Entrevistas Analógica

Elisabet Riera: «Más que un hobby para esnobs, la edición independiente es un camino para mártires y santos»

«Libros ocultos, libros de culto» es el lema de Wunderkammer, editorial unipersonal que acaba de cumplir un lustro y que tiene a Elisabet Riera como fundadora y mujer orquesta. Su gusto por el romanticismo «en el fondo y en la forma» define este proyecto tan personal como consolidado que, no obstante y como todos los independientes, a fin de cuentas depende de que estas salgan. Un gabinete de curiosidades que reivindica el libro como objeto fetiche a través de su exquisita edición artesanal con tipos móviles, y en el que caben rarezas de autores célebres y obras maestras de escritores olvidados, pero todas ellas malditas, excéntricas, quiméricas, umbrías y rematadamente bellas, incluso para estos desalmados tiempos.

 

El primer libro editado por Wunderkammer fue Lo que dicen las mesas parlantes, en el que Víctor Hugo refleja las conversaciones que mantuvo con los espíritus de Shakespeare, Galileo, Jesucristo o Platón. ¿Qué autores o entes te hablaron para fundar una editorial como esta?

Me hablaron todos los muertos, es decir, todos los que conforman mi panteón de autores predilectos y que tengo justo detrás de mi cabeza cuando trabajo, en mi biblioteca personal. Allí están algunas ediciones antiguas de Raymond Roussel, Villiers de l’Isle Adam, Gérard de Nerval, Pierre Loti… muchos de los cuales han acabado siendo parte de nuestro catálogo. Lo que dicen las mesas parlantes fue el object trouvé —pues en efecto di por casualidad con un ejemplar original en los puestos de bouquinistes de París— que sirvió como detonante para ponerlos a todos de nuevo en circulación. Además, me venía muy bien como titulo inicial, porque el Romanticismo es el tronco del que nacen todas las demás líneas del catálogo.

¿Hay sitio para los románticos en el mundo (editorial) de hoy, o incluso dirías que todo editor experimenta cierto amour fou por los libros?

Sin una chispa de romanticismo no hay editor, pero con un exceso de romanticismo no hay editorial que no arda. Creo que es necesaria esa pasión por los libros, y sobre todo por los libros que una edita, para poder salvar todos los obstáculos y dificultades que jalonan el camino de una pequeña editorial, pero tarde o temprano se impone el hecho insoslayable de que una editorial es una empresa, y que debe ser rentable. Ese es un momento crítico para los que tenemos espíritu romántico. Resolver esta ecuación determinará si el proyecto puede seguir adelante o no.

La segunda elección de vuestro catálogo fue Los raros, de Rubén Darío, que parece una declaración de principios. En un panorama donde lo comercial está tan presente, ¿ves posible una suerte de rebelión de las editoriales independientes con autores dispuestos a jugársela?

Creo que ya se está produciendo. La explosión de microeditoriales que se ha dado en los últimos años es maravillosa e imparable. Cada una cree fervientemente en lo que hace, y muchas ofrecen opciones arriesgadas, dando lugar a nuevas voces y formatos. Nunca había habido tanta diversidad y, aunque no lleguemos al público mayoritario, es un mundo riquísimo para el lector atento que se detenga a buscar. No todas resistiremos, pero la aportación cultural que estamos haciendo y hagamos perdurará.

¿Con qué otros proyectos editoriales te sientes identificada? ¿Hay alguno que, por modesto o poco difundido, crees que merecería mayor atención?

Hay tantos y tan diversos que no me atrevo a contestar sin meter la pata…

Una de las claves del origen de Wunderkammer fue el máster de edición que cursaste en la Universitat Pompeu Fabra. ¿Es el oficio como lo podían pintar o como tú lo podías imaginar entonces?

Yo llevaba ya veinte años trabajando en el mundo editorial, aunque en el sector de revistas, y por otro lado tenía esta pulsión literaria dentro, hasta que un día decidí aunar profesión y vocación. Tenía muy claro el concepto y catálogo de Wunderkammer, pero necesitaba dotarme de los conocimientos y herramientas técnicas para convertirlo en una editorial real. Para eso fue útil el máster de edición, pues pude ir construyendo paso a paso el proyecto, a medida que iba avanzando. Fue un año de preparación que me permitió salir con los dos primeros títulos pocos meses después de haber finalizado el curso. Lo que te encuentras después, ya es otra cosa. La realidad es una maestra implacable, y de la teoría a la práctica hay un abismo, sobre todo en la cuestión clave para la viabilidad de una editorial: la cantidad de libros que se venden realmente, que son muy pocos.

Pere Gimferrer, invitado a la presentación de tu editorial, dijo: «Ya es un milagro que Wunderkammer exista». También habrá quienes opinen que editar de forma independiente solo puede entenderse como un hobby para esnobs.

Bueno, más que un hobby para esnobs creo que es un camino para mártires y santos. Desde luego un camino de sacrificio, porque el pequeño editor trabaja cada día de la semana las 24 horas, y desempeña todos los papeles imaginables: desde elegir los títulos, cerrar contratos, liquidar derechos, encargar traducciones y revisar textos, hasta cargar cajas, ensobrar los libros y llevarlos a correos. Aun así, apenas suele dar para sobrevivir; se puede malvivir, y a menudo hay que complementarlo con otros trabajos.

Aun con la vocación de microeditorial con que nació, ya es un proyecto plenamente consolidado, tras cinco años y 32 títulos editados; un lanzamiento cada dos meses, de media. Visto hoy, ¿te parecen demasiados o se te quedan cortos?

Según mi experiencia, es casi imposible sobrevivir publicando menos de 8 títulos al año (empecé con 4 al año durante los dos primeros), y creo que lo idóneo, en cuanto a equilibrio económico, sería publicar 10-12. Pero es un volumen de trabajo que ahora mismo me sobrepasa, y además no sé si podría/sabría defender honestamente la calidad y necesidad de todos esos títulos al año. Trato de ser muy rigurosa con la selección de lo que publico.

¿Crees que la sostenibilidad —o incluso el decrecimiento— es una necesidad o una excentricidad en el sector editorial?

Es una necesidad imperiosa, tanto para el sector como para el planeta, y para tratar de ralentizar el sistema frenético en el que estamos metidos.

Otra de las señas de identidad de Wunderkammer es considerar el libro en su condición de objeto. ¿Este cuidado por lo físico es una forma de contrarrestar el peso de lo digital o se trata de una elección puramente estética? ¿O en vuestro caso lo estético también es político?

La estética es también ideología. Si hacemos las cubiertas artesanales, aparte de por la belleza, es para reivindicar todos los oficios del libro (impresor, encuadernador, grabador, tipógrafo…), además del placer sensorial, que se pierde con lo digital. Es una manera de defender lo insustituible de cada ejemplar, lo que tiene de único, frente a la producción en masa que lo homogeneiza todo hasta aplastarlo y dejarlo sin alma. Se puede aplicar lo mismo a los seres humanos.

Distribuís también vuestros títulos en Latinoamérica, ¿cómo ha sido la recepción del catálogo en aquellos países?

Empezamos hace unos dos años a través de Batiscafo, una exportadora que hace de intermediaria entre editoriales y distribuidoras de uno y otro lado del Atlántico. Con ellos llegamos a Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala… Recientemente hemos iniciado distribución en México con Sexto Piso, y en Colombia con Acli. Este proceso nos ha pillado justo en los años de pandemia y crisis económica posterior, de modo que es difícil valorarlo económicamente; las circunstancias han sido muy desfavorables. Pero por redes o email solemos recibir bastantes comentarios de lectores latinoamericanos que se muestran interesados en encontrar nuestros libros en sus países. Vamos llegando, es un camino del que queda mucho por recorrer.

Vuestras publicaciones más recientes, El caso de la fotografía de espíritus, de Conan Doyle, y Los campos magnéticos, de Breton y Soupalt, ahondan en tu gusto por esas obras tocadas igual por el genio que por la locura. ¿Crees en el más allá de la heterodoxia literaria?

Creo que lo singular o lo raro forman un canon propio más fértil e interesante que el oficial y mayoritariamente aceptado. En los límites, en los márgenes, es donde se encuentra lo extraordinario.

La Colección Cahiers de ensayos breves ofrece, en contraposición, un prisma contemporáneo. Aun centrados en temas clásicos, algunos de ellos proponen una desmitificación y una deconstrucción, como en el caso de los libros de Esther Peñas y Ana Llurba. ¿Cuál es el criterio para dilucidar la vigencia de estos asuntos de ayer y hoy?

Todos los libros de Wunderkammer, sean de la colección que sean, tienen un espíritu en común, por el tema o por la forma en que se trata. Hay un universo semántico que los une: romanticismo, simbolismo, malditismo, surrealismo, melancolía, alquimia, utopía, aventura, erotismo, dandismo, sibaritismo, psique, alma, belleza, ciencia filosófica, extrañeza, sombra, sincronicidad, cosmogonía… Da igual desde qué época o género se manifieste. Hay unas líneas invisibles que unen a los autores de nuestro catálogo, creando una constelación de sentido. A veces, la mayoría, esto se da de forma intuitiva, y otras por afinidad personal con el autor.

También de forma reciente, Agustín Fernández Mallo ha abordado un tema hoy omnipresente en el debate social, como es el de la identidad, pero desde una perspectiva poco transitada y con la singularidad de su voz creativa-poética. ¿Cómo surgió la propuesta de este ensayo y por qué captó tu interés?

Obedece al final de mi respuesta anterior. Como ha sucedido con otros autores de la colección Cahiers, ha habido previamente un acercamiento del autor a nuestro catálogo, que ha hecho que la publicación de una obra suya sea algo natural. Es decir, si te gusta lo que publicamos y comprendes el proyecto globalmente, seguro que eres un autor afín. Así sucedió con Agustín. Por supuesto yo lo admiraba y lo seguía, y vi que él seguía nuestras publicaciones en redes y comentaba favorablemente nuestros libros, hasta que me atreví a proponerle si le apetecería escribir algo para Wunderkammer, y muy generosamente respondió que sí. Así surgió su brillante ensayo La mirada imposible; tenía ese texto-idea entre manos, y aprovechó los días de confinamiento de la pandemia para terminarlo y entregárnoslo.

La Colección Áurea reúne textos metaliterarios que en ocasiones reproducen diarios, cartas, conversaciones, entrevistas… ¿Dirías que hay algo de mitomanía o fenómeno fan en Wunderkammer?

Desde luego lo hay de nuestra parte hacia los autores que publicamos. Somos muy fans de todos ellos.

Las Confesiones inconfesas de Claude Cahun son otra de esas obras que, pese a tener casi un siglo, interpelan al lector de hoy como texto de (proto)autoficción sobre una artista transmedia. ¿Te gusta pensar que en literatura todo está inventado?

Me gusta encontrar esos hilos invisibles que crean relaciones inesperadas entre autores del pasado y del presente. Me ha sucedido a mí también: es como encontrar una familia de la que formabas parte sin saberlo.

Has escrito varios manuales (casi una minicolección) sobre el cultivo y los usos de la marihuana. ¿Crees que en algún momento querrás abordar las exploraciones literarias que en torno a la droga hicieron autores del siglo XIX?

Esos fueron unas libros que escribí por encargo hace muchos años, y que confieso me han generado más derechos de autor que cualquier otra obra mía. Lo que me hace pensar que las drogas rinden mucho más que la literatura (bueno, ya lo sabíamos, ¿no?). Aunque ahora me siento muy alejada de aquellos libros, sí me interesa indagar en la relación que apuntas entre drogas y exploraciones literarias y artísticas, algo tan decimonónico, por otra parte. Los estados alterados de conciencia siempre han sido una puerta para conectar con el mundo invisible que tanto me interesa, ya sea por lo creativo o por lo sagrado.

Tu última novela, Efendi, es una distopía sobre un futuro/presente donde la creatividad, las pasiones y el arte quedan relegados a una especie de inframundo. Me suena.

Efendi trata sobre eso que comentaba antes: la parte de humanidad que perdemos en la sociedad hipertecnológica y homogeneizadora. El protagonista trata de recuperar su parte más animal y también la más trascendente sumergiéndose en un mundo onírico, porque en la sociedad en la que vive se ha convertido en un alma en pena; vive sin alma, en realidad. No me interesa el aspecto distópico del texto, sino esa parte simbólica y alegórica.

Aun no estando tu ficción vinculada a ella, a algunos no nos queda claro si la pandemia ha ayudado a agudizar una realidad parecida a la que planteas o si ha certificado lo imprescindible de la literatura y la cultura en general. ¿Tu impresión es que el sector editorial saldrá reforzado, o al contrario?

Soy fundamentalmente pesimista: nada cambiará, nuestra memoria es muy corta.

El número 218 de Mercurio va sobre lingüística, y el protagonista de Efendi ejerce como censor/normalizador léxico. ¿Hay que volver a la consideración de la palabra como algo sagrado para contrarrestar la asepsia de las inteligencias artificiales, el SEO y demás inventos del demonio?

Hay que resistirse a que las palabras se conviertan en mercancía. Es lo que está sucediendo ya: podemos medirlas en número de clics y por tanto monetizarlas. Al final, solo vamos a quedarnos con las palabras más rentables. Es tremendo porque cada palabra contiene universos, y además son las herramientas imprescindibles para la imaginación y la libertad. Las palabras nos conectan en su origen con los dioses, con ese lenguaje arcaico que es casi animal. Reduciendo las palabras a su valor utilitario estamos dejando que se imponga una ideología política y económica avasalladora. Propongo una resistencia de las palabras, y entre las que yo defendería con más fe se encuentran, por supuesto, todas las que definen el universo de Wunderkammer.

Un comentario

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