Entrevistas

Purificació Mascarell: «Las mujeres del XIX y el XXI se conectan por esa fobia masculina a la pérdida del control sobre nuestros cuerpos y mentes»

La escritora e investigadora Purificació Mascarell, autora de «Mireia»

Publicada originalmente en valenciano y ganadora del Premio Lletraferit 2022, ya ha llegado a su segunda edición en castellano Mireia (Dos Bigotes, 2023), una novela de Purificació Mascarell (Xàtiva, 1985) que sigue a su magnífico debut en la ficción con el libro de relatos Cartilla de redención (Altamarea, 2021), la coordinación —junto a Verònica Zaragoza— del volumen colectivo Encerradas. Mujer, escritura y reclusión (Tirant, 2022) y la reciente edición de Elena y sus amigos (Renacimiento, 2023), antología de escritos sobre Elena Fortún y su obra. Además de escritora, Mascarell es doctora en Filología, profesora de Teoría de la Literatura, Literatura Comparada y Estudios Culturales en la Universitat de València, investigadora especializada en enfoques feministas y crítica literaria.

Mezcla de sus vocaciones teórica y creativa, Mireia se sitúa entre el reportaje y la ficción, estableciendo un continuo diálogo entre realidad histórica y urdimbre novelesca. Su protagonista es una joven pintora que narra, en primera persona, su embeleso por una amiga que prepara su tesis sobre el pionero en psicología experimental Luis Simarro. En su indagación descubrirá su conexión con el Hospital de la Salpêtrière y los brutales tratamientos para curar la histeria femenina a finales del siglo XIX. «Cualquier mujer fuera del canon de la feminidad era una buena candidata para la reclusión», leemos sobre una época que, como la actual, coincidía con un avance social en la conciencia de género y sus logros en ámbitos hasta entonces limitados a los hombres.

El diálogo entre presente y pasado es uno de los rasgos de esta novela multiforme, una suerte de destilación de la literatura de género (y subgénero) caracterizada por su atmósfera gótica y su mirada netamente contemporánea. Sensualidad y misterio dotan de variados matices a una escritura tan directa como insinuante, emocionante y reflexiva, transida de referencias metatextuales e intertextuales. Entre ellas destaca la evocación de toda una iconografía fascinante de la historia de la pintura, que va de la Lilith de Collier a la trágica figura de Lizzie Siddal, musa de la Ofelia de Millais. A esta visión de la mujer atrapada en el mito, oprimida por su peso, le da la vuelta Puri Mascarell en una ficción que plantea la necesidad de una verdadera liberación de la mujer como único antídoto contra la barbarie.

¿De dónde parte la idea de escribir una novela que también tiene algo de ensayo, tras un libro de pura ficción como fue Cartilla de redención?

La idea de unir ficción y no ficción, delimitando claramente el espacio de cada una, es una forma de trabajar que me atraía: si es un reto crear una trama compleja que atrape al lector, no lo es menos indagar y sacar a la luz historias reales del pasado que pueden iluminar nuestro presente.

¿Tuvo que ver de algún modo en la génesis de Mireia tu labor investigadora?

Reconozco que, casi de manera intuitiva, hago un trasvase constante entre mi profesión de docente e investigadora y mi afición a la lectura y a la escritura creativa. Cuando conformo una ficción en mi cabeza, siempre viene preñada de referencias culturales, intertextualidades, homenajes, didactismo… Es curioso, pero ya no soy capaz de desligar el docere del delectare. Por otro lado, si esta fórmula les funcionó tan bien a los clásicos, ¿por qué prescindir de ella?

Esa aproximación entre el reportaje y la ficción tiene entre sus anclajes históricos la figura del neuropsiquiatra Luis Simarro Lacabra, muy ligado a Xátiva, tu ciudad natal. ¿Qué te cautivó de su biografía como para convertirlo en protagonista?

Cuando comencé a leer sobre Luis Simarro, me resultó una personalidad tan fascinante que la idea inicial era escribir una biografía novelada. Pero a mí me apasionan los cuentos, las fabulaciones, jugar con la imaginación, así que la cosa acabó derivando en el multigénero que es Mireia. Me inventé a la joven que da nombre a la novela, una doctoranda en psicología experimental que está haciendo una tesis sobre Simarro. De este modo pude recuperar y compartir la historia del médico setabense. Un personaje interesantísimo de la modernidad española y europea: estuvo en la vanguardia científica, fue amigo de Giner de los Ríos, de Unamuno, de Juan Ramón Jiménez, maestro de la francmasonería, médico personal de la familia de su paisano el pintor Joaquín Sorolla, amante del arte, de la cultura y del librepensamiento. Un hombre que defendió la necesidad de investigar en psiquiatría sin los vetos de la religión. Por ello, acabó exiliado en París, donde conoció a Jean-Martin Charcot y visitó a las mujeres encerradas en la Salpêtrière y diagnosticadas de histeria. Esas mujeres que rescato en Mireia.

En el libro se alude a la desgracia de haber nacido en un país tan poco dado a valorar las ciencias, y también al «vampirismo intelectual» que sufrió. ¿Esos son los dos motivos esenciales para el desconocimiento y el olvido en que fue cayendo su figura?

Siempre digo que, si Ramón y Cajal recibiera hoy el Premio Nobel, tendría que compartirlo con Luis Simarro: gracias a las investigaciones y adelantos que el valenciano cedió generosamente al aragonés, fue posible aquel galardón en 1906. Este año se cumplen cien del nacimiento de Luis Martín-Santos, autor de la novela Tiempo de silencio, donde Ramón y Cajal es una presencia y un referente para su protagonista, el joven médico que lucha contra la precaridad investigadora, tal y como ahora lo hacen muchas y muchos jóvenes brillantes. Sí, en España dedicarse a la ciencia nunca ha sido un camino de reconocimiento y aprecio social. De las preferencias a la hora de glorificar a toreros, tonadilleras y otras especies similares también habla Tiempo de silencio.

«Una progenie de mujeres libres y, por eso, peligrosas». Leemos este pasaje de Mireia en un presente en el que las mujeres parecen haber pasado de víctimas estigmatizadas a amenazas para algunos. ¿Tenías en mente durante la escritura ese diálogo entre pasado y presente?

Es curioso: cuando me preguntan por el proceso compositivo de la novela, nunca soy capaz de recordar en qué momento se produjeron las decisiones importantes. Me parece que un texto literario es el resultado de un lento y laborioso proceso mental. De repente, se produce un chispazo y todo encaja. Pero el trabajo previo es el que ha calentado la mecha, sin duda.

En Mireia, en efecto, el siglo XIX interpela el XXI —¿hemos avanzado tanto en libertades o todavía nos queda un buen trecho por recorrer?— y las mujeres de ambos siglos se conectan por esa fobia masculina a la pérdida del control sobre nuestros cuerpos y nuestras mentes. Creo que en el siglo XIX, en Occidente, las mujeres aprendieron a cuestionar su situación de desigualdad. Y que hoy somos herederas de aquella pulsión pionera y emancipadora. Seguimos asustando al patriarcado por ello.

En el contexto de la Salpêtrière, «la etiqueta de loca se administraba con prodigalidad» a cualquier mujer que se apartara del canon patriarcal, pero a día de hoy algunos siguen invocando la figura de la histérica, la loca del coño. La tradición machista no solo incide en el sometimiento físico sino también en el mental, pero ¿crees que la revisión de ciertas biografías y obras de literatas está contribuyendo a un cambio de paradigma?

Que estamos asistiendo a un cambio de paradigma se demuestra con una rápida ojeada a los catálogos de las editoriales. En una década se ha pasado de prácticamente solo publicar hombres a tener una pila de títulos cada año escritos por mujeres. Y todos los sellos han dado ese viraje. Un contexto más proclive, la demanda de las mujeres lectoras, la recuperación desde la academia, el interés de los medios… Todo está contribuyendo a esta apertura del canon.

Particularmente creo que ha sido fundamental la recuperación de textos de mujeres que fueron encerradas por supuestos transtornos mentales y que han puesto de relieve la utilización de la ciencia para subyugarnos y controlarnos. Pienso en los textos de Leonora Carrington, Alda Merini, Janet Frame, Kate Millett, Christine Lavant

En la narración hay una conexión constante, casi un trasvase, entre lo espiritual (lo espiritista) y lo carnal, lo físico, lo sensual. ¿Te parecían claves ambos lados del relato planteado desde la perspectiva de Neus?

Me gusta esa pregunta porque mi inclinación personal va claramente por el lado de lo espiritual, de lo intelectual, del pensamiento abstracto, y tengo muy poco apego a la corporalidad. De hecho, las poquísimas veces que caigo enferma me enfado mucho con mi cuerpo: como si solamente fuera una plataforma funcional para mi mente, cosa que debería modular, desde luego… No obstante, creo que en Mireia sí consigo un equilibrio entre ambas dimensiones. Gracias al recurso literario del doppelgänger, por ejemplo, y a esa complementariedad que existe entre las dos mujeres del relato.

Neus, la mejor amiga de Mireia, es la narradora de la historia, una joven pintora que pasa el día entre «naturalezas muertas» pero que está fascinada con la belleza esplendorosa del cuerpo de Mireia. Y con su libertad sexual, pues a ella le cuesta alcanzarla. Apostar por ese punto de vista interno pero, a la vez, no protagónico, creo que es uno de los fuertes de la novela: Neus tiene dudas, lagunas, desconoce muchas facetas de Mireia, y ese misterio, esa oscuridad, se traslada al lector desde las primeras líneas a la última.

El mito de Lilith como «devoradora de niños» o «antimadre» es la base primordial en que se sostiene tu novela. El libro cita la tradición pictórica en torno a este terrible estereotipo, ¿te interesaban previamente esas representaciones?

Sí, siempre me ha interesado el arte plástico y su relación con la literatura, con el mundo de las ideas. Toda la iconografía finisecular de la femme fatale ha sido una obsesión para mí desde hace años, y he ido coleccionando libros e imágenes que me han servido de base para esa galería de mujeres peligrosas que configura Mireia.

También hay en la novela una reflexión sobre el proceso creativo pictórico (y el fotográfico) y la filosofía subyacente, ¿por qué te parecía importante insertar ese conjunto de referencias en la narración?

Me interesan mucho las relaciones entre lo visual y lo lingüístico. Creo que escribir con imágenes enriquece los textos, establece puentes entre el adentro y el afuera de la textualidad. De hecho, en clubs de lectura me han dicho muchas veces que mi libro se lee con Google al lado para ir buscando y mirando las referencias pictóricas y fotográficas, y que esa experiencia de lectura ofrece un grado de complejidad y de placer muy sugerente. También, obviamente, puedes optar por imaginar en tu mente esas pinturas a partir de mis descripciones…

En Mireia hay algo de novela negra, pero también de relato de terror gótico; me ha recordado, por ejemplo, a Charlotte Perkins Gilman. ¿Empleaste de forma consciente recursos o motivos de esa literatura de género (en ambos sentidos)?

Creo que mi apuesta por lo gótico y lo detectivesco en Mireia surgió de una manera muy natural: es una literatura que forma parte de mi formación autodidacta como lectora. Cierto que después me doctoré en Literatura y me hice profesora de teoría literaria en la universidad, pero primero de todo está mi «yo» adolescente temblando con ese vampiro que repta por las paredes de su castillo en Drácula de Bram Stoker, o con los misterios de Agatha Christie. Toda mi fascinación juvenil por las mansiones victorianas o por los páramos ingleses que describe Conan Doyle en El perro de los Baskerville conforma el sustrato de Mireia, una novela donde el misterio, las apariencias engañosas, los fantasmas del pasado, los traumas femeninos y la tensión in crescendo rinden homenaje a lo mejor del género. En Mireia, además, hay guiños a la novela erótica, la histórica, el thriller… Es un caleidoscopio de géneros mal llamados «menores», aquellos que para mí contienen lo mejor de la literatura: la emoción pura, la reflexión metaliteraria y el juego con el lector.

Además, opino que lo gótico y las mujeres siempre han ido de la mano: está presente en Jane Eyre de Charlotte Brontë o en Emilia Pardo Bazán —mal leída siempre desde el naturalismo— y llega hasta hoy con Joyce Carol Oates o Mariana Enriquez. ¿Por qué? Porque muestra nuestros miedos más profundos, las pulsiones ocultas del ser humano. Lo que se esconde en el desván, debajo de la alfombra, en el armario. Lo que avergüenza y da pavor. Esas historias ocultas en todas las casas, tan bien explotadas por Daphne du Maurier, otro referente fundamental para mí, y una mujer que se nutrió del gótico del XIX para proseguir su estela en el XX.

De alguna manera, podríamos trazar una constelación de mujeres brillantes que han jugado con el género. Y, la madre de todas ellas, por supuesto, es Mary Shelley. Sabemos que detrás de su monstruo hay una crítica a la intolerancia y al rechazo, ese que han tenido que sufrir tantas generaciones de escritoras antes que nosotras. Creo que lo gótico nos sirve a las mujeres para dejar aflorar aquello que el racionalismo masculino quiere acallar.

Se detecta en tu escritura un gusto por la frase corta que parece querer llevarnos, sin devaneos, al meollo de la narración. ¿Por qué esa apuesta formal para esta historia?

Es una obsesión particular la de utilizar la escritura como una flecha. Mi vademécum es el «Decálogo del perfecto cuentista», del grandísimo Horacio Quiroga. Intento aplicar cada uno de los consejos del maestro siempre que escribo. Y sí, Mireia está escrita desde la intensidad, desde el ritmo trepidante, con breves momentos de relajamiento para volver a la carga. El efecto que pretendía generar era la necesidad de leer hasta el final sin soltar el libro. Un efecto que siempre he admirado mucho en los grandes maestros de la nouvelle.

Otro de los aspectos llamativos es la ambientación en lugares muy específicos. ¿Recorriste de forma física ese mapa de la novela para buscar localizaciones precisas?

Lo bueno de ubicar la trama de tu novela en una ciudad que conoces palmo a palmo, porque has nacido allí y la has recorrido miles de veces, es que no necesitas un proceso de ambientación: el lugar está en tu piel. Todos los espacios que aparecen en Mireia son viejos conocidos para mí.

Xàtiva y sus alrededores, especialmente el paraje natural de la Cova Negra, tienen un papel fundamental en la novela. Me alegra haber dado a conocer la ciudad a muchos lectores. Y también me alegra haber roto con el estereotipo de lo valenciano vinculado con lo luminoso, festivo, alegre, costumbrista… La Xàtiva de Mireia es una Xàtiva brumosa, modernista, gótica por momentos, con toques british, donde un huerto de naranjos se puede convertir en una pesadilla.

Con su «abanico de atrocidades» en nombre de la ciencia, Charcot recuerda al Doctor Caligari. ¿Hasta qué punto se puede entender en su contexto el proyecto del neurólogo francés? Supongo que resultó duro ir conociendo en detalle aquel historial de abusos.

El proceder de Charcot cuadra totalmente con las prácticas medicas y psiquiátricas de la época, cuando experimentar estaba por encima de los derechos humanos. De hecho, ni Charcot ni sus compañeros tenían la sensación de estar haciendo nada malo: la impunidad que otorgan la bata blanca y el título universitario dan miedo. Y el proceso de indagación de aquellas atrocidades me revolvía el estómago, claro. No sé cómo lo sentirán los hombres, pero cualquier mujer que lea las barbaridades que se hacían con las vaginas y los ovarios de estas mujeres se echa a temblar. La actual medicalización de las mujeres, muy por encima de los hombres, bebe de aquel sustrato misógino de la ciencia.

Creo que has comentado que en parte la inspiración para Mireia provino de la relación con tus jóvenes alumnas. ¿Cómo ha sido entre ellas la recepción del libro?

Tengo la suerte de estar en contacto con mujeres jóvenes todos los días, sí, y eso me permite conocer mejor cómo piensan y qué sienten las nuevas generaciones de chicas. Fíjate que Neus es tímida, intelectual, reflexiva, solitaria y vergonzosa. Ese punto de pudor e introspección está en muchas de mis alumnas de la facultad de letras. De hecho, el miedo a entregarse, a sufrir, a que se burlen de ti, es algo muy femenino, en realidad —me gusta, por ejemplo, como lo han retratado las hermanas Brontë—.

¿Observas conciencia de género a esas edades, y crees que la han aplicado a su lectura?

Sí, todas mis alumnas son muy feministas, de una manera consciente y sana. Y viven las traiciones que contiene la novela de una manera muy visceral. Curiosamente, les impacta mucho más la parte de ficción que la de no ficción. La de no ficción suele ser la favorita de los lectores más formados o con más bagaje.

Me pareció bonita la creación de una cuenta en la red social X con el nombre de «Mireia cada nit». ¿Cómo surge esa iniciativa para difundir una obra que contiene reflexiones de tanta actualidad e inmediatez?

Bueno, eso es cosa de mis queridos editores de Drassana [responsables de la edición original en valenciano], que trabajan muy bien la promoción de sus libros, pese a ser una editorial independiente que publica en valenciano en un sistema literario muy frágil, como es el de mi tierra y en mi lengua materna. La cuenta de X pretendía ser un diálogo entre el texto y las imágenes que lo pueblan, y ha funcionado muy bien porque ha permitido visualizar la novela y generar un imaginario de vampiras, cementerios, mujeres histéricas, pintores románticos, médicos hipnotizadores, escenarios simbolistas y decadentistas…

Tu novela ya fue un éxito de crítica en valenciano y ahora llega a su segunda edición en castellano. Supongo que una acogida así te animará a seguir escribiendo ficción, ¿tienes algún otro proyecto ya entre manos?

Tengo historias que me van rondando. Es muy bonito ese largo proceso de «seducción» de una idea que te revolotea en la mente durante años y, finalmente, se plasma y cuaja en algo sólido. Tengo ideas ahora mismo que me van seduciendo… Y tengo, sobre todo, un ensayo literario entre manos, que aparecerá publicado el próximo mes de septiembre. Un trabajo, precisamente, sobre escritura femenina, canon y violencia. He volcado en él todos mis conocimientos y mi fascinación por la literatura. Y estoy muy ilusionada y deseosa por ver cómo es acogido.

Colaboras con la Biblioteca Elena Fortún de la editorial Renacimiento, que acaba de publicar una antología de escritos sobre sus amistades que también está siendo un fenómeno literario. ¿Cómo comenzó esa relación y cuáles han sido tus últimos hallazgos en torno a la figura de esta autora fundamental?

Elena Fortún fue una pionera, una grandísima escritora y una mujer que representa, en su figura y en su obra, la historia de España en la primera parte del XX. La antología Elena y sus amigos surge de una manera preciosa, que le hubiera encantado a la misma Fortún, tan amiga de sus amigas, tan del asociacionismo femenino y de la ayuda mutua. No podemos olvidar que ella comenzó a escribir y a publicar porque otra mujer, María de la O Lejárraga, la animó a ello. A mí me pasó algo parecido con este proyecto. Hace algunos años, la investigadora María Jesús Fraga, gran especialista en Fortún, me contactó y me dijo: «Mira, Puri, sé que estás empezando a investigar sobre Elena; yo he ido recopilando estos materiales de gente que la conoció, pero no tengo tiempo para darles forma en un libro: te los cedo para que tú los trabajes y lo publiques en Renacimiento». Fue un regalo increíble.

Cuando tuve claro qué escritos sobre Elena Fortún entrarían en el volumen, y los tuve pulidos y editados, pensé que era necesario enmarcarlos en la trayectoria de la autora y en el devenir cultural de aquellos años. Eran como piezas de un mosaico que necesitaba ser reconstruido para un lector actual. Y ahí empezó la labor de documentación para presentar cada uno de los textos que componen el volumen: dónde fueron publicados o escritos, quién era su autor o autora, qué tipo de relación le unió con Encarna, qué aporta su relato al relato general sobre Fortún… Fue interesante descubrir a sus amigos del exilio, a la pedagoga María Concepción Cutanda, o a su jefe en la biblioteca de Buenos Aires donde trabajó a principios de la década de los 40, Francisco Luis Bernárdez. También me gustó rescatar la figura de la ilustradora Viera Sparza, que ha dejado un rastro muy tenue en la historia cultural española y es una mujer interesantísima. Y, cómo no, reivindicar a su gran valedora en los años ochenta y noventa: Carmen Martín Gaite.

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