Una biografía de la soledad, de Fay Bound Alberti (Alianza)
«Naces solo. Mueres solo. El valor del espacio intermedio es la confianza y el amor», cita el inicio de este libro la Destrucción del padre de Louise Bourgeois. Probablemente ha sido durante la pandemia y los periodos de confinamiento cuando se ha impuesto el debate sobre cuestiones ya antes problemáticas en nuestra actual sociedad hiperconectada —cabría preguntarse a qué—, como son la salud mental y, de forma aún más extendida, el sentimiento de soledad. Eso que en español se define tanto como una carencia («voluntaria o involuntaria», especifica el DRAE) de compañía, un lugar o territorio deshabitado y también la melancolía por la pérdida de alguien o algo. Suficientes sentidos —aunque diferentes respecto al inglés, donde se emplean varios vocablos— como para dedicarle un ensayo tan minucioso como el que nos ocupa, incluyendo una amplia sección final de de notas y bibliografía. De hecho y pese a lo pueda parecer, la soledad no ha existido desde el principio de los tiempos, de ahí la condición biográfica de este ensayo que recorre su historia tratándola como la dolencia viva que es y analizando cómo se alimenta de factores ambientales/sociales de diversa índole, desde la clase económica hasta el género. En la introducción se hace alusión a su definición como «epidemia moderna» o, según señaló The Economist, «la lepra del siglo XXI», dando a entender que puede ser dañina, contagiosa y universal. De alguna forma, «el miedo a la soledad crea soledad» y así «se convierte en un riesgo inherente al ser humano, en lugar de una desconexión fundamental entre el individuo y las estructuras y expectativas sociales» en el sistema neoliberal imperante, donde se la noción de comunidad se deprecia. Fay Bound Alberti, historiadora cultural especializada en el vínculo entre emociones y medicina, se sintió atraída hacia este tema mientras investigaba sobre los trasplantes de cara y las historias de aislamiento social (¿les suena?) ligadas a ello; por eso decide explorar los significados de la soledad en los contextos social, psicológico, socioeconómico y filosófico, incluido el «gran interés político por el coste financiero» de lo que se considera una enfermedad, un mal sin cura conocida y, desde luego, una carga. La académica no presenta la soledad como un estado emocional único, sino un cúmulo subjetivo de emociones que tiene que ver tanto con la mente como con el cuerpo, y por eso varía en función de la etapa vital. Hay soledad asociada a la nostalgia, pero también la hay crónica —desde la infancia—, como en el caso de Sylvia Plath. Del caso de la autora de La campana de cristal pasamos en este ensayo a la soledad derivada del amor romántico en obras como Cumbres borrascosas o Crepúsculo, y de ahí a la soledad por viudedad, por el efecto FOMO de redes sociales como «Tristagram», la vejez, el sinhogarismo, la escasez material en tiempos de consumo desenfrenado o la soledad creativa de Woolf, Wordsworth o Sarton. Incluso un grupo tan popular como los Beatles, citados en estas páginas, mostró su preocupación por este asunto, hace más de medio siglo, en su mítica Eleanor Rigby: «Ah, look at all the lonely people».
El Ángel de la Paz y otros relatos, de Mercedes de Pablos (Renacimiento)
Madrileña residente en Sevilla, con una amplia trayectoria como periodista y gestora cultural, Mercedes de Pablos siempre ha destacado por su habilidad para hacer fascinante cualquier historia, como saben quienes la conocen o la han escuchado en sus años de radio o, de forma más reciente, en algún acto público. También estarán al tanto de sus dotes como narradora quienes leyeron su primer libro de relatos, Ajuste de cuentos, publicado en 2011. Ahora, de nuevo Renacimiento, a través de su colección Espuela de Plata, se encarga de publicar esta otra recopilación de historias cortas en las que vuelve a brillar la agilidad de su prosa y un estilo entre lo certero y lo irónico, casi siempre revelador de las contradicciones humanas. Los personajes de este libro, en efecto, presentan más de una cara (como suele ocurrir en la realidad) y solo por eso merecen que, en caso de juzgarlos moralmente —la autora se abstiene de hacerlo— se haga con doble rasero; y por eso, también, a veces nos re-presentan. El relato que da título al conjunto, que evoca el atentado de un grupo antifranquista en 1976 contra El Ángel de la Victoria y la Paz de Valdepeñas, diseñado por el autor del Valle de los Caídos en homenaje al Caudillo tras la Guerra Civil, tiene de fondo una reflexión sobre nuestra corta memoria histórica: «Así, apenas unos hierros que sostienen dos alas, permanece, a la vista de todos, desde la carretera que ya no es nacional, que es autovía. A ellos, a sus siglas, sus identidades verdaderas y falsas la Historia los ha olvidado». En La maleta, homenaje a la escritora y periodista exiliada Luisa Carnés —de la que precisamente Renacimiento ha publicado varias de sus obras y sus memorias—, narra el primer día de una joven enfermera en una clínica geriátrica (esas donde tanto se han sentido los estragos de la pandemia) y el desencanto ante la actitud de los familiares de uno de los residentes: «No te lo puedes tomar como algo personal, tu compañera tiene razón, no sabemos nada. Detrás de cada familia hay una historia», le advierten, y de alguna forma De Pablos parece aplicarse el mismo cuento en estas páginas. De familias —en deconstrucción— habla De repente, donde un político al que sacan de la lista electoral en pos de la paridad de género acaba mostrando la furia del macho amenazado («Una mierda para las cuotas», exclamará) y el fin de todo su discurso igualitario. Y es que, pese a la presencia constante del humor, la crueldad de nuestra especie también se manifiesta en estas páginas, como al inicio de Azul como el gato: «Alguien mató a mi gato una tarde, ese alguien se divirtió tirando perdigones a su cuerpo de cuatro meses». Son solo algunos destacados dentro de un conjunto marcado por los encuentros y los desencuentros más o menos fortuitos de sus personajes, consigo mismos o con personas que ya no son quienes eran o quienes creían ser: «Me he acordado muchísimo de ti, qué lástima, qué pena tan grande». Junto a sus habituales referencias cinéfilas figura la omnipresencia del pasado, no desde un punto de vista nostálgico («La infancia es la patria, menuda estafa», comienza Fátima), sino acaso como necesidad de poner cierre, aunque sea abierto, a las historias, a la historia personal. Entre relatos que describen las secuelas de la religión, la mala educación, la herencia emocional o la culpa, avanza un libro que, en esencia, plantea desde cierta ligereza un tema tan hondo como el de la conciencia crítica frente a eso de «vivir demandando unos derechos que se alimentan de la falta de derechos de otros, la amenaza apocalíptica y nada improbable de Latouche asegurando que no hemos matado a la gallina de los huevos de oro sino a todas las gallinas y gallos posibles». Mercedes de Pablos observa, apunta y dispara donde más duele.
George Sand: hija del siglo, de Séverine Vidal y Kim Consigny (Garbuix Books)
Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, que en el siglo XIX se ganó fama como novelista bajo el alias de George Sand (apellido ficticio que llegaría a pervivir en su progenie), no solo fue clave en la evolución de la literatura del romanticismo, sino también como catalizadora de las revoluciones sociales y políticas de su convulso tiempo, tanto del lado de la clase obrera como de la lucha —pionera por entonces— por la igualdad de género. Su apasionante biografía, donde esa trayectoria profesional y activista se funde con su personalidad transgresora y adelantada a aquella época, sirven de base a este cómic que nos llega en magnífica edición de Garbuix Books. Más de 300 páginas recorren su peripecia vital desde los años de infancia hasta su muerte en 1876, plasmando entre medias su transgresión de los estereotipos de género, sus diversas relaciones sentimentales con ambos sexos, sus ideales subversivos y, en fin, su conducta social excepcional en un contexto tan rígido como el de entonces; pugnas que también alimentaron su obra, como se muestra en alguna cita textual: «El matrimonio es el objetivo supremo del amor. Cuando ya no queda amor, queda el sacrificio. Muy bien para quien entiende el sacrificio». El tándem formado por la guionista Séverine Vidal y la joven dibujante Kim Consigny, ambas con experiencia previa como autoras de libros juveniles e infantiles, logra conferir el tono justo a la altura intelectual y la intensidad dramática de la autora francesa, que tan buen modelo podría representar en ciertos aspectos para las nuevas generaciones de lectores. En ese sentido, la elección de narrar la vida de una creadora no tan notoria hoy en día, pese a la popularidad que sí alcanzó en vida, supone un riesgo y, finalmente, un acierto, dado que se difunde así la provocadora visión de las convenciones de género que encierran sus ficciones: «La mujer a la que ama es de entre todas la más valiente, la más magnánima, la más entregada. Pedidle todo aquello que sea grande, […] pero no le pidáis la sangre de un inocente, porque os la dará, no le prescribáis el vicio, el deshonor, la traición, el adulterio, porque os obedecerá». La sencillez del trazo de Consigny se complementa bien con viñetas amplias donde la escritura y las ansias de liberación (creativa y amorosa) de Sand, su pasión incontenible y su insólita valentía, parecen desbordar la composición de los cuadros. Como atractivo añadido, este cómic contiene algunos reveladores pasajes de Historia de mi vida, sus memorias publicadas en 1855: «Admito que escribía rápido, de corrido, mucho rato, sin cansarme […]; que, en mi vida de recogimiento, observé mucho y comprendí muy bien los caracteres que el azar hizo desfilar ante mí y que, en consecuencia, conocía bien la naturaleza humana para poder describirla». Cualidad fundamental en todo buen escritor, o escritora.
Damas, diosas y musas, de Félix Ruiz de la Puerta (Ediciones Asimétricas)
Bajo el subtítulo Encuentros con lo femenino en el arte, hay algo de quimérico en este ensayo que aspira a apresar en sus páginas una simbología de la imagen de la mujer en la historia de la creación artística, lo que podría dar para varios tomos. No obstante, su acierto reside en no regirse por una voluntad totalizadora, sino (de)mostrar en algunos pasajes de esa historiografía cómo «la vitalidad de lo femenino», permanente, se acaba imponiendo al presupuesto vigor masculino, efímero. El doctor en filosofía Félix Ruiz de la Puerta, también investigador en campos diversos como la arquitectura, la jardinería, el cine y otras artes, trata en ese sentido de sumar reflexión a su análisis y, como en otros de sus trabajos académicos, abarcar la complejidad del pensamiento que se quiere humanista, más allá del ámbito específico de estudio. Aquí emprende un recorrido que parte de las famosas Venus esculpidas en el paleolítico y la figuración mítica de la representación femenina, para desde ahí itinerar por los rasgos de la femineidad clásica en las antiguas villas romanas en torno a Pompeya; la visión japonesa de la belleza en los relatos de Genji Monogatari, acaso la novela más remota de la historia, y el origen de una estética y una erótica precisas; la no menos sumisa, lánguida y hasta «narcotizada» imagen de la mujer en las pinturas de Albert Moore y Dante Gabriel Rossetti; la avanzada concepción de la naturaleza femenina en la obra de Gustav Klimt; las estilizadas y sofisticadas mujeres de ilustradores gráficos españoles como Rafael de Penagos o fotógrafos como Edward Steichen; y la feminidad libre, marcada por una sensualidad geométrica, de una artista —mujer— tan rompedora como Tamara de Lempicka. Desde las primeras manifestaciones, observa el autor que «los impulsos masculinos siempre están proyectando el yo en el medio, intentando controlar el espacio con la búsqueda de una adecuación de las formas a su manera de sentir». A ese respecto, uno de los muchos valores de este libro es cómo proyecta ideas a priori concernientes a otras épocas sobre la sociedad contemporánea, para que nos preguntemos quién detenta el relato artístico de lo femenino: «La mujer victoriana no logró alcanzar la libertad y dar contenido a su cuerpo y a su sexualidad, pero no fue porque ella no quisiera, sino porque la sociedad estaba regida por patrones masculinos que no veían con buenos ojos el despertar de lo femenino. […] Que no nos engañen nuestros ojos porque lo que se revela en la pintura no evoca la realidad. […] se dibuja a una mujer soñada en la fantasía emocional del pintor». Cuestiones que tienen aún amplias resonancias en el mundo de hoy.
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