Crónicas desorbitadas

«Nuevo sabor a cereza»: afrontar el arte como un animal

Fotograma de «Nuevo sabor a cereza». / Imágenes del reportaje: Merie Weismiller Wallace / Netflix

¿Qué se puede esperar de una serie de televisión de terror llamada Nuevo sabor a cereza? Puede que nada sustancial a priori, pero también cualquier cosa. Justamente esa falta de asideros, de referencias o expectativas, es la que podría haber llevado al autor de la novela en que se basa —sin traducir al español— a titularla así, Brand New Cherry Flavor. Pero también hay un motivo más prosaico y que tiene que ver con su argumento: en Los Ángeles, se nos dice, siempre andan buscando el próximo gran éxito, el siguiente auteur; ese novísimo sabor que el público, aunque todavía no lo sepa, está deseando probar y que les vuele la cabeza. Al menos así debía de ser en el Los Ángeles de los 90 en que se ambienta esta historia.

El escritor Todd Grimson (Seattle, 1952) se encuadra en una corriente casi unipersonal que se ha dado en llamar terror de vanguardia. Un cóctel de noir estilizado y gótico alucinado destilados en una incendiaria prosa que puede sonar por momentos a un hijo imposible de Thomas Pynchon y James Ellroy, quien dijo de él que era el escritor más moderno (hippest) de aquella década. Lo más pasmoso es que esta reputación se la ha ganado Grimson con apenas tres novelas y una colección de relatos. Poco después de su debut en 1987, una esclerosis múltiple lo incapacitó y obligó a vivir recluido. Fue en aquella época cuando comenzó a tener sueños de lo más extraños e intensos, que de alguna forma constituirían el material de base para Brand New Cherry Flavor.

Una cita de la actriz Nastassja Kinski abre la novela: «Moralidad era una palabra que mis padres nunca usaban. Verdad era la palabra. Verdad y afrontar las cosas como un animal». Aunque la adaptación a la pantalla apenas cubre 66 páginas de las 344 del libro en su primera temporada y lo hace con sensibles modificaciones del original, esa frase dice mucho de la actitud o el espíritu —las dos cosas que más importan en ella— de su personaje protagonista. En la serie, la joven cineasta experimental Lisa Nova, de inspiración impulsiva y mutante, arriba a Hollywood con un misterioso corto bajo el brazo y pronto es engañada por Lou Greenwood, productor en horas bajas de algunas películas de culto. Para vengarse, Lisa acude a Boro, una suerte de hechicera demoníaca y madre de una troupe de zombis carnívoros, con cuyo saber de lo oculto lanza una maldición a Lou. Locura y exceso en la batidora, ya ven.

En la novela, Grimson quiso mezclar lo onírico y surrealista de sus musas con un estilo que él consideraba realismo cinematográfico. En una entrevista para el blog Cultura Impopular, de Es Pop Ediciones (que en 2010 publicó en España la que es considerada su obra maestra, Acero; la última gran novela de vampiros), lo definía muy gráficamente como «la vida + efectos especiales»; al menos así debía de parecerle la vida por entonces. En esa misma conversación y hablando sobre una posible adaptación al cine de Acero, el autor menciona que 20th Century Fox había comprado los derechos de Brand New Cherry Flavor gracias a Sigourney Weaver (quien quedó fascinada al leerla en un vuelo de Inglaterra a Estados Unidos), aunque él pensaba que «sería una película más complicada de rodar». Años más tarde, en 2016, Grimson escribía en sus redes sociales que uno de los guionistas de la —sublime— serie Hannibal la había adquirido para televisión: «El libro está repleto de material, un mundo entero, como dijo un productor, así que veremos si pasa algo». Cinco años después, ha pasado.

El guionista, productor y novelista Nick Antosca (Nueva Orleans, 1983), conocido sobre todo como creador y showrunner de la serie de terror Channel Zero, se había interesado mucho antes por la obra de Grimson. Sabemos, aunque no hemos podido hallarlo, que hace diez años escribió un fascinante artículo en The Paris Review donde describía cómo llegó a conocer y admirar al excéntrico escritor. También sabemos, por lo que ha contado en alguna entrevista, que intercambió correos con Grimson y que en principio se interesó por sus historias cortas del compendio Stabs at Happiness. Pero una semilla debió de quedar plantada por entonces en su cabeza y, cuando más tarde coincidió con Lenore Zion, que escribió varios capítulos de Channel Zero, tuvo claro que el de Brand New Cherry Flavor era un material que les venía —y a ella en particular— como un guante.

Antosca y Zion, Zion y Antosca en los créditos de la serie, son los creadores de Nuevo sabor a cereza, cuya primera sorpresa viene del hecho de que esté producida por Netflix. El cansino algoritmo, muy de vez en cuando, ha abierto un poco el espectro de lo que se puede mostrar en un show para televisión (sin entrar en los largometrajes de autores como Fincher, Scorsese, Lee, Baumbach, Chandor, Levinson, los Coen y los Safdie…), pero es que la serie de la que hablamos está a un nivel de riesgo casi sin precedentes. Sinceramente, no sé cómo alguien se ha decidido a pagar esto; resulta impagable. Por una vez, las referencias a David Lynch no son gratuitas, porque pocas veces la tele se ha sumergido en un nivel tal de profundidad subconsciente sin chaleco salvavidas. Tampoco está de más que se haya citado al otro David, Cronenberg, porque hay mucho de body horror y de elementos donde conviven lo sexual y lo pesadillesco. Estamos en el territorio de los años 80-90, en cualquier caso.

Pero las referencias quizá haya que buscarlas más bien en las aportadas por los propios creadores. Zion ha mencionado películas tan lunáticas —incluso dentro de la serie B— como la maravillosa Payasos asesinos del espacio exterior (1988), Hollywood Chainsaw Hookers (1988), Fonda Sangrienta (1987), Chopping Mall (1986) e Inocentada sangrienta (1986). Solo leyendo sus sinopsis se hace uno la idea de qué pasaba por la cabeza de la escritora. Antosca, por su parte, solo aporta un sorprendente título: Perdita Durango (1997), que Álex de la Iglesia adaptó de una novela de Barry Gifford, autor de otra en la que se basó Corazón salvaje y guionista de Carretera perdida; la conexión Lynch vuelve a asomar el piececito. Los modelos son inmejorables, no cabe duda, pero también lo son los realizadores elegidos para dirigir cada capítulo, que dejan una nítida impronta visual apoyándose en la increíble fotografía de la mexicana Celiana Cárdenas.

Aunque si alguien hace de Nuevo sabor a cereza una experiencia difícil de olvidar es su actriz protagonista, Rosa Salazar, que encarna a la perfección todas las cualidades de su personaje: fuerza expresiva, carácter, magia (negra), fiereza y vulnerabilidad, humor (negro), carisma y mirada enigmática, subyugante, turbadora, salvajemente poderosa. «Él se pensaba que estaba manejando la violencia de ella de una manera ultramoderna y ultramundana. Debería matarlo; entonces entendería», leemos en la novela. La actriz estadounidense de ascendencia peruana y francesa vuelve a demostrar su capacidad para representar aquello que en la magistral Undone (serie de animación rotoscópica que también protagonizó) se definía como «la naturaleza elástica de la realidad». Salazar es simplemente la mejor reaccionando a lo imposible, a la sorpresa continua, a los sucesos insurgentes con el mundo racional, y es capaz de lanzarse a tumba abierta para componer sus personajes de profundidades (y oscuridades) insondables. [En otro artículo quizá deberíamos hablar del resto del reparto de la serie, empezando por una monumental Catherine Keener como personificación del mal con aspecto de decadente rockstar, aunque trabajándolo todo desde la voz y la mirada, con una sutileza de otro mundo.]

«Verdad y afrontar las cosas como un animal» es a buen seguro la máxima con la que Salazar, Zion y Antosca se enfrentaron a la construcción de esta apasionante relectura de la novela de Grimson. Y es que Lisa Nova, la joven artista llamada a ser ese Nuevo sabor a cereza que nadie pueda dejar de recordar, hará todo lo que esté en su mano (y en su cabeza), recurrirá a las artes de este mundo y de otros mundos, para al fin modelar su obra maestra definitiva, aquella que rumia en su interior y que no le permite pensar en ninguna otra cosa. La obsesión creativa que convierte a todo autor en una bestia indómita a la que más vale no mirar a los ojos. Esa visión te dejará sucio, abrumado y tembloroso, como si aquello que ha sucedido delante de ti, el ser testigo de esa avidez, no lo hubieras visto nunca antes. Algo salvaje.

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