Horas críticas

Libros de la semana #85

Recomendaciones literarias de la redacción de Mercurio

Encerradas, edición de Purificació Mascarell y Verònica Zaragoza (Tirant)

Desde el confinamiento al que nos condujo la pandemia de coronavirus en su momento más álgido, parecemos haber experimentado un incremento de la conciencia respecto a lo significa atenerse a un espacio delimitado. Por supuesto, hay espacios y espacios, y hay factores sociales que determinan las condiciones habitacionales. Históricamente, el sistema patriarcal ha empleado la reclusión, de diversa índole, para alienar y dominar a la mujer, y ese hecho es el que se propone abordar y desentrañar este libro en el que se reúnen una veintena de ensayos. En su introducción, las editoras de este estudio pionero, Purificació Mascarell y Verònica Zaragoza, indican que la novedad de Encerradas procede sobre todo de su análisis textual de doble vía: los testimonios escritos del cautiverio y la ficción literaria en torno al tema. Así pues, sus protagonistas son «[m]ujeres que han padecido en sus cuerpos y en sus mentes el encierro; mujeres que han relatado ese confinamiento; mujeres que han ficcionalizado la reclusión». Empezando por el inferno monacale de los conventos, que no siempre fue consentido o deseado por ellas pero que a menudo les dio refugio y la célebre habitación propia de Virginia Woolf desde la que expresarse; como muestra, aquí un capítulo se dedica a la poesía conventual femenina del XVII. Más claramente violento ha sido el encierro en psiquiátricos (las acusaciones y la demonización de la locura femenina han sido otro instrumento de sometimiento), campos de concentración y prisiones (escenarios de la brutalidad sobre los que la experiencia y la voz de la mujer ha sido silenciada). No obstante y como señalan las editoras, a menudo el hogar ha sido la verdadera cárcel cotidiana para ellas, y lo sigue siendo en buena medida. Lo verdaderamente jugoso de este pertinente análisis coral lo hallamos en su vinculación de la reclusión a la creación literaria: del cautiverio en el exilio de María Teresa León a los espacios confinados de la dramaturga Halma Angélico, pasando por lo siniestro doméstico en autoras como Charlotte Perkins Gilman o Amparo Dávila, o los confines de la libertad en Najat el Hachmi o Marina Perezagua. Cada uno de los capítulos del apasionante volumen sirven de guía a unas obras que, salvo escasas excepciones, «han sido arrumbadas en los márgenes del canon». Es hora de reclamar para ellas el espacio extramuros que merecen, el que han conquistado con su arte, ilimitado.


Los creadores, de Stefan Zweig (Renacimiento)

El sello Ulises, hijo de la editorial Renacimiento desde el año 2014, sigue deparándonos insospechadas alegrías. Como en este caso, con la recuperación y reivindicación de una olvidada colección de retratos o «miniaturas histórico-literarias» bajo el título Los creadores, concebidas por la lucidez y la depurada prosa de un creador —y biógrafo, por cierto— mayúsculo en la convulsa Europa de la primera mitad del siglo XX. El austriaco Stefan Zweig (Viena, 1881), del que han trascendido sus estudios sobre la vida de figuras como María Antonieta, Erasmo de Rotterdam, Paul Verlaine o Michel de Montaigne —inacabada, pues el autor se suicidaría en mitad del proceso—, dedica estos textos a otros personajes y episodios históricos fascinantes, más aún viniendo de su pluma. Junto a la trágica y trascendental trayectoria existencial de los Byron, Proust y Tolstói, sorprenden más en este volumen las semblanzas de su compatriota y contemporáneo Hugo von Hofmannsthal, casi una elegía o un tributo necrológico tras su pérdida, por el carácter a contracorriente de su poesía de corte clásico y elevado («que sabía encerrar un universo de sentimientos en la materia más frágil y delicada»); la mater dolorosa Franziska Nietzsche y sus cartas al matrimonio Overbeck en los años donde la locura golpeó de forma inclemente a su hijo Friedrich hasta su muerte, armada de un amor heroico («no menos poderoso que el valor espiritual del gran rebelde»); la noble romana Beatrice Cenci y la verdad documental de su dramática historia que, más allá de las lecturas de Stendhal o Shelley, muestra el periodo renacentista como en verdad fue («brutal y sangriento, sin escrúpulos y cruel, lucha primitiva de fuerzas desencadenadas, tragedia enorme y penetrante»). Completan el conjunto una crónica de otra vida trágica, la del joven Philippe Daudet y las extrañas circunstancias de su suicidio bajo pseudónimo, y el texto Los jardines en la guerra, magnífica evocación del asombro de sobrevivir a sus horrores, entre Austria e Inglaterra, donde el autor acaba admirando el «grandioso espectáculo de firmeza espiritual» de sus gardens, la calma tras la tormenta. Escritos entre 1924 y 1939, estos breves ensayos concentran toda la lucidez interpretativa y la precisa escritura de Zweig, que al hablarnos de épocas pasadas nos habla siempre de presente, y que es capaz de moldear el relato de las vidas que maneja hasta hacer de ellas un material imperecedero y, por ende, inmortal. Como prueba, remitámonos a sus palabras: «La Historia siempre aparece primero como sustancia bruta; es el escritor o aquel otro literato anónimo que llamamos leyenda quien le otorga forma representativa. La literatura renueva lo pasado convirtiéndolo en vida permanente, la invención une a la argumentación audaz la casual yuxtaposición de la realidad, y algún tiempo después ocurre lo más singular: la leyenda proyecta su sombra sobre la realidad, y gracias a ella, sobreviven en nuestra memoria figuras que nunca vivieron así en verdad y que solamente el poeta despierta a esa vida». El poeta y creador de estos mundos fue, también, Stefan Zweig.


Imágenes, de Ingmar Bergman (Tusquets)

Se han cumplido quince años desde la muerte de uno de los cineastas más importantes de la historia del séptimo arte, pero también de uno de sus más relevantes pensadores y teóricos, como atestigua el libro que nos ocupa. Justo el doble, treinta años, hace que la editorial Tusquets —a través de su colección Andanzas— publicara esta colección de sus diarios creativos, ahora convenientemente reeditados junto al también imprescindible, y bastante más conocido, Linterna mágica. En este volumen titulado Imágenes, accedemos a un conjunto de apuntes de trabajo y notas que testimonian los rodajes y montajes escénicos de Ingmar Bergman (Upsala, 1918), los recuerdos, obsesiones y fantasmas que habitan buena parte de su arte cinematográfico. Reconoce el cineasta sueco que en el anterior volumen Conversaciones con Ingmar Bergman, iniciativa de tres jóvenes periodistas en 1968, él mismo parece «poco sincero, continuamente en guardia» y se percibe que sus artífices «estaban reconstruyendo cuidadosamente un dinosaurio con la alegre ayuda del mismísimo Monstruo». Su retirada ya en los 80, explica, lo llevaría a idear, junto a su amigo el crítico Lasse Bergström, un nuevo libro más fiel a sus ideas y por el que se vio obligado a revisar una filmografía de cuarenta años: «Me di cuenta, firme y brutalmente, de que había concebido la mayoría de las películas en las entrañas del alma, corazón, cerebro, nervios, órganos genitales y sobre todo en las tripas. Un deseo que no tiene nombre alguno las sacó a la luz». Es así como, a través de antiguos textos y vivencias medio olvidadas («borrosas radiografías de mi alma»), nació este libro por el que se halló de nuevo ante sus películas y los paisajes que las habían circundado: «Fue un jodido paseo», admite crudamente en el texto que inaugura este compendio. En el primer bloque del libro, titulado «Sueños soñadores», sus escritos referencian la experiencia de dar forma a algunas de sus obras más aclamadas e influyentes, como Fresas salvajes, Persona o Gritos y susurros. También hace hueco a las que denomina «Farsas farsantes», con El rostro o El huevo de la serpiente a la cabeza. La fe —y también la incredulidad— es el objeto de obras magnas como El séptimo sello o Como en un espejo, aunque también se detiene en los «regocijos» en forma de comedia que fueron La flauta mágica o Fanny y Alexander. Las confesiones, reflexiones y revelaciones que descubrimos en sus respuestas (finalmente se omitirían las preguntas de Bergström) son un excelente material filosófico y creativo en sí mismas, un valiosísimo ejercicio de introspeccción gracias al cual sabemos, por ejemplo, por qué elegiría el cine como medio de expresión: «De repente tenía la posibilidad de relacionarme con el mundo en un idioma que literalmente habla de alma a alma en giros que, de una manera casi voluptuosa, se sutraen al control del intelecto». Sin embargo, añadiremos al leer estas clarividentes páginas de Imágenes, no está claro que no hubiera debido dedicarse, también, a descifrar(nos) el mundo a través de la escritura. Su palabra es igualmente visión.


Desposesión, de Judith Butler y Athena Athanasiou (Paidós)

Hace apenas un par de semanas, unas pintadas aparecidas en la Universidad Complutense de Madrid tachaban a Judith Butler (Cleveland, 1956) de «antifeminista», en un claro rechazo de sus posturas respecto a la cuestión de género por parte del movimiento conocido como TERF —feminismo transexcluyente—. Durante esa misma visita a nuestro país, recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes madrileño, por sus aportaciones a la teoría queer y su contribución al feminismo. Sirvan estos hechos recientes para situar la prominencia y la controversia en torno a su figura, lo que es decir su pensamiento, y para señalar la pertinencia de recuperar su obra y los visionarios planteamientos que comprende. Un propósito que cumple Paidós con su nueva Biblioteca Judith Butler, estrenada en septiembre con el pionero Cuerpos que importan. Bastante menos conocido pero igualmente clave en la construcción de una «política performativa», este otro ensayo publicado originalmente en 2013 aborda la noción de Desposesión en el sistema que propugna justamente lo contrario y que arroja a los márgenes a las personas «repudiadas y rechazadas por los poderes normativos y normalizadores que definen la inteligibilidad cultural y que regulan la distribución de la vulnerabilidad». Así, las desposesiones que se contemplan en estas páginas tienen que ver con cuestiones como la tierra y la comunidad, el cuerpo y la esclavitud, la violencia militar y económica, la pobreza y el securitarismo, la biopolítica y el individualismo, el neoliberalismo y la precarización. Todo ello encarnado en cuestiones más concretas aún como la inmigración forzada, el desempleo, la falta de vivienda o la ocupación del territorio. Lo interesante de este ensayo es que en realidad reproduce una suerte de conversación intelectual entre Butler y la antropóloga social griega —también ensayista— Athena Athanasiou, con la que comparte una mirada posestructuralista, a saber: «[L]a idea de que el sujeto unitario sirve a una forma de poder que debe ser desafiada y desmantelada, pues implica un estilo de masculinismo que elimina la diferencia sexual y ejerce un control total sobre la esfera de la vida». En realidad, este diálogo de amplio espectro que se produjo en meses de reuniones, charlas y e-mails, lleva a posiciones divergentes y también convergentes. Entre estas últimas y con el fin de entender el presente, ambas recurren a los mitos griegos y a una izquierdización de Hannah Arendt, hablando de afectos y ética en el marco del activismo político. La pregunta clave que se hacen de forma conjunta es cómo «desposeerse del yo soberano para entrar en formas de colectividad opuestas a las formas de desposesión que sistemáticamente excluyen a poblaciones enteras de los modos de justicia y pertenencia colectiva». O sea: desposeernos como única vía de unirnos y liberarnos, mutuamente, de nuestras cadenas.

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