Horas críticas

Libros de la semana #18

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos, de Ana Llurba (WunderKammer)

«Este cuento sigue siendo real. La mayoría de las mujeres que recuerdan haber despertado, recuerdan haber dormido, haber sido dormidas». Esta cita de Hélène Cixous es una de las que introduce un excelente ensayo en torno a los cuentos de hadas, en el que la escritora y docente especializada en teoría literaria y literatura comparada Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980), que antes había publicado libros de poesía, novela y relatos, adopta este género no tanto para hacer arqueología como una revisión crítica de este tipo de narraciones. Inspirada por una antología de la autora y folklorista inglesa Angela Carter publicada en la década de 1990 —aquí nos llegó de la mano de Impedimenta en 2016—, compone un itinerario que comienza analizando quiénes nos han trasladado tales historias y cuánto distan de sus originales orales. No en vano, los cuentos clásicos variaron mucho, tendiendo a suavizarse para públicos infantiles, ya que en su raíz los argumentos eran para adultos y se cebaban incluso en la crueldad y la violencia. De ahí surge una galería de personajes femeninos arquetípicos que incluye a las horribles y locas madrastras, las princesas que sufren algún tipo de abuso, las niñas que se desvían de la senda recta por una curiosidad imperdonable y aprenden la lección, o los muchos casos de incesto, trauma y desencanto, todos los cuales han quedado grabados en nuestro imaginario, aunque fuese a través de las edulcoradas adaptaciones Disney. Centrando su mirada en la literatura y el cine, principalmente, pero también en otras artes, así como en las teorías que se han aplicado al tema desde ámbitos como el psicoanálisis, la antropología o la lingüística estructural, Llurba repasa las nuevas formas que los cuentos están tomando en los últimos años: el castigo de la independencia femenina ha sido tratado por autoras como Margaret Atwood o Helen Oyeyemi; las fábulas de fondo menstrual, por Kiki Smith o Cristina Fernández Cubas; la violencia y el abuso latentes, por Anne Sexton u Otessa Moshfegh; los espejos como metáfora de identidad social, por Kristen Roupenian; el mito de las brujas y su eterno retorno, por Mariana Enriquez o Dubravka Ugrešić; el folklore decolonial, en fin, por Rita Indiana o Morehshin Allahyari. «Todas estas relecturas, reescrituras, nuevas versiones o reboots realizadas a contrapelo de las versiones oficiales no solo revisan, releen y reescriben, sino que propulsan un salto hacia adelante: la apertura de nuevos horizontes de expectativas, de nuevos confines, nuevas proyecciones de futuro. Quizá develen mucho más que finales alternativos para viejos comienzos», escribe la autora argentina, dirigiéndose hacia el final a la lectora de esta lúcida obra para que siga alimentando «esta máquina insaciable con narraciones futuras más desprejuiciadas y, ojalá, más liberadoras».

 

Departamento de Homicidios. Una memoria de la España negra, de Cruz Morcillo (Libros del KO)

Como en una de las estupendas series true crime que proliferan estos días en las plataformas audiovisuales, Departamento de Homicidios pone al descubierto, en un ejercicio de sana transparencia, la labor detectivesca y su evolución en los últimos tiempos, la red de intrincados y a veces peliagudos vínculos entre la investigación y los medios de comunicación, así como el día a día de esa particular «tribu» que integran todos los profesionales envueltos en la búsqueda de alguna clase de justicia. La reputada periodista Cruz Morcillo (Castellar, 1973), especialista en sucesos e información policial del diario ABC que ha escrito otros interesantes libros de no ficción en torno a estas temáticas, realiza aquí una divulgativa crónica de la España subterránea y letal a partir del relato de dos agentes de la policía judicial y dos guardias civiles acerca de nuestros asesinatos más infaustamente célebres de los últimos años. Con estilo directo y sin endulzar el relato, narran desde sus «primeros muertos» al arte de interrogar, pasando por los casos más olvidados, los más diabólicos, aquellos cuyas víctimas incluyeron a niños o los de desapariciones. Emerge de esos testimonios una cierta nostalgia por las maneras de la vieja escuela policial: «Éramos muy pesados. Nos convertíamos en la sombra del sospechoso. Nos emborrachábamos con él o con sus amigos en el pub. Te acercabas hasta el demonio, si hacía falta. Se llama recursos humanos». No en vano, hay algunas interesantes reflexiones sobre la excesiva fe en la técnica actual y el desprecio hacia la propia capacidad investigadora (conocer la vida de los sospechosos, preguntar a diestro y siniestro…): «Cuesta imaginarlo, pero las cárceles han acogido a miles de asesinos condenados sin complementos técnicos ni pruebas científicas, o al menos no como prevalecen ahora». También parece echar de menos la autora ese periodismo de calle que se hacía antes, que ella defiende como el más auténtico, motivo por el cual aprovecha esta publicación para agradecer su labor a sus colegas suceseros: «No somos los más exquisitos y tal vez no se nos pueda llevar a una recepción diplomática, pero en el barro no hay quien nos dispute la presa». Precisamente es esa experiencia propia y directa la que permite a Morcillo, en esta nueva muestra de buen periodismo narrativo por parte de la editorial Libros del KO, hurgar en el trasfondo humano de estos casos tan incomprensibles —por lo atroz— en ocasiones, detrás de los cuales suelen hallarse no tanto simples monstruos como hechos bastante comunes a nuestra experiencia: los reveses, los traumas, los espantos de un mundo que no perdona una.

 

El lazarillo español, de Ciro Bayo (Drácena)

«Solo el ponerse bajo la protección de la santa curiosidad hace a los desarraigados, a los aventureros, a los filósofos trashumantes, nobles por el espíritu y por la fortaleza del corazón». Con esta premisa emprendió Ciro Bayo y Segurola (Madrid, 1859-1939) la que es, sin duda, su obra más emblemática y con la que alcanzaría su mayor éxito literario. El subtítulo Guía de vagos en tierras de España por un peregrino industrioso da una idea de los caminos por los que —literalmente— discurre esta narración que recoge su periplo desde Madrid a Barcelona (en una curiosa ruta que atraviesa también tierras de Castilla-La Mancha, Andalucía y el levante español) «a pie, y como se dice, sin dinero», en los albores del siglo pasado. Con escenas que van de la excentricidad a la reflexión, pero siempre desde una mirada jocosamente costumbrista, el tono de este volumen sería más tarde de notable influencia para otras grandes firmas nacionales en el género literario de viajes. «Bien puede uno lanzarse por estos andurriales españoles, o por curiosidad o para solaz del espíritu, sin miedo a robos, secuestros y puñaladas», comienza asegurando el autor madrileño, casi un completo desconocido hoy en día pero que en su época estuvo bien mirado por los noventayochistas Baroja y Azorín aunque aquí, paradójicamente, ofrece una visión amable de la vida que contrasta con la del 98. La crónica de esta suerte de peregrino o vagamundo, a fin de cuentas, ofrece un retrato «de la España vieja y de la España nueva» y representa una oda a la tolerancia, por cuanto en su deambular se topará con todo tipo de especímenes locales y situaciones tragicómicas que no le quitan el temple: «Cierto que se pasan fatigas e incomodidades, pero ellas se reducen a cero al fin de la jornada, si uno sabe revestirse de ánimo y se acostumbra a ver las cosas por el lado alegre». A medio camino entre los modelos narrativos clásicos y las formas de la novela moderna, exhibe una admirable sagacidad para interpretar los tipos y lugares propios de nuestras regiones en aquel momento histórico que fue bisagra entre dos siglos y, en cierto modo, dos mentalidades diversas. Bayo, que para quienes reconocen su figura ha pasado a la historia por su personalidad volátil y contradictoria, se muestra aquí como el superviviente y el outsider que alguna vez se confesó: «Soy un español rezagado del siglo XVII». Bien entonces, pues lo primero es admitirlo, y ya demuestra inteligencia y buen humor.

 

El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald (Cátedra)

Como todo un acontecimiento puede calificarse esta primera edición crítica en lengua española de esta obra cumbre de las letras universales que aún hoy, a casi un siglo de su publicación, sigue interpelándonos y hurgando en las paradojas y las contradicciones del capitalismo. El filólogo y especialista en literatura norteamericana Juan Ignacio Guijarro González aporta una magnífica introducción de 150 páginas en las que sitúa la figura de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) en la llamada Generación Perdida, el contexto en el que surge esta obra canónica y mítica, así como sus rasgos formales y temáticos, adaptaciones, recepción crítica y motivos por los que no ha perdido un ápice de vigencia. Como ahí señala, pese a que El gran Gatsby retrate sobre todo —y magistralmente— a aquella nación obsesionada ya entonces con el poder económico, también permite que se interprete «desde un prisma más universal, como una reflexión compleja y atemporal sobre los anhelos, las esperanzas y los sueños rotos inherentes a la condición humana». El autor norteamericano, que junto a su esposa Zelda Sayre encarnó el espíritu frívolo y desenfrenado de aquellos locos años 20 que antecedieron a estos, logra una precisa disección del malestar de una cierta clase acomodada, de fatuas vidas resueltas y nulas aspiraciones espirituales, en medio de aquel derroche de supuesto éxito y jolgorio generalizado. Con una extraordinaria prosa dotada de una inmensa capacidad de evocación y agudeza psicológica, esta tercera novela suya nos regaló además a uno de los personajes más icónicos de las letras, que entró por derecho propio en el olimpo de los Ahab, Huckleberry Finn o Lolita, por citar algunos. Este must de la literatura del siglo pasado, crónica amarga de cómo todos los sueños o las oportunidades que prometía aquella sociedad se habrían de estrellar contra el suelo, fue descrito por el propio Fitzgerald como una novela en torno a «la pérdida de las ilusiones, que dan tanto color al mundo que no te importa si las cosas son verdaderas o falsas siempre y cuando participen de la inmortalidad mágica». Para los muchos lectores que caen rendidos a su figura, Jay Gatsby representa toda esa idea: la confusión y la eternidad.

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