Entrevistas

Hernán Migoya: «Como escritor, me satisface haber reunido un público desprejuiciado que va a su puta bola»

Después de trabajar la autoficción, con un tema delicado como la enfermedad de los padres, y abordar el componente social de la vida en los barrios populares de la periferia barcelonesa, ha vuelto el Hernán Migoya más corrosivo. Cleo (Laertes, 2022) no tiene nada que ver con lo hecho hasta ahora ni sigue la línea marcada por los libros sobre su familia. Se trata de una distopía en la que se reflejan muchos fenómenos actuales, algunos tan sutiles y a la vez peligrosos como el autoritarismo cultural.

Ibas a presentar Cleo, tu última novela, con un rostro famoso, pero se ha echado atrás porque no quiere que asocien su nombre a Todas putas. Era un cliché preguntarte por ese tema y siempre vuelve, el eterno retorno.

Ahora me interesa que vuelva porque se van a cumplir los veinte años y me he dado cuenta de que, al final, el único libro que se ha vendido bien de mi trayectoria fueron los 50.000 ejemplares de Todas putas. Empecé a perder el miedo a mi propia infamia cuando unos años después los cuentos empezaron a ser reivindicados, casi siempre por mujeres. Muchas lectoras apreciaron que un autor no escribiera personajes masculinos pasados por el filtro de lo correcto. A fin de cuentas, es un libro que apela a personas de mentalidad abierta y con sentido del humor.

Cristina Morales lo incluyó en una lista de favoritos en El País.

Y Carla Berrocal coordinó su adaptación a novela gráfica, exclusivamente dibujada por quince artistas mujeres. Ahora estoy revisando su traducción al francés y, tras casi dos décadas sin releerlo, he descubierto que está más vigente que nunca. Había llegado un momento en el que tantos inquisidores moralistas habían dicho desde la prensa que ese libro estaba fatal, que era el pecado y el demonio encarnados, que acabé creyéndomelo un poco. Y sí, espero que siga siendo el pecado y el demonio encarnados, ¡pero también sigue siendo el libro que deseé escribir!

Igual fue la zona cero de la cancelación en España.

Creo que nunca antes había pasado nada a ese nivel. Una campaña orquestada para hundir a un escritor y una editora, creo que nunca había ocurrido en democracia. No me quiero imaginar cómo hubiese sido con redes sociales, aquí fue por prensa escrita y radio. De todos modos, creo que todavía los creadores pueden escribir lo que quieren, sobre todo porque casi nadie lee: ahora el mayor problema está en la opinión personal. Aparte, como las redes favorecen que los artistas opinen, te das cuenta de que nuestras opiniones no son tan interesantes. Yo intento no opinar tanto y volcar mis inquietudes en la obra. De hecho, si se monta un pollo por algo procedente de la obra, creo que es bueno para ella.

Una obra debería ser un lugar de entendimiento con el autor, lo contrario a eso de «a este no lo leo porque es un facha» o «a este no lo leo porque es estalinista», etc. Miedo solo tengo a que los editores teman publicar a un autor satírico como yo y, sobre todo, a la autocensura. A autoboicotearnos en la ficción, cuando la ficción debe ser ante todo un espacio de libertad. Al mismo tiempo, en las series de televisión que marcan tendencia se están viendo un montón de desnudos masculinos y una interrelación de géneros que antes no se veían. Creo que eso está muy bien. Una profesora me ha contado que en los institutos ahora los chicos y chicas se mezclan y se relacionan sin traumas y sin prejuicios de género. Eso es maravilloso: no quiero que ningún adolescente sufra lo que yo sufrí a mis quince años, reprimiendo mi bisexualidad. Al final, el balance es que hoy, en términos prácticos, la sociedad es más libre. Solo hay que esforzarse más para que la cultura no se resienta en términos de constricciones. Porque la cultura no debe responder a las mismas leyes que la realidad. Y saber contextualizar, dicho a lo López Vázquez: «¡Con-tex-tua-li-ZAR!».

Pero en verdad yo solo me quejo de que en España culturalmente sufrimos una colonización cultural: la gente cree que hablamos de derechas e izquierdas, y en realidad estamos hablando de una colonización estadounidense de valores. Todo lo copiamos de allá. Es más: un autor estadounidense sí puede ser provocador, la cultura que llega de allí nos fascina por ser más viva que la nuestra, pero si un español hace lo mismo se le censura, aquí lo local solo puede ser subvencionado y domesticado. Eso es lo que nos gusta. En cuanto te sales de hacer reverencias al poder, eres alguien que está buscando problemas. Ese es mi caso. Aquí, si vas contracorriente te quedas fuera.

Por otro lado, es mejor que no dé opiniones personales en las redes, porque soy demasiado punk para una sociedad que se toma tan en serio a sí misma. Prefiero vehicularlo todo en la ficción.

«Soy demasiado punk para una sociedad que se toma tan en serio a sí misma»

Cleo habla de una sociedad distópica en la que la gente está obsesionada con la literalidad. No es muy distópico ese escenario, la verdad.

Me fascina la gente que aplica las reglas de la vida real a la ficción. Primero, que gente que afirma luchar contra la estereotipación, ¡te diga lo que eres sin conocer nada de ti! Que si blanco, capitalista, privilegiado, hetero, y te encajen ahí sin preguntar. Yo en Barcelona he sido un charnego de mierda, en Sudamérica un blanco y en los Estados Unidos un latino: ¡y pretenden que la clasificación racial sea un rasgo «objetivo»! Y luego te dicen que no puedes escribir personajes de otras etnias, que solo puedes escribir personajes como los que ellos deciden que eres tú… Sin ir más lejos, con mi novela Baricentro el estamento cultural me quiso calificar de escritor de extrarradio para encasillarme ahí. En cambio, cuando escribí Todas putas, Una, grande y zombi o Los que murieron te saludan, cuando hice sátira o fantasía, nadie me dijo que era un escritor de extrarradio. A nadie le importaba. Cuando escribí Baricentro con una editorial grande, fui escritor periférico. Encima me decían: «¡Estarás contento, ya has logrado quitarte el estigma de Todas putas! Ya puedes dedicarte el resto de tu vida a hacer literatura periférica, salao…». Pero no hay cosa que más me moleste como autor que hacer siempre la misma obra.

En esta novela, directamente planteas una industria del cine en la que al actor, si su personaje es paralítico, hay que dejarlo inválido… ¿estás criticando esa obsesión actual por que los actores se tengan que corresponder con la categoría étnico-identitaria-sexual de sus personajes?

Va más allá de eso. Yo lo que quiero ver en el cine es el camino opuesto, es decir, ver a un actor transexual haciendo todos los papeles: galán hetero, heroína hetero, galán bisexual o gay, heroína bisexual o gay, y luego que haga también de trans, por qué no. Pero el futuro deseable debería ser ese, la mezcla absoluta para que no importe nunca qué sexo o qué género ama. Y que aprendamos que siempre podemos ponernos en la piel del otro, representar al otro: esa es la magia del hecho artístico. De hecho, que los premios cinematográficos se concedan en el futuro sin tener en cuenta el sexo biológico me parece un gran avance. Lo loco es que te impongan de qué puedes o no puedes escribir cuando cultivas la ficción. ¿Una gente que no hace nada creativo me va a decir a mí qué puedo y qué no puedo inventar, me van a decir cómo debe ser la fantasía? Que se dediquen a sus causas y, si no agudizan las injusticias y las desigualdades, les aplaudiré.

En mi novela, el sistema político teme que la gente se haya vuelto tan imbécil como los defensores actuales de lo políticamente correcto y no sepan distinguir la realidad de la ficción, por lo que tratan de acercar la ficción lo máximo posible a las reglas de nuestra realidad: cada actor solo puede interpretar un papel en toda su carrera cinematográfica, y después se le ejecuta. Así la gente no verá la misma cara en dos personajes distintos y no se confundirá. Vamos un poco hacia eso…

Es un divertimento leer el libro por los detalles, sobre todo. Metáforas como «los mismos edificios cansados, con sus manchas de humedad como dementes seniles que se hubieran orinado encima» me parecen un descojono.

El descojono es una reacción válida en literatura. Más allá de esa imagen, trato de divertirme escribiendo y me imagino que, por tanto, quien me lea se va a divertir también. Se publican demasiados libros cada año como para conformarme con ofrecer una novela de narrativa convencional. Me gusta ofrecer varios niveles de lectura y que quien desee pasear con más tiempo por entre sus atracciones, vaya recolectando entre líneas más ideas y más matices gozosos. Cleo es la novela que más he disfrutado reescribiendo y revisando, porque es una novela corta y la quería formalmente concentrada y perfecta.

Esa idea que desarrollas de que en las películas de tu distopía haya que matar al actor protagonista después del rodaje se parece bastante a la tauromaquia. Eso de «nuestras representaciones son la única representación» es lo que dicen los eruditos del toro para destacar que toda faena es única e irrepetible.

Eso lo veo más como una defensa de un rito religioso que de un espectáculo artístico. Es una falsedad conveniente, tanto como la de que «el arte no puede basarse en la tortura». Sí puede, otra cosa es que queramos que se base en ella. Solo sabemos que el animal no puede elegir. En mi novela, planteo una sociedad en la que los actores son ejecutados después de volcar todo su talento en una sola actuación cinematográfica. ¿Te imaginas que los sectores puristas defendieran ese sistema bajo el mismo argumento taurino de que los actores y actrices, al saber que morirán tras su actuación, se entregan con mucha mayor intensidad y calidad artística a ella? Podría suceder perfectamente, defender un sistema brutal con razonamientos culturales… y estoy seguro de que habría gente dispuesta a defenderlo si se ha criado con esa tradición.

¿Creo que una sociedad humana como la descrita en Cleo sería posible algún día? Pues claro. En las sociedades humanas, cualquier cosa es posible. Lo que hoy nos parece plausible, hace cien años nos hubiera parecido ridículo, y viceversa. De hecho, en nuestra hipersensibilidad hacia otras especies, muchas veces para bien, me extraña que todavía no metan en la cárcel a los peatones por no ir mirando al suelo para no matar hormigas. Yo de hecho votaría por una ley que metiera en la cárcel a la gente que no tiene cuidado en mirar lo que aplasta al caminar.

¿Qué te ha inspirado o qué nos quieres decir con esa sociedad distópica donde está prohibido cualquier tipo de protagonismo y no hay consumismo?

Creo que el ser humano es egocéntrico, expansivo y destructor por naturaleza. La prueba está en que la mayoría de la gente preocupadísima por el cambio climático tiene hijos, conduce un coche y lleva al McDonald’s a sus niños y a ver películas de multinacionales corporativistas, empresas que muy ecológicas y muy horizontales no son. Creo que sería mejor reconocer nuestros defectos y tratar de minimizarlos que abogar por una pureza de sentimientos fingida, a la que solo se adhieren los idiotas y los hipócritas para esclavizarnos mentalmente. Creo que esas personas son en el fondo profundamente conservadoras y reaccionarias, se escondan detrás de la etiqueta que se escondan: creo que sumen a la humanidad en una falsa pureza, una falsa abstinencia de pecado, cuando el pecado es lo que nos hace sentir vivos y es inherente a nuestra esencia. Creo que la humanidad hace más daño con la hipocresía del consumo sostenible en compañías integralmente capitalistas, otra herramienta para vendernos de nuevo lo mismo pero más caro, que reconociendo que vamos a acabar con el planeta, que a su vez acabará con nosotros. Al menos seamos un poco felices en estas pocas décadas que la vida nos concede, no nos traumaticemos como fanáticos religiosos. Luego el planeta resucitará, de eso no hay duda.

En una novela de Martin Cruz Smith, un científico en Chernóbil llega a decir: si eres realmente ecologista, reza para que haya cientos de accidentes nucleares como el nuestro, porque de ese modo el ser humano desaparecerá y la vida acabará volviendo a la Tierra tal como era. Con todo, a nivel personal, no solo creo que el planeta sobrevivirá sin problemas, sino que el ser humano también, incluso en cualquier otro planeta, porque somos más tenaces que las ratas. ¿Eso debería alegrarnos?

«Sería mejor reconocer nuestros defectos y tratar de minimizarlos que abogar por una pureza de sentimientos fingida, a la que solo se adhieren los idiotas y los hipócritas para esclavizarnos mentalmente»

Hay remates de párrafos colosales, me he descojonado con «Constantino agachó la cabeza, no tanto en gesto de sumisión a su líder como por no enfrentar la mirada de su mujer» o «Convencido de la significación de su descubrimiento, el censor comenzó a masturbarse con empeño rítmico y sereno».

Bueno, son salidas por la tangente que me gusta añadir para pillar desprevenido al lector. Cleo nació tanto de una necesidad de contar una historia como de construir una atmósfera, unos personajes, un tono. Necesitaba envolverme yo mismo en ese tono. Y he tratado de pintarlo con toda la intensidad posible para que también envuelva a los lectores, para que lo paladeen y disfruten. Es una experiencia sensorial.

La atmósfera es muy tangible y los personajes son un poco ridículos. Yo los llamo «personajes brugueriles», porque tienen un aspecto conceptual entre cañí y el propio de los antiguos personajes cómicos de los tebeos Bruguera: Carpanta, Sir Tim O’Theo, La Familia Churumbel… De hecho sugerí que añadieran esa expresión, «personajes brugueriles», a la nota de prensa del libro y al texto de contraportada, pero mi editor me dijo que adónde iba, que eso no lo pillaba nadie hoy día. O sea, cuatro gatos raros como yo y para de contar.

Me ha encantado la frase «el guionista de nuestra vida suele resultar soporífero».

Claro, es que la vida termina resultando mucho más aburrida de como te la pintan de niño. En cuanto dejas de jugar, estás muerto en vida. Yo trato de no dejar de jugar nunca, en este caso con la ficción. Pero sí, a veces pienso que si Dios hubiera sido Stephen King o incluso un tarugo como Tom Clancy, nos lo estaríamos pasando bomba todo el tiempo.

Sobrevuela la obra cierto elogio del encanto de la androginia, de lo travestido o de lo trans, como quieras llamarlo. ¿Consecuencia de tus amistades barcelonesas como la arrebatadora Frau Diamanda?

Bueno, mi amistad con Frau Diamanda, autora de Escenas catalanas, el libro más bestia que he leído sobre la Barcelona actual y que ningún hetero se atrevería a escribir —también porque no se lo permitirían—, procede de mi atracción por lo ambiguo y por lo andrógino. Yo nunca he renunciado a dos ideales que para mí son las mejores causas que conozco en nuestro mundo: el mestizaje, que es la mezcla absoluta de lo que llaman razas o rasgos étnicos o lo que sea, hasta pulverizar esa estructura limitativa de la maravillosa diversidad humana; y la bisexualidad —que hoy ya podría ampliarse al concepto de pansexualidad—, que para mí sitúa al individuo por encima de quienes únicamente aman un género específico, en cuestiones de plenitud sensorial, emocional y yo diría que hasta de inteligencia. Cuando estás en varios frentes, desarrollas una mayor sensibilidad que cuando estás en uno solo. Creo que si todos nos esforzáramos por mezclarnos más, a todos los niveles, se solucionarían muchos problemas de este mundo. Y creo que hay que dinamitar las etiquetas. La obsesión por etiquetarnos a priori está haciendo del mundo adulto un lugar odioso.

Cleo ha sido un giro de 180 grados en tu carrera.

A ver si ahora tienen huevos de decirme que hago literatura periférica. Verás como no dicen nada. Ha sido una forma de sacudirme la etiqueta en un país donde hay poco espacio para la fabulación. Si hubiera sido listo o comodón, seguiría escribiendo «historias duras pero tiernas del extrarradio». Cuando te quedas en un solo nicho, ganas proyección comercial. ¡Pero qué aburrido hacer siempre lo mismo!

¿Hay mercado para una ficción que no es histórica, policiaca o comprometida?

Bueno, ahora Laura Fernández está triunfando con literatura fantástica. Y siempre hemos tenido ahí el culto en torno a la maravillosa Pilar Pedraza. Al final nunca nadie tiene la fórmula, siempre hay hueco para que lo que no entra en ninguna fórmula preestablecida funcione. Si de algo estoy satisfecho es de haber congregado para mis libros un público muy variopinto y desprejuiciado, eso me encanta. No suelen ser gente conservadora ni pijoprogre, son lectoras y lectores con personalidad que van a su puta bola. A mí eso me satisface como escritor. Yo no quiero ser Saramago, un salvador del mundo que luego se hace rico con las ventas. Siempre desconfío de los escritores santurrones o puros. Los veo hablando y pienso: «Este tipo no dice la verdad y lo sabe».

Tienes querencia por los tabús. Nuevas Hazañas Bélicas en época de Memoria Histórica, tus orígenes emigrantes en Catalunya en la época con mayor efervescencia nacionalista…

Siempre he tenido vocación de joder la marrana, y no lo veo mal. Siempre he metido el dedo donde más duele, eso creo que explica mi impopularidad. Son libros que revuelven mucho, no son para darle palmaditas en la espalda al lector: quiero meterle el dedo en el ojo, o en peores sitios. Si juego a esto es porque los libros que me gustan a mí son así. Bret Easton Ellis, Daphne du Maurier, D. H. Lawrence, Ignacio Aldecoa, Tanith Lee… sus obras son patadas al estómago. Hay libros que amo que me han dejado hecho polvo. La verdad es que, como no tengo familia propia en la que consolarme de mis fracasos, estoy esperando a que me llegue mi momento Houellebecq. Empiezo a ser tan feo y roñoso como él y me digo: «¡En cualquier momento tienen que empezar a hablar bien de mí!».

Cuando el establishment literario español me ha intentado absorber, me he dado cuenta de que me sentía incómodo por el hábito que han adquirido de adaptar los métodos de edición estadounidense —al final, todo se copia de allá—, que consiste en entrometerse a degüello en el texto. Algunos editores hasta te quieren cambiar la prosa. Con Baricentro el primer editor que tuve me exigía una prosa «diáfana y sencilla», con frases cortas y una idea por frase, y me di cuenta de que todos los libros de su editorial (literatura seria, claro) ofrecían la misma prosa. Y yo protestaba: «¡Pero es que yo no escribo así! ¿Por qué tengo que hacer esto para que me acepten los circuitos de la alta literatura?». Es como si estoy haciendo un disco y me quieren imponer al productor de Leonard Cohen. Pero a mí Cohen me la suda, no me interesan sus discos, yo soy Queen. Yo quiero veinte pistas a la vez; veinte pistas de sonido que vehiculen las veinte voces que llevo dentro de la cabeza. Quiero que mi libro suene artificioso, arrollador, kitsch, descomunal, como a mí me gusta. Entonces me querían convertir en una especie de Tío Tom charnego que cuenta historias cotidianas de lo mucho que sufrimos en el extrarradio, pero en el fondo lo buenas personas que somos…

«Me querían convertir en una especie de Tío Tom charnego que cuenta historias cotidianas de lo mucho que sufrimos en el extrarradio»

El buen salvaje.

O me convertía al buen salvaje, que no era yo, que siempre he reivindicado al mal salvaje, o seguía mi camino que ahora ha sido volver a los sellos pequeños. Baricentro terminó naciendo de puro milagro, gracias a los ánimos y apoyo incondicional de mi último editor, Jaume Bonfill, un superprofesional y un verdadero santo. Y Cleo ha sido volver a una editorial que no es de las grandes, Laertes, pero donde podemos poner las veinte pistas de Queen. He sido feliz chapoteando como un cerdo en el lodazal. Frases elaboradas, barrocas, aliteraciones a punta pala… ¿por qué tengo que escribir sencillo si disfruto escribiendo barroco? Además, a mí se me acostumbró mal como autor: mi obra publicada desde hace veinte años refleja al cien por cien mi prosa como yo quería que fuera impresa. ¿Para qué ir a un sello grande si pretende manosear mi prosa? O como le hacían a Francisco González Ledesma, amargado con 80 años porque su editorial no le dejaba titular sus propios libros.

Los libros en los que echaste la vista atrás para hablar de tu familia, autoficción, dijiste que tenían que ser de autoayuda y acabaron siendo de autodestrucción.

Porque no ofrezco salidas o soluciones, ni prácticas ni sentimentales, que sean positivas. Yo me estoy cuestionando todo el rato a mí mismo, no soy una persona que se quiera mucho, y me destrozo al escribir. Al ver los claroscuros pongo el peso en los oscuros. No siento que salga mejorado como persona de nada de lo que hago. No creo que pueda ayudar a nadie; como mucho, a que no haga daño a los demás. Es mi único límite: si veo que alguien sufre por mi culpa, me alejo siempre. La única moraleja en la que sí creo: por mal que la tele y Twitter digan que va el mundo, siempre es lícito buscar tu propia felicidad. Por ejemplo, en los libros. No es tan difícil. Prefiero creer a la ficción que a internet.

Decías que un círculo se cierra en la vida cuando le limpias el culo a tus padres.

He sido un cobarde, no he sido capaz de enfrentarme a eso cada día. Me he fallado ante mí mismo como hijo, no sé si por ego o peterpanismo. No soy capaz de estar toda la vida al pie del cañón. Es muy duro psicológicamente, pero soy un poco egoísta. Me gustaría estar a la altura. Estar toda la vida ahí apoyando presencialmente, comiéndome el marrón, como ellos cuando yo era niño… y no soy capaz. Creo que es injusto por mi parte, pero ahora mismo necesito sentir que vivo.

¿Lo más importante para ti en un libro es la forma más que el fondo?

Que haya un sentido interior de la forma. Por ejemplo, autores como Vázquez Montalbán en su Carvalho o el Ramón J. Sender de La aventura equinoccial de Lope Aguirre: es literatura que admiro y no creo que esté necesariamente bien escrita. Son casi libros escupitajo, que se nota que están escritos a saco, sin revisiones, y funcionan. Porque contienen una lógica formal interna que encaja con lo que cuentan.

Lo de «bien escrito» implica un orden casi burgués que me da un poco de repelús. A mí en cómic Frank Miller me enseñó que el fondo y la forma pueden expresarse de forma indistinguible. Él lo hacía de tal manera que era imposible separar el contenido del continente. Imagen, narración y estética te las tienes que tragar a la vez. Ese es el genio de Frank Miller, que no es precisamente un virtuoso del dibujo, y siempre he aspirado a eso. También hay muchos autores que dicen que la ética está por encima de la estética y para mí es todo lo contrario. Si la ética estuviera por encima de la estética no necesitaríamos el arte, porque la ética por sí sola no es arte, lo es la estética. No renuncio a que la gente encuentre felicidad en descubrir una obra que le ha hecho suspenderse en el espacio y en el tiempo y sentirse hermanada con ella.

Hay una opinión tuya que considero imprescindible conocer. ¿Qué opinas de Chanel?

En un encuentro de escritores descubrí que iban todos contra ella. Todo el mundo estaba en contra de Chanel. Yo nunca había oído hablar de este tema, pero decían que era vulgar y zafia. La criticaron tanto que me puse muy nervioso y les dije que no tenían derecho a opinar de Eurovisión porque no eran gais. Es imposible que alguien que no es gay opine de Eurovisión, un festival mantenido y alentado por el público gay de todo el mundo. Es su festival. «Sois todos heteros, podéis hablar del cine de John Ford, esa mierda os la sabéis todos muy bien, que sois todos muy viriles. ¡Pero a Eurovisión ni tocarlo!». Obviamente, ironizaba: se puede opinar de todo.

Pero mi reflexión de fondo a partir de esto es que si el cotarro cultural español no permite que un festival de música y baile claramente orientado al público gay sea pop, sea cultura pop y, por tanto, frívolo y divertido como debe ser toda cultura pop; si el meollo cultural se ofende por eso, cómo van a permitir que la literatura española, en general tan sosa y aburrida, sea cultura pop. Yo he hecho literatura pop toda la vida y me han tratado como la mierda. Nunca se va a tolerar a un escritor pop, si solo a Chanel ya la ponen así. Mi batalla está perdida de antemano.

3 Comentarios

  1. Dónde se puede encontrar la obra de este apuesto joven, que quiero pillarme algo.

  2. Pues lo de «brugueriles» lo he pillado a la primera y te juro que muy espabilao no soy… Eso sí, a mi puta bola en cuanto a lo que leo, veo y escucho. Un abrazo entre charneguettes.

  3. Pingback: El doble filo del doblaje - Jot Down Cultural Magazine

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*