Entrevistas Analógica

Rafael Jurado Arroyo: «Emigrar no es una aventura, es una necesidad»

Rafael Jurado Arroyo, en la antigua estación de San Bernardo, en Sevilla.
Reportaje fotográfico: Manuel González Luján

Rafael Jurado Arroyo (Córdoba, 1970) ha aunado sus dos pasiones, la literatura y la imagen, en un proyecto cuyo hito más reciente es la publicación de un libro. Obra de difícil clasificación, Raíles y maletas (Fundación José Manuel Lara, 2024; en colaboración con la Consejería de Presidencia de la Junta de Andalucía) cuenta, a través de una serie de fotografías familiares de sus protagonistas, el fenómeno de la emigración andaluza entre 1950 y 1980, haciendo de sus vivencias un relato.

Gestor cultural de amplísima trayectoria y director de la Feria del Libro de Sevilla desde 2021, Jurado nunca ha dejado del todo en los últimos diez años esta iniciativa, la más personal de su carrera. No solo por ser hijo de emigrantes retornados, sino por la confianza que en él han depositado esas personas, que han querido ceder fotos y recuerdos para que alguien lo cuente. A ellas les da voz y reconocimiento un proyecto cuyas próximas paradas prevén la realización de un documental y nuevas exposiciones, quién sabe si en las ciudades europeas que fueron destino. Una forma de cerrar ese diálogo, o de reabrirlo.

Este proyecto, cuya más reciente fase es la publicación del libro, viene de largo. ¿En qué momento concebiste la idea?

En la Navidad de 2014, me acuerdo bien. Estábamos en casa celebrando la típica reunión familiar y repasando las fotos, sobre todo por enseñárselas a las niñas. Y, de repente, empiezo a mirar las fotos de mis padres en Alemania y las veo de forma diferente. Fue casi una epifanía; había visto las fotos mil veces, y de repente me digo «aquí hay algo que se me escapa». Las empecé a mirar más como historiador, ya no las veía como fotos de familia. Me empecé a dar cuenta de que no eran como las de recuerdo que se hacen habitualmente, sino que tenían un objetivo: querían contar su periplo migratorio.

Supongo que ese momento de revelación vino acompañado de preguntas a tus familiares, aunque conocerías esa historia y no sé hasta qué punto la recuerdas.

Yo volví con cuatro años, así que conservo solo algunos fogonazos. Recuerdo perfectamente cuando mi padre me llevó en tranvía al centro de Frankfurt, porque era algo muy novedoso entonces. O cuando me llevó a un entrenamiento de la selección alemana, era el Mundial del 74. Recuerdo también las nevadas. Y las reuniones de emigrantes, que había muchísimas. En fin, tengo flashes sueltos, pero ni tiré de recuerdos ni les pregunté a ellos. Pensé que debían existir más historias como esta y directamente empecé a buscar pistas para contactar con emigrantes. Funcionó, porque una de las grandes sorpresas de este proyecto es cómo la gente te abre su casa, te da sus fotos, y cuando me empezaron a llegar y vi la similitud que había en cuanto a temáticas y al mensaje que querían lanzar, lo tuve claro: ahí había un relato, y en eso basé el proyecto que presenté a la Bienal.

La Bienal de Fotografía de Córdoba de 2015, que supuso el primer hito del proyecto.

Sí, entró en la programación paralela, no la oficial, pero fue la exposición más vista de esas secciones. La hicimos en la sala CajaSur y la verdad es que funcionó muy bien. A raíz de aquello pensé que, si ese fenómeno de la emigración se había dado en Córdoba, había tenido que pasar también en el resto de Andalucía. Así que, después de un parón de dos años, porque afortunadamente tuve bastante trabajo, empecé a abrir el proyecto y a rescatar fotos del resto de provincias, y en 2019 veo que puedo montar una exposición a nivel andaluz, mucho más amplia y más trabajada. Por entonces firmé un convenio de colaboración con la Federación Andaluza de Asociaciones de Emigrantes Retornados, quienes desde el principio apoyaron el proyecto y me ayudaron muchísimo. Más tarde vendría la pandemia, que aproveché para documentarme, investigar el contexto histórico y hacer entrevistas telefónicas. Finalmente, en septiembre de 2022 se inauguró la exposición en el Museo de la Autonomía de Andalucía.

¿Te planteaste alguna vez este proyecto en clave más íntima, atendiendo quizá a estos tiempos tan propicios para la mirada subjetiva? Las menciones a tu padre («El Córdoba») no adquieren protagonismo en el relato general.

Justamente huí de ese enfoque. Lo menciono porque no voy a ocultarlo y porque creo que es importante saber que soy hijo de emigrantes y que, en ese sentido, junto con mi experiencia como historiador que ha trabajado mucho en torno a la historia contemporánea de España, estoy doblemente validado. A ver, está mi padre, está mi tío José, mi tío Elio, la tía Antonia, la tía Teresa, aunque solo iba a la vendimia en Francia… Buena parte de mi familia han sido emigrantes y casi podía haber hecho un proyecto con eso, pero no era el objetivo. Es más, fíjate si puse un filtro a lo personal que yo miraba a mi padre y ya no veía a mi padre; veía a «El Córdoba» de aquellas fotos, veía a un chaval de veinticinco años con ganas de cambiar de vida y comerse el mundo.

En cuanto al tono, a mí me venía a la cabeza cierto tipo de documental en primera persona (a lo Agnès Varda o Werner Herzog), porque esa mirada que parte de las microhistorias cotidianas para irse alejando en la perspectiva me lleva más al cine que a la literatura. ¿Tenías algún referente literario al iniciar este libro difícil de clasificar?

Quería hacer algo diferente al ensayo académico o incluso al reportaje periodístico. La emigración no se ha tratado mucho y siempre ha sido desde un enfoque más bien sociológico. Si uno coge los manuales de historia de España, las referencias son mínimas. En los más potentes, apenas hay un párrafo dedicado a la emigración española: la despachan con una referencia muy breve a la aportación económica, el dato de que salieron dos millones de españoles a Europa, el milagro alemán y poco más. Yo no sabía muy bien el formato que quería, pero sí tenía clara la estructura. Quería hacer primero un acercamiento a la fotografía, a eso que reivindico de la «intrahistoria», porque soy un fiel seguidor de Unamuno, como literato y como pensador, y me interesaba esa idea de acercarme a lo más íntimo para ver que todos tenemos algo en común y que esas experiencias forman parte de una globalidad. Luego quería plantear un contexto histórico medido, porque pretendía aportar datos y esbozar una serie de cuestiones coyunturales, pero sin extenderme demasiado. Y finalmente estaba la parte humana, que para mí es muy importante. En primer lugar, por dar voz a esos emigrantes. Si a nivel historiográfico no está el tema bien tratado, a nivel de justicia social es un colectivo al que le han negado su sitio. Se les debe un reconocimiento, y yo de algún modo pretendía dárselo.

«Raíles y maletas» aborda el fenómeno de la emigración andaluza entre 1950 y 1980

Este proyecto tiene dos pilares. Por un lado, tu pasión por las letras, y más concretamente por la narrativa. Mencionas mucho la idea de relato, y supongo que a estas imágenes lo que les faltaba era ese pie de foto que tú les escribes.

Una vez que pasan miles de fotos por tus manos, el primer trabajo es de sistematización. Sí es verdad que yo tenía muy claros, casi desde la exposición en la Bienal, los grupos temáticos que quería hacer y que, con el tiempo, al ir rescatando material gráfico, esa primera idea se fue fortaleciendo. Te das cuenta de que da igual que hubieran salido de una aldea de Almería o de la campiña de Sevilla, que se hubieran ido a Frankfurt o a Bruselas. La tipología de las fotos y de los mensajes se repite, y a partir de esos grupos y de la observación se hace más fácil dar con ese relato, aunque el relato no lo creo yo. Lo que realmente hago es eso que dices, ponerles un pie de foto para narrarlas.

El otro pilar diría que es tu pasión por la imagen, y no deja de ser curioso que, en una época en la que estamos saturados, tú reivindiques su valor.

Hay dos factores. Primero, me interesaba mucho diferenciar la época actual, en la que tiramos mil fotos con un móvil y nos quedamos con la que nos gusta, por lo que en muchos casos no hay una preparación ni un objetivo, del valor que tenía la fotografía en el siglo XX. Si pensamos en la guerra de Vietnam, y fíjate si hemos visto documentales, reportajes periodísticos y películas sobre ella, la primera imagen que te viene a la cabeza es la famosa foto de la niña corriendo con el cuerpo destrozado por el napalm. Este tipo de imágenes tienen un peso histórico y documental, y eso en parte se ha perdido. Por otro lado, afortunadamente desde hace tiempo ya se reivindican las fotografías caseras, que en el cine equivaldrían a las llamadas home movies. Hasta hace poco solo se otorgaba valor documental a las fotos que tenían… cuánto, ¿un siglo de antigüedad?, pero si eran más recientes no se las tenía en consideración. Ahora se les está dando valor, quizá también porque estamos perdiendo costumbres o hasta la propia arquitectura de las ciudades.

Resulta difícil pensar que las imágenes de hoy algún día vayan a constituir un documento social, aunque supongo que lo serán en algún caso.

Hoy día lo que tenemos es mucha pose, demasiada. Ahora mismo hablamos de fotografías y todos pensamos en redes sociales, ¿no? Y no sé hasta qué punto podrán ser consideradas en el futuro como un documento válido para hablar de nuestra sociedad o de los tiempos que corren; aunque la pose quizá sí los defina [ríe].

Supongo que, más allá de que algunas fotos hablan por sí mismas, los testimonios te dieron mucho contexto. ¿Es eso lo que no se encuentra en otros libros sobre el fenómeno migratorio español?

Al mirar con los protagonistas las fotografías y escuchar su narración, encontré algo importante, y es que lo que podríamos considerar meras anécdotas son en realidad muy reveladoras. Como esa señora que cuenta que, siendo niña, vio en su pueblo a la hija de los señoritos beber Coca-Cola, que ella no podía comprarse, y cuando de repente tiene un poder adquisitivo superior dice «voy a estar todo el día bebiendo Coca-Cola». No me parece algo trivial. O el hecho de que en España muy pocas familias tuvieran cámaras de fotos, porque el revelado era caro, y aquellos emigrantes sí. A lo mejor es algo que desconocen las nuevas generaciones, pero todo eso es significativo. Igual que algunos silencios de los familiares, que a lo mejor te están diciendo que esa persona no solamente emigró por una mejora económica, aunque era una parte importante, sino también porque su condición sexual iba a ser más fácilmente tolerada en el extranjero que en España. Para mí era muy valioso que todas esas voces y esas vivencias nos dieran una visión de conjunto del país que dejaron y de las iniciativas que emprendieron en el de destino.

Una de las cosas que me gustan del proyecto es que no incide en la nostalgia.

Sabemos que para aquellos emigrantes la experiencia supuso un esfuerzo enorme, que la gran mayoría pasaron penalidades, que había oficios durísimos, pero es que en la foto de los mineros en Gelsenkirchen, con la cara llena de carbón, salen sonriendo. Eso ya te está contando algo, y es que su vida en España era todavía más miserable. Porque a lo mejor era gente que no comía todos los días, como me han contado algunos. Gente que trabajaba en el cortijo y me han dicho: «Es que pasaban el plato de garbanzos y me quedaba con hambre». También me interesaba incluir fotos de los que se fueron con una maleta de cartón y luego, en los retornos temporales, volvían en avión directamente, de Frankfurt a Madrid y de Madrid al aeropuerto de Córdoba, que en esa época funcionaba. No escatimaban en recursos. En contraste hay fotos muy duras pero también son semblanzas reales, como la de esa señora que está cocinando con un hornillo en una buhardilla de París o las de esos hombres lavando su ropa en el fregadero o fregando ollas en el lavabo, en las que además trasciende otro mensaje: probablemente ni habían cocinado, ni habían planchado, ni habían lavado un plato en su vida, porque era trabajo de mujeres. Me interesa reflejar esa dureza, pero no que todo era un drama. Hay una foto con una señora lavando en una cubeta, que debía de estar partiéndose los riñones, y sin embargo sale sonriendo.

En tu amplia trayectoria como gestor cultural, no sé si este podría ser tu proyecto más personal, y a la vez muy colectivo o participativo. ¿Cómo de difícil y satisfactorio ha sido el largo proceso de gestación?

Creo que sí, que es el más personal, sobre todo porque al estar en contacto directo y hacer partícipes del proyecto a los emigrantes, se ha creado ahí un hilo que perdura en el tiempo. Es un proyecto que nunca he dejado en estos diez años, aun habiendo trabajado en otros y en ciudades diferentes. Siempre ha estado ahí, sería absurdo decir que no es algo personal. Yo soy muy tenaz, y he seguido en esta pelea sabiendo que iba a tardar pero que lo iba a sacar adelante. Me quedan todavía un par de hitos importantes, pero seguiré trabajando porque salgan adelante. Y luego hay una cosa que te da muchísima energía, que es hablar con ellos. Me han pasado cosas alucinantes, como cuando fui a casa de Pepita [Josefa Gil] y esta señora, que apenas me acababa de conocer, me da su álbum de fotos. Entonces le digo: «No, Josefa, yo no me puedo llevar su álbum, estos son sus recuerdos. Hacemos un listado, las numeramos, usted me firma un trámite para que quede constancia formal…». Y ella: «No, no, llévatelo». Y yo: «Pero es que esto es su vida». Y ella me dice: «Pero es que yo quiero que alguien lo cuente».

Imagino que a partir de la publicación de este libro habréis retomado el contacto y habrás recibido su agradecimiento por verse reconocidos en estas páginas.

Claro, cuando los he ido llamando y les he dicho que por fin se publicaba el libro, la verdad es que estaban entusiasmados. Ha pasado tiempo y, por desgracia, algunos de ellos faltan. Varios faltarán, pero vamos a seguir remando para que se los reconozca.

Las entrevistas del epílogo abren el proyecto a otras lecturas. ¿Te parecía importante esa noción de que el sentido de una imagen se completa con la mirada de quien la interpreta?

Sí, obviamente cada imagen puede tener una interpretación diferente, dependiendo de quién la mire y hasta del momento en que la miren. Pero sí es verdad que, al hablar con los emigrantes, me daba cuenta de que los puntos en común surgían justamente de su conexión con la propia imagen. Hay una anécdota significativa que cuento en el libro, cuando en la exposición veo a aquel hombre mirando las fotos con las lágrimas saltadas, y me acerco a preguntarle por su familia y me dice: «No, si estoy llorando porque veo que los demás han vivido lo mismo que yo». Es cierto que, en un momento dado, decido abrir el proyecto a otras personas, por el hecho mismo de llevar tanto tiempo trabajándolo y estar tan metido en el tema. Me parecía interesante tener miradas exteriores y, por mi conexión personal con el cine y ya que estaba hablando de relatos visuales, pensé en buscar a un director que supiera acerca de contar historias, y ahí surgió la figura de Alberto Rodríguez. El testimonio de una fotógrafa me parecía imprescindible, y en ese sentido, Remedios Malvárez me dio unas pautas de interpretación muy buenas. Por ejemplo, en la fotografía que antes comentaba de la mujer cocinando en la buhardilla, me decía que parecía hecha por un profesional: ¿Cómo buscó el encuadre? ¿Cómo se colocó para hacer la foto a esa altura? ¿Cómo disparó justo en el momento en que la protagonista se giraba? También me interesaba la visión de una periodista cultural, y Alicia Almárcegui trabaja en el Centro de Estudios Andaluces, por lo que es especialista en la identidad de la región; pero además ella no es de aquí, así que tiene otra visión. Y finalmente Antonio Manuel Rodríguez, siempre tan reivindicativo con lo andaluz, iba directo a ese componente en las fotos.

Creo que fue a partir de hablar con ellos que te pusiste a releer las teorías sobre la imagen de Roland Barthes.

Sí, surgió hablando con Alberto [Rodríguez], me acuerdo perfectamente, estábamos entrando a la gala de los Premios ASECAN. Habíamos quedado justo un par de días después para comentar las fotos, y de repente me suelta: «Bueno, hablaremos de Barthes, ¿no?». Y yo te aseguro que no lo tenía en mente. Lo había leído en la época de la facultad, pero oír su nombre en relación al proyecto me pilló un poco por sorpresa y me quedé callado. Y dice Alberto: «De Barthes se sigue hablando, ¿no? ¿O ya no está de moda?». Cuando volví a casa ese mismo día empecé a buscar en casa; en efecto tenía el libro de La cámara lúcida y empecé a releerlo. Y la verdad es que me vino muy bien, porque yo me había estado basando en textos de Susan Sontag y de otros autores que tenía más presentes o había leído más recientemente, pero el de Barthes es un enfoque muy particular.

Uno de los aciertos del libro, en mi opinión, es justamente ese proceso un poco a la inversa de lo habitual, yendo de la práctica, de lo experiencial, a la teoría o la documentación como apoyo o complemento: no tomas tu discurso teórico y tratas de encajar ahí la experiencia de esta gente, sino al revés.

Pues sí señor, creo que esa es la clave. En ninguna entrevista me lo han planteado en esos términos y no suelo contar mucho acerca de mi metodología de trabajo, pero es exactamente como dices. No quería empezar a basarme en teorías para construir sobre ellas el libro. De hecho, incluso el contexto histórico lo hice de ese modo; es decir, yo sé por qué sale esta gente de España, por qué se produce el fenómeno migratorio, conozco perfectamente las reformas que hace el régimen a partir de los años cincuenta y sesenta, sé lo que pasa en Europa… así que empecé a construir el contexto y solo más tarde fui buscando apoyos teóricos. Aunque no es una parte muy amplia, para mí si era importante ofrecer datos. Y tuve la enorme suerte de conseguir los informes estadísticos del Instituto Español de Emigración, que solamente hablan de la emigración regulada, pero son muy fiables en ciertos aspectos y aportan mucha información.

El cine está muy presente en todo el libro (desde el prefacio al epílogo), y yo pensaba que en estas imágenes hay casi más de neorrealismo italiano que de ¡Vente a alemania, Pepe! Con el material gráfico recogido en estos años estás preparando un documental, ¿en qué fase está y qué enfoque le quieres dar?

Tengo una estructura medianamente armada, pero quiero ver adónde me llevan los testimonios, volver a hacer las entrevistas, con un enfoque audiovisual, evidentemente, y darles una nueva forma. Referentes cinematográficos sobre este tema y esta época no hay muchos y tampoco son muy aprovechables. Hay un documental de hace unos años, El tren de la memoria, que está bien, pero no es esa mi idea. Mi intención es que sean las propias fotografías y los testimonios los que me vayan llevando. Sí tengo claro de dónde a dónde quiero ir, geográficamente: dos referentes de partida en España y un destino común en el extranjero. Quiero ver cómo esos dos puntos confluyen en uno, y de ahí se formaliza una historia. Es verdad que mientras veía las fotos pensaba «esto es como una película»: el viaje, el trabajo, los amigos, la mejora económica, el consumo, el ocio, el retorno. Se puede trazar casi un planteamiento, nudo y desenlace en muchas de estas historias.

Rafael Jurado Arroyo: «A los emigrantes se les debe un reconocimiento»

Hay muchas cuestiones tratadas en Raíles y maletas que dialogan con el presente, como la relación entre emigración y turismo en el marco de la sociedad de consumo, que defines como las dos caras de una moneda.

He querido separar emigración de exilio en este proyecto, pero hay un componente político subyacente que es indudable. A lo mejor el que no encontraba trabajo en el campo no lo hacía porque era hijo de republicano. O lo que te comentaba antes, muchos casos condicionados por la orientación sexual y que salieron buscando otra vida. Es un tema con muchas aristas, pero hay una balanza entre el turismo y la emigración que el régimen supo manejar muy hábilmente para sus intereses. Aunque, en el fondo, parte de la sociedad contemporánea que somos se debe a esos dos factores. Sin el turismo, España no se habría desarrollado económicamente ni se habría abierto tanto al exterior. Y con la emigración ocurre exactamente igual, basta ver los provechosos convenios que firmaba el régimen con otros países. Por eso me interesaba incluir datos económicos que creo son muy indicativos. De hecho, hay más escrito sobre emigración en manuales de economía que en los de historia. Pero hay un factor político determinante, y no es casual que se creara el Instituto Español de Emigración. En el gobierno dicen: «Señores, esto se está moviendo, vamos a regularlo, vamos a controlarlo».

Las migraciones hoy son un tema controvertido, por el discurso ultranacionalista, de un lado, y la necesidad de contar con mano de obra extranjera, de otro.

Ese discurso está pervertido, y lo demuestran las cifras. Me hace mucha gracia cuando la gente que habla de emigración regulada dice: «Es que los españoles nos íbamos con contrato de trabajo». No señor; está demostrado que prácticamente la misma cantidad que salió con contrato de trabajo salió de forma irregular. O quizás un porcentaje algo menor, pero muy parecido. Si volvemos a los famosos dos millones de españoles que se han contabilizado como símbolo del fenómeno migratorio en la época que he acotado para el proyecto, el Instituto Español de Emigración tiene controlados un millón ciento y pico mil, así que el resto fueron ilegales. Pero se pervierten los hechos históricos para lanzar un mensaje interesado. Además, no creo que haya un paralelismo con la época actual, porque incluso centrándonos en las historias personales, no es lo mismo para quien tenga que irse de España hoy en día. Como cuando no sé qué ministro dijo que emigrar es una aventura; oiga, no, emigrar es una necesidad. Y si hablamos de los que llegan a nuestro país o a otros países de Europa, estamos hablando de gente que viene casi con una pena de muerte de su lugar de origen y con una necesidad tal que viajan en cualquier tipo de condiciones, jugándose la vida.

Hoy son ellos quienes mandan dinero a sus países. Más allá de todas las diferencias de contexto, lo que ha cambiado con el tiempo son los destinos de la emigración.

Claro, ahora nosotros somos receptores.

Dices que los emigrantes se adaptaron pero no se integraron en los países de destino. ¿Dirías que su principal problema entonces fue el desarraigo?

La idea de desarraigo ha sido una constante en los testimonios, porque en efecto una cosa es adaptarse y otra es integrarse. Creo que el sentimiento de identidad andaluza, en ese sentido, era justamente un ancla para ellos. En aquel contexto surgía la resiliencia del emigrante, pero no había una integración como tal, o se daba en muy pocos casos. Recuerdo un hombre que era albañil y tenía un montón de fotos con albañiles alemanes. Cuando le pregunté si aquellos eran sus compañeros de trabajo, me dice: «No, estos eran mis amigos», y empezó a enseñarme otras fotos viajando con ellos. Y luego hay gente, como por ejemplo Ángela [Benítez Muñoz], que experimentó un doble desarraigo. Primero se fueron su padre y su hermano, porque entonces era lo típico: los hombres emigraban, las mujeres se quedaban, y luego se hacía la llamada reunificación familiar. Cuando ella se marchó, tenía 12 años. Pasó allí toda su adolescencia y parte de la juventud, y con 19 años volvió. Es decir, primero se había tenido que despedir de su amiga de la infancia en España, y cuando ya tenía una vida hecha en Alemania, se tuvo que volver. Ese recuerdo, incluso más que el de la dureza de los trabajos, es el que le cambia el semblante a la mayoría.

En el epílogo, Remedios Malvárez habla de esa cara B de la emigración, las familias rotas, y Antonio Manuel es muy contundente señalando que se emigra sobre todo desde la España pobre (o empobrecida). ¿Manejaste datos de la situación económica regional?

No hay datos estadísticos oficiales, aunque sí he consultado algunos estudios universitarios que han trabajado sobre este tema y hablan de unos setecientos treinta mil emigrantes andaluces. Pero la prueba más evidente reside en el hecho de que en Andalucía es raro quien no tiene un familiar, un vecino o un conocido que haya sido emigrante. Tiene que ver con eso que mencionas de la España pobre y con su tradición de emigración, en la que también figuran Galicia, Extremadura y buena parte de La Mancha. Además, se debe a la reconversión agraria tan brutal de aquellos años, cuando el campo se empieza a mecanizar, desmontándose la estructura arcaica que tenía hasta entonces. Se crean los polos de desarrollo justamente en estas zonas y la emigración aparece como una posibilidad de exportar mano de obra.

Aunque tu libro no contempla el traslado por motivos políticos, hay un trasfondo de liberación a todos los niveles en muchas de estas historias. En el extranjero recibieron la dignidad que merecían, pero para algunos retornados, el regreso fue traumático. ¿El fin del franquismo fue relevante para que se decidieran a volver?

Incidió más la crisis del petróleo, que empieza en el 73, que el final del franquismo. Porque, además, en los países de destino cambia la legislación. Algunos empiezan a priorizar la contratación de trabajadores nacionales antes que extranjeros. Otros, sin llegar a hacer un cierre de fronteras, dejan de contratar mano de obra nueva. Evidentemente hay mucha gente que, llegado un punto, pensó que era el momento de volver a España, pero yo diría que primero siempre estaba la cuestión económica. Y luego hay otro factor, lo explico en el capítulo que titulo «Los herederos», que es el de muchas familias que regresaron cuando tenían que escolarizar a sus hijos. Es el caso de la mía, y también me he encontrado a mucha gente que, al ver que la familia crecía, decidieron volver. Creo que eso pesaba más que las circunstancias políticas, que sí están, por ejemplo, en el efecto llamada que se producía en Francia, donde había una cantidad enorme de exiliados. Además, es curioso porque esos exiliados a veces les buscaban trabajo a colegas españoles. Les decían: «Oye, estamos trabajando en tal fábrica y necesitan a gente». Y si estaban interesados, la fábrica los reclamaba como trabajadores a través del Instituto Español de Emigración. Es paradójico: todo partía de un exiliado y al final se canalizaba a través de un instrumento oficial del régimen.

Algunos rasgos que se destacan en el libro de aquellos emigrantes son «la tenacidad, la constancia, la lucha, la resistencia a las condiciones adversas». ¿Reflejar ese muestrario de valores en estas vidas era uno de tus objetivos?

Sí, eso sí lo había visto por cercanía, en la historia de mi propia familia. Todos los que habían emigrado, al retornar era gente que seguía teniendo iniciativa. Gente que se metía a emprender negocios o se movía muchísimo más que la parte de mi familia que no emigró, a los que veía más parados, más resignados. No sé si era espíritu de lucha o convicción, o que venían imbuidos del espíritu europeo, pero así lo percibía. Creo que funcionaba como una selección natural, y que algunos de los que emigraron eran los más decididos, los más valientes, los más arrojados o los más inconscientes. Y cuando volvieron seguían siendo así; no se dedicaban a vivir de la renta que se trajeron, sino que a lo mejor abrían una tienda o un bar. O, si volvían a su pueblo, compraban tierras. Lo notaba hablando con ellos, que tienen una disposición diferente, y eso que la gran mayoría son muy mayores.

Me ha llamado la atención especialmente el caso de Antonia Rodríguez.

Sí, porque ella se va a Suiza a trabajar a un hotel, la patrona le quita el pasaporte, la tiene medio secuestrada, y entonces Antonia hace el ardid de pedir que le escriban fingiendo que su madre se está muriendo para que la dejen volver… Es una historia increíble. Por cierto, es curioso, los que me han hablado peor de su experiencia como emigrantes han sido quienes trabajaron en la hostelería en Suiza. Y eso que lo solemos ver como un país muy bonito, casi idílico, pero justamente los comentarios de peor trato hacia el emigrante han venido de quienes estuvieron allí. Hablaban de las duras condiciones de trabajo y también de una forma de mirarles muy despectiva.

Creo que uno de los valores de tu proyecto es la importancia que concede al legado cultural de la emigración. ¿Cómo han recibido tus hijas (a las que dedicas el libro), o en general los lectores más jóvenes, estas historias?

Lo que he ido viendo en la gente más joven es, sobre todo, sorpresa, porque algunos podían tener una mínima referencia sobre este hecho histórico, y otros ni eso. También quizá porque, para quienes en general desconocen este episodio de nuestra historia, emigrantes son los que salen en el telediario, cruzando el Mediterráneo, así que les sorprende que tantísima gente se marchase del país entonces. Y por otra parte, creo que funciona bien entre lectores jóvenes, no ya por cómo está escrito ni por el enfoque, sino porque hay algo que es muy propio de estas generaciones: el componente visual. La fotografía es una ventana para todo el mundo, y un buen ejemplo de lo que les puedes transmitir a estos públicos más jóvenes en cuanto a las historias que encierra, desde una perspectiva personal o sociológica.

En tu implicación personal a lo largo de este proyecto, has ejercido una suerte de activismo e interlocución con las instituciones en la lucha por el reconocimiento de los emigrantes andaluces, que quizá culminó con tu trabajo para el Centro de Interpretación de Emigrantes y Retornados de Andalucía (CIERA).

Sí, justamente era el objetivo y por eso no he flaqueado en el empeño. Como te decía antes, para mí es una cuestión de justicia social. Y en ese sentido estoy muy agradecido tanto a la Consejería de Presidencia de la Junta de Andalucía como a la Fundación José Manuel Lara. Porque durante este tiempo, como te puedes imaginar, he tocado muchas puertas, y muchas se han cerrado. En algunas te decían que sí, que era un buen tema y que iban a estudiarlo; y en otras te decían «uf, ¿ahora vamos a hablar de emigración?». Para mí el fin de este proyecto era poner el foco en este tema, darle su espacio y sobre todo difundir esas historias personales que evidentemente son una muestra mínima dentro de los cientos de miles que ha habido, pero pueden resultar significativas. Eso es lo que me ha hecho estar ahí a pico y pala, incluso quitándome horas de otros trabajos. Y bueno, para alguien que trabaja en cultura y que es autónomo como yo, restar horas de trabajo supone restar también ganancias, pero no me pesa, y de hecho voy a seguir, porque creo que las dos fases que quedan son fundamentales. Independientemente de que se pueda hacer el documental, creo que los testimonios orales deberían grabarse y que habría que disponer de una plataforma digital donde puedan consultarse y sirvan para su estudio. Por otra parte, con todo el material que he recopilado habría que renovar las exposiciones y llevarlas por toda Andalucía, e incluso al exterior. Habría que llevarlas a las grandes ciudades europeas que fueron destinos de la emigración.

Para cerrar el diálogo, o quizá reabrirlo.

Claro. Ahora tenemos a segundas y terceras generaciones de españoles que viven en el extranjero, como esos futbolistas descendientes de españoles que juegan en la selección francesa. Mucha gente no sabe que sus nombres vienen de la emigración.

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