Otoño alemán, de Stig Dagerman (Pepitas de Calabaza)
¿Se puede contar el posnazismo desde el propio corazón de Alemania y con apenas 23 años? Eso es lo que logró sin proponérselo (pues en origen se trataba de un encargo del periódico Expressen) el autor sueco Stig Dagerman, dando lugar a esta sobrecogedora obra. Lo más valioso de este cuadro de la posguerra alemana es que consiguiera depurar y descontaminar su mirada de lo que, a aquellas alturas de la Historia, ya era un juicio unánime en todo el mundo: que aquel país debía pagar por sus pecados y sentirse avergonzado de haber conducido al mundo a una Segunda Guerra Mundial. La realidad, como casi siempre, era más compleja, y Dagerman supo captarla, ponerla en contexto y, por encima de todo, añadir altas dosis de humanismo a un asunto en el que este siempre estuvo ausente, aparcado para ocuparse de otro tipo de intereses, como la política, la economía o la propia supervivencia. «Es cómodo considerar a Alemania como un paciente, como el hombre enfermo de Europa, necesitado de vacunas antinazis con la mayor urgencia», escribe con la mayor lucidez en este magnífico ejemplar de crónica periodística literaria que aporta inestimables reflexiones sobre la pervivencia del odio en uno y otro bando, la (im)posibilidad de redención y el dolor de quienes se vieron atravesados por la tragedia. Todos derrotados, al fin y al cabo. Dagerman, joven prodigio de las letras escandinavas, que a la sazón escribiría su entera obra entre 1945 y 1949 —antes de suicidarse en 1954—, aplica su capacidad de percepción y empatía, pero también la profundidad que requería un material tan sensible, para asistir al espectáculo de una nación derruida por la que nadie iba a sentir la más mínima compasión. Así constata, entre otros aspectos, «el arte de hundirse» en un país «frío, hambriento, sucio, inmoral»; la «jerarquía ferroviaria» en los desplazamientos; la realidad de los refugiados, «gente andrajosa, hambrienta y no grata», o la de esa «generación perdida» de jóvenes alemanes, pues «ninguna juventud ha vivido un destino semejante»; los «campanarios amputados» y una verdadera «pesadilla de desnudas y frías construcciones de hierro y de muros de fábricas derrumbados». Cuenta el escritor sueco que muchos de los lugareños parecían buscar, de algún modo, que el forastero confirmase que su ciudad era la que más había sufrido de todas; esas personas, explica, «sienten desaliento cuando se les dice que se han visto cosas peores en otros lugares». Esa es, acaso, la máxima tragedia de una catástrofe como aquella: bajo determinadas circunstancias y con la justa medida de olvido y rencor, siempre podrá ser peor.
Mía es la venganza, de Marie NDiaye (Gatopardo)
El argumento de esta novela empieza a desenvolverse, desde la primera página, cuando una abogada se encuentra ante uno de esos casos en los que el juicio social resulta inapelable: madre acusada de asesinar a sus hijos. Para endurecer aún más si cabe la trama, la protagonista cree ver en el marido que la contrata a un antiguo amor de juventud que podría haber abusado de ella; un recuerdo que se le aparece «con tanta precisión, con tanta brutalidad, que fue como si le dieran un golpetazo en la frente». A partir de ese exordio, la intriga avanzará sin resuello y nos irá envolviendo en la ominosidad de un peligro inminente aunque inadvertido, llenándose de preguntas y de cuestiones irresolutas. La prestigiosa y multipremiada autora francesa Marie Ndiaye entrega aquí un thriller más cercano de lo que parece al realismo, con una insólita capacidad de diseccionar ciertas atmósferas sociales y de emanar turbación existencial en cada uno de sus párrafos. Una novela que no teme mirar de frente a temas escabrosos y moralmente enmarañados, que no busca categorizar a sus personajes o emitir sentencia sobre sus modos de existir, sino dilucidar las motivaciones de su paso por el mundo (cuando las hay) o su simple abandonarse al decurso de los acontecimientos. En el centro de su relato sitúa a mujeres que tratan de sobreponerse a su condición —no buscada— de víctimas para enfrentar aquella negrura que late en su interior, al rebufo de sus emociones no diagnosticadas: «Estaba decepcionada, insatisfecha consigo misma, como si le fallara la inteligencia en lugar de la memoria; le preocupaba especialmente su capacidad de estar a la altura de cualquier situación». Entran en juego también las relaciones de poder (las sentimentales o las que se disputan dentro del marco familiar) y, con ellas, esas zonas de oscuridad sobre las que casi nunca se arroja luz; que ignoramos o no sabemos interpretar. En ese espacio secreto se adentra NDiaye, desplegando una narración sin rodeos, elíptica pero con voluntad de ahondar en la psicología de sus personajes, describiendo un lenguaje y unos gestos mínimos como imperceptibles señales de lo que apenas llegamos a intuir. Lo que queda es un relato brumoso, incapaz de aplacar el misterio de esas existencias en colisión y, por tanto, inequívocamente fascinante.
Inhumanos, de Philippe Claudel (Bunker Books)
Originalmente publicado en Francia en 2017, este poco ortodoxo libro reúne 25 relatos brevísimos y tajantes que bien podrían constituir una novela corta, pero que tampoco pretenden aspirar a otra cosa que plantarnos en la cara unas escenas desprovistas de contexto. Aunque lo tienen: todas son el aguafuerte irónico de esa no tan nueva tecnocracia capitalista, infantilizada, apática, corporativista, inconsciente, superficial y asintomática. Desde la impagable cita de Kofi Annan con la que se abre («El ser humano es un riesgo que hay que asumir»), Inhumanos exhibe una visión tétrica y nihilista del presente, y testimonia el extrañamiento de su autor ante una realidad reflejada en un espejo deformante, que da como resultado las actuales sociedades occidentales y sus patéticas obsesiones. A Philippe Claudel lo recordamos sobre todo por su magnífica El informe de Brodeck, donde escribía: «Los hombres son raros. Cometen los peores actos sin cuestionarse nada y luego no pueden vivir con el recuerdo de lo que han hecho». En esta nueva obra sigue explorando los rincones más umbríos del ser (in)humano, traspasando a base de humor negro todas las líneas rojas, en pro de la sátira y el desmenuzamiento de nuestros más disparatados —y asumidos— actos cotidianos: «Ayer por la mañana compré tres hombres. Un capricho repentino, extraño e irracional. Es Navidad. A mi mujer no le gustan las joyas. Nunca sé qué regalarle», comienza el primero de estos siniestros cuentos. Desde el transhumanismo al arte contemporáneo, pasando por los cuidados, el control de natalidad o el parental, el comercio electrónico, el suicidio asistido o la discriminación positiva, casi ningún tema sometido al debate y a la fatigosa presencia de la actualidad escapa a la pluma cáustica de Claudel. Su prosa cortante, tan arisca como poética, nos hace vibrar cual si recibiéramos descargas eléctricas, como si nuestras ideas cortocircuitaran a la luz de este repaso inflexible y despiadado a la idiotez del siglo XXI. A veces, desde la pura provocación: «Si todos los pobres fuesen viejos, esto no generaría un excedente. Pero el problema es que también existen pobres que son jóvenes. Y viejos que son ricos». En otros casos, desde la ridícula desesperanza: «Vivimos en una sociedad cada vez más individualista. Somos islotes colocados uno al lado del otro. Vivimos blindados. No miramos a los demás. No miramos al Otro. Puedes apagar. Te estoy hablando de cosas serias. Tengo sueño. Te hablo de nuestro mundo. Es tarde. Te hablo de nosotros. Mi mujer bostezaba. Ostensiblemente». Si se escandaliza fácilmente, este no es su libro. De lo contrario, corra a por él y avergüéncese antes de que le llegue el inevitable jarro de agua fría.
En busca del grafo perdido, de Clara Grima (Ariel)
El término grafo procede del griego clásico y se traduce como «dibujo» o «imagen». Aplicado a las matemáticas, es un diagrama que representa con puntos y líneas las relaciones entre pares de elementos, y que se emplea para resolver problemas de lógica, topología y cálculo combinatorio. Hasta ahí la teoría. Lo que la autora propone en este manual para iniciados y meros curiosos, no obstante, es aplicar esta herramienta a cuestiones del día a día y comprobar su sorprendente eficacia. Sonaría a ficción si quien se hallara tras este empeño no fuese la doctora en matemáticas y docente universitaria Clara Grima, quien se ha convertido en la última década en una de las grandes divulgadoras de la ciencia a través de sus charlas y de su colaboración en diversos medios de comunicación. Aunque la autora no rehúye a la ficción y asocia cada capítulo a una película, con el fin de plantear un dilema o acertijo: desde el reparto del alquiler de un apartamento a los árboles que pueden orientarnos a la hora de tomar decisiones, pasando por las vías de escape en un rascacielos, los matrimonios estables (¡!) o la construcción del ego y la detección de mentiras en las omnipresentes redes sociales, va apuntalando este concepto con los casos prácticos más insospechados. «No me parece justo que haya personas que terminen su formación en primaria y secundaria sin haber podido disfrutar de la belleza de un razonamiento matemático, de la voluptuosidad de una cascada de implicaciones lógicas que desmbocan en una verdad universal, absoluta, eterna, que no dependa del capricho humano», expone Grima en la introducción. Y aunque su voluntad no es ofrecer una fórmula infalible, sí que aspira a que su libro contribuya a desarrollar nuestra capacidad de pensar de otra forma, planteando alternativas y saliendo de nuestras férreas convicciones; incluso aceptando que no todo tiene una respuesta o una salida facil. Como en la cita de Guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams, con la que abre el libro: «¡Exigimos áreas rígidamente definidas de duda y de incertidumbre!». La investigadora sevillana echa mano de teorías científicas tan singulares como la paradoja de la amistad, de Scott L. Feld, que sentencia que la mayoría de la gente tiene, como promedio, menos amigos que sus propios amigos. Algo que puede ser muy desalentador pero que, al mismo tiempo, ayuda a entender por qué los más activos en redes sociales son también más infelices, como ya demuestran ciertos estudios. En torno a los libros, que sepamos, no hay evidencia de tal cosa, así que lean este que les recomendamos; su cerebro y sus verdaderos amigos lo agradecerán.