La casa del tiempo, de Laura Mancinelli (Periférica)
En breve se cumplirá un lustro desde la muerte de Laura Mancinelli, quien con sesenta años escribió esta novela situada en una pequeña aldea entre Piamonte y Liguria, al noroeste de su país. Narra en este libro el inesperado regreso a la infancia de un pintor, Orlando, que un buen día se halla ante la casa de su antigua maestra —pieza crucial en su concepción de la vida— cuando su coche se avería justo en la calle principal del que fuera su pueblo. Y allí se queda varado el protagonista, casi llevado por un espíritu inexplicable que lo impulsa a revisitar sus recuerdos, reordenarlos y buscarles un sentido desde su vida presente, la que otros hechos igualmente fortuitos (o no) se encargaron de encauzar en una determinada dirección. La memoria es aquí, más allá de la mera nostalgia, el lago donde reflejarse y conocerse a uno mismo en todo su esplendor y desnudez, donde la claridad de las aguas no impide la profundidad cambiante de su fondo musgoso. Es esta una hermosa novela de distancias cortas donde el paisaje, como el hogar de los primeros años, representa un personaje adicional en el acontecer de los hechos y un desencadenante de sucesos inusitados o señales inquietantes, capaces de plantear las más trascendentales preguntas en torno al deambular de Orlando por la vida. Armada con tanta sensibilidad como humor, en La casa del tiempo Mancinelli nos toma de la mano para atravesar la campiña y ser testigos de lo que acontece sin necesidad de que hagamos mucho más que observar, sentir y entender. Una obra que atrapa con su sencilla y evocadora lírica, donde lucen más los susurros que los gritos, y en la que experimentamos la sensación de hallar un rincón en el que las cosas están más o menos donde las situábamos.
¿Qué se debe a España?, de Francisco Uzcanga Meinecke (Libros del K.O.)
«Qué se debe a España» es la pregunta que (se) hacía Nicolas Masson de Morvilliers en un artículo publicado en la Encyclopédie Méthodique de 1782, un texto que realzaba el mito de la España negra y que alimentaría la división de opiniones en Europa y dentro del propio país. «Nos podemos preguntar qué habría pasado si el artículo de la Encyclopédie lo hubiera escrito un profesional riguroso y con conocimiento de la materia en vez de un aficionado con la mochila cargada de prejuicios», señala Francisco Uzcanga Meinecke, pero eso fue lo que pasó y lo que la Historia registra es la herida que aquella valoración infligió. De ese quebradizo y crítico momento, que el autor compara con «la bola de nieve que provoca un alud», parte este ensayo centrado en dos figuras que encarnaron ese enfrentamiento dialéctico de la Ilustración: el redactor y editor Luis García del Cañuelo, considerado una de las mentes más avanzadas en el progreso de su tiempo; y el escritor Juan Bautista Pablo Forner, gran erudito, nacionalista y polemista, autor de Oración apologética por la España y su mérito literario (1786), patriótica reacción a lo que muchos consideraron una afrenta por parte del vecino pueblo francés. Más allá del debate ideológico, los dos pensadores acabarían enfrentados de esa visceral manera que tan familiar —y, a la vez, cainita— nos resulta en este país y que, como sugiere Uzcanga Meinecke, ha dado lugar al ya legendario concepto de las dos Españas. Esta crónica es también la historia del subversivo semanario El Censor, un gran desconocido de nuestra tradición periodística pese a haber motivado la primera ley de prensa del país y el primer secuestro por parte de las autoridades civiles. «Un semanario que inauguró en España el periodismo crítico, independiente y comprometido: el periodismo que incordia», escribe el autor en el prólogo a esta obra narrada con acertado pulso. Se dice aquí que Goya debió de ser lector de El Censor, y que sus Caprichos se inspiraron en buena medida en la visión satírica de aquellos artículos. En la también goyesca serie de las Pinturas negras hay una famosa imagen, la del Duelo a garrotazos, que al autor de este libro le recuerda a la disputa entre Cañuelo y Forner. Y ahí seguimos, a golpes por la idea que cada uno tiene de este país.
Puta, de Nelly Arcan (Pepitas)
Con más de 160.000 ejemplares vendidos en Francia y traducido a 13 idiomas, este libro de Nelly Arcan (pseudónimo de Isabelle Fortier), publicado por primera vez en 2001, es una de las autoficciones con un mayor impacto en las dos últimas décadas. Leído ahora, justo cuando se cumplen 20 años desde su lanzamiento, se entiende a la perfección, pues no han perdido un ápice de actualidad sus reflexiones sobre la cuestión de género y sobre la violencia del sistema en todas las escalas: la transacción prostituta-cliente, las relaciones tóxicas, el sexo que hiere o mata, la tiranía de la belleza, la sobreexposición de los cuerpos. Lo que contó aquí la escritora quebequense responde en parte a sus propios abismos como prostituta de lujo en Montreal a los 21 años, y mientras estudiaba en la universidad, «para renegar de todo lo que hasta ese momento me había definido». En forma de sesión terapéutica-filosófica y con una fuerza expresiva desbocada, narra el peso insoportable de convertirse en continuo objeto de deseo y consumo: «Y no sabría decir qué ven esos hombres cuando me ven, lo busco en el espejo todos los días sin encontrarlo, y lo que ven no soy yo, no puede ser yo, tiene que ser otra, una forma vaga y cambiante que adopta el color de las paredes». Más allá de la crónica, hay en estas páginas muchísima literatura —no en vano fue finalista de los premios Médicis y Fémina de Francia— y un debut literario pleno de brillantez y sensibilidad, donde la honestidad solo es comparable a la desolación del relato: «Prostituirme fue fácil porque siempre he sabido que pertenecía a los demás, a una comunidad que se encargaría de encontrarme un nombre, de regularizar mis entradas y salidas, de proporcionarme un amo que me dijera lo que tenía que hacer y cómo, lo que decía decir y callar». Definida por su autora como «un grito de rabia adolescente», esta novela fue la primera de una tetralogía que la convertiría en estrella (y diana mediática, por tanto) y que finalizaría abruptamente con su suicidio, por ahorcamiento, en el año 2009. Una autora que hizo de su sufrimiento y su laceración el único tema posible y que otorgó ecos universales a un relato tan privado, tan descarnado. Ahora recibe un justo homenaje en forma de esta magnífica edición de Pepitas que contiene un ineludible posfacio a cinco voces —femeninas— de investigadoras y docentes en Sociología y Literatura: «Cuanto más insiste en que nada cambiará para las mujeres, más debemos escucharla y preguntarnos cómo podemos salir de este callejón sin salida».
El club, de Leonard Michaels (Malas Tierras)
Con el propósito de «describir cómo son en realidad ciertos hombres», Leonard Michaels (Nueva York, 1933) entregó en 1981 su primera novela, tras haberse situado con varios libros de relatos en el selecto grupo de los más prestigiosos autores de su generación. La edición que aquí nos presenta Malas Tierras, no obstante, es la corregida y ampliada de 1993, diez años antes de su muerte, incluyendo un insólito prólogo firmado por uno de los personajes, Harold Canterbury, con el que en parte trataba de paliar los efectos de lo que muchos consideraron un «suicidio literario». Y lo fue, o lo pudo ser, porque El club despertó una enorme controversia a su publicación por ser entendida en ciertos sectores como un alegato a favor de la misoginia, o como poco una exposición sin paliativos de una masculinidad no ya tóxica, sino bastante infame. Esto último lo es sin duda, como apunta en su excelente prólogo Rodrigo Fresán: «En su sordidez elocuente de machos alfa en celo era una sátira más bien autodestructiva. Y era una confesión no en busca de perdón sino de una cierta piedad y comprensión». Lo que ocurre es que es difícil creer que el autor, ni muchos de los lectores, pudiera celebrar la forma de pensar de estos siete tipos reunidos en una casa a las afueras de Berkeley, California; y aun así resultan del todo creíbles en su mentalidad infantil y a veces patética. Estos tipos existen, y no son pocos. No hay piedad en el retrato del autor norteamericano como tampoco lo hubo hacia su novela, que sin embargo desde su misma primera frase no deja de explicitar la presencia de lo femenino en un club supuestamente cerrado al otro sexo: «Las mujeres querían hablar de ira, de identidad, de política, etcétera». Así comienza una encerrona que, por encima de todo, provoca incomodidad moral y también estupefacción por el modo en que Michaels contruye las escenas y los diálogos, entre la agudeza psicológica y la caricatura punk de estos hombres en plena crisis de identidad que creen ahuyentar sus fantasmas a base de vigorosas palmadas en los brazos, estruendosas risas, humillaciones a sus colegas e impostada firmeza en la mirada. Pero los fantasmas no se van, por muchas puertas que se les cierren.