del odio, de Concha Castroviejo, y es un espectacular novelón sobre la venganza y su cocción a fuego lento, que ganó el Premio Elisenda de Moncada en 1958 y con un jurado compuesto exclusivamente por mujeres, Carmen Laforet entre ellas.

Ulises, vuestro sello más joven y no sé si aquel en el que tu participación está siendo más decisiva, es muy heterodoxo, yendo de lo clásico a lo contemporáneo, de lo universal a lo local, de la biografía a la poesía, del libro infantil al facsímil… ¿Cuáles son las líneas diferenciales que sigues en este proyecto?

Me parece emocionante seguir sacando cada mes auténticas joyas bastante desconocidas de la literatura; cada mes, sin bajar el nivel, ¡no me extraña que los medios no nos puedan seguir el ritmo, a veces no puedo ni yo! Siempre se ha dicho que mi padre tiene bulimia libresca, y ahí está la importante labor del editor, la de seleccionar y prescribir textos, pues avalamos un libro con nuestro prestigio como garantía. Todo editor aspira a que los lectores digan: «Si lo ha publicado esta editorial, debe de ser bueno». En el caso del sello Ulises, nació para abarcar temas y géneros que no tenían especial cabida en los otros dos sellos (Renacimiento y Espuela de Plata). Algo de tema local y facsímiles de revistas, pero también clásicos para hacer de libros de fondo y dar presencia al catálogo. Hemos apostado por tiradas más cortas, algunas de ellas con los ejemplares numerados a mano. Al tratarse de una editorial afincada en Madrid, hemos creado una colección homónima con textos de Galdós y Neville, entre otros. El último es Madrid hace cincuenta años a los ojos de un diplomático extranjero, de Madame Calderón de la Barca, un delicioso recorrido por la ciudad a mediados del siglo XIX de la mano de una espectadora de excepción.

Nos decía Elisabet Riera en estas mismas páginas que la edición independiente es “un camino para mártires y santos”, ¿cuál es tu visión de este sector, y cuáles tus referentes (aparte de tus padres)?

¡Me encanta que menciones a Elisabet! Mi madre, Marie-Christine del Castillo-Valero, tradujo para Wunderkammer la poesía completa de Valentine Penrose, y le tengo gran cariño. Hay una imagen un tanto errónea de que los editores estamos todo el día leyendo manuscritos y que interactuamos poco entre nosotros. Yo me llevo estupendamente con casi todo el mundo y las editoras intentamos hacer piña y apoyarnos. Adoro las ferias del libro porque ahí es cuando podemos reencontrarnos y ponernos al día. Me vienen a la cabeza las geniales Charo Fierro (Huerga & Fierro), Ana del Arco (Comares), Marta Porpettas (Torremozas), Gema Sirvent (Libre Albedrío), Lidia López (Lastura), Lorena Carbajo (Bala Perdida) o Ana Orantes (Kaótica), entre muchas otras. El camino es duro de por sí, así que mejor andarlo en buena compañía. Es importante rodearse de buenos profesionales y buscar siempre asociarse y colaborar.

En tu caso, además, esa supuesta soledad del editor independiente se mitiga con el equipo de investigadores e investigadoras con quienes hacéis una labor de verdadera arqueología literaria. ¿Cómo funciona esa colaboración constante en Renacimiento?

El trabajo que hacen es fundamental y no dejaré de reivindicarlo, porque todo reconocimiento es poco. Una de las cosas buenas de publicar a Chesterton o a Nietzsche es que hace años que no se quejan de cuándo va a salir su libro ni me mandan wasaps los domingos [ríe]. Fuera de broma: es importante recordar que, sin la investigación de expertos y expertas en sus obras (y sin traductores y traductoras), tampoco tendríamos hoy en día sus libros entre las manos. Vienen a nosotros especialistas que han hecho una tesis doctoral sobre tal o cual figura y es un trabajo ímprobo. Por ello siempre que puedo aprovecho para recordar sus nombres y reivindicar su labor incansable: María Jesús Fraga y Nuria Capdevila-Argüelles con Elena Fortún; Antonio Plaza con Luisa Carnés; Isabel Lizarraga y Juan Aguilera con María Lejárraga; Inma Lergo con Rosa Arciniega; Miguel Soler con Mercedes Formica; Soledad Fox con Constancia de la Mora; Inma Pérez con Norah Lange; Rocío González, Ana Cabello, etcétera, etcétera, y sé que me dejo cientos de nombres más. Por no hablar también de lo importante que es contar con unos herederos con sensibilidad (y sentido común), que propician el acceso al material que custodian y facilitan su publicación: Paloma Ulacia con Concha Méndez; Aitana Alberti con María Teresa León; Antonio G. Lejárraga con María Lejárraga, y Enrique Dauner con Elisabeth Mulder, entre muchos otros.

«Una de las cosas buenas de publicar a Chesterton o a Nietzsche es que hace años que no se quejan de cuándo va a salir su libro»

Una de vuestras especialidades dentro de esta labor de edición resucitadora es la literatura del exilio. ¿Cómo comenzó esta colección y hasta qué punto crees que seguirá ofreciendo frutos en los próximos años?

He comentado con mi padre alguna vez lo ridículo que nos parecía que los gobiernos gastaran tanto dinero en fletar los restos mortales de tal o cual escritor cuando ya se han convertido en polvo, y que dediquen tan poco a preservar y difundir su legado, su palabra escrita. Sus libros permanecen; sus huesos, no. Estoy muy ilusionada con las publicaciones que saldrán este año, hay mucha joyita por descubrir que dejará a más de uno y una con la boca abierta, como Visto al pasar de Carmen Antón, conocida por haber formado parte de La Barraca. En cuanto a la Biblioteca del Exilio, se trata de una colección surgida hace más de 20 años en colaboración con el GEXEL (Grupo de Estudios del Exilio Literario) dirigido por Manuel Aznar Soler, que cuenta con títulos tan importantes como el Diccionario del exilio, junto a textos de Max Aub, Luisa Carnés, Benjamín Jarnés, Cecilia G. de Guilarte, Pedro Salinas, Jorge Semprún o Mada Carreño, el epistolario de Margarita Xirgu o el de Manuela Ballester, Perico en Londres de Esteban Salazar Chapela… Y de forma reciente hemos publicado la biografía del creador de la Feria del Libro de Madrid, Rafael Giménez Siles.

La distancia del exilio da lugar a visiones radicalmente distintas de los relatos hegemónicos sobre la Guerra Civil y el contexto de aquellos años, ¿no es así?

Pienso que realmente no hay un relato hegemónico, que puede haber varios: en el bando republicano estaban los republicanos puros, como la izquierda republicana de Azaña, pero también estaban los trotskistas, los socialistas de Besteiro, los de Largo Caballero y los de Prieto, estaban los comunistas, los anarquistas, y no eran lo mismo los anarquistas de la CNT que los de la FAI o los del partido sindicalista de Ángel Pestaña. Había una gran pluralidad, por lo que sobre la Guerra Civil hay muchos relatos. Lo que procuramos es aportar diversidad al publicar testimonios de quienes vivieron la Guerra Civil desde sus diferentes puntos de vista. Por eso es fascinante seguir recuperando textos radicalmente opuestos en cuanto a ideología sobre la Guerra Civil, desde Celia en la Revolución de Elena Fortún hasta Madrid de Corte a Cheka de Agustín Foxá, pasando por Monte de Sancha de Mercedes Formica, Los secretos de la defensa de Madrid de Manuel Chaves Nogales, Diplomático en el Madrid rojo de Felix Schlayer, La revolución española vista por una republicana de Clara Campoamor o los testimonios de las extranjeras favorables al régimen Eleonora Tennant y Florence Farmborough.

Uno de los libros más emblemáticos de esta colección es El eslabón perdido de Luisa Carnés, autora autodidacta que luego ha sido muy reivindicada. ¿A qué crees que responde el hecho de que su obra siga resultando sorprendente?

Luisa Carnés muere muy pronto, en un accidente de coche en México en 1964, mientras que otras autoras como Rosa Chacel, María Zambrano o María Teresa León llegaron a vivir la restauración de la democracia en España. A aquellos escritores que murieron tan tempranamente y no pudieron desarrollar su obra era fácil que se les olvidara, pues su reivindicación ha tardado más tiempo. Lo mismo les pasa a Chaves Nogales, que murió en el 44, a José Ramón Arana, Eduardo Ontañón, etc. Carnés es una escritora extraordinaria que cuenta también con una importante labor periodística, una labor muy de a pie, de estar en contacto con la gente y la España de su tiempo, y que no pertenecía a la burguesía como sí solían serlo las Sinsombrero. Como Clara Campoamor, es uno de los pocos casos de escritora que no provenía de las clases dominantes, con una mirada distinta, quizás más personal por eso mismo. Es curioso porque hay un paralelismo entre Campoamor y la Matilde del Tea Rooms de Carnés: ambas denuncian la precariedad de su trabajo y relatan el caso de una compañera ladrona, solo que en vez de en un salón de té, Clara Campoamor trabajó como ayudante de modista.

A propósito de Clara Campoamor, habéis cedido material para la exposición que tiene lugar en la Biblioteca Nacional hasta el 16 de octubre. ¿Cómo se ha gestado esa colaboración?

Se ha dado así porque saben que tenemos una importante biblioteca y que buena parte de lo que publicamos se debe precisamente a nuestro fondo. A diferencia de otras editoriales, que reciben exclusivamente del exterior las propuestas de hacer libros, nosotros nos basamos en nuestro gran archivo de libros, revistas y periódicos. Estamos a favor de colaborar y prestar material para exposiciones porque tenemos obras que no están en ningún otro lado. Próximamente se va a inaugurar una exposición sobre Helios Gómez en Sevilla, un artista interesantísimo de la mejor vanguardia artística de los años 30, y también vamos a prestar material, así como para la exposición sobre las Sinsombrero que tendrá lugar en octubre en el Centro Cultural de la Villa de Madrid Fernán Gómez, comisariada por Tània Balló, quien también dirigió tres documentales sobre las Sinsombrero y a quien admiro mucho.

Entre los más recientes de vuestra Biblioteca del Exilio está Residente privilegiada, libro autobiográfico de la actriz María Casares (de la que en noviembre se cumplirá su centenario). ¿Cómo fue la revelación de su extraordinaria calidad como escritora?

María Casares fue mucho más que la pareja de Albert Camus. Aparte de ser una grandísima actriz era la hija de Santiago Casares, que fue jefe de gobierno y muy importante para la política española de la República y la Guerra Civil, y sus memorias tuvieron muchísimo éxito, tanto en Francia como en España cuando salieron en los años 80, por lo que había un interés general por la obra de María Casares. Además José Ramón López y Manuel Aznar, que dirigen la colección Biblioteca del Exilio, son muy conscientes del alto valor literario de obras como esta, por lo que llevaba tiempo en nuestra lista de proyectos.

Tengo entendido que las memorias son uno de tus géneros preferidos como lectora, y desde luego son un clásico de Renacimiento. ¿Qué vidas han girado tu visión del mundo?

Me apasionan las memorias en general, me emocionan mucho, especialmente las de escritoras y aún más los recuerdos de infancia: me marcaron mucho los Tolstoi, Dahl y Capote cuando era niña, y ya siendo adulta, al conocer los Cuadernos de infancia de Norah Lange, Tiempo de llorar de María Luisa Elío o la primera mitad de Oculto sendero de Elena Fortún, que trata sobre su niñez, vi que eran excepcionales y que nada tenían que envidiarles a aquellos autores, pues sus vivencias y su modo de contarlo me interpelaban todavía más si cabe. Al leerlas, todas ellas me han aportado algo: desde el simple placer de haber disfrutado con su lectura hasta guardar un vívido recuerdo en mi memoria de pasajes enteros. Leer una buena novela es maravilloso, pero unas buenas memorias significa leer para conocer a sus autoras, para no olvidar lo que vivieron y poder adentrarnos en sus recuerdos. El hecho de que cuando ya no estén sea eso lo que permanezca, su memoria, y tener acceso a ella me parece algo excepcional, sobre todo sabiendo lo fácilmente que puede perderse un manuscrito para siempre, lo frágiles que son antes de volverse inmortales al publicarlos. Si he de quedarme con unos pocos libros de memorias, serían: Memoria de la melancolía de María Teresa León, Memorias habladas, memorias armadas de Concha Méndez, El valor de la memoria de Mercedes Núñez Targa (única española que sobrevivió a un campo de concentración y escribió sus memorias), las de Mercedes Formica, las de Pilar Rius, las de Helen Keller y las de Carmen Parga: Antes que sea tarde.

De María Lejárraga, como de Margarita Xirgu, habéis editado en cambio sus cartas del exilio. ¿El epistolar es un género importante a la hora de cubrir distancias literarias y emocionales?

Absolutamente, y cuando no dejaron escritas memorias, como es el caso de la Xirgu, es un legado todavía más importante. A través de sus cartas podemos conocerlas mejor: de María Lejárraga, que decidió con 75 años irse a vivir a Argentina, donde murió 25 años después, hemos publicado su precioso epistolario familiar. Preciadas cartas, el de Gabriela Mistral, Victoria Kent y Victoria Ocampo, es apasionante: forjaron una amistad epistolar que les duró toda la vida y, cuando Ocampo fue encarcelada, la carta que le escribe Kent sobre cómo intercedieron para sacarla es memorable. Próximamente sacaremos un epistolario de Carmen Laforet y estoy muy emocionada. Creo que el género de los diarios también es fascinante, más íntimo que las cartas y que las memorias pero también muy literario; pienso en el de Matilde Ras, sobre su estancia en Portugal en los años 40, y los de Manuela Ballester (conocida como la mujer de Josep Renau), donde se cuenta a sí misma su día a día y reflexiona sobre su vida, son también muy interesantes.

Dentro del amplio rescate de autoras del 27, podríamos destacar vuestra reciente celebración de los 45 años del regreso de María Teresa León, de la que habéis publicado Memoria de la melancolía y El viaje a Rusia de 1934. Además de la literaria, ¿os interesa rescatar la producción periodística de las escritoras de aquella generación?

Muchísimo. La mayoría de ellas fueron, además de escritoras, grandes periodistas también. Empezando por Carmen de Burgos, de quien hemos publicado hace poco las entrevistas que le hicieron, y lo mismo hemos hecho con Clara Campoamor, y es fascinante conocerlas a través de la mirada de periodistas como Josefina Carabias, por ejemplo. También están Magda Donato (hermana de Margarita Nelken y precursora del periodismo gonzo), Luisa Carnés, Mercedes Pinto, etc. Quien tiene talento para escribir libros suele tenerlo para escribir también artículos y viceversa, aunque como todo en la vida pueda haber excepciones. Somos una editorial principalmente literaria y, si en sus artículos periodísticos hay calidad y buena literatura, deben ser recuperados y puestos al alcance de los lectores.

Hablando de periodismo y distancias, otra de vuestras colecciones señeras, «Los viajeros», reúne obras de autores fundamentales como Julio Camba o Carmen de Burgos. Seguro que compartís la convicción de que el cosmopolitismo ha originado magníficas obras de arte.

Es que justo has mencionado a dos de los más grandes: extremadamente inteligentes y con mucho humor, no me canso de leerlos. Recuerdo partirme de risa cuando leí en Londres, de Camba, que cuanto más aburridos parecen estar los ingleses, mejor se lo pasan. Era un genio. En cuanto al cosmopolitismo del que hablas, nos interesa la literatura de viajes como nos interesan los libros de memorias. Pensamos que hay géneros un tanto sobrevalorados, como la novela, y que siendo Renacimiento —como decía antes— una editorial literaria, nos interesa la literatura allá donde esté. Hay mucha literatura en los libros de viajes y el viaje es la máxima apertura del ser humano. Toda peripecia de una persona, su vida, es un viaje, y si para nosotros tiene mucho interés creemos que también puede tenerlo para el público en general.

Con vuestra lucha pionera —muy anterior a la explosión de literatura feminista reciente— para que las escritoras del XX ocupasen un espacio más relevante, estáis logrando un significativo cambio en el canon de las letras españolas. Más que citarlas de forma dispersa o considerarlas como un todo, has dicho en alguna ocasión que lo importante es que las leamos.

Por supuesto, está muy bien recordarlas, homenajearlas y reivindicarlas pero si no leemos su obra, sus ensayos, sus memorias, si no estudiamos sus vidas ni aprendemos de ellas, es en vano. A Clara Campoamor está muy bien reivindicarla y ponerle su nombre a estaciones, pero sobre todo hay que leerla. Es como pisar un aeropuerto y decir que ya conoces el país o visitar solo la tienda de souvenirs de un museo; no vale, eso es hacer trampa, es reivindicarlas de boquilla. Menos decir y más hacer, como Mercedes Formica, que nunca se dijo feminista pero hizo mucho más por el feminismo que lo que la mayoría de nosotras lograremos nunca.

«Está muy bien reivindicar a Clara Campoamor y ponerle su nombre a estaciones, pero sobre todo hay que leerla»

Ahora publicáis dos novelas de Mercedes Formica, jurista defensora de los derechos de la mujer, aunque no haya sido tan conocida por eso. ¿Qué acogida suele tener vuestra reivindicación de este tipo de autoras en un presente donde todo tiende a polarizarse?

Nunca me cansaré de defender a Mercedes Formica, no solo por la calidad de su obra, que es espectacular y ha sido infravalorada por quienes la conocen poco y mal, sino porque las feministas de hoy en día le debemos mucho más de lo que se cree. Luchó contra la situación de indefensión jurídica de las mujeres y por los derechos de los niños huérfanos, reseñó y recomendó Le deuxième sexe de Simone de Beauvoir cuando aquí estaba prohibido y cambió por primera vez en 200 años el maldito código civil español para eliminar el vejatorio depósito de la mujer. Pues nada, como era de buena posición y algo conservadora (¡creía serlo, más que otra cosa, porque hasta se divorció!), se la ha tachado de franquista sin tener ni idea de sus logros, y es algo que me parece taremendamente injusto porque su obra literaria es excepcional. Por eso me encanta saber que también la reivindican Luis Antonio de Villena u Octavio Salazar, autores a los que no se les puede tachar de conservadores.

Como comentabas antes, también publicáis los cuentos de María Luz Morales, pionera del periodismo cultural y primera directora de un diario nacional, trayectoria brillante que conocemos por su libro de memorias Alguien a quien conocí.

Nos interesa mucho el mundo de las periodistas, es más, hemos publicado un diccionario de todas las periodistas de la Edad de Plata hasta la transición (Voces de mujeres periodistas) y tenemos otra publicación sobre el tema a punto de salir. En cuanto a María Luz Morales, tiene una obra periodística impresionante. Fue una gran narradora con una obra muy amplia, y una importante divulgadora y estudiosa: escribió muchísimo sobre moda y sobre cine. Creemos que debería haber más reivindicación de la inmensa labor realizada en el periodismo desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, porque el periodismo de esa época avanza muchísimo y hay un salto cualitativo inmenso. Realmente se trata de la edad dorada del periodismo en España. Es curioso porque María Luz Morales dirige La Vanguardia durante la Guerra Civil, lo que confirma la teoría de que en épocas de crisis hay menos reticencia a dar puestos de poder a las mujeres. Me parece una escritora brillante, fue muy amiga de mi admirada Elisabeth Mulder —otra leona— y en sus cuentos del dantesco décimo círculo vamos a conocer a unos personajes magistralmente construidos: un cura astrónomo, una domadora de leones… cuyas vidas cambian radicalmente al llegar la guerra. Forman parte de esa tercera España de la que tanto habla Andrés Trapiello.

En el tramo final de la entrevista, querría preguntarte sobre cuestiones que también tienen que ver con con lo geográfico pero más centradas en vuestra actividad presente. Partiendo del debate sobre las periferias culturales, zonas alejadas de los centros simbólicos de la literatura, y residiendo tú en Madrid como representante de una editorial radicada en el sur, ¿cuál es tu experiencia al respecto?

Yo me vine a Madrid hace ya cinco años con la idea de estar un par de meses y volverme. Siendo una editorial de Sevilla, a veces se hacía muy difícil llegar a periodistas culturales sin haberlos conocido nunca en persona. Ahora con muchos de ellos tengo un trato cercano y sé mejor que antes qué les puede interesar. Además, puedo asistir a las presentaciones que hacemos en Madrid, que son muchas. La familia de mi padre es de Madrid e hicieron que el cambio no fuera difícil en absoluto. Aunque regreso a menudo a Sevilla por trabajo, mi vida está ahora en Madrid, pero Renacimiento sigue en Sevilla a modo de reafirmación: no todo es Madrid o Barcelona, también se hacen muy buenos libros en esa llamada periferia y lamento que Andalucía y otras regiones estén infravaloradas y no se las tenga lo bastante en cuenta para cuestiones de cultura.

Eres vicepresidenta de la Asociación de Editores de Andalucía (AEA), que ha celebrado este año un encuentro internacional de editores independientes al que se pretende dar continuidad.

El Congreso Internacional de Editores Independientes se llevó a cabo porque desde la AEA consideramos muy importantes los foros profesionales, y en este caso se trata de un foro específico del sector, que busca valorar y poner en común todas las inquietudes que nos asaltan y los problemas a los que podemos enfrentarnos. El próximo encuentro tendrá lugar dentro de dos años en Granada, en ese lapso de tiempo la situación puede cambiar mucho y es interesante hacer seguimiento y reflexionar, incluyendo a todos los agentes del sector del libro: editores y también escritores, traductores, correctores, libreros, agentes literarios, community managers, periodistas culturales, distribuidores, etc.

Estáis trabajando para que las editoriales andaluzas tengan por primera vez un espacio propio en la Feria del Libro de Fráncfort, ¿por qué os parece importante?

La Feria del Libro de Fráncfort es un escenario de compra y venta de derechos de autor donde son negociadas muchas de las publicaciones que marcan la agenda editorial a lo largo del año. La presencia de Andalucía en dicha feria, a través de la Asociación de Editores de Andalucía y conjuntamente con la Junta de Andalucía, es relevante no solo para el sector editorial andaluz, que tiene mucho que aportar en su bibliodiversidad y calidad editorial, sino también para la marca Andalucía, porque el sector editorial andaluz merece ser reconocido como parte de ella. Se hacen muy buenos libros en Andalucía y es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos.

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